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Una definición de homofobia

Sábado, 22 de agosto de 2015
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homofobiaHomofobia es el término que se ha destinado para describir el rechazo, miedo, repudio, prejuicio o discriminación hacia mujeres u hombres que se reconocen a sí mismos como homosexuales. De todas formas, el uso cotidiano del vocablo incluye a las otras personas contempladas en la diversidad sexual, como ocurre con los bisexuales y los transexuales. Incluso, a aquellos seres que mantienen hábitos o actitudes que suelen ser atribuidos al sexo opuesto, como los metrosexuales.

Cabe destacar que la homofobia carece de una definición precisa, ya que no se trata de un concepto de alcance estrictamente psiquiátrico. Hay quien considera homófoba a toda persona que no respalde o no se manifieste a favor de la homosexualidad. Sin embargo, la noción hace referencia a la discriminación, es decir, al rechazo o a la persecución.
Diversas estadísticas señalan que, en todo el mundo, cada dos días un gay es víctima de un crimen enmarcado en hechos de homofobia. Según Amnistía Internacional, más de setenta países persiguen a los homosexuales y ocho hasta los condenan a muerte.

La palabra homofobia fue utilizada por primera vez por el psicólogo estadounidense George Weinberg en 1971. Años atrás, Wainwright Churchill se había referido a la homoerotofobia.

Otro concepto relacionado es el heterosexismo o heterocentrismo, el cual permite darle nombre a la creencia de que los heterosexuales son, por naturaleza, organismos superiores en relación a los homo y a los bisexuales.

Muchas religiones mantienen una postura moral de rechazo a la homosexualidad, por lo que pueden ser consideradas como homofóbicas. La ortodoxia cristiana, judía e islámica, por ejemplo, no aceptan la homosexualidad como condición sexual natural de una persona, sino que consideran que se trata de una anomalía. Por lo tanto, la homosexualidad aparece como un pecado.

¿Por qué la homofobia no es una fobia?

Es necesario señalar que la homofobia no es precisamente una fobia, debido a las características que las diferencias. Mientras que en una fobia la emoción que la motiva es el miedo, la homofobia es motivada por el odio, que se manifiesta de forma moderada (a través de sensaciones corporales de repulsión, como incomodidad psicológica frente a personas homosexuales) o severa (mediante la alteración psicomotriz que lleva a un individuo a insultar de forma verbal o física a otro de condición homosexual, en algunos casos incluso puede llegar a matar a causa de ello).

Además, una característica propia de las fobias es que la reacción de los individuos que las padecen, es huir de aquello que les causa miedo, así, alguien que padece acrofobia tiende a no ponerse en situaciones de altura para evitar dicho temor; por el contrario, los homofóbicos buscan encuentros con personas homosexuales a fin de demostrarse a sí mismos que su postura es correcta, la forma en la que lo hacen es denigrando, humillando y destruyendo a todo aquel que reúna las características de un homosexual (ni siquiera tiene que ver con haber confirmado su homosexualidad, sino con que demuestre una actitud que para el homofóbico encaja dentro de la descripción de un homosexual).

Los fóbicos tienden a esconder su trastorno, no les gusta hablar de ello aún si saben que pueden estar necesitando ayuda, al contrario, los homofóbicos quieren hacer público su pensamiento, lo vuelven una batalla necesaria e intentan unirse a aquellos que piensen igual. Hace unos días leí que los homofóbicos eran como los vampiros, porque intentan contagiar a todo aquel que se cruce por su camino en el odio hacia los homosexuales, creo que sirve esta comparación para ejemplificar este punto.

Por último, mientras que las personas que padecen fobias tienen plena conciencia de su trastorno y pueden hablar de él para comprenderlo, los homofóbicos no piensan que haya un problema con ellos, más bien que el problema lo tienen los homosexuales. Buscan naturalizar ese odio brutal que los carcome e incluso, llegan a grados de incoherencia tales que son capaces de afirmar: “No soy una persona homofóbica…lo único que me pasa es que no puedo ver a dos mujeres (u hombres) juntos porque eso no es natural”.

