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“¿Qué tipo de felicidad?”, por Juan Zapatero

Jueves, 2 de mayo de 2019
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felicidadMuy mal debían ir las cosas por entonces, en el tema que nos atañe, para que la ONU considerara oportuno, a instancia de una iniciativa del Reino de Bután, que fuera conveniente proclamar “el Día Internacional de la felicidad”. Fue el 28 de junio de 2012 cuando decidió llevar acabo dicha iniciativa, proclamando el 20 de marzo de cada año como día internacional de la felicidad.

No cabe la menor duda de que la causa es buena, pero ello no quita que cree algún interrogante. A bote pronto, el primero que me viene a la mente es el que se refiere al tipo de felicidad en concreto. Muchos pensadores han hablado a lo largo de la historia sobre este tema, haciendo hincapié en aspectos diferentes. Solamente por citar uno de ellos, me gustaría traer a colación lo que ya dijo Aristóteles en el s. IV a. C.: “Sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”. Mientras unos lo encontrarán acertado y sensato, tengo la convicción de que otros lo verán como una frase que queda muy bien, pero que aporta muy poco o nada al tipo de felicidad que ellos desearían para sus vidas. También el refranero popular se ha manifestado en este sentido: “No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”. Pero no es ahora mi intención plasmar aquí toda una serie de citas, a cual más enjundiosa, sobre este tema, no solamente interesante, sino esencial y clave para la vida de toda persona.

Pienso, a nivel personal, que el enfoque del tema debe hacerse fundamentalmente desde dos vertientes entre las que se mueve la persona y que no son otras que la vertiente interior y la exterior. Tampoco quisiera caer en el error de pretender enfrentar ambas, en el sentido que una fuera la buena y otra la mala. Confieso que no estoy a favor de los dualismos, por lo que a la persona se refiere; en este caso lo espiritual frente a lo material, o lo interior frente a lo exterior. Considero que los seres humanos somos entes en los que ninguna de las dos partes se repele, sino que se complementa. Soy de los que piensan, sin embargo, que, una vez especificado lo que se considera vital e indispensable, por lo que a lo material se refiere, debe ser lo relativo al interior lo que juegue el papel más importante. Claro que el problema está en llegar a un acuerdo sobre lo que se considera “vital e indispensable”; lo cual no debe ser fácil, porque me imagino que en esta cuestión debe haber tantas opiniones como personas. Ahora bien, sin pretender convertirme en adalid de nada, me parece que podríamos concretarlo en lo que ayuda a satisfacer las necesidades básicas de toda persona: educación, sanidad, vivienda y trabajo dignos, remunerado de manera justa este último, y respeto de los derechos humanos en todas sus vertientes.

Cuando todo esto está garantizado, pienso que debe ser todo lo relativo al interior quien tenga la última palabra por lo que a la felicidad verdadera respecta. Aunque tampoco en este caso quiero decir yo la última, por lo que me limitaré a citar solamente algunos de los aspectos que personalmente considero más necesarios e importantes.

En primer lugar, creo que debe resultar muy difícil ser feliz si uno/a no goza de paz interior; es decir del equilibrio que le viene dado por la moderación, la discreción y el autocontrol. Estaríamos hablando de la “sofrosine” para los griegos y de la “sobrietas” (sobriedad) para los romanos. No sé si tiene cabida aquí, pero yo traería también a colación las palabras de la Santa de Ávila “Solo Dios basta” (sin pretender impregnarlo de un sentido religioso, ni mucho menos).

Tampoco creo que debe ayudar mucho a conseguir la felicidad personal el hecho de intentar aislarse de los demás, como si estos fueran mis enemigos o, en el mejor de los casos, como si yo no tuviera que ver nada con ellos. De hecho, es bastante frecuente oír frases como, por ejemplo, “yo ya tengo bastante con lo mío”. En definitiva, es el “Caín” que, en mayor o menor medida, todas personas llevamos dentro de nosotros: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”, en respuesta a Yahvé, cuando le preguntó cuál era la suerte de su hermano Abel (Gen 4,9). También, ya en el siglo II a. C., Publio Terencio Africano lo dejaba entrever con las siguientes palabras: “Hombre soy, nada humano me es ajeno”. Y, si nos remontamos al Antiguo Testamento, lo que le dice Yahvé a Moisés al ver la esclavitud de Israel por parte del pueblo egipcio: “Su clamor ha llegado hasta mí” (Ex 3,7-8). Y ya en el Nuevo Testamento, el propio Jesús nos recuerda que no son las creencias, los cumplimientos ni los ritos los que hacen buena, y feliz, por tanto, a la persona; sino la acción solidaria con el dolorido y maltratado (parábola del Buen Samaritano: Lc 10,29-37).

Como última realidad, tampoco creo que el sentido de avaricia y de poseer cuanto más, mejor, sea un factor que nos ayude a ser más felices. También el Evangelio dice algunas cosas sobre esto: “¿De qué le sirve al hombre todo, si pierde su vida? ¿O qué puede dar a cambio de la vida?” (Mt 16,26). O aquella otra parábola del hombre insensato: “Tiraré mis graneros, construiré otros nuevos, almacenaré la cosecha tan grande que he tenido y me dedicaré a vivir…” (Lc 12,18). ¿Qué pasa cuando toda la felicidad la has puesto únicamente en lo económico y de, golpe, te viene un contratiempo muy difícil que no te esperabas?

