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Trinidad 3: Santa Teresa, pechos fecundos del Dios enamorado

Sábado, 6 de junio de 2015
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ZTX- MATRIMONIO ESPIRITUAL. jpgDel blog de Xabier Pikaza:

Piero Coda, de la Comisión Teológica Internacional, acaba de publicar un Manual Trinitario (Desde la Trinidad. El Advenimiento de Dios entre Historia y Profecía, Sec. Trinitario, Salamanca 2014) en el que por vez primera, por lo que yo sepa, introduce una reflexión teológica de fondo sobre Santa Teresa de Jesús en un manual o libro de texto trinitario .

Yo había dedicado al tema unas páginas finales de mi libro Fiesta del Pan, fiesta del vino (Verbo Divino, Estella 2001) en las que ponía de relieve el fondo trinitario de la experiencia humana y teológica de Santa Teresa de Jesús pero aquel era un ensayo de estudio de Biblia, no un manual escolar.

Ambos nos fundamos, como es lógico, en las páginas finales del libro de las Moradas. En este año del 5 Centenario del Nacimiento de Teresa de Ávila, entre las grandes reflexiones que se vienen haciendo sobre su vida y figura, será bueno recordar su teología y/o mística trinitaria, como haré ofreciendo primero una página de mi amigo y colega P. Coda, para desarrollar después mi visión de la tema.

PIERO CODA, DESDE LA TRINIDAD. TERESA DE JESÚS

Teresa de Jesús y Juan de la Cruz han subrayado el hecho de que la vía que conduce a Dios es la negación de uno mismo (el nada, nada, nada de Juan de la Cruz), vivida en la unión con Jesucristo Crucificado, a través del bautismo, la fe, la Eucaristía. Una vez que se alcanza y se pone al desnudo en ese aniquilamiento el centro del alma, ese centro se convierte como en “polo negativo” che se une en el amor a Dios, que es el “polo positivo” . Y de esa forma, la vida trinitaria se comunica entre Dios y el alma, que queda totalmente iluminada y habitada por la Santísima Trinidad. Pero escuchemos el testimonio Teresa.

Ella describe in estos términos la clara inteligencia que logra alcanzar, por experiencia directa, del misterio trinitario:

A las personas ignorantes parécenos que las Personas de la Santísima Trinidad todas tres están -como lo vemos pintado- en una Persona, a manera de cuando se pinta en un cuerpo tres rostros ; y ansí nos espanta tanto, que parece cosa imposible y que no hay quien ose pensar en ello, porque el entendimiento se embaraza y teme no quede dudoso de esta verdad y quita una gran ganancia. Lo que a mí se me representó, son tres Personas distintas, que cada una se puede mirar y hablar por sí. Y después he pensado que sólo el Hijo tomó carne humana, por donde se ve esta verdad. Estas Personas se aman y comunican y se conocen (…). En todas tres Personas no hay más de un querer y un poder y un señorío, de manera que ninguna cosa puede una sin otra, sino que de cuantas criaturas hay es sólo un Criador. ¿Podría el Hijo criar una hormiga sin el Padre? No, que es todo un poder, y lo mismo el Espíritu Santo; así que es un solo Dios todopoderoso, y todas tres Personas una Majestad (Relaciones 33 (versión it. Opere, Roma 1981).

Conforme a la metáfora que Teresa ha hecho célebre, el alma ha sido creada para convertirse en “castillo interior” donde habita la Santísima Trinidad.

(Podemos) considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza (Castillo interior I, 1,1, versión it. En Opere, 761-762).

El testimonio de Teresa aparece, por tanto, en esta luz, como la exégesis carismática y casi como la encarnación de la palabra de Jesús: Si alguien me ama, cumplirá mis palabras, y mi Padre le amará y vendremos a él y pondremos en él nuestra morada (Jn 14,23). Así cuenta Teresa:

Y metida en aquella morada , por visión intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima Trinidad, todas tres personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas Personas distintas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo, porque no es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres Personas, y la hablan, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos .

Parecióme se me representó como cuando en una esponja se incorpora y embebe el agua; así me parecía mi alma que se henchía de aquella divinidad y por cierta manera gozaba en sí y tenía las tres Personas. También entendí: «No trabajes tú de tenerme a Mí encerrado en ti, sino de encerrarte tú en Mí». Parecíame que de dentro de mi alma – que estaban y vía yo estas tres Personas- se comunicaban a todo lo criado, no haciendo falta ni faltando de estar conmigo .
Comenzó a inflamarse mi alma, pareciéndome que claramente entendía tener presente a toda la Santísima Trinidad (…). Y así me parecía hablarme todas tres Personas, y que se representaban dentro en mi alma distintamente (…). Entendí aquellas palabras que dice el Señor: que estarán con el alma que está en gracia las tres divinas Personas, porque las veía dentro de mí por la manera dicha (cf. Jn 14,23) .

