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“La Iglesia y los carismas según San Pablo”, por José Combin, teólogo

Domingo, 12 de octubre de 2014
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carismas01Leído en la página web de Redes Cristianas

Las cartas de Pablo revelan lo que era la Iglesia en las comunidades fundadas por él más o menos 20 años después de la muerte de Jesús. La comunidad cristiana está comenzando y tiene todos los privilegios de la infancia.

Debemos considerar las epístolas que son realmente de s. Pablo: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, 1 Tesalonicenses, Filipenses, Filemón. Las otras fueron escritas después de la muerte de él y varias fueron escritas 30 ó 40 años después de la muerte de él por discípulos de él. Pero estos discípulos cambiaron la eclesiología, con certeza porque las mismas comunidades habían cambiado. El principal cambio es la presencia de ministros permanentes encargados de dirigir la comunidad, presbíteros y diáconos que no fueron establecidos por s. Pablo. De la misma manera los Hechos de los Apóstoles presentan a un Pablo bien diferente del Pablo de las cartas. Es el Pablo al cual se atribuyen todos los cambios que ocurrieron entre la muerte de él y la redacción de los Hechos. El autor de los Hechos no conoció a Pablo ni las cartas de él. Acepta tradiciones populares y agrega discursos y episodios que representan la teología de él y no la teología de Pablo.

1.- El pueblo de Dios

Debemos mantener que el concepto básico de la eclesiología de Pablo es el concepto de pueblo de Dios. El concepto de pueblo no es sociológico. Consulté tratados de sociología y pude ver que en la sociología no se trata del pueblo porque pueblo no es categoría sociológica, no es algo que se pueda observar. Pueblo es una categoría teológica porque es un ideal proyectado como promesa hecha a Abrahán.

Para Pablo los discípulos de Jesús son la continuación del pueblo de Israel. Los jefes de Israel traicionaron las promesas hechas a Abrahán y abandonaron el verdadero Israel. El verdadero y definitivo Israel está en las comunidades de discípulos de Jesús, judíos y gentiles. Pues las promesas de Abrahán no se dirigen a una pequeña porción de la humanidad separada del resto. La descendencia de Abrahán debía envolver todo el mundo siendo innumerable. Los judíos levantaron barreras e impidieron la entrada de todas las comunidades étnicas separadas de los judíos. Todo eso está en los cap. 9 a 11 de Romanos, exposición fundamental de la eclesiología de Pablo.

Pablo no pretende convertir individuos, quiere extender el pueblo de Dios hasta la extremidad del mundo porque ese es el plan de Dios revelado a Abrahán. Jesús vino para realizar ese plan de Abrahán. Por eso fue muerto. Pero después de él los discípulos rompieron las barreras y fueron al mundo entero y el pueblo de Dios contiene judíos y no judíos. Jesús no vino para salvar almas sino para refundar la descendencia de Abrahán, rompiendo las barreras y asumiendo él mismo la dirección de ese pueblo.

Un pueblo envuelve la totalidad de la vida humana. Jesús no vino para enseñar una religión o una sabiduría, sino para cambiar toda la vida. Todo forma parte del pueblo: economía, política, cultura, vida corporal, desde la comida hasta el uso de los recursos naturales. Todo eso forma el pueblo. Los discípulos tienen por misión inaugurar ese pueblo que será el pueblo de Dios, integrando todos los otros pueblos en la unidad del proyecto de Abrahán. Hay lugar para todos porque no hay más barreras. Jesús suprimió todas las barreras que procedían de una cultura, de una porción de la humanidad, de un modo de vivir, de algunos jefes de los judíos cerrados en sí mismos y separados de los otros pueblos. Los jefes de Israel hacían casi imposible la entrada de los paganos porque levantaban obstáculos casi intransponibles. Ahora el pueblo está abierto y Pablo piensa que en poco tiempo va a envolver a la humanidad entera.

Las comunidades paulinas y los otros discípulos llamados por otros apóstoles constituyen el inicio de este pueblo ahora libre y abierto. Numéricamente son insignificantes pero la fe de Pablo consiste en esto: ver en ellos el comienzo de una nueva humanidad reunida en una única convivencia en que toda la diversidad se une en el amor y en la solidaridad..

2. La “ekklesía” (Iglesia).

En el inicio, los discípulos de Jesús no creían necesario dar un nombre a su reunión. Eran judíos, miembros del pueblo elegido de Israel. Dentro de Israel ellos eran los seguidores del camino de Jesús. Esperaban el reino de Dios anunciado por Jesús. El reino no vino. Apareció más distante que lo previsto. El concepto de reino de Dios fue transferido para el día en que se realizaría realmente el fin de este mundo y el advenimiento del nuevo, esperado como gran milagro de Dios. Aparecía un tiempo intermediario. Los discípulos no podían esperar simplemente ese día bastante distante. Vivían en la tierra, la vida terrestre continuaba. Fue necesario darse un nombre sobretodo cuando entraron paganos convertidos y los discípulos se distanciaron de la ortodoxia judaica.

