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“Ultraderechas católicas: ¿Son católicas o jansenistas?”, por José Ignacio González-Faus

Jueves, 28 de septiembre de 2023
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De su blog Miradas Cristianas:

“Esas derechas hoy pretenden destruir el esfuerzo misionero de Francisco”

“Todas esas derechas extremas, tanto de Francia como de España y que tanto presumen de católicas, son en realidad un resto de jansenismo”

“En el s. XVIII esas derechas destruyeron la mayor oportunidad misionera de toda la historia, en China e India. Hoy pretenden destruir el esfuerzo misionero de Francisco”

“Me atrevo a pedir a muchos políticos sedicentes católicos (y a algunos obispos) de hoy en día, que miren si algo de lo dicho puede ayudarles a preguntarse si creen efectivamente en el Dios revelado por Jesucristo o en el Dios de la religiosidad humana”

En este mismo portal habló alguien hace poco del “anticristianismo” de Vox. De entrada pediría que nadie se escandalice por ese tipo de acusación: Yo mismo escribí una vez a otro respecto (en el librito Después de Dios) un capítulo titulado “Catolicismo no cristiano”. Y vale la pena recordar que, en la primitiva polémica católico-protestante, ambos acusaban al otro de deformar el cristianismo: los unos por reducirlo tanto que lo privaban de muchos elementos cristianos; los otros por ampliarlo tanto que le añadían mil cosas no cristianas. De modo que se dijo que lo que separaba a ambos era solo una “y”: donde los protestantes decían “solo esto”, los católicos replicaban “esto y lo otro” (y el ejemplo de fe o fe y obras no es el único).

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Quizá pueda contribuir a explicar un poco esa acusación tan dura a nuestras derechas, la siguiente tesis de la que me siento muy convencido: todas esas derechas extremas, tanto de Francia como de España y que tanto presumen de católicas, son en realidad un resto de jansenismo. Esto quisiera explicar aquí.

El jansenismo es una herejía del s. XVIII que tuvo un increíble poder en la Iglesia. Aunque el nombre viene del obispo belga Cornelio Jansenio (latinización de Janssens), este murió antes de que estallara el conflicto. De modo que el verdadero padre del jansenismo sería más bien el abad francés de Saint Cyran, discípulo del anterior.

La enseñanza de Jansenio era un agustinismo exagerado y deforme. Afirmaba haber leído más de cinco veces a san Agustín (yo solo puedo presumir de haber leído una vez la obra de Jansenio: Augustinus; y bastante me costó). Y sostenía que las últimas obras de Agustín son las que reflejan mejor su pensamiento, como fruto de su madurez. Pero el hecho es que, ya en el s. V, esas obras últimas de Agustín habían creado muchos problemas en las iglesias nacientes de entonces: se las consideraba como hijas de un hombre ya anciano y pesimista, derrotado por la catástrofe histórica de sus últimos años. En realidad, Agustín es un genio hablando de la gracia y a veces roza la herejía cuando habla del pecado: no logró liberarse plenamente de toda la experiencia negativa de su vida anterior.

IMG_0563Jean-Ambroise du Vergier de Hauranne, abbé de Saint-Cyran,

Si hubiese que resumir aquí el contenido del jansenismo diría que es un enorme fervor religioso ante un Dios que no es el Dios de Jesús. Por eso no es un Dios de todos sino una especie de “propiedad privada” de aquellos que dicen creer en Él y servirle. Agustín calificaba a la humanidad como “una multitud condenada” (“massa damnata”). Y Dios es, por supuesto, justo y misericordioso; pero su misericordia es para salvar solo a los que le sirven y su justicia para condenar a todos los demás. Ante ese Dios sin corazón fue como surgieron en aquellos días devociones al “corazón de Jesús”, o religiosas “del sagrado corazón” etc.

Este modo de ver daba a los jansenistas un gran sentimiento inconsciente de superioridad, que les permite despreciar a los que no son como ellos. Y es importante subrayar otra vez el papel que juega aquí la ausencia de Jesús: nos hemos acostumbrado a hablar de un “Cristo” sin Jesús, una especie de unción divina sin rostro, y que sirve para absolutizar a todos los que lo invocan, sin necesidad de seguirle a fondo. Los jansenistas nunca aceptarían aquel precepto de Jesús: “amad a vuestros enemigos para que seáis hijos de vuestro Padre”. A lo más, intentarían amar al enemigo personal del propio bando. La gracia divina es entonces una especie de privilegio antifraterno que no conduce al “olvido de sí” sino al olvido (o desprecio) de los demás.