¿Por qué las personas practican la homofobia?

Una de las cuestiones que llevan a alguien a volverse homofóbico, es el sospechar que él mismo posee un potencial homosexual, así lo explica el Dr. Miguel Urbina, quien asegura que la intensidad de ese repudio hacia lo que viene del mundo exterior, genera un cierto alivio a esos temores que provienen del mundo interior.

La hegemonía en las sociedades actuales, tanto de Occidente como de algunos países de Oriente, la tiene un modelo donde el varón es el que marca las condiciones en las que debe desarrollarse la vida en sociedad. La mujer y todo lo que se encuentre relacionado con lo femenino son sinónimos de flaqueza, y aquellos hombres que pasen el límite, abandonando su hombría en pos de una mayor sensibilidad o formas diversas de expresión que lo que se considera obligatorio en su género, son rechazados y maltratados, considerados inferiores al resto de sus congéneres (estudios afirman que esto puede ser movido por el sentimiento de inferioridad. En el fondo los machistas sienten que los homosexuales son superiores a ellos porque son libres de las estructuras sociales, ¡jamás lo admitirían!)

Historia de la homofobia

La homofobia no existió siempre, en civilizaciones antiguas, como las romanas, los mayas, los sumerios, la china de la dinastía y los griegos, las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo estaban permitidas e incluso se consideraban sagradas. Con la llegada de la moral cristiana, que ejerció una gran influencia en las sociedades de la Edad Media, la homosexualidad fue considerada pecaminosa, un delito y se comenzó a perseguir brutalmente a las personas que realizaran el sexo con alguno de sus congéneres. Algunos de los teólogos que promovieron esta ideología de persecución a los homosexuales fueron los aún alabados y endiosados Tomás de Aquino y San Agustín. A partir de entonces se inculcó un modo de pensamiento absolutamente hermético en lo que se refiere a las prácticas sexuales, se condenó la homosexualidad, la masturbación, el sexo oral y todas aquellas prácticas que esta institución, la iglesia consideraba como atentados contra la naturaleza. Desde ese momento la homosexualidad adoptó la descripción moralista de pecado de sodomía, el cual es defendido incluso al día de hoy por ortodoxos (y otros que no lo son tanto) de la religión cristiana.

Pese a lo que muchos creen y a que intentan hacernos pensar que el mundo realmente está cambiando, la homofobia es parte de todas nuestras sociedades. En Estados Unidos, miles de niños adolescentes se quitan la vida a causa del rechazo que sufren en la escuela por parte de sus compañeros tan sólo por mostrar una actitud considerada como poco varonil, otros tantos son golpeados y torturados de formas espantosos y en todo el mundo muchos adultos que han manifestado su homosexualidad también deben soportar afrentas de todo tipo, hasta la muerte en muchos casos (en manos de homofóbicos o en las propias a causa de la inestabilidad que les generan los maltratos psicológicos). Términos como marimacho, tortillera, puto, maricón, etc, deberían desaparecer para siempre de nuestro vocabulario porque a través de estos insultos, muchas veces utilizados en broma, es que alimentamos la homofobia.

En los últimos años la salida del armario de personas que se autoproclaman homosexuales, en series de TV o programas, podrían estar colaborando con la difusión de cualidades como la tolerancia y la aceptación del otro sin importar su condición sexual. En este punto cabe mencionar la labor de la norteamericana Ellen Degeneres , que posee uno de los programas más vistos de la televisión y que trabaja incansablemente por cambiar rotundamente esta realidad.

