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¿Felices o saciados?

Domingo, 17 de febrero de 2019
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Lc-620-26Lc 6, 17.20-26

Si leemos el evangelio de este domingo, como si no lo conociéramos, como si fuera la primera vez que llega a nuestras manos, posiblemente nos asombraría su alegría y desenfado. Su lenguaje es directo, concreto y positivo.

Nuestro asombro crecerá aún más si somos capaces de recordar el contexto en el que se escribió. Recordemos también a esas primeras comunidades cristianas que son excluidas, silenciadas, que no tienen ninguna relevancia social ni religiosa e incluso son perseguidas.

¿Cómo es posible que estos hermanos y hermanas logren transmitirnos su testimonio de alegría, de sentirse afortunados, dichosos? Es más, ¿cómo nos explicamos que esta sea su experiencia más profunda? Posiblemente es difícil para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, que ponemos tantas condiciones y necesitamos tantas seguridades para sentirnos felices.

Las palabras del texto, sus detalles, nos pueden ayudar a descubrir el mensaje que nos trae el evangelio de hoy.

Jesús, ha bajado del monte, de su encuentro con Dios y “levanta los ojos”, mira a sus discípulos, a las numerosas personas que le siguen de todas las aldeas y ciudades. Y al mirarlos, lo que se le ocurre es llamarlos DICHOSOS.

No les dice lo que deben hacer para serlo, que hubiera “enganchado” con los oyentes. Proclama, grita, que “son dichosos”. Y para que no quede duda, añade dos cosas que nos pueden desconcertar aún más: son dichosos AHORA, en presente. Es distinto a “llegarán a serlo”; tampoco les dice eso de “aguanten que luego…”

Y lo son porque son pobres, hambrientos, tienen lágrimas en los ojos…  esta es su situación y, en esta situación Jesús manifiesta que son felices. ¿Cómo mira Jesús la realidad de los que le rodean? ¿En qué descubre que suyo es el Reino de Dios? ¿Con qué fuerza lo dice para que los que le escuchan sientan que está expresando su experiencia más honda?

¡La dicha es estar con Él! Sentirse de los suyos, confiar en su amor, sentir su cercanía…  ¿No hemos tenido cada uno de nosotros experiencias similares? ¿No nos hemos sentido dichosos y dichosas en medio de dificultades, críticas, incomprensiones, enfermedades propias o sufrimientos por personas muy queridas? ¿No hemos sentido que más allá de todo eso hay una persona, un amor, una confianza sin medida?

Esta es la fe que nuestros primeros hermanos quieren transmitirnos. Creer en Jesús, confiar en su salvación y su amor, es  fuente de dicha y felicidad, es experimentar ya otro tipo de amor, de relaciones con Dios y con los hermanos.

Y, por si aún nos quedan dudas,  Lucas, muy didáctico, añade lo que en ningún caso son signos de estar en el camino de la felicidad que da el Reino, de la dicha que da el seguir a Jesús: sentirse saciados, pasarlo siempre bien, que todos hablen bien de nosotros…

Es como si nos dijera: ¡Cuidado con buscar el camino que os prometían ayer los entendidos de la Ley, o la publicidad barata o facilona hoy! Si os sentís saciados, si reís, si no aspiráis a nada más que lo logrado, si todos hablan bien de vosotros… ¡Lloraréis y lo pasaréis mal!

La dicha del Reino no consiste en estar saciados, sino en buscar más: más paz, más justicia, más alegría para todos… ¡porque sabemos que es posible! No consiste en que “lo pasemos bien”, al contrario, lloramos y sufrimos por muchos y por muchas personas y situaciones… La dicha del Reino no se expresa en que todos hablen bien de nosotros, al contrario, apenas nos entenderán, nos pasarán por delante, se burlarán de nosotros, nos excluirán porque con nuestra forma de pensar –la de Jesús– somos una amenaza…

Pero, sin saber muy bien cómo, sin que sea una empresa a conquistar o unas virtudes a conseguir, ahí, en la realidad que vivimos AHORA somos dichosos y nada, ni nadie nos quitará esta alegría, porque sus claves no están en lo que pasa ni en lo que nos pasa.

