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Pedro Miguel Lamet: El autor de ‘Amén y aleluya’ dice que “Arrupe ya es seguido y reconocido en todo el mundo sin ser oficialmente santo”

Sábado, 23 de marzo de 2024
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IMG_3270“En Francisco se está cumpliendo la profecía de Arrupe”

“La ocasión más obvia es que parece que finalmente ha llegado la hora del reconocimiento eclesial de este gran hombre, vetado por la cúpula de la Iglesia durante décadas, con la apertura del proceso de canonización  el 5 de febrero de 2019”

“Era al mismo tiempo alegre y sobrio, delicado y cordial, magnético y cercano, sencillo y exquisito, asceta para sí mismo y cariñoso con los demás, provisto de un excelente sentido del humor”

“Fue en cierto modo un precursor del papa Francisco en su lucha a favor de los más pobres y olvidados de este mundo”

“Afortunadamente la causa de Arrupe no va meteórica, como otras que han causado recientemente ciertas perplejidades. No hay prisa. La hornacina no le viene mal, pero Arrupe ya es seguido y reconocido en todo el mundo sin ser oficialmente santo”

Se podría decir que Pedro Arrupe sedujo a Pedro Miguel Lamet desde aquel ya lejano mes de agosto de 1983, cuando el entonces periodista vivió una experiencia que le marcaría para siempre: “Entrevistarme durante quince días con un santo”. Desde entonces, Lamet ha publicado más de 50 libros y ha reeditado varias veces la biografía de Arrupe, que ahora, en ‘Amén y aleluya. Vida y mensaje de Pedro Arrupe’ (Editorial Mensajero) presenta por su lado ‘más espiritual’, de místico que “tenía conocimientos extrasensoriales de las personas y el don de la profecía”.

A juicio de Lamet, el padre Arrupeera al mismo tiempo alegre y sobrio, delicado y cordial, magnético y cercano, sencillo y exquisito, asceta para sí mismo y cariñoso con los demás, provisto de un excelente sentido del humor”. Y cree, además, que “fue precursor de Francisco” y que “en Francisco se está cumpliendo la profecía de Arrupe”.

 Por eso, el escritor está convencido de que “ha llegado la hora del reconocimiento eclesial de este gran hombre, vetado por la cúpula de la Iglesia durante décadas, con la apertura del proceso de canonización  el 5 de febrero de 2019. Y, aunque no haya todavía milagros reconocidos a su intercesión, Lamet cree que “no hay milagro mayor que el que un hombre de Dios siga convirtiendo, entusiasmando y provocando seguimiento de Cristo incluso heroico después de muerto, como si estuviera vivo“.

Eso sí, tampoco quiere que sea un santo exprés: “Afortunadamente la causa de Arrupe no va meteórica, como otras que han causado recientemente ciertas perplejidades. No hay prisa. La hornacina no le viene mal, pero Arrupe ya es seguido y reconocido en todo el mundo sin ser oficialmente santo”

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Arrupe y Lamet en los años 80

– ¿Por qué otro libro sobre Arrupe? ¿Tenías cosas nuevas que contar o querías centrarte especialmente en su alma y en su espiritualidad?

– Mi trayectoria con esta obra ha sido larga. Mi sueño hace más de cuarenta años era escribir esta biografía. Pero cuando Arrupe era el general mediático y en la cresta de la ola, los superiores me lo negaron. Hasta que cayó enfermo de trombosis y en desgracia del Vaticano, como todo el mundo sabe, en 1981. Entonces fue el provincial de España, a la sazón Ignacio Iglesias, quien, por iniciativa propia, en 1982 me llamó y me pidió que comenzara a trabajar en la proyectada obra, subrayando que era urgente ir a entrevistarle en la enfermería de la curia generalicia de Roma antes de que perdiera la facultad del habla ya bastante mermada por un ictus cerebral al regresar de Tailandia y Filipinas.