Se trata del comienzo de la séptima morada del Castillo Interior, que constituye la última etapa en el itinerario hacia la plena comunión con Dio Trinidad, que culmina en la perfecta unión esponsal con Cristo.

(cf. Castillo Interior, VII, 1,69; Relaciones 18 y 16(
(Tomado de P. Coda, Manual Trinitario (Desde la Trinidad. El Advenimiento de Dios entre Historia y Profecía, Sec. Trinitario, Salamanca 2014, 505-507).

XABIER PIKAZA. IMÁGENES TRINITARIAS DE SANTA TERESA

Recogemos las tres famosas imágenes de Dios que Teresa de Jesús puso al fin de su Camino, en las Séptimas Moradas (7, 2):

Dios es Padre, Gracia original, Madre de pechos divinos, de los que mana Leche de Vida gozosa para todos los humanos. En ese principio, Fuente de toda realidad, estamos sustentados.
Dios es Hijo, Amigo, Vida en rasgos de Alteridad y Compañía, como vemos en Jesús y descubrimos cuando interpretamos la existencia como matrimonio, encuentro de amor con el Amado.
Dios es Espíritu Santo, Familia, Comunicación o Diálogo de amor, de tal forma que el Padre y el Hijo habitan uno en otro e in-habitan en el alma, que se vuelve así “una misma cosa con el Padre y con Jesús”.

1. Dios es Madre más que Padre: Tierra divina, Don de la vida.

Hablar de un Dios separado de esa tierra común, un Dios abstracto, que planea como pura ley sacral, sobre la naturaleza y la historia, constituye para la Biblia una falta de sentido, una blasfemia. Por eso, el problema de la religión no consiste en saber si hay o no hay Dios, como después se ha planteado. El Dios en sí puede quedar en silencio, según la Biblia israelita. La tarea “divina” está en saber cómo se sitúan los humanos ante las fuentes poderosas de la vida, ante el don sagrado de la Tierra, que ellos reciben con amor, y con justicia y cariño deben compartir.

Ciertamente, la Tierra no es Dios, pero es signo divino: principio del que varones y mujeres nacen, lugar donde comparten la existencia, unos con otros, en respeto y generosidad. Descubrir y agradecer la vida, que nos viene por la Tierra (agua y viento, plantas y animales, todo el universo) es el primero y más hondo de los gestos religiosos. Lógicamente, ella puede recibir rasgos divinos y maternos, expresados de manera humana. Así la ha visto Teresa de Jesús, que hace a Dios Fuente de vida, Pechos de madre que ofrece su propio alimento a los humanos:

[Dios Vida]
Se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma…, que en ninguna manera se puede dudar…, que producen algunas veces unas palabras regaladas, que parece no se pueden excusar de decir: ¡Oh Vida de mi vida y Sustento de mi sustento!… y cosas de esta manera.
[Pechos divinos]
Porque de aquellos Pechos Divinos, adonde parece está Dios siempre sustentando el alma, salen unos rayos de leche que toda la gente del castillo conforta, que parece que quiere el Señor que gocen de alguna manera de lo mucho que goza el alma,
[Río-Fuente]
y de aquel río caudaloso, adonde se consumió esta fontecita pequeña, salga algún golpe de aquel agua para sustentar a los que en lo corporal han de servir a estos dos desposados (Moradas 7, 2, 7).

Están esposo y esposa (Cristo y el alma, Jesús y Teresa) bien unidos, en desposorio radical, como luego mostraremos. Desde esa unión de amor descubre Teresa el misterio original divino, que ella ha presentado en términos vitales (Dios es Vida de mi vida), maternos (unos Pechos que manan gozo y leche que sustenta a los humanos) y cósmicos (fuente original de la que brota agua de gracia y existencia para los humanos, en especial los enamorados).

De la Tierra Madre cósmica, que sustenta generosa a los humanos, haciéndoles hermanos, pues deben compartirla (jubileo israelita), pasamos a la Madre Personal divina de Teresa de Jesús: creer en Dios es para ella una experiencia original de fe en la vida. No hay en Dios de imposición paterna (ley, juicio), sino generación vital materna: Él aparece así como Fuente de la Vida, Pechos abundantes, acogedores y gozosos, que alimentan a todos los humanos, no sólo al alma interna, sino a “la gente del castillo”, que son las potencias y facultades corporales.