Pese a la labor que se realiza, desde estos sectores que proclaman la tolerancia (los cuales no son dirigidos únicamente por homosexuales, como se cree), al día de hoy los homosexuales (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales) son víctimas de abusos por su condición sexual. Todavía en muchos países se les prohíbe contraer matrimonio, lo que impide que llegado el caso puedan ejercer sus derechos como pareja consolidada, y del mismo modo, tampoco se les permite adoptar niños. Además son discriminados laboralmente, y las relaciones sexuales entre dos personas del mismo género tampoco son aprobadas. Por ejemplo, existen muchas quejas cuando una pareja de homosexuales simplemente se está besando en un lugar público, cosa que no pasa ante parejas heterosexuales.

Lee todo en: Definición de homofobia – Qué es, Significado y Concepto http://definicion.de/homofobia/#ixzz3iWj9W1eV

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La heterosexualidad es un problema

Miércoles, 27 de mayo de 2015
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rs_560x415-131023115247-1024.Warwick-Naked-Rowers-4.jl_.102313_copyEl artículo de Enrique Alpañés pone en duda el modelo ‘heterocentrista’ creado en las sociedades occidentales.

Por Enrique Alpañés (Altersexual)

Sí, has leído bien. No se trata de un titular con gancho para llamar tu atención. La heterosexualidad es, efectivamente, un problema. Un problema social grave que limita la vida de millones de seres humanos. La aseveración es dura, chocante, quizá suene un poco alarmista, sensacionalista incluso, pero adquiere un poso de seriedad al ser pronunciada por Óscar Guasch, sociólogo e historiador de la Universidad de Barcelona y autor de la Trilogía de la sexualidad (editorial Anagrama).

Las palabras de Guasch se entroncan en una corriente de pensamiento que pone en duda el modelo ‘heterocentrista’ creado en las sociedades occidentales. “No es solo discriminación”, asevera el sociólogo, “son detalles, cosas que no se cuestionan nunca. Imagínate que estamos en los estados federados (en el siglo XIX). Nadie se plantea si la esclavitud está bien o mal, y quien lo hace, lo hace desde un punto de vista condescendiente”.

Este heterocentrismo se basa en lo que se espera de un hombre, (heterosexual, por supuesto) y de una mujer (muy hetero y poco sexual). Hombres machos, mujeres delicadas. “Una mujer sola, con minifalda, tomándose un gin-tonic en un bar a las tres de la mañana, ¿qué es?” pregunta Óscar Guasch sin esperar respuesta. “Un hombre que está con los amigotes y rechaza irse de putas cuando los demás lo hacen, ¿qué le llaman? Calzonazos”, se responde en esta ocasión “Eso, eso es el orden heterosexual”.

En su último videoclip, Hard out here, Lily Allen critica el papel de la mujer en la industria del pop con guiños (o puñetazos) a artistas como Azealia Banks o Robin Thicke. Pero Allen también ironiza sobre el papel de la mujer en la sociedad. “Si te hablo de mi vida sexual me llamarás puta. Los chicos solo hablan de sus zorras y nadie monta un escándalo”, espeta la reina del pop británico bajo toneladas de Autotunes. Sin saberlo, Allen está reivindicando el mismo discurso que Guasch. Pone en entredicho un mundo de mujeres sumisas y frígidas regido por hombres valientes y promiscuos. Es algo más que machismo, es la exageración de los roles sexuales, el absolutismo de la heterosexualidad.

“Creíamos que íbamos a cambiar algo, pero al final nos dimos cuenta de que no”. Iván Prado habla sin derrotismo, más bien con realismo pragmático. Sabe que queda mucho por hacer. Prado alcanzó cierta notoriedad el año pasado cuando fundó, junto a su compañero de pupitre, Rodrigo Rodríguez, el blog Armarios en las aulas. Se trataba de un trabajo escolar que reflexionaba sobre la homofobia en los institutos basándose en encuestas y entrevistas a alumnos y profesores.