A partir de entonces me dediqué a investigar su vida durante cinco años en Roma, Japón y el País Vasco para preparar su biografía. De este modo, en octubre de 1989, el libro estaba en la calle en una editorial laica, “Temas de hoy”, y en la misma colección en que salían las biografías de Felipe González, los Albertos, Mario Conde…, y lentamente, aunque de forma implacable y sobre todo por el sistema de “boca a boca”, más allá de las expectativas de los editores ante la “vida de un cura”, ha venido reeditándose, con varias actualizaciones y títulos, hasta quince veces en diversas editoriales, formatos y lenguas. Recibí y sigo recibiendo numerosas cartas sobre su contenido, entre ellas las de algunos obispos, como la que me envió en su día el famoso cardenal Vicente Enrique y Tarancón, gran defensor y amigo de Arrupe, que alababa el libro y la capacidad de evocación del personaje con estas palabras: “Lo he leído con placer y entusiasmo. Se ve que eres poeta”. Lo que sí puedo decir es que intenté desde la emoción y frescura del momento presentar su vida y personalidad con la mayor autenticidad posible, y es a él, a mi biografiado, a la fuerza de su figura humana y espiritual, a lo que atribuyo el éxito del libro.

¿Que por qué ahora esta nueva obra? La ocasión más obvia es que parece que finalmente ha llegado la hora del reconocimiento eclesial de este gran hombre, vetado por la cúpula de la Iglesia durante décadas, con la apertura del proceso de canonización  el 5 de febrero de 2019. Era la ocasión para reescribir mi obra, aligerarla de aparato crítico con intención de acercarla más al pueblo, profundizar en su itinerario espiritual, centrarla en el proceso interior de este gran hombre de Dios. Con este fin he añadido después de cada capítulo sugerencias para la reflexión y oración, una especie de “repetición ignaciana” para interiorizar mejor su vida y mensaje.

IMG_3255Poema de Lamet a Arrupe

– ¿El haber conocido a Arrupe en una larga entrevista a fondo marcó tu vida?

– La primera vez que le vi fue cuando yo era novicio, en una conferencia que nos dio sobre su experiencia con la bomba de Hiroshima. No imaginaba que iba a ser llamado personalmente por él para hacerle “de negro” en la redacción de un programa radiofónico destinado a Latinoamérica que fue grabado bajo mi dirección por el propio  Arrupe en Radio Vaticana sobre “Las siete palabras de Cristo en la cruz”. También trabajé en la Oficina de Prensa de su viaje a España, le entrevisté para “Vida Nueva” y tuve el privilegio de que presentara en Verdú mi biografía de san Pedro Claver. La fascinación por Arrupe era entonces algo frecuente entre sus súbditos. Tanto que le pedíamos fotos dedicadas, cosa insólita en un superior.

Pero en agosto de 1983 viví una experiencia única, inolvidable, que me marcaría en mi vida de hombre, de jesuita y escritor: entrevistarme durante quince días con un santo. No fue un momento fácil. La Compañía estaba bajo vigilancia, en “estado de excepción”, gobernada por dos delegados de Juan Pablo II y con su proceso constitucional interrumpido.  Arrupe se hallaba desautorizado y enfermo del ictus cerebral. Sí, efectivamente, puedo confesar que aquel encuentro se convertiría una de las vivencias más cruciales e impresionantes de mi vida, en una enorme gracia, una certeza interior de estar junto a un hombre de Dios, un místico, como he narrado repetidas veces y vuelvo a hacer en este libro.

– ¡Te has convertido, sin duda, en el ‘arrupólogo‘ más experto del mundo!