Al hablar de esta manera, Teresa no ofrece un argumento conceptual, filosófico o científico, sino una experiencia vital. La filosofía y ciencia resultan secundarias, lo mismo que la teología escolar. Incluso el nombre dios es posterior, de manera que puede evitarse, si alguien lo siente impositivo, apresurado. Teresa habla de algo previo a todo razonamiento: del gozo de Ser, de saberse acunada en la Vida, del misterio de esos “pechos divinos” que nos amamantan para así crearnos.

2. Dios Hijo y Amigo, el Dios enamorado.

De esa forma, la misma generación (expresión de amor materno) conduce al surgimiento del Otro (Hijo/a) y al encuentro de amor entre persona. En perspectiva humana, la relación generativa y esponsal han de distinguirse, pues de lo contrario la corriente de vida se cerraría en sí misma, de forma incestuosa: no es bueno que el hijo quede fijado en la madre, clausurándose en ella de manera indefinida; es bueno que salga, que rompa el cordón, que encuentre a un amigo/a diferente, para descubrir y desplegar con él o ella la inmensa maravilla del encuentro enamorado.

Dentro del símbolo divino, ambos momentos pueden vincularse y se vinculan de forma paradójica: entre el Padre/Madre divino y el Hijo divino Jesucristo se establece una relación de Encuentro eterno, de gozo incesante de pareja enamorada, que la iglesia identifica con el Espíritu Santo. De manera consecuente Teresa de Jesús ha desarrollado en esa perspectiva la visión del Dios amigo, la fe como esponsales:

[Eucaristía]
Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio… A esta persona de quien hablamos (=Teresa de Jesús) se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, y le dijo que
[Matrimonio]
era ya tiempo de que sus cosas (de Jesús) tomase ella por suyas
y Él tenía cuidado de las suyas (de Teresa) (Moradas 7, 2, 1).
[Pascua]
Aparécese el Señor en este Centro del Alma sin visión imaginaria, sino intelectual…, como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo “pax vobis” (Moradas 7, 2, 3; cf. Jn 20, 21).

La misma eucaristía se expresa en claves esponsales, conforme al simbolismo israelita de la alianza (¡Yo seré vuestro Dios, vosotros seréis mi Pueblo!), que aquí se despliega en formas personales: Jesús da su cuerpo a Teresa, es decir, se ocupa de sus cosas; Teresa da su cuerpo a Jesús, es decir, se ocupa de sus cosas. Este es un desposorio de comunicación completa, en libertad y entrega reversibles, sin que uno sea más o mande sobre el otro, pues los dos ofrecen lo que son (la esencia) uno al otro.

Este Dios amigo, que suscita y ratifica todo amor esponsal sobre la tierra, no es ya poder patriarcalista, ni donación de un superior (del padre al hijo), sino principio de armonía simétrica y comunicación enamorada. Sólo aquí recibe su sentido la eucaristía, como expresión de un matrimonio total entre Jesús y los humanos, es decir, entre los humanos que aceptan su camino y responde a la voz de su llamada. Esta es la eucaristía del Jesús resucitado, que se expresa y expande en toda la vida del cristiano, que toma formas esponsales, de comunicación personal y gratuita, en cuerpo y alma.

Del Dios materno que cuida generosamente a los humanos (sus hijos) venimos al Dios esponsal y fraterno, que goza en amar y ser amado, en cercanía y comunicación transformadora, que culminan por Cristo en el símbolo eucarístico: sólo un hombre o mujer enamorado/a puede pedir ¡come, bebe, esto es mi cuerpo!, dando al otro y compartiendo con el otro el pan y vino de la vida. Lo que él ofrece no es ya un cuerpo de Madre divina (pechos abundosos, manantial de leche), ni el poder de un padre que planea por arriba, con autoridad dictatorial, sino el rostro y cuerpo humano del amigo/a, que goza y/o sufre a nuestro lado y que nos pide pan o una palabra de conocimiento, dignidad, ternura.

Jesús se ha vuelto así cuerpo ofrecido (se da a sí mismo: eucaristía) y necesitado (quiere que le alimentemos y acojamos en los pobres: cf. Mt 25, 31-46). Dios no se revela, por tanto, en los principios de la totalidad social, que pueden ser manipulados, al servicio del sistema o del estado, tampoco en la intimidad de la pura conciencia, sino en la comunión concreta de amor entre los hombres y/o mujeres de la tierra. Por eso, el símbolo supremo del Dios Hijo en el mundo es el pan y vino compartido: la solidaridad concreta de hermanos y amigos. o fiesta eucarística de amor.

Cambiando un verso de Juan de la Cruz, en la dedicatoria de este libro, nos atrevimos a presentar la eucaristía como cena que libera y enamora. Quizá se debería invertir el orden de los términos. Esta es una cena que enamora, abriendo a los humanos, varones y mujeres, la más honda experiencia de la comunicación personal transformadora. Este es cena que libera, es decir, re-crea, pues en ella podemos descubrir y descubrimos nuestra propia libertad, re-creando el mundo y pudiendo ofrecer espacio y camino de liberación a los excluídos de la tierra.