Por tanto, bienvenido sea el día internacional de la felicidad: pero no cualquier tipo de felicidad ni a cualquier precio.

Juan Zapatero Ballesteros

Fuente Fe Adulta

Espiritualidad ,

“Ranking de felicidad”, por José Arregi

Sábado, 8 de abril de 2017
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33680600101_6568a61d99_zLeído en su blog:

No sabía que la ONU, hace cinco años, hubiese instaurado el 20 de marzo como día internacional de la felicidad. Un día más dedicado a lo que nos falta, como todos los “días de” algo. El día de la felicidad de la que carecemos y que todos buscamos como el bien más preciado y sin precio. ¿De qué nos sirve tenerlo todo si no somos felices? ¿Y quién no daría gustosamente todo lo que tiene a cambio de serlo?

Claro que la felicidad plena no existe, si bien a veces se encuentran personas que se dicen plenamente felices (¡dichosas ellas!). Quien pretenda ser plenamente feliz se vuelve infeliz y hace infelices a los demás. Pero todos querríamos –y podríamos– ser más felices. Cómo ser suficientemente felices o serlo un poco más: he ahí la cuestión.

Algo puede enseñarnos al respecto el Informe Mundial de Felicidad 2017 que la ONU acaba de publicar, como lo viene haciendo desde 2012, con ocasión del día de la felicidad.

Noruega es el país más feliz, seguido de Dinamarca, Islandia, Suiza y Finlandia; luego vienen Holanda, Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Suecia. Junto a ellos, tan cerca y tan lejos, están los países más infelices, por orden descendente, me entristece nombrarlos: Ruanda, Siria, Tanzania, Burundi y República Centroafricana, la más infeliz. España se encuentra en el puesto 34; Francia, en el 31.

No es difícil adivinar los indicadores tenidos en cuenta por la ONU para medir la felicidad: ingreso per cápita, salud, expectativa de vida, libertad y libertades, generosidad, apoyo social, y ausencia de corrupción en las instituciones privadas y públicas. Son cosas bien importantes, y todos los países debieran aspirar y acceder a ellas. Pero no nos revelan el último secreto de la felicidad. Esos factores no son suficientes para que un país o una persona sean felices, y me atrevería a decir que no son esos los elementos más decisivos para serlo de verdad.

De hecho, es muy distinto el último ranking de felicidad elaborado por la Consultora Win/Gallup International Association en 2106, basándose en las respuestas de la gente a una pregunta: “En general, ¿se siente personalmente muy feliz, feliz, ni feliz ni infeliz, infeliz o muy infeliz?”. El país más feliz resultó ser Colombia. Y en el informe elaborado por el Instituto DYM a finales del 2015, el continente más feliz resulta ser ¡África! Y el más infeliz… Europa, sí, Europa con sus países nórdicos y su PIB y su Mediterráneo.

Estos resultados no son más contradictorios que el propio sentimiento de felicidad, tan difícil de precisar y medir. La felicidad es más que la mera euforia vital que pudiéramos sentir inyectándonos serotonina o dopamina. Depende mucho más de las expectativas que de la situación objetiva. Por supuesto, nadie debiera tener que vivir con un euro al día, pero lo cierto es que muchos logran ser felices con eso, y más cierto aun que muchos son más infelices cuanto más poseen. Deberíamos medir el progreso por la Felicidad Nacional Bruta más que por el PIB, como hace Bután, el único país.

Pero me temo que los rankings dificultan más que ayudan la felicidad. Hacen que el de arriba sufra porque puede bajar, y que el de abajo sufra porque no puede subir. No es más feliz quien tiene más, sino quien necesita menos o se conforma con lo que tiene.

Oigo cada día a nuestros gobernantes que debemos ser más competitivos. Es cierto que no podremos crecer y triunfar sin ser competitivos, pero más cierto aun que no podremos ser felices ni hacer una sociedad más feliz mientras sigamos empeñados en competir, crecer y triunfar, siempre a costa de otros, siempre creando rankings de riqueza y de pobreza. ¿Puede alguien ser feliz en Noruega o en España mirando de frente la miseria de África, o esquivando la mirada? No sería una felicidad indecente y cruel. No sería verdadera felicidad, sino violencia o engaño.

Solo la persona que abandona todo anhelo y obra sin intereses, libre del sentido del ‘yo’ y de ‘lo mío’, alcanza la paz, como enseñó el Bhagavad Gîta hindú hace 2300 años. Jesús de Nazaret lo dijo a su manera: “Bienaventurados los humildes, los mansos, los misericordiosos, los artesanos de paz. Bienaventurados los pobres solidarios de los pobres”. Él soñó y creyó en un mundo sin competitividad, y lo llamó “Reino de Dios”: un mundo justo, fraterno y feliz, un mundo sin rankings. ¿Lo soñamos todavía?

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