La clave es la persona de Jesús, nuestra fe en él, nuestra vinculación con él. Todo lo demás, se nos dará por añadidura. Y se nos dará hoy, ahora… ¿nos lo creemos? ¿desbordamos y contagiamos alegría?

El evangelio de hoy no nos trae un programa moral, ni una explicación teórica sobre la felicidad, nos acerca la experiencia de los primeros cristianos que han encontrado en Jesús su alegría y nos recuerdan que estamos invitados a vivir su misma experiencia. ¿Nos atrevemos?

Mª Guadalupe Labrador. fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Felicidad y pobreza

Domingo, 17 de febrero de 2019
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806448Domingo VI del Tiempo Ordinario

Lc  6, 17.20-26

En Lucas, las llamadas “bienaventuranzas” las proclama Jesús en el “llano” –en Mateo, por motivos teológicos, será en la “montaña”–, se reducen a cuatro –en Mateo serán ocho–, se centran en situaciones que están viviendo los discípulos –en Mateo se hablará de actitudes– y van acompañadas de las mal llamadas “malaventuranzas”.

A los discípulos, que son pobres, pasan hambre, lloran y son perseguidos se les llama “bienaventurados” (dichosos) porque esa situación va a cambiar. Por el contrario, se advierte seriamente a quienes ahora gozan de riqueza, de dicha y de aplauso social, equiparándolos a los “falsos profetas”.

Empecemos por el final. En la tradición bíblica, los “falsos profetas” buscan su propio beneficio. Eso les lleva a pronunciar una palabra que no busca la verdad, sino contentar a quienes los escuchan, sean el rey o el pueblo, para obtener reconocimiento y prebendas de todo tipo. Se comprende que, para quienes son perseguidos por ser fieles, la figura del “falso profeta” aparezca particularmente detestable.

El mensaje de las Bienaventuranzas es parcial: muestra a un Dios que toma partido a favor de los pobres y los que sufren. Otra cosa es que, en la vida cotidiana, esto no parezca producirse. Tal vez ese haya sido el motivo por el que se ha proyectado la dicha o felicidad al “más allá” de la muerte. En realidad, plantear la dicha en clave de “recompensa” conduce a un callejón que no tiene salida. Si hubiera que leerla literalmente, el lector se preguntaría por qué Dios no actúa inmediatamente y realiza lo que la bienaventuranza promete.

La lectura adecuada parece ser otra y se desdobla en dos direcciones: por un lado, “pone en valor” la dignidad y la primacía del pobre; por otro, como luego vería Mateo, advierte que es imposible la felicidad mientras no adoptemos la pobreza –desapropiación, desidentificación del yo– como actitud básica en la que sustentar nuestra existencia.

El pobre es no-separado de mí. Solo la comprensión vivencial de este hecho, que implica una radical transformación de la consciencia, hará eficaz el compromiso a favor de la justicia, de la igualdad y del reconocimiento de todo ser humano. Únicamente el compromiso que nace de la comprensión es genuinamente transformador.

Ser pobre es vivir la desapropiación. La creencia que nos identifica con el yo o ego nos convierte en personas egocentradas, girando en torno a nosotros mismos, en la búsqueda ansiosa de aquello en lo que hemos proyectado nuestra supuesta felicidad: bienes, poder, imagen… Sin embargo, todo ello promete lo que no puede dar, dando lugar a la “noria hedonista”, en la que la búsqueda de placer se convierte en fuente de sufrimiento, porque no hay forma de burlar el vacío y la insatisfacción cuando se liga la propia identidad a la idea del “yo”.

El sabio comprende que no es el yo. Y es esa comprensión la que, en medio de cualquier circunstancia, lo ancla en la ecuanimidad y la paz. Sabe que lo que somos se halla siempre a salvo. Y que podemos tener cosas –somos seres necesitados–, pero no ser esclavos de ellas.