3. Dios Familia. Eucaristía y Trinidad

Hemos venido suponiendo que los rasgos anteriores se unifican, en clave trinitaria: el mismo Dios es Madre fundante, que nos hace ser, y Amigo que comparte nuestra vida, haciéndonos capaces de dar y recibir en amor enamorado. Podemos y debemos afirmar, con la tradición de la iglesia, que son dos personas (Padre/Madre, Hijo/Amigo), siendo el mismo Amor transcendental (en sí mismo valioso), que ha querido expresar y realizar su misterio entre nosotros (como amor humano), en forma de comunión definitiva (Espíritu Santo).

El despliegue de la comunicación de amor, perfecta y plena, en plenitud pascual: eso es Dios para siempre, todo en todos, en formas de regalo culminado. Esto es el cielo. Así lo ha indicado el judaísmo, cuando los profetas (especialmente Is 41-56) han interpretado el jubileo en forma escatológica: la tierra compartida (Lev 25) se ha vuelto un símbolo muy hondo de la Nueva Tierra y Nuevo Cielo, donde los salvados comerán y beberán unos con otros (unos de otros), en gozo fuerte, comunicación perfecta. Lógicamente, Teresa de Jesús ha interpretado este motivo en forma trinitaria:

[Apóstoles]
Orando una vez Jesucristo Nuestro Señor por sus Apóstoles (Jn 17, 21), dijo que fuesen una cosa con el Padre y el Él, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en Él.
[Universalidad]
¡No sé que amor puede ser mayor que este! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque así dijo Su Majestad: “No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también” y dice “yo estoy en ellos” (Jn 17, 20.23) (Moradas 7, 2, 9-10).
[Servicio]
¿Sabéis que es ser espirituales de veras? ¡Hacerse esclavos de Dios!… Así que, hermanas, para que (vuestra vida) lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas (las hermanas) y esclava suya (de las hermanas), mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir… (Moradas 7, 4, 9).

Pasamos así del matrimonio (unión íntima con Jesús y/o con otros creyentes) a la comunión más extensa de la iglesia, representada por los apóstoles. En ellos habita la Trinidad, siendo ellos signo de Dios sobre la tierra. Esto es creer en Dios, expresar su misterio: abrirse en comunión de amor y servicio mutuo hacia los otros. He destacado la universalidad, pues en esta comunión que brota del Jesús enamorado entran todos, como expresamente afirma Teresa, re-interpretando Jn 17, 20 de manera universalista. Así se expande la familia divina: el Dios que aparecía primero como Madre y luego como Amor Enamorado será al fin y plenamente Comunión donde los humanos se regalan y sirven unos a los otros, descubriendo y desplegando el placer de la existencia compartida, envuelta en gloria.

Un tema abierto. La Trinidad de A. Rublev

En este contexto se sitúa uno de los iconos teológicos más conocidos: la Trinidad de Rublev y otros artigas orientales, que evocan la escena de los “Convidados de Mambré” (Gen 18, 1-15), citada al principio de este libro (Parte 1ª, Cap. 1º): tres seres divinos caminan por la tierra como peregrinos; Abraham les invita a comer y ellos se sientan, compartiendo vida y alimento. Así los ha visto el pintor, así los ha venerado la iglesia: sentados a la mesa, en torno a un plato de Cordero (signo de la entrega amorosa de Jesús), que puede estar simbolizado también por el pan y vino compartido. Son tres, ángeles del cielo, peregrinos en la tierra, revestidos de cielo (cada uno con su color celeste) y sentados a la mesa, dialogando en gesto de felicidad completa. Ellos representan la belleza de Dios, la gloria que esperamos y se expresa ya (anticipada y fuerte) en la mesa compartida de Jesús. La familia humana, reunida en comunicación vital y personal, palabra y comida: este es el supremo signo trinitario, esta es la iglesia.

Por eso, la Trinidad cristiana es misterio del gozo y gloria que mana del ser fundante (Madre) y se expresa en la vida compartida (unión de Padre/Madre con el Hijo, en el Espíritu), superando así todo egoísmo y toda muerte. De esa forma, el amor es misterio de Dios, que no aparece ya como Padre o Madre, que nos tiene sometidos, sino como familia, comunión de amor, en la que estamos todos implicados. No podemos hablar de esa familia de manera objetiva, como si se hallara fuera de nosotros, pues sólo en la medida en que acogemos su amor y nos amamos mutuamente podemos entenderla.

No hay al fin supremacía ni inferioridad: