Humano
“Lo que nos incita a retroceder es tan humano y necesario como lo que nos impulsa a avanzar”.
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Pier Paolo Pasolini
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“Lo que nos incita a retroceder es tan humano y necesario como lo que nos impulsa a avanzar”.
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Pier Paolo Pasolini
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Hay unos versos de Joan Alcover que, a mi modo de ver, expresan la paradoja que comporta toda experiencia y todo conocimiento de Dios. El poeta dice que el contemplativo, antes de subir a la montaña, “debe recorrer palmo a palmo toda la tierra que desde la cima dominará”. Y entonces ocurrirá algo sorprendente, pues “No per això s’esvairà el misteri, / del fons de tota cosa inseparable; / si avança la claror, l’ombra recula, / com més va reculant, més imponenta” (= No por ello se desvanecerá el misterio, / inseparable del fondo de toda cosa; / si avanza la luz, la sombra retrocede, / cuanto más retrocede, más imponente).
Se diría que recorrer palmo a palmo una realidad y, además, contemplarla desde la perspectiva de la altura, debe conducir a un conocimiento amplio, profundo, completo. Y, sin embargo, hay algunas realidades que, por mucho que las conozcamos, siempre resultan misteriosas. Más aún, cuanto más las conocemos, más misteriosas resultan. La cuestión, según el poeta, no es que la sombra retrocede cuando avanza la luz, sino que cuanto más luz hay, la sombra resulta más imponente. O sea, cuando parece que avanzamos porque las cosas se van clarificando, entonces es cuando las conocemos menos y resultan más misteriosas.
Esa paradoja se realiza plenamente en el caso de la experiencia y del conocimiento de Dios. Cuanto más avanzamos en el conocimiento de Dios, cuanto más nos acercamos a Dios, cuando parece que le conocemos mejor, entonces más cuenta nos damos de que Dios es un misterio. Acercarnos a Dios es darse cuenta de lo lejos que de él estamos. Por eso, cuanto más cerca parece que estamos de Dios, más conscientes somos de la infinita lejanía que nos separa de él.
Esa es también la experiencia del justo. Precisamente el justo es el que confiesa sus pecados. Por eso, cuanto más avanza uno en el camino espiritual, más consciente es de lo mucho que le falta para identificarse con Dios. De ahí que, aparentemente, avanzar en el conocimiento y en la experiencia de Dios es retroceder. Cuanto más y mejor le conocemos, más cuenta nos damos de lo lejos que estamos: “la búsqueda de Dios, lo hace cada vez más incomprensible” (San Agustín). Avanzar es retroceder. Cobrar conciencia de la santidad de Dios es al mismo tiempo darse cuenta de lo mucho que nos falta para llegar a él. Se diría que aquí se cumple, aplicada a la situación del creyente, esta frase de Juan Bautista sobre Jesús: “es preciso que él crezca y que yo disminuya”.
Y, sin embargo, esta conciencia de la lejanía de Dios, no es una conciencia de separación, sino de unión. De la misma forma que la conciencia de lo poco que sabemos de él, una conciencia que se agudiza a medida que parece que sabemos más, no es la conciencia de una ignorancia absoluta, sino la conciencia de una “docta” ignorancia. Sabemos que no sabemos. Y así es como sabemos. El que se cree que sabe, no sabe nada. En los terrenos de la fe, el que lo tiene todo claro, hace tiempo que dejó de creer.
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