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“Sophia perennis”: la sabiduría eterna, por José Arregi

Miércoles, 14 de julio de 2021
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41CoKPLkQrL._SX322_BO1,204,203,200_Sophia perennis, la “sabiduría eterna”, no es una religión. Es el plano que nos regala el acceso a la experiencia de nuestro verdadero ser. Es la esencia de todas las religiones, la experiencia de la realidad de la que provienen todas las religiones y hacia la que remiten todas las confesiones.

Sophia perennis es el reconocimiento del mensaje de salvación en el que se basan todas las religiones. Es la experiencia del fondo primordial del ser que se realiza como esta evolución racional inaprehensible, de la “energía primordial” que configura todas las formas y estructuras y nos regala a los hombres la auténtica interpretación de nuestra vida.

Los hombres somos solamente un pestañeo en ese universo intemporal. Adentrarse en ese reconocimiento representa un paso decisivo en el proceso de maduración de la humanidad. Se trata de incorporarse a la ley cósmica. Pues lo que llamamos “Dios”, “divinidad”, “vaciedad”, no está en el exterior, sino que se trata más bien de nombres para lo más íntimo del acontecer de la evolución, un acontecer que está más allá de todos los conceptos de tipo teológico o filosófico. No tiene una posición fija ni un lugar determinado. La única posición es el aquí y ahora en el que se manifiesta esa realidad primordial a la que hemos dado nombres tan distintos.

Sophia perennis sobrepasa toda confesión y llena al mismo tiempo toda confesión. Quien la ha experimentado puede regresar en todo momento a su tradición religiosa. Pero a partir de entonces la interpretará y celebrará de otro modo, pues la experiencia le habrá llevado al auténtico origen de lo que significa la fe.

Sophia perennis señala el camino hacia un conocimiento libre de representaciones, opiniones y conceptos. “Una tradición especial fuera de las escrituras, independiente de la palabra y de los caracteres de la escritura, que muestra inmediatamente el corazón del hombre”, así reza una definición que da el zen de sí mismo.

Sophia perennis, la “sabiduría eterna”, conduce a una vida en armonía con el fondo primordial del ser y nos familiariza con el auténtico significado de nuestra condición humana.

Esta sabiduría la alcanzamos después de la profunda experiencia del fondo primordial intemporal.

(Willigis Jäger, Sabiduría eterna, pp. 11-13)

Fuente Umbrales de Luz

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“Espiritualidad transreligiosa”, por Enrique Martínez Lozano

Miércoles, 15 de febrero de 2017
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12261a-errores-practicar-espiritualidadLa comprensión de la diferencia que hay entre “religión” y “espiritualidad” permite comprender que “existe una alternativa entre el ateísmo materialista y la religión tradicional, entre la concepción científico-técnica del mundo y una visión mítica preilustrada”.

Quien así se expresa es el filósofo Feliciano Mayorga, en un libro que acaba de publicar, en la editorial Kairós, con título provocativo y sugerente: “El ateísmo sagrado. Hacia una espiritualidad laica”.

Parece innegable que el imaginario colectivo de nuestro entorno sociocultural se mueve, efectivamente, en un “credo materialista”, cuyo dogma fundamental afirma que solo existe aquello que podemos experimentar. Poco importa que tal “creencia” ignore cuestiones hoy científicamente irrebatibles, como el hecho de que apenas conocemos un 4% de la realidad existente, o que, como se viene afirmando desde la física cuántica, el origen de la materia es inmaterial. Sabemos bien que cuando un dogma se asienta en el imaginario colectivo es difícil tomar distancia del mismo, someterlo a crisis y abrirse a una verdad mayor. Parece que el cerebro humano justifica con facilidad aquello a lo que previamente se ha aferrado…, por más que resulte objetivamente insostenible. Esto suele ocurrir en todo tipo de creencias –en la religión hay casos notables de dogmas “increíbles”–, y el nuevo “credo” materialista o cientificista no es una excepción. La ironía consiste en que el materialismo moderno crítica el dogmatismo religioso y su carácter mítico, sin ser consciente de sus propios pre-juicios que le mantienen encerrado en el mismo error de fondo.

Para el cientificismo materialista, todo lo que suene a espiritualidad solo se sostiene en el delirio narcisista –proyectarse en lo eterno–, que escapa al control humano. No advierte que lo que realmente constituye un delirio narcisista es la reducción de la realidad a lo que puede ser controlado por el ser humano. Este es el delirio de la razón absolutizada o del racionalismo patológico, causa de un efecto hipnótico, que obliga a creer que solo existe lo que, bajo tal hipnosis, es posible percibir. Junto con sus logros extraordinarios –entre ellos, la emergencia de la “razón crítica”–, esa fue la más triste y empobrecedora herencia de la Ilustración: la razón fascinó y hechizó al ser humano, hasta el punto de quedar hipnotizado por ella, con la consecuencia de no aceptar absolutamente nada que la propia razón no comprobara.

Nos hallamos así ante una paradoja: por una parte, la no asunción de la modernidad condena a las personas religiosas a posiciones fundamentalistas –no parece desacertado afirmar que esa es precisamente una de las carencias graves de la religión islámica, aunque no solo de ella–; por otra, su absolutización desemboca en la “cultura chata”, nihilista, vacía y carente de sentido que parece haberse enseñoreado de no pocos sectores de nuestra sociedad.

Entre ambas “creencias” –la religión preilustrada y el materialismo dogmático, dos formas “gemelas” de hipnosis mental–, la espiritualidad muestra un camino de apertura incondicional a la verdad de lo que somos.

En la auténtica espiritualidad no hay dogmas ni creencias –se valora la razón y, sin absolutizarla, se la integra y trasciende–, sino apertura lúcida a la comprensión de lo real. Así, ofrece “instrucciones”, pautas o caminos para ir más allá de la mente y, de ese modo, responder adecuadamente a la única pregunta que realmente importa: ¿Quién soy yo?

Cada vez somos más conscientes que la mente nunca podrá atrapar la verdad. Por lo que tampoco es capaz de otorgarnos certezas definitivas. Todo lo que nace de ellas son –no puede ser de otro modo– “construcciones mentales”, es decir, creencias de todo tipo, religiosas o no.

Necesitamos, por tanto, aprender a acallar la mente para poder “ver” en profundidad.

Y, dado que no tiene nada que ver con las creencias, la espiritualidad es transreligiosa, por el simple hecho de que es transmental. En esta línea, son de agradecer los intentos que están surgiendo en los últimos años favoreciendo la llamada “espiritualidad laica” o “espiritualidad atea”. En esta línea, además del libro de Mayorga, ya citado, y que me ha dado pie a esta reflexión, es obligado mencionar otros dos:

Marià CORBÍ, Una espiritualidad laica. Sin religiones, sin creencias, sin dioses, Herder, Barcelona 2007.

André COMTE-SPONVILLE, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios, Paidós, Barcelona 2006.

Finalmente, a quien esté interesado en una visión más de conjunto de toda esta cuestión de la “espiritualidad transreligiosa”, me permito reenviarle a dos libros míos:

La botella en el océano. De la intolerancia religiosa a la liberación espiritual, Desclée De Brouwer, Bilbao 2009.

Vida en plenitud. Apuntes para una espiritualidad transreligiosa, PPC, Madrid 32013.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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