Eran conservadores en lo político: partidarios de las regalías (o privilegios del monarca), contrarios a la independencia de las colonias sudamericanas… Pero, sobre todo, atacaron muy duramente los procedimientos misioneros inculturadores en China e India, que estaban teniendo un éxito enorme y que los jansenistas consiguieron abortar: si un misionero escribía que China era “un pueblo muy bendecido por Dios” le acusaban de negar al Dios verdadero. Y si en la India suprimían el rito de la sal en los bautizos, los acusaban de infieles a la Iglesia. Solo 200 años después, Pío XII reconoció que los misioneros tenían razón, y el cardenal Tisserant confesó que aquellos fueron “los días más tristes en la historia de las misiones”. Si hoy China e India no son mucho más cristianas, eso se debe en muy buena parte a los jansenistas.

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Comunidad cisterciense de La Abadía de Port Royal des Champs

Por otro lado es innegable que, en los inicios hubo, tanto en Janssens como en Saint Cyran, un intenso deseo de renovación de la Iglesia que fue llevando a los jansenistas a un enorme poder en la curia romana y a unos procedimientos no precisamente transparentes. Es conocida la frase que corrió ya entonces sobre las monjas de Port-Royal: puras como ángeles y soberbias como demonios; y que parece un remedo de la actitud de Jesús ante los fariseos, que eran cumplidores de la ley como santos, y enemigos de los demás como demonios. Porque esas mismas monjas tan puras, cuando les pidieron que aceptaran el primer texto de Roma contra algunas afirmaciones jansenistas, se negaron a firmar alegando que ellas eran unas pobres ignorantes que no sabían nada de teología, y que no podían firmar una cosa que no entendían…

Tras esta rápida presentación, me atrevo a pedir a muchos políticos sedicentes católicos (y a algunos obispos) de hoy en día, que miren si algo de lo dicho puede ayudarles a preguntarse si creen efectivamente en el Dios revelado por Jesucristo o en el Dios de la religiosidad humana: si creen que Dios es un Dios de todos, que solo Él conoce la bondad o maldad de nuestros corazones, que el amor al prójimo (aunque no sea de mi partido) es el resumen de toda la moral cristiana, y que Jesús, que intentó hablar y actuar siempre para transparentar a Dios, fue acusado de blasfemo y amotinador. El hecho de que un obispo (¡norteamericano!) escriba una carta pastoral contra algunas reformas de Francisco y termine proclamando: “seamos descaradamente católicos”, significa en realidad: “seamos sectariamente católicos”. Y ya sabemos que secta significa parcialidad y lo católico significa universalidad.

IMG_0560También es fácil comprender que los jansenistas de hoy sean necesariamente enemigos acérrimos de Francisco. Y aquí vendrá bien recordar que una de las víctimas del primer jansenismo fue san Vicente de Paul, a quien acusaban porque auxiliaba a los remeros de las galeras en vez de bautizarlos (sin caer en la cuenta de que Jesús curaba muchas veces de esa misma manera). Por eso quizá sea bueno recordar a todos los que hoy se sienten víctimas de obispos “jansenistas”, que la paciencia de Vicente de Paul perdura hoy en día como ejemplar y canonizada. Mientras que de sus acusadores nadie se acuerda: porque es con esa paciencia difícil, y a veces mártir, como se ganan muchas batallas, en la historia y en la vida cristiana.

  N.B. Una ampliación de lo aquí dicho, con citas directas de los jansenistas, puede verse en el capítulo 4, (pgs. 289-332) de Plenitud humana. Reflexiones sobre la bondad.