– Eso, la verdad, me importa bien poco. Quizás sea cierto que soy la persona que más tiempo le ha dedicado y que ha conseguido que mejor se le conozca entre la gente. Pero solo me veo como un mediador entre Arrupe y los lectores. Es él quien sigue actuando de forma admirable, cambiando vidas. Al final de las conferencias que he dado sobre él o después de haber leído mi biografía, muchas personas se me acercan o me escriben cartas para contarme que Arrupe les ha transformado, les ha empujado a seguir una vocación o al compromiso cristiano con la fe y la justicia. Lo mismo ocurre con Amén y aleluya. Después de cuarenta años Arrupe parece seguir teniendo una gran acogida entre los nuevos lectores; según me llegan ecos, a la gente le llega dentro. Nuevas generaciones acceden a él, quizás por una razón, porque se adelantó a un tiempo que es el que precisamente ahora estamos viviendo

– ¿Cómo era Arrupe por dentro? ¿Lloraba, se quejaba, contaba chistes?

– Un ser humano muy completo, lo que en la vieja tipología de Hartman se denominaba “carácter apasionado” (emotivo, activo, secundario).  Era al mismo tiempo alegre y sobrio, delicado y cordial, magnético y cercano, sencillo y exquisito, asceta para sí mismo y cariñoso con los demás, provisto de un excelente sentido del humor. Tanto, que su talante vital puede describirse por anécdotas. Baste citar la del viajero, que sin saber que era Arrupe, se sentó a su lado en el avión y, al enterarse de que era jesuita, puso a caldo al nuevo general por “estar destruyendo la Compañía”. “¿Qué opina usted de él?”, preguntó. A lo que don Pedro respondió con una sonrisa: “Arrupe y yo estamos íntimamente identificados”.

IMG_3256 Con una trayectoria providencial, llevado de la mano de Dios desde niño, gracias a familia cristiana vasca tradicional, la orfandad temprana de madre y padre, el contacto con la pobreza del cinturón de Madrid cuando estudiaba Medicina, dos milagros en Lourdes, un noviciado ejemplar, la expulsión de España, su vocación al Japón, su inculturación, la bomba atómica, un provincialato internacional, el Concilio, su elección a general, un duro posconcilio e inspiraciones osadas y proféticas, su calvario, muerte y resurrección, Dios le preparó para ser un hito en la historia contemporánea de la Iglesia.

¿Por dentro? El hombre que entrevisté en Roma era transparente. Desde su piel fina emanaba presencia de Dios. Despojado de todo, – el que hablaba nueve lenguas solo podía hacerlo en español, y los nombres propios por señas-, era sin duda el hombre del amén y el aleluya. Sus últimas palabras: “Para el presente amén, para el futuro aleluya” dan título a mi libro. Con un “así sea al ahora”, aceptaba un calvario físico y espiritual, provocado por las medidas de san Juan Pablo II, y una alegría esperanzada para el futuro. Decía su enfermero, el hermano Rafael Bandera: “Cuando entraba en su cuarto, solo con mirarlo y estar unos minutos junto a él, todo mi interior entraba en paz. Dios le había dado ese carisma: dar paz, contagiarla por su gran fe y amor a Cristo y la Compañía”. No se quejaba. Lloraba sí, pero nunca se sabía si era de dolor o consolación

– ¿Qué hacía para salir de sus noches oscuras?

– En mis encuentros recorrí su vida con él: risas, miradas soñadoras, dolor. Recuerdo que un día lo encontré más alicaído. Se impresionaba mucho con el recuerdo de las personas concretas, afectadas por la bomba atómica. Y repetía una y otra vez: “¡Ha sido una cosa única! ¡Qué bonito, padre!”. Pero tenía mucho interés en hablar de los últimos años: “¡Aquí solo con Dios, solo, solo…, todo roto, todo inútil!”. Le dije cómo muchos lo consideraban un profeta de nuestro tiempo y le admiraban en todo el mundo. Entonces sonreía, entre desprendido y sufriente.

