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Pedro Aranda Astudillo: Saludo tu dignidad, nuestra dignidad…

Viernes, 23 de abril de 2021
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1_saludoSaludar es dar salud, la salud es vivir en armonía. Desear salud a quién me dirija es abrir puertas para sintonizar… Un cálido saludo asemeja los sentimientos, cómo sentimos el compartir con los demás: de abrazos, de besos, de entrelazar las manos, de inclinarse en reverencia, dar “un buen día” a quién se me cruza en el camino. Dignificar la presencia del más próximo, también me dignifica.

La dignidad nos reviste de un “manto sagrado”, cada persona es un templo. Todas las sociedades, más allá de sus propias culturas, atestiguan que en cada persona habita la humanidad, todos comulgamos la misma sangre… No es filosofía, ni creencia. Vivimos la trasparencia de sernos semejantes con la riqueza infinita de diversidades, de complementarnos. Cada persona se nombra, su nombre es su pertenencia de sí mismo como debe ser en todo su obrar, es un “sujeto único” que camina por sí mismo. Se afirma por sí mismo y su firma lo consagra como individuo, es decir indivisible, lo contrario: un objeto, “una cosa”, puede dividirse y manipularse. Sujetarse, sustentarse, garantiza permanencia, de allí que también las instituciones deben ser sustentables

Los sistemas imperantes creadores de medios para optimizar las subsistencias, como también para el desarrollo de sus diversos poderes han logrado masificar las costumbres sociales siendo las personas “absorbidas” como “bienes de consumo”. La esclavitud ha sido uno de los agujeros negros de las civilizaciones.

Nuestra sociedad venía en una carrera desenfrenada, imparable por el desarrollo del consumo, de la explotación de los recursos de la tierra, de una robótica desplazante del trabajo humano. Nace en Wuhan, ciudad China, un coronavirus convertido en la corona mortal para nuestra humanidad. La vida, igualmente misteriosa, amenazada por las diversas violaciones humanas, por el caudal armamentista, crea su propio antígeno contra la soberbia humana. Sacrificó nuestra dignidad: ¿Puede haber algo más indigno que un muerto por el Covid sea aún un peligro para sus prójimos? ¿Nuestra dignidad, a rostro cubierto? ¿Nuestra dignidad, saludarnos a codazos? ¿Nuestra dignidad, marginada por cesantía? ¿Nuestra dignidad, emigrada por los miedos?

¿Siempre tendremos que aprender por tragedias? Se dice que de esta pandemia saldremos mejores o peores. Seremos mejores si nos grabamos la entrega sublime y absoluta del personal de la salud pública, líderes de la vida, mástiles de la dignidad. No menos heroicas son aquellas manos pródigas de solidaridad… “Muchos son los misterios, pero no hay nada más misterioso que el hombre” cantado en las tragedias griegas.

Hoy digamos: recreemos nuestra dignidad, valga decir nuestra responsabilidad al ponernos de pie frente a la cruenta pandemia. La responsabilidad es la raíz de la dignidad. Escuchar nuestro Co-Razón incansable de irrigarnos vida hermanado a la conciencia, voz suprema que ilumina al silencioso mundo científico para desvelar al Covid y socavarle su poder. Es la voz suprema que iza tu dignidad, nuestra dignidad.

Cual ínfimo virus invisible y transmisible, también como la vida misma: real, invisible e indefinible.

Pedro Aranda Astudillo

Fundador de la Corporación Gen.

Marzo 2021

Fuente Fe Adulta

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“El desalojo del adiós”, por Dolores Aleixandre

Lunes, 26 de septiembre de 2016
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29612125991_91007063bb_mDe un tiempo a esta parte despedirse diciendo adiós empieza a resultar raro y está siendo desalojado por otras fórmulas: “Hasta luego” (aunque el luego no esté en el horizonte), “Suerte”, “Cuídate” o “Que tengas un buen día”.

Lo del buen día te lo desean por igual los que te asaltan a la salida del metro con sus carpetas de causas benéficas, o la gitana del ramito de romero, y además te lo repiten aunque no firmes nada ni cojas el ramito, dejándote un poco abochornada ante su amabilidad.

Quizá sea una consigna municipal y diocesana: hasta los curas que parecían más adustos han sucumbido a la frase y nos lo desean al final de la misa, esbozando un amago de sonrisa.

Si pienso en lo que considero “tener un buen día” (que las cosas salgan según mis planes, no tener contratiempos…), veo que mi coincidencia con el Evangelio es nula porque Jesús pone como modelo de “buen día” el de aquel samaritano al que se le fastidió su itinerario por atender al herido. En todo caso me suena bien la posibilidad de que le dijera al joven rico aunque le dejaba plantado y se alejaba a toda prisa para consultar el IBEX 35: “¡Que tengas un buen díaaaaa!”.

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Recordatorio

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