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Carta apostólica ‘Sublimitas et misericordia hominis’ sobre Blaise Pascal, un pensador genial y atento a los pobres

Viernes, 14 de julio de 2023
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IMG_2188Grandeza y miseria del hombre: la paradoja del pensamiento de Blaise Pascal

El Papa Francisco dedicó su Carta Apostólica ‘Sublimitas et miseria hominis‘ a la obra del filósofo y teólogo francés, en el cuarto centenario de su nacimiento

“Si Blaise Pascal es capaz de conmover a todo el mundo,es porque habló de la condición humana de una manera admirable. Sería engañoso, sin embargo, ver en él solamente a un especialista en moral humana, por muy brillante que fuera. El monumento formado por sus Pensamientos, algunas de cuyas fórmulas aisladas se han hecho célebres, no puede ser verdaderamente comprendido si se ignora que Jesucristo y la Sagrada Escritura son a la vez el centro y la clave”, señala el Papa en su carta apostólica

“Llegado a este punto, Pascal, que ha escudriñado con la increíble fuerza de su inteligencia la condición humana, la Sagrada Escritura e incluso la tradición de la Iglesia, pretende proponerse con la sencillez del espíritu de infancia como humilde testigo del Evangelio; es ese cristiano que quiere hablar de Jesucristo a los que se apresuran a declarar que no hay ninguna razón sólida para creer en las verdades del cristianismo. Pascal, al contrario, sabe por experiencia que lo que dice la Revelación no sólo no se opone a las exigencias de la razón, sino que aporta la respuesta inaudita a la que ninguna filosofía habría podido llegar por sí misma”

“Infatigable buscador de la verdad”, “pensador brillante”, “atento a las necesidades materiales de todos”, “enamorado de Cristo”, “cristiano racionalidad fuera de lo común” y de “inteligencia inmensa e inquieta”. Estas son algunas de las definiciones del filósofo y teólogo francés Blaise Pascal que el Papa Francisco ofrece en su Carta Apostólica Sublimitas et miseria hominis, escrita con motivo del cuarto centenario del nacimiento del hombre que también fue matemático y físico, y publicada hoy, día del aniversario.

“Grandeza y miseria del hombre”, explica el Papa, forman la paradoja que está en el centro de la reflexión y del mensaje de Pascal, que nació el 19 de junio de 1623 en Clermont, en el centro de Francia, y murió con sólo 39 años, el 19 de agosto de 1662, en París.

La antigua pregunta del alma: “¿Qué es el hombre?”

Desde niño y durante toda su vida, recuerda Francisco, “buscó la verdad” y con la razón “rastreó sus signos, especialmente en los campos de las matemáticas, la geometría, la física y la filosofía”. ” Realizó descubrimientos extraordinarios desde muy tierna edad”, pero no se detuva allí , y en un siglo de grandes progresos científicos, “acompañados de un creciente espíritu de escepticismo filosófico y religioso”, Blaise Pascal “se mostró como un infatigable buscador de la verdad”, siempre “inquieto”, atraído por “nuevos y más amplios horizontes”. Por eso no pudo acallar la antigua pregunta del alma humana, relatada por el salmista: “¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?”. “Una nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada”, escribió en una meditación recogida en sus Pensamientos, un “conjunto de fragmentos publicados póstumamente, que son las notas o borradores de un filósofo impulsado por un proyecto teológico”.

No se cierra a los demás ni siquiera en la última enfermedad

Su actitud básica, según el Pontífice, es de “asombrada apertura a la realidad”, lo que le lleva a abrirse a otras dimensiones del conocimiento, pero también a la sociedad. Pascal, por ejemplo, ideó en París, en 1661, “el primer sistema de transporte público de la historia, los ‘Carruajes de cinco centavos’”. Y “ni su conversión a Cristo”,  “ni su extraordinario esfuerzo intelectual en defensa de la fe cristiana”, subraya el Papa Francisco, “lo convirtieron en una persona aislada de su época”. Tan atento a los problemas sociales que no se cerró “a los demás ni siquiera en la hora de su última enfermedad”.

Uno de sus biógrafos recoge estas palabras suyas, que, comenta el Papa, “expresan la etapa final de este camino evangélico”: “Si los médicos dicen verdad y Dios permite que salga de esta enfermedad, estoy resuelto a no tener más ocupaciones ni otro empleo del resto de mis días que el servicio de los pobres”. “Es conmovedor, escribe Francisco, constatar que, en los últimos días de su vida, un pensador tan brillante como Blaise Pascal no viera mayor urgencia que dedicar su energía a las obras de misericordia: «El único objeto de la Escritura es la caridad»”.

