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“La reforma pendiente”, de Jesús López Sáez

Jueves, 30 de septiembre de 2021
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Jesús López Sáez
Madrid.

ECLESALIA, 03/09/21.- Acaba de salir mi libro “La reforma pendiente“, publicado por la editorial Última Línea (Málaga, 2021). Este libro tiene su origen, no en un simple escritorio, sino en el surco de una historia personal y comunitaria centrada en la búsqueda de la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. En medio de la crisis profunda de la Iglesia que entonces afloraba, había que volver a las fuentes, a la Biblia, a la experiencia de las primeras comunidades cristianas. Pero las dificultades eran enormes. Había que acercarse por aproximaciones sucesivas. Y para muchos, “todavía no había llegado la hora”.

Llevamos más de cien años rezando por la unidad de las Iglesias. También se ha dialogado y se han hecho declaraciones conjuntas. Pero con eso no basta. Es cuestión de renovación y reforma. El Concilio Vaticano II se propuso “promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo” (SC 1). La restauración de la unidad es “uno de los principales propósitos” (UR 1). Han pasado cincuenta años y no se ha conseguido.

Considerando las lecciones de la historia y las dificultades que subsisten en el camino de la unidad de las Iglesias, surgen algunas preguntas: ¿Es imposible la unidad de los cristianos? ¿No se puede conseguir a gran escala? ¿Las grandes Iglesias cristianas pueden renovarse y reformarse? ¿Sólo lo puede lograr un resto? ¿Es posible la unidad sin la reforma pendiente?

En nuestro proceso de vuelta al Evangelio, algunos momentos fueron especialmente difíciles. Por ejemplo, en 1998 (volviendo a las fuentes) cruzamos la cordillera dogmática de los siglos IV y V para llegar a la confesión de fe de Pedro, de Pablo, de Juan, de Jesús de Nazaret. Él dijo en la última cena: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). Y también: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (14,23). La fe judía es ésta: “Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno” (Dt 6,4). Es el primer mandamiento, dice Jesús: “El Señor nuestro Dios es el único Señor” (Mc 12,29).

Esta es la fe que proclama Pedro como el centro del mensaje cristiano: “A Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a este, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a este, pues, Dios le resucitó… de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del padre el espíritu santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hch 2,22-33), “sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (2,36).

Se cumple el salmo 110: “Dijo el Señor (Dios) a mi Señor (Cristo): Siéntate a mi derecha”. Jesús es reconocido como Señor, como Cristo, como rey del reino de Dios. Es el rey prometido (Sal 72). En el salmo de entronización se dice: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2). En general, las grandes confesiones cristianas no pasan la cordillera dogmática de los siglos IV y V. Están atrapadas. Hay que revisar la tradición a la luz de la Escritura. No somos ingenuos. Somos conscientes de que la publicación de este libro supone un riesgo. Sin embargo, también lo somos de que “anunciamos a un Cristo crucificado”, a Jesús que “padeció fuera de la puerta”, fuera de la ciudad, excomulgado, condenado como blasfemo y subversivo.

Así pues, si fuera preciso, esperamos que no, salgamos donde él “cargando con su oprobio, que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro”. O sea, seguimos todavía con aproximaciones sucesivas, pero tenemos esto claro: La reforma pendiente es condición de la unidad

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