Sobre las ocasiones difíciles de su generalato me dijo de sí mismo: “Pobre hombre: Hay que sufrir y ofrecerlo. Es la vida. Dios está más allá de todo. Siempre alegría en el Señor. Mi vida es estar en Dios. Tenemos que ver a Dios en todo. Yo no entiendo esto. Pero debe ser de Dios, de su providencia… Es algo muy especial. Para mí muy bien. Pero ¿y para la Compañía? Tiene que ser cosa de Dios. De vez en cuando siento una fuerza muy especial”. Me confirmó la luz sentida en su enfermedad, cuando estaba en el hospital. Con los ojos cerrados, se dio la vuelta y cogió el rosario: “De esto: mucho, mucho, mucho. ¿Hasta cuándo? Yo no sé. Espero, espero. Para mí nada, nada, nada. (Lo decía muy expresivamente, con enorme sentido trágico). Arriba, Dios trino. Luego, el Corazón del Señor, y este pobre. El Señor me da su luz. Yo quiero darle todo al Señor. Todo es muy difícil. Es lo que Dios permite. Algo especial que nos ha enviado de una manera muy rápida. Bendito él, benditos sean los hombres”. (Utilizaba el término hombres para referirse a los jesuitas). “Pero es tremendo, tremendo”. Lo decía con fuerza, pronunciando mucho una erre muy vasca. “Más que nunca, en las manos de Dios”.

IMG_3257Tras el ictus cerebral Arrupe es trasladado del hospital a una habitación pobre y desnuda de la enfermería, no diferente de las de otros enfermos, de la Curia SJ. Comienza la larga noche oscura del padre General. Nombra vicario a Vicent O´Keefe. El 6 de octubre se presenta el Secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli. Pide entrevistarse a solas con el enfermo. Le entrega una carta del papa por la que interrumpía el curso institucional de la Compañía nombrando delegados suyos en la Orden a los padres Dezza y Pittau (el primero, octogenario confesor de dos papas; el segundo, conocido por sus atenciones al papa Wojtyla como provincial del Japón). El enfermero hermano Bandera no quiso dejarlo solo. Cuando O’Keefe entró, se lo encontró llorando. Según el enfermero, le pidió que le llevara al cuarto del anciano Dezza, pero el hermano le disuadió y le dijo que, siendo aún general, Dezza debía venir a verle a él. Según sus apuntes, Bandera oyó que Arrupe exclamó: “Dios así lo quiere, hágase su voluntad. Dios tiene sus caminos, es grande”. “Pasó treinta minutos (creo que sufrió mucho), cuando su rostro y sus ojos volvieron a ser los de siempre: sonrisa, serenidad, paz profunda”

– Dices, por ejemplo, que nunca se enfadaba. ¿Es posible algo así en un personaje con tanta responsabilidad?

 – Hay un secreto para explicarlo: Después de su muerte se encontró en el reclinatorio de su cuarto una estampa del Corazón de Jesús. Detrás constaba algo insólito, que muy pocos santos han hecho en su vida: un voto de perfección realizado al parecer en Estados Unidos durante el año que hizo la Tercera Probación jesuítica y visitaba a presos en el Corredor de la Muerte. Consiste en, entre dos opciones de vida, elegir siempre la más perfecta. Y lo cumplía, incluso cuando sabía quién era su Judas: su secretario personal jesuita que le traicionaba revelando en la curia vaticana asuntos secretos de su cargo.  Sin embargo, nunca lo relevó de su cargo.

– ¿Llegó a tener experiencias místicas: éxtasis, levitaciones…?

Por su modestia creo que no comunicó a nadie sus dones místicos, aunque muchos de sus compañeros estaban convencidos de ello. A mí, cuando le pregunté si su oración era occidental u oriental, me confió que su modo de oración era “total”. Varios testigos lo confirman, especialmente en los últimos tiempos. El hermano Bandera  afirma que se transfiguraba en la oración y la misa como si no estuviera en este mundo.

