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“Dolor, deseo y liberación, en los brazos del ángel”, por Carlos Osma

Viernes, 20 de marzo de 2015
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jacobangelDel blog Homoprotestantes:

Al final se hizo de noche, y prefirió quedarse sólo. Ya no necesitaba familia ni amigos, se había alejado de ellos poco a poco, casi sin darse cuenta. La continua tensión con la que vivía empezaba a hacer mella en él, por eso buscó un lugar en la noche donde pasar desapercibido. Allí estaba, en medio de la nada, agudizando todos sus sentidos para no ser descubierto, y con la esperanza de encontrar algo de tranquilidad.

Prefirió quedarse sólo, esperando, mientras recordaba las mentiras, engaños, y astucias que le habían ayudado a construir su vida. Siempre había huido de todo, invadido por profundos miedos y desestabilizadores deseos; pero ahora presentía que no podía escapar más, y que muy pronto acabaría por enfrentarse a sus peores pesadillas. Su cuerpo se agarrotaba por esa mezcla de sentimientos, quizás por eso subió hasta aquel lugar inhóspito, donde la oscuridad de la noche impedía distinguir otros rostros.

El terror le atravesó el alma cuando sintió a su lado la presencia de otro hombre. Se giró con rapidez para ver a aquel demonio que se abalanzaba sobre él. Intentó mirarle a la cara, pero era tarde ya, lo tenía encima. Fue una lucha atroz, donde el deseo insaciable por la vida, le ayudó a no darse por vencido. Intentó escapar de los brazos de su enemigo con todas sus fuerzas: empujando, golpeando, incluso mordiendo, pero le fue imposible. Una fuerza sobrehumana que desconocía le empujaba una y otra vez hacia él. Nunca se había resistido tanto, pero jamás había sentido una atracción tan sobrehumana como aquella.

Durante toda la noche no pudo escapar de aquel cuerpo, sintió su fuerza, su piel y el calor que desprendía. Aquello le produjo un profundo dolor que no podía entender ni compartir con nadie, estaba sólo. En cada uno de los golpes que infringía a aquel ser demoniaco se concentraban todas las experiencias de rechazo, falsedad y dolor que le acompañaban desde niño. Toda la energía malgastada en su huída hacia ningún sitio, explotaba virulentamente para repeler aquel cuerpo codiciable. Una noche larga y oscura, con ansias de amor encendido, que no tuvo otra luz ni guía que un corazón ardiente(1).

Pero llegó el alba, y aquellos primeros rayos de luz le permitieron adivinar el rostro de con quién luchaba. No era un demonio, el hermoso cuerpo de aquel hombre pertenecía a un ser celestial. Cuentan los antiguos que fue en ese momento, mientras observaba maravillado, que golpeó a aquel ser divino dejándolo herido para siempre(2). Entonces, como si de un milagro se tratase, sus ojos vieron claramente al varón que yacía en el suelo herido por sus rebeliones, molido por sus pecados, y con una llaga en el costado(3). Aquel ser que había venido, no para luchar, sino para acompañarle en su liberación, le susurraba: “vete, déjame ya, que nace un nuevo día. Vete, yo no te condeno”.

Podía haberle dejado marchar en aquel momento, pero no pudo hacerlo. La experiencia lo había transformado para siempre, eso lo sabía, pero necesitaba mucho más. Por eso, con su deseo liberado, se aferró aún más a él, y lo abrazó con todas las fuerzas que le quedaban. “No, no te dejaré”, le decía una y otra vez, “ahora no; no te dejaré si no me bendices”. Mucho le había costado llegar hasta allí como para perder la oportunidad de llevar siempre consigo algo de la esencia divina. Prefería morir en los brazos de aquel ángel, que volver sólo a la vida que había llevado hasta entonces.

Y milagrosamente recibió lo que pedía, fue transformado, salió de la oscuridad de su vida anterior para entrar en otra nueva. Ya no tenía que escapar de nadie, Dios mismo estaría con él en cada momento de su vida para enfrentarse a sus temores. Su nombre, su falsa identidad, quién todo el mundo creía que era, fue borrado para siempre. Ahora era alguien nuevo, porque se atrevía a ser él mismo en todas las facetas de su vida. No necesitaba mentir, ni engañar, ni esconderse. La experiencia con aquel ser divino lo cambió para siempre, y entro a formar parte de un pueblo. Un pueblo en busca de vida, la que Dios mismo le había dado.

Que alegría recordar aquella noche oscura y dolorosa, que se convirtió en una noche más amable que el alborada, donde fuimos guiados, y transformados por el amado(4). Una noche donde cayeron los disfraces que tan dolorosamente llevábamos y en la que fuimos conducidos ante la verdad desnuda de quienes éramos. Allí vimos perfectamente las heridas que producía la negación de nuestra identidad en aquel que nos dio la vida. Y allí, abrazando al herido por nuestras rebeliones, lloramos por nuestra incredulidad, por nuestra ignorancia, y por todas aquellas veces que le habíamos golpeado pensando que era nuestro enemigo.

Carlos Osma

Notas:

(1) Referencia a “Noche oscura del Alma” de San Juan de la Cruz.
(2) Gerard von Rad sostiene que probablemente, en una forma mucho más antigua de esta saga, y antes de que el texto bíblico quedase fijado como hoy lo conocemos, fue Jacob quién hirió al ángel. “El libro del Génesis”. (Ediciones Sígueme. Salamanca, 1988), p.395.
(3) Referencia a Is 53,5
(4) Referencia a “Noche oscura del Alma” de San Juan de la Cruz.

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