Pablo dio a sus comunidades un nombre que era común a todas y expresaba la unidad entre todas. Pablo adoptó el nombre de”ekklesía”. Era genial porque esa palabra era muy significativa.

La palabra “ekklesía” tenía un solo significado. Era la asamblea del pueblo reunido, del “demos”, para gobernar la ciudad. No tenía otro significado. Tomando esa palabra Pablo sabía muy bien lo que hacía. No escogió ningún nombre religioso. Había asociaciones religiosas de diversos tipos en aquel tiempo en las ciudades griegas. Pero Pablo sabía que no venía a establecer en la ciudad una religión, un culto. La religión, el culto no interesaban. Para Pablo el culto de los discípulos de Jesús era su vida. Pablo venía para llamar a todos para formar un pueblo. Las comunidades de una ciudad representaban un pueblo, el pueblo de Dios en esa ciudad. Eran el verdadero pueblo, formando el verdadero “demos” aunque fuesen todavía una minoría insignificante. Pero Pablo miraba lejos con una fe invencible. Allí estaba el pueblo, en esa asamblea de los discípulos que era la asamblea del pueblo.

Las comunidades eran un pueblo que formaba “ekklesía”, esto es se gobernaban a sí mismos, sin jefes, sin personas que mandaban. Era la verdadera realización del ideal griego de ciudad. Los discípulos formaban entre ellos una auténtica “democracia” realizando el ideal nunca alcanzado por los griegos que admitían la esclavitud y la división de clases.

La verdadera traducción de “ekklesía” debía ser “democracia”. En cada ciudad los discípulos de Jesús forman una democracia. Sin embargo no hubo traducciones: en latín tomaron la palabra griega que perdió su sentido: “ecclesia”, lo que en castellano fue transformado en “iglesia”. La palabra “iglesia” no significa nada, no dice nada. Se transformó en el nombre de una institución.

Quien está en la Iglesia católica puede percibir hasta qué punto nos alejamos de los orígenes cristianos. Hoy quien considera que la Iglesia es y debe ser una democracia, será condenado como hereje. Estamos exactamente en el extremo opuesto de las comunidades cristianas primitivas.

En la “democracia” cristiana todos eran iguales, todos podían hablar, todos podían intervenir en las decisiones tomadas por la asamblea. Era realmente el advenimiento de la libertad, el núcleo de un nuevo pueblo, de una nueva humanidad. Las comunidades no se reunían para hacer un culto, para practicar una religión, sino para convivir unos con los otros en la fraternidad de un pueblo de iguales. Vivir juntos era la razón de esas reuniones. Había naturalmente una comida en común porque vivir juntos es comer juntos.

Lo que más se aproxima a la “ekklesía” de los orígenes, fueron las llamadas comunidades eclesiales de base, una realización de la cual no se tenía más noticia desde la edad media aunque fuese realizada en ciertas iglesias reformadas, sobretodo en los Estados Unidos.


3.- Los dones del Espíritu en las comunidades

La Iglesia, esa “democracia” forma una unidad, un solo cuerpo porque es el cuerpo de Cristo. Cada uno es un órgano de Cristo. El propio Cristo reúne todos sus miembros. Él une todos esos miembros por medio de los dones del Espíritu que son diversos. Cada uno recibe un don del Espíritu. El don es una capacidad para servir. Todos sirven a todos, todos están el servicio de todos. Así es la unidad. La unidad es hecha por el Espíritu.

Pablo dejó tres listas de dones o servicios que llama carismas. Las listas no son las mismas. No había catálogo oficial. Las comunidades no debían ser la copia de un modelo uniforme.

1 Corintios 12, 8-10: “A uno, el Espíritu da el mensaje de sabiduría; a otro, la palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro el mismo Espíritu da la fe; a otro todavía, el único y mismo Espíritu concede el don de las curaciones; a otro el poder de hacer milagros; a otro la profecía; a otro, el discernimiento de los espíritus; a otro el don de hablar en lenguas; a otro, el don de interpretarlas.”

1 Corintios 12, 28-30: “Aquellos que Dios estableció en la Iglesia son, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, doctores. Vienen enseguida los dones de los milagros, de las curaciones, de la asistencia, del gobierno y de hablar diversas lenguas”.

Romanos 12, 6-8: “Quien tiene el don de profecía, que lo ejerza según la proporción de nuestra fe; quien tiene el don de servicio, lo ejerza sirviendo; quien el de enseñanza, enseñando, quien el de exhortación, exhortando. Aquel que distribuye sus bienes, que lo haga con simplicidad; aquel que preside, con diligencia; aquel que ejerce misericordia, con alegría.”

No necesitamos aquí investigar cuál era el contenido concreto de cada uno de esos dones. Lo que nos importa es que todos los miembros tienen un papel en la comunidad. Si alguien preside, no es para mandar, sino para reunir. En las comunidades paulinas nadie manda, nadie impone. Se realiza lo que dijo don Helder cuando llegó a Recife: aquí dos palabras son prohibidas: mandar y exigir. Leer más…

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