IMG_3258Juan Pablo II y Arrupe. ¿Alguien se imagina un santo don esa mirada aviesa y cruel?

Pedro Arrupe, según me confesó él mismo, experimentó cuatro iluminaciones o ilustraciones en su vida, por las que vio todo claro:

De estudiante en Oña, cuando escuchó una voz que le dijo: “Tú serás el primero” (Profecía de su futuro generalato).

En Cleveland durante la “tercera probación”, posible fecha de su voto de perfección. “Comenzó para mí un mundo nuevo”.

En Hiroshima, cuando el reloj se paró tras la explosión de la bomba atómica y experimentó “el no tiempo“.

En la toma de decisiones de especial importancia: la opción por la justicia como una consecuencia de la fe. “Lo vi claro delante de Dios. Los jesuitas teníamos que dar ese paso. Fue algo precioso, bonitísimo” (Me lo comunicó con al rostro transportado).

Tenía conocimientos extrasensoriales de las personas. Casi todos los jesuitas se sentían percibidos y comprendidos antes de contarles nada. A mí, trabajando en Roma como periodista a la puerta del Sínodo, un día en que me sentía especialmente deprimido, me lo adivinó sin decirle yo nada, y en vez de darme la mano normalmente, me la cogió de lado y la apretó con cariño y firmemente.En la última entrevista en Roma me dijo: “Lo veo todo claro”. “Sí, todo claro. Veo un mundo nuevo. Servir a Dios. Todo por el Señor”. “¿Y antes, en las ocasiones difíciles, también?”-pregunté. “También”, me respondió. Leer más…

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Pedro Arrupe: “Yo viví la bomba atómica”

Martes, 13 de agosto de 2019
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9788427116955-esEl general jesuita fue testigo directo de la catástrofe nuclear  

 Arrupe, que había estudiado medicina, y el resto de los jesuitas improvisaron un hospital en la casa del noviciado. Allí lograron acomodar a más de 150 heridos, de los cuales lograron salvar a casi todos, aunque la gran mayoría de ellos sufrieron los devastadores efectos de la radiación atómica en el ser humano

Lamet: “La bomba atómica marca el centro del itinerario espiritual de Pedro Arrupe”

Hace 74 años, las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki experimentaron la fuerza destructiva de las bombas atómicas lanzadas por los Estados Unidos. Con esta acción se puso fin a la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico. El padre Arrupe, quien fue superior general de los jesuitas entre 1965 y 1983, fue testigo de aquella catástrofe.

La Bomba atómica

Uno de los hechos más terribles que ha vivido la humanidad es la destrucción de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Allí la humanidad se dio cuenta del poder destructor que tenía entre sus manos. En pocos segundos, horas, semanas, el número de víctimas entre las dos ciudades rondaba el medio millón de personas muertas. A continuación, reproducimos algunos fragmentos de cómo el p. Pedro Arrupe cuenta su experiencia en Hiroshima, quien tras llegar a este país asiático en 1938 se puso inmediatamente a aprender la lengua y costumbres japonesas.

El 8 de diciembre de 1941, unas horas después de la entrada de Japón en la contienda, fue arrestado y encarcelado por las autoridades locales bajo la acusación de ser espía. Fue liberado al cabo de unas semanas y al poco tiempo, nombrado maestro de novicios en Nagatsuka, una pequeña localidad situada a siete kilómetros de lo que luego sería el epicentro de la explosión nuclear en el centro de Hiroshima.

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Vivencia

Pedro Arrupe recogió en el libro –‘Yo viví la bomba atómica’– sus vivencias del día de la tragedia y los meses posteriores. El 6 de agosto de 1945 se encontraba en una casa con 35 jóvenes y varios padres jesuitas, cuando a las 08:15 horas vio «una luz potentísima, como un fogonazo de magnesio, disparado ante nuestros ojos.