Acompaña nuestra búsqueda de la verdadera felicidad

El Pontífice, con su Carta, pretende “poner en evidencia lo que, en su pensamiento y en su vida, considero apropiado para estimular a los cristianos de nuestro tiempo y a todos nuestros contemporáneos de buena voluntad en la búsqueda de la verdadera felicidad”, porque Pascal, cuatro siglos después, “sigue siendo para nosotros el compañero de camino que acompaña nuestra búsqueda de la verdadera felicidad y, según el don de la fe, nuestro reconocimiento humilde y gozoso del Señor muerto y resucitado”.

Porque “habló de la condición humana de una manera admirable”, pero no sólo como especialista en costumbres humanas, sino como hombre que puso a Jesucristo y a la Sagrada Escritura en el centro de su pensamiento. En efecto, había llegado a la certeza de que, en palabras del filósofo, ‘no solamente no conocemos a Dios más que por Jesucristo, sino que no nos conocemos a nosotros mismos más que por Jesucristo’. Se trata de una afirmación “extrema”, pero no doctrinal, que el Papa Francisco aclara en el documento.

Fuera del amor, “no hay verdad que valga la pena”

Pascal, “hombre de inteligencia prodigiosa”, se preocupó de hacer saber a todos que “Dios y la verdad son inseparables”, pero también que “fuera de los objetivos del amor, no hay verdad que valga”. “No hacemos un ídolo con la verdad misma, porque la verdad sin la caridad no es Dios y es su imagen y un ídolo al que no hay que amar ni adorar”. El Papa está convencido de que “la inteligencia y la fe viva de Blaise Pascal, quien quería demostrar que la religión cristiana es ‘venerable porque ha conocido bien al hombre’ y ‘amable porque promete el verdadero bien’, pueden ayudarnos a atravesar las oscuridades y las desgracias de este mundo”.

Una mente científica excepcional

Francisco recuerda la infancia de Blaise, que perdió a su madre cuando sólo tenía 3 años, con su padre, jurista y matemático, quien, para ocuparse solo de la educación de sus tres hijos (también de sus hermanas Jacqueline y Gilberte), trasladó a la familia a París cuando Blaise tenía 9 años. Y ya entonces demostraba sólo teoremas geométricos, incluso antes de leerlos en los libros. “En 1642, a los diecinueve años”, escribe el Pontífice, “inventó una máquina de aritmética, antecesora de nuestras calculadoras”. Así, Pascal “nos recuerda la grandeza de la razón humana y nos invita a utilizarla para descifrar el mundo que nos rodea”. Su “espíritu de geometría”, práctica confiada de la razón natural, “lo hacía solidario con todos sus hermanos en busca de la verdad, le permitirá reconocer los límites de la inteligencia misma y, al mismo tiempo, abrirse a las razones sobrenaturales de la Revelación”. En sus Pensamientos relata una paradoja: “Le ha costado tanto a la Iglesia demostrar que Jesucristo era hombre contra aquellos que lo negaban, como demostrar que era Dios; y las posibilidades eran igualmente grandes”.

Tenía la certeza sobrenatural de la fe

El amor apasionado de Pascal a Cristo y el servicio a los pobres, “no eran el signo de una ruptura en el espíritu de este discípulo audaz”, continúa el Papa Francisco, “sino el de una profundización hacia la radicalidad evangélica, una progresión hacia la verdad viva del Señor, con la ayuda de la gracia”. Tenía la certeza sobrenatural de la fe y “la veía tan acorde con la razón, aunque infinitamente superior a ella”, y sobre esto discutía animadamente con quienes no la poseían. A ellos, escribía, “nosotros sólo podemos dársela por razonamiento, en espera de que Dios se la dé por sentimiento de corazón”. Pascal admiraba la sabiduría de los antiguos filósofos griegos, pero subrayaba que “la razón por sí sola no puede resolver los interrogantes más elevados y urgentes”.

El tema del sentido integral de nuestra vida

El Papa recuerda que el tema que más interesaba al hombre de su tiempo y también de hoy es “el del sentido pleno de nuestro destino, de nuestra vida y de nuestra esperanza, el de una felicidad que no está prohibido concebir como eterna, pero que sólo Dios está autorizado a conceder”. En los Pensamientos encontramos el principio fundamental de que “la realidad es superior a la idea”, y debemos recordarlo, escribe Francisco, hoy que ” las ideologías mortíferas que continuamos padeciendo en los ámbitos económico, social, antropológico y moral mantienen a quienes las siguen dentro de burbujas de creencia donde la idea ha reemplazado a la realidad”.