El sabio es compasivo. Y esto es justamente lo que vemos en Jesús. La compasión marcó toda su existencia porque se vivía desde la comprensión de su (nuestra) verdadera identidad. Cuando se vive desde ahí, la compasión brota en gratuidad y de manera desapropiada. Y, en cierto modo, constituye el test definitivo de la vida espiritual. De ahí que el propio Jesús resumiera todo el secreto del comportamiento ético adecuado en una sola frase, tras relatar la parábola del “buen samaritano”: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37). No hay más principio moral.

¿Qué significa la pobreza para mí? ¿Cómo me posiciono ante ella?

Enrique Martínez Lozano

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Se trata de ser felices en la Vida

Domingo, 17 de febrero de 2019
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slide_1Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. SER FELICES –DICHOSOS – BIENAVENTURADOS.

El cristianismo no es para ser buenos desde una moralina barata o ritualismo fosilizado o un dogmatismo que huele a formol, sino que el cristianismo es para ser felices. La finalidad y la esperanza del cristianismo es que seamos felices y bienaventurados.
Jesús sana, confiere vida, salud, bienestar.

En la Bienaventuranzas (Lc 6,20-21; Mt 5,3-10), Jesús promete la plenitud y felicidad del Reino a los pobres, a los misericordiosos, a los que trabajan por la paz y la justicia, a los limpios de corazón.

Se puede decir que las Bienaventuranzas son la gran promesa de Cristo. Jesús nos llama a ser bienaventurados, felices. Es la promesa de Cristo. Esta promesa se inaugura en esta vida, en este mundo, aunque los hechos parezcan decir lo contrario. No es menos cierto que esa bienaventuranza de la humanidad se manifestará en la vida futura. Y ello es objeto de esperanza. La esperanza cristiana es vivir ya lo invisible que un día veremos cara a cara.

02. LA ESPERANZA NO ES OPTIMISMO.

Las ciencias, la política, el progreso, las previsiones, etc. confieren o pueden ofrecer bienestar a la humanidad, pero eso no es esperanza, al menos no son la esperanza cristiana absoluta. Qué duda cabe que es deseable que la medicina termine por curar el cáncer y que la humanidad progrese, que desaparezca el hambre, la injusticia, la incultura, etc.

La esperanza tampoco es optimismo por lo bien que van o me van las cosas. La esperanza comienza donde termina el optimismo. Una persona llega a ser adulto (no solamente viejo) cuando ya no se hace ilusiones en la vida, pero mantiene con vitalidad la esperanza. (Para un creyente en un funeral no hay lugar al optimismo, pero ahí “comienza la esperanza”).

Los humanos hemos de ser conscientes de que no está en su mano suprimir el sufrimiento humano ni la muerte. Los humanos sufriremos siempre por una razón u otra: sufrimos física o psíquicamente, los seres humanos morimos. El ser humano no puede solucionar por sí mismo ni el sufrimiento ni la muerte.

La ciencia, el pensamiento científico parece que lo puede todo en la historia humana, pero no es así.

La esperanza nace de la fe. El progreso, los logros científicos, los movimientos políticos, económicos, puede que sean buenos, pero son previsiones probables, pero no esperanza.
La esperanza brota de la fe que confía en un final bienaventurado que no está en las previsiones humanas, sino en las manos de Dios.

03. Nos quedan dos soluciones:

A. Aprender a vivir en la nada como nos enseñaba o pretendía Nietzsche: Mire usted: no existe nada, no hay nada más allá, no hay Dios, pero no importa, usted viva, coma, viaje, disfrute y muérase sin más, sin enterarse.

B. O nos queda la esperanza, la esperanza teologal, la esperanza en nuestro caso cristiana, que mira “más allá” de la historia y aguarda por naturaleza algo que no está en nuestra naturaleza, “algo” que es Dios.

Es mucha prepotencia y presunción eliminar la esperanza, las bienaventuranzas y el horizonte absoluto dejándolo en manos de una manifestación, o en manos de la Universidad o de un parlamento.