Al abrir la puerta del aposento, que daba hacia Hiroshima, “oímos una explosión formidable, parecido al mugido de un terrible huracán, que se llevó por delante puertas, ventanas, cristales, paredes endebles…, que hechos añicos iban cayendo sobre nuestras cabezas”. Fueron tres o cuatro segundos “que parecieron mortales”, aunque todos los allí presentes salvaron sus vidas. Sin embargo, no había rastro de que hubiera caído una bomba por allí.

 Ante ellos se extendía “un enorme lago de fuego” que con el paso de los minutos dejó a Hiroshima “reducida a escombros”. Los que huían de la ciudad lo hacían “a duras penas, sin correr, como hubieran querido, para escapar de aquel infierno cuanto antes, porque no podían hacerlo a causa de las espantosas heridas que sufrían”.

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El padre Arrupe, interrogado sobre los efectos de la explosión de Hiroshima CNS

Responder al sufrimiento

 Arrupe, que había estudiado medicina, y el resto de los jesuitas improvisaron un hospital en la casa del noviciado. Allí lograron acomodar a más de 150 heridos, de los cuales lograron salvar a casi todos, aunque la gran mayoría de ellos sufrieron los devastadores efectos de la radiación atómica en el ser humano. Más de 70.000 personas murieron el día de la bomba en Hiroshima y otras 200.000 quedaron heridas. A finales de 1945, la cifra de muertos había ascendido a 166.000 personas.

Pedro Miguel Lamet, biógrafo de Arrupe, refiriéndose a cómo esta experiencia lo marcó afirma: “La bomba atómica marca el centro del itinerario espiritual de Pedro Arrupe. Aquel instante eterno en la capilla, frente al reloj parado por la explosión, desata en su interior otro estallido de amor. Pedro transfor­ma la fuerza destructora, que acabó con 200.000 japoneses, en energía para la creatividad.

Arrupe experimentó en Japón lo que en lenguaje oriental se denomina la “iluminación”. Una y mil veces repetía: “Lo vi todo claro. Lo veo todo claro. Siempre fui feliz”.

Del libro Yo viví la bomba atómica, reproducimos el siguiente relato: Todos quedaban en las afueras de la ciudad, y cuando les preguntábamos qué era en realidad lo que había pasado, nos contestaban con mucho misterio:

–       Ha explotado la bomba atómica.

Y al instante:

–       Pero ¿qué es la bomba atómica?

–       La bomba atómica es una cosa terrible.

–       Que es terrible ya lo hemos visto; pero díganos qué es.

Y terminaban diciendo:

–       La bomba atómica es… la bomba atómica.

Porque ellos tampoco sabían más que el nombre. Era una palabra nueva que entonces entraba por primera vez en el diccionario. Además, saber que era la bomba atómica la que había explotado, no nos ayudaba nada, desde el punto de vista médico, ya que nadie en el mundo conocía sus efectos en el organismo humano; nosotros éramos en realidad los primeros conejillos de Indias de experimentación.

Pero sí nos ayudó, y mucho, desde el punto de vista misionero. Porque nos dijeron:

–       No entren en la ciudad porque hay un gas que mata durante setenta años.

Y entonces es cuando uno parece sentirse más sacerdote, cuando sabe que hay dentro de la ciudad cincuenta mil cadáveres que de no ser cremados, originarían una peste terrible. Además, había ciento veinte mil heridos que curar. Ante este hecho un sacerdote no puede quedarse fuera para salvar su vida.

