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“Acompañar a Jesús (I)”, por Gema Juan OCD

Domingo, 13 de abril de 2014
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13365843333_feaa2ec4ec_mDe su blog Juntos Andemos:

Dedicado a los hermanos carmelitas descalzos de la República Centroafricana:

A ellos, a cuantos acompañan a Jesús en tierras que sufren conflictos violentos, y a todos los refugiados. Con la esperanza de que entre todos logremos la paz.

Como un grito desde lo profundo, la voz de Teresa de Jesús se abre en algunos de sus escritos. Salen de sus entrañas palabras que queman. Quiere llegar a Dios, sin duda, pero desde su intimidad abierta está hablando también a las gentes, buscando incendiar a otros para no andar sola su camino de vida.

«¡Oh cristianos!». Cuántas veces, mientras escribe, sale de su pluma esa palabra rasgando el silencio, llamando para despertar las conciencias. Y cada vez que la repite en voz alta, parece resonar la palabra de Jesús: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Teresa se duele en ocasiones, cuando percibe que los «amigos de Dios» no saben responder a la pregunta de Jesús, y escribe: «¡Oh Señor, cómo os desconocemos los cristianos!». Sabe cuánto importa que quienes dicen ser cristianos, lo sean en verdad. Y no se cansa de insistir: «¡Oh cristianos, cristianos!, mirad la hermandad que tenéis con este gran Dios; conocedle».

Para ayudar a conocerle, Teresa tiene una infinidad de palabras vivas. Sobre todo, invita a ponerse «junto a la fuente». Como sea, dice, «como pudiere». Con palabras o sin ellas, apoyándose en meditaciones o recogiéndose en lo profundo. Pensar en Él y en su vida para «conocer la bondad del Señor por experiencia» y experimentar su amistad.

Dirá: «se esté allí con Él, acallado el entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire que le mira, y le acompañe y hable y pida y se humille y regale con Él», porque así se va conociendo a Dios en verdad, «y de esta compañía tan continua nace un amor ternísimo con Su Majestad y unos deseos… de entregarse toda a su servicio».

Cuando Teresa habla de estar con Él, de «acompañarle», sabe que, a veces, es difícil. Y recordemos, una vez más, que Teresa no divide la amistad con Jesús en dos partes: el tiempo que se pasa con Él y el tiempo que se está con los demás. Basta recordar cómo explica la vida de quien está unido a Él: «nunca dejan de obrar casi juntas Marta y María». No se confunden Marta y María, pero tampoco se separan ni turnan.

Teresa sugiere, con frecuencia, meditar la vida de Jesús y, especialmente, su Pasión. No lo hace con dolorismo ni por afán de sufrimiento. Dos cosas la mueven: reconocer el increíble amor que se muestra ahí y, a la vez, la necesidad de actualizar esa Pasión, de hacer que signifique algo realmente, en cada presente, para los seguidores de Jesús.

Por eso, va a decir que, aunque «a los principios no os hallareis bien», o se dé algún «apretamiento de corazón y congoja» –sorprendente realismo de Teresa a la hora de acompañar a Cristo– «aquí probará el Señor lo que le queréis. Acordaos que hay pocas almas que le acompañen y le sigan en los trabajos… y acordaos también qué de personas habrá que no solo quieran no estar con Él, sino que con descomedimiento le echen de sí».

Es imposible no recordar, leyendo este texto, a quienes no echan de sí a Cristo, sino que lo acogen en los hermanos necesitados. Estos tales han comprendido «en qué está el amar de veras a Dios» y saben qué es acompañar a Jesús.

Acompañarle es fiarse de Él, que «nunca falta», dejar la vida en sus manos y ocuparse de sus cosas. Sabiendo que esas cosas no son otras sino las que dan vida a los seres humanos. Por eso, dirá: «¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la ganancia que hay de arrojarnos en los brazos de este Señor nuestro y hacer un concierto con Su Majestad, que mire yo a mi Amado y mi Amado a mí; y que mire Él por mis cosas, y yo por las suyas!».

El Dios de los cristianos es un Dios con necesidad, que quiere concertarse con todos. «Nos da licencia para que pensemos que Él tiene necesidad de nosotros», dice Teresa. Y en seguida, añadirá: «Pues de aquí adelante Señor, quiérome olvidar de mí y mirar solo en qué os puedo servir y no tener voluntad sino la vuestra». Y su voluntad está siempre ligada a la «ganancia de los prójimos», es decir, al bien de todos.

Acompañar a Jesús es «estarse con Él» y «salir a aprovechar a otros». Es, sencillamente, como dijera de sus hermanas, y podría seguir diciendo hoy: vivir «ocupadas en su amor».

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