Las mediaciones históricas: política, ciencia, cultura, etc. son valiosas, pero no últimas.
Jeremías (1ª lectura) lo dice brutalmente: MALDITO quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza.

La esperanza es descansar esperar en Dios, lo cual confiere una profunda paz, al mismo tiempo que nos impele a un compromiso histórico.

04. ¿PESIMISMO?

Felices pobres.Cerezo 1ALGUNOS DATOS A TENER EN CUENTA

El pasado domingo el periódico DV, dedicaba sus cuatro primeras páginas al problema del suicidio, sobre todo en nuestra comunidad autónoma.

+ En el País Vasco se produce un suicidio cada dos días., lo que significa que en el País Vasco mueren por suicidio 190 personas al año.

+ El Obispo Uriarte decía hace unos -pocos- años que la segunda causa de muerte de la juventud en el País Vasco es el suicidio. La primera causa de muerte de la juventud es el accidente, montaña, tráfico, etc., la segunda el suicidio.

+ Cada año entre 3.600 y 3.700 personas se suicidan en España: esto supone 10 muertes al día: de las cuales 7 son hombres y 3 mujeres.

+ En la medida en que se puede saber, son 800.000 las personas que se suicidan al año en el mundo.

+ Hay que pensar que el índice de intentos de suicidio se debe multiplicar por 10. Quienes dejan de tomar la medicación, quienes toman una sobre dosis y sobreviven, algunos accidentes de tráfico son suicidios larvados…

+ En los últimos 50 años, el intento de suicidio ha aumentado en un 60% en el mundo.

DEPRESIÓN

Las causas de un suicido pueden ser múltiples, pero parece ser que detrás de todo suicidio hay que buscar una o algún tipo de depresión.

No es el momento ni es tarea sencilla definir qué sea una depresión. Vamos a quedarnos en que es la depresión se caracteriza por un hundimiento personal que conlleva a un estado de ánimo bajo y sentimientos de tristeza, asociados a alteraciones del comportamiento, del grado de actividad y del pensamiento. Todo ello implica desinterés por la vida, la familia, el trabajo, el pueblo, la cultura, etc. La depresión respondería a las preguntas: no tengo ganas de vivir … Total, ¿para qué voy a trabajar, para que me voy a esforzar, etc?

¿Bienaventurados los pobres, dichosos los limpios de corazón, felices los que trabajáis por la paz, la justicia?

Un poco zafiamente se puede decir que esta es una visión pesimista, que también hay gente buena, hay ONG que trabajan por el mundo, etc., lo cual es verdad, pero no soluciona nada la cuestión de la esperanza.

Aunque la gente no lo sepa, probablemente estamos en la situación que proponía Nietzsche. La nada nos invade y en la nada es muy difícil mantener en pie con sentido y con ética.

La nada “nihiliza” la existencia. La nada torna absurda la existencia. Podemos disfrutar de un poco de comida, otro poco de informática, otro poco de turismo, pero la nada se lo traga todo.

05. SEMBRAR ESPERANZA Y BIENESTA
R.

Probablemente evangelizar hoy en día –y siempre- sea sembrar esperanza, sanación, bienestar, confianza en la vida, en Dios.

La esperanza mira fundamentalmente al futuro absoluto del hombre a la luz de la Promesa. Dios y su Reino es el futuro del hombre, y la esperanza es la experiencia de Dios y su Reino como futuro.

¿La estructura jerárquica de nuestra iglesia de San Sebastián infunde esperanza y ánimo?

¿Esta situación eclesiástica diocesana siembra bienaventuranza y paz o, más bien, es un amasijo de prácticas religiosas, de proyectos inmobiliarios, de leyes, tensiones y odios?

Nos acogemos al papa Francisco que es hombre de esperanza.

Gracias a Dios

Tenía mucha razón el filósofo del siglo XX, M Heidegger:

Solamente Dios puede salvarnos

Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. (Salmo 26,2)

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