Ante su miseria, el hombre busca la distracción

Hablando, siempre por paradoja, de la condición humana, Pascal recuerda, con realismo, según el Pontífice, que “hay una desproporción insoportable, por una parte, entre nuestra voluntad infinita de ser felices y de conocer la verdad; y, por otra, nuestra razón limitada y nuestra debilidad física, que conduce a la muerte”. Que “nos amenaza a cada instante” y que es “el final que espera a la vida más bella del mundo”. Por eso el hombre no puede “permanecer solo en sí mismo”, porque “su miseria y la incertidumbre de su destino son insoportables“. Debe distraerse, y de aquí se deduce ” “que a los hombres les guste  tanto el bullicio y el movimiento”. Lo hace con el trabajo, el ocio, las relaciones familiares o las amistades, pero también, por desgracia, con los vicios. Así experimenta su dependencia, su vacío y también el tedio, la tristeza y la desesperación.

El abismo de la condición humana sólo puede ser colmado por Dios

“Un abismo infinito” define el filósofo esta condición humana, que “sólo puede ser llenado por un objeto infinito e inmutable, es decir, por el mismo Dios”. El hombre es al mismo tiempo, para Pascal, ” Juez de todas las cosas, indefenso gusano, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y desecho del universo”. Opuestos irreconciliables para la razón humana. ‘Las grandezas y miserias del hombre son tan evidentes, leemos en Pensamientos, que es necesariamente preciso que la verdadera religión nos enseñe que hay algún gran principio de grandeza en el hombre y que hay un gran principio de miseria’. Es preciso además que nos explique esas asombrosas contradicciones”.

Así, Pascal, que ” ha escudriñado con la increíble fuerza de su inteligencia la condición humana, la Sagrada Escritura e incluso la tradición de la Iglesia”, para el Papa Francisco “pretende proponerse con la sencillez del espíritu de infancia como humilde testigo del Evangelio”. Es ese cristiano que “quiere hablar de Jesucristo a los que se apresuran a declarar que no hay ninguna razón sólida para creer en las verdades del cristianismo”, porque sabe “que lo que dice la Revelación no sólo no se opone a las exigencias de la razón, sino que aporta la respuesta inaudita a la que ninguna filosofía habría podido llegar por sí misma”.

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La experiencia mística de la “Noche de Fuego”

En la carta apostólica, el Papa analiza a continuación la experiencia mística de la “Noche de fuego” del 23 de noviembre de 1654, tan intensa y decisiva que Pascal la anotó en un pedazo de papel, el “Memorial”, que había cosido en el forro de su abrigo, y que fue descubierto después de su muerte. Define su encuentro por analogía con el experimentado por Moisés ante la zarza ardiente. “Sí, nuestro Dios es alegría”, comenta Francisco, ” y Blaise Pascal lo testimonia a toda la Iglesia y a todo el que busca a Dios”. “No es el Dios abstracto o el Dios cósmico”, escribe el filósofo y teólogo francés, sino que es “el Dios de una persona, de una llamada, el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, el Dios que es certeza, que es sentimiento, que es alegría”.

Esa noche Pascal experimenta “el amor de este Dios personal, Jesucristo”, que lo lleva “por el camino de la conversión profunda y, por tanto, de la ‘renuncia total y dulce’”,  vivida el amor, al que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia”. Antes de esa noche, Pascal no duda de la existencia de Dios, lo que le falta, escribe Gouhier, “y lo que espera, no es un conocimiento sino un poder, no una verdad sino una fuerza”. Que le es dada, aclara el Pontífice, “por la gracia”.

Pascal y la razonabilidad de la fe en Dios

A continuación, el Papa Francisco cita a Benedicto XVI, quien recordó cómo ” la tradición católica, desde el inicio, ha rechazado el llamado fideísmo, que es la voluntad de creer contra la razón”, y Pascal está profundamente apegado a la “razonabilidad de la fe en Dios”. “Pero si la fe es razonable, también es un don de Dios y no puede imponerse: ‘No se demuestra que debamos ser amados sometiendo a método las causas del amor; sería ridículo’”, observa Pascal con la finura de su humor. Como recordaron los padres conciliares en la declaración Dignitatis humanae, Jesús dio testimonio de la verdad, pero “no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían”.