Fuente Religión Digital

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Pedro Arrupe, el profético General de los jesuitas, comienza su camino a los altares

Sábado, 9 de febrero de 2019
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arrupe-priere2Cardenal De Donatis: “Fue un auténtico hombre de Dios y de Iglesia”

Padre Sosa, General de la Compañía: “Es un momento de gran felicidad, que esperábamos desde hace tiempo”

Pascual Cebollada, sj: “Arrupe fue un hombre de Dios y un hombre de la Iglesia”

El postulador de la causa del ex-Prepósito General elogia al “hombre del Vaticano II”

“Fue alguien guiado por el Espíritu Santo, confiado en el Padre y arraigado en Jesucristo”

Pedro Arrupe, el profético General de los jesuitas, camino de los altares

Este martes, 5 de febrero, se celebró en Roma la Apertura del proceso de Beatificación del P. Pedro Arrupe Gondra (1907-1991), 28º Superior General de la Compañía de Jesús. La sesión, presidida por el Cardenal Angelo de Donatis, Vicario General de la Diócesis de Roma, tuvo lugar en el Palacio Apostólico de San Juan de Letrán.

(José M. Vidal).- Apertura del proceso de Beatificación del padre Pedro Arrupe Gondra (1907-1991), 28º Superior General de la Compañía de Jesús, en el Aula della Conciliazione del Palacio apostólico de Letrán, presidida por el cardenal-vicario de Roma, Angelo De Donatis, que calificó al jesuita de “auténtico hombre de Dios y de Iglesia”. Por su parte, el actual Prepósito General, Arturo Sosa, reconoció que se trata de “un momento de gran felicidad para la Compañía”.

El acto, presidido por el cardenal vicario de Roma, Angelo De Donatis, comienza con la invocación del Espíritu Santo y la presentación de los miembros del jurado del proceso:  el padre Slawomir Oder como delegado legal, el padre José Alonso como promotor de Justicia, el notario adjunto Francesco Alegrini y el notario principal Marcello Terramani.

El padre Pascual Cebollada, portulador de la causa, pide permiso para que se de inicio al proceso de beatificación del padre Arrupe.

“Es la Compañía de Jesús la que pide a la Iglesia y ofrece a esta persona, a su 28º Superior General que murió en 1991, para que la Iglesia haga un discernimiento sobre sus virtudes, y pueda juzgar si esta persona es digna de ser un modelo de vida evangélica para todos, es decir, si en el fondo es santo”, con estas palabras el P. Pascual Cebollada, S.J., Postulador General de la Compañía de Jesús presenta, la causa de Beatificación del padre Arrupe.

“Nosotros – precisa el jesuita – creemos que sí, por eso lo presentamos fundamentalmente por dos razones: la primera porque es un hombre de Dios, es un hombre que en su comportamiento, en sus escritos, en su relación con las personas y en sus decisiones es alguien guiado por el Espíritu Santo, confiado en el Padre y arraigado en Jesucristo; y en segundo lugar es un hombre de la Iglesia, es un hombre que en todo está junto a esa Iglesia del Vaticano II, que es la Iglesia que le toca vivir y junto a esa tradición y esa novedad típica de cada momento de cambio, en el que el P. Arrupe es una persona central para toda la Iglesia.

La mesa presidencial pronuncia el juramento. El primero, el cardenal De Donatis, que firma el documento. Y, a cotinuación, todos los demás miembros del jurado, asi como el postulador.

Prestado el juramento, el cardenal establece que las audiencias comiencen en la sede del tribunal y aprueba la lista de testigos, para proceder a pronunciar un breve discurso sobre la vida y las obras de santidad del aspirante a beato.

El acto termina con una avemaría y un canto.

Tras el acto, el padre Sosa, actual General de los Jesuitas asegura que “es un momento de una gran felicidad para toda la Compañía”. Porque “Arrupe es una figura inspiradora, el hombre del Vaticano II y de la Iglesia de Francisco” y porque “esperábamos este día desde hace mucho tiempo”.

Y para el postulador de la causa, padre Pascual Cebollada, “Arrupe tenía un alma misionera y fue enviado a Japón, donde asistió a la explosión de la bomba atómica en Hiroshima. Se dedicó a dar vida a los que no tienen vida. Era optimista y esperanzado, pero nunca ingenuo”.

 

Algunas palabras de De Donatis: Leer más…

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