Alejandro (nombre ficticio), un profesor de 33 años, afirma en el blog que hay dos tipos de homofobia: la interiorizada, que llevamos en nuestro propio lenguaje, donde el insulto ‘maricón’ es el más usado en muchos casos como una simple broma (…), y la homofobia radical violenta, la que hace la vida imposible a aquel que se intuye, o se sabe, que es homosexual, una homofobia que comienza con dejar a esa persona aislada, transformarla en objeto de burla y muchas veces utilizarla como forma de afianzamiento del radical… En otras palabras: para uno afirmar su carácter y su hombría (porque en muchísimos casos el ofensor es un varón)”.

Prado está de acuerdo con esta última afirmación normalmente los que más insultan son los más heteros, los más populares, los líderes. En la misma línea recuerda que los insultos no se profieren cuando se produce una muestra de afecto hacia alguien del mismo sexo, (algo que rara vez se da en un ambiente tan hostil como el instituto) sino cuando no se siguen los estereotipos pensados para el hombre heterosexual “por no jugar al fútbol, ir con chicas…”. El rechazo entonces no viene tanto de las preferencias sexuales de una persona, sino por no repetir los códigos de conducta que se esperan de cada sexo. Volvemos a las mujeres sumisas y frígidas y a los hombres valientes y promiscuos.

Este rechazo, más por comportamiento que por sexualidad, es el que hace que los homosexuales reproduzcan los códigos de conducta heterosexuales. Tener “pluma”, ser promiscuo, ser “camionero” está mal visto, también, en los círculos homosexuales. El “buen gay” es el que no molesta, el que se adapta a los cánones de una sociedad heterocentrista. “Los psicólogos definen a los homosexuales por una atracción sexual, pero desde la sociología hacemos otras diferenciaciones”, aclara Guasch. “Puedes ser heterosexual aunque te atraiga tu mismo sexo, reproduciendo los mismos códigos, los mismos patrones. Una pareja monógama, -“aunque sea pura fachada, con unos cuernos bien escondidos”- responsable sexualmente y que eduque a sus hijos en los valores de la heterosexualidad.

“Vivimos en una sociedad determinista que crea fronteras como si fueran cosas acabadas”, reflexiona Guasch, “pero no lo son, son procesos”. Esta manía de etiquetar todo en compartimentos estancos nos viene heredada de la sociedad industrial, pero en la era del conocimiento en la que estamos inmersos las costuras se le quedan pequeñas y se empiezan a rasgar.

“Antes sabíamos qué era una mujer, ahora hay mujeres biológicas, mujeres operadas y mujeres con pene, y el Estado las reconoce como tales a todas, asevera Guasch. Los compartimentos ya no son estancos. “Todo es dinámico, no existen categorías estables, nada lo es. Antes el matrimonio era para siempre, el trabajo era para siempre”. Esta teoría podría entroncarse con la modernidad líquida defendida por Bauman pero Guasch va un paso más allá. “No es líquida, es gaseosa. No hay donde agarrarse; lo mismo pasa con los derechos humanos, la política, la organización…

Cuando era acosada de pequeña, insultada, perseguida hasta casa y a veces atacada físicamente, era por mi expresión de género. Tenía comportamientos mucho más femeninos de los que la mayoría de la gente consideraba aceptables en un chico”. Laverne Cox, una de las protagonistas de la exitosa serie Orange is the new black, se confiesa así en una entrada de su blog en The Huffington Post. En él analiza cómo la sociedad heterocentrista utiliza los mismos prejuicios para marginar a las mujeres y a los transexuales. “En la sociedad del patriarcado, no podemos realmente hablar sobre la erradicación del sexismo sin hablar de erradicar la homofobia”, asevera. Homofobia, transfobia y machismo forman, en realidad, parte de un todo. Un problema que nace de la obsesión con ser normal, con encajar en los estereotipos del absolutismo heterosexual. Por eso, por ello, la heterosexualidad es un problema. Y no afecta sólo al colectivo homosexual. Nos afecta a todos.

Vía SentidoG

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