Conocemos la realidad no sólo con la razón, sino también con el corazón

Aunque la fe sea de un orden superior a la razón, aclara a continuación el Papa, “esto no significa ciertamente que se oponga a ella, sino que la supera infinitamente”. Leer la obra de Pascal, por tanto, “es ponerse en la escuela de un cristiano con una racionalidad fuera de lo común, que tanto mejor supo dar cuenta de un orden establecido por el don de Dios superior a la razón”. El filósofo analiza también la “inteligencia intuitiva”, que está conectada con lo que llama “corazón”: “Conocemos la verdad -escribe- como el hecho de que el Dios que nos hizo es amor, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se encarnó en Jesucristo, que murió y resucitó para nuestra salvación, no se pueden demostrar por la razón, pero pueden ser conocidas por la certeza de la fe, y pasan entonces del corazón espiritual a la mente racional, que las reconoce como verdaderas y puede a su vez exponerlas”. Pascal, subraya a continuación el Pontífice, “nunca se resignó a que algunos de sus hermanos en humanidad no sólo no conocieran a Jesucristo, sino que desdeñaran tomarse en serio el Evangelio”, y establece, escribe, “una gran diferencia entre los que se afanan con todas sus fuerzas por conocerlo, y los que viven sin preocuparse ni pensar en ello“.

La disputa teológica entre Jansenistas y Jesuitas

Para concluir, el Papa Francisco analiza la relación de Pascal con el jansenismo. Recuerda que Jaqueline, una de las hermanas, había entrado en la vida religiosa en Port Royal, “en una congregación cuya teología estaba fuertemente influenciada por Cornelius Jansen”. Y que Pascal fue a hacer un retiro a la abadía de Port Royal. Cuando, en los meses siguientes, surgió en la Sorbona una importante controversia, que oponía a los jesuitas con los “jansenistas”, sobre la cuestión de la gracia de Dios y sobre la relación de la gracia con la naturaleza humana, en particular con el libre albedrío, el filósofo, que no era partidista, recibió el encargo de los jansenistas de defenderlos. Lo hizo, entre 1656-57, publicando dieciocho cartas, conocidas como Provinciales. El Papa comenta que algunas de sus afirmaciones, relativas, por ejemplo, a la predestinación, tomadas de la teología del último San Agustín, “no parecen correctas”.

La justa crítica al pelagianismo

Pero añade que “al igual que san Agustín había tratado de combatir a los pelagianos en el siglo V, que afirmaban que el hombre puede, por sus propias fuerzas y sin la gracia de Dios, hacer el bien y salvarse, Pascal pensaba sinceramente estar atacando entonces al pelagianismo o semipelagianismo, que creía identificar en las doctrinas seguidas por los jesuitas molinistas” (llamados así por el teólogo Luis de Molina). “Reconozcámosle la franqueza y la sinceridad de sus intenciones” es la invitación de Francisco. Que no quiere “volver a abrir la cuestión”, pero subraya que “la justa advertencia en las posiciones de Pascal sigue siendo válida para nuestro tiempo: el neo – pelagianismo, que haría depender todo ‘del esfuerzo humano encauzado por normas y estructuras eclesiales’” nos intoxica “con la presunción de una salvación ganada con nuestras fuerzas”. Y que la última posición de Pascal, antes de su muerte, respecto a la gracia, “y en particular al hecho de que Dios ‘quiere que todos los se salven y lleguen al conocimiento de la verdad'” es “perfectamente católica”.

El deseo de morir en compañía de los pobres

Finalmente, cuando compuso su magnífica Oración para pedir a Dios el buen uso de las enfermedades, en 1659, “Pascal era un hombre pacificado, que ya no se dedicaba a la polémica, ni tampoco a la apologética”. Estando a punto de morir, escribe su biógrafo, “ tenía un gran deseo de morir en la compañía de los pobres”. Después de recibir los Sacramentos, sus últimas palabras fueron: “«¡Que Dios no me abandone jamás!”. El deseo del Pontífice es que “su obra luminosa y los ejemplos de su vida, tan profundamente sumergida en Jesucristo”, nos puedan ayudar a seguir hasta el final el camino de la verdad, la conversión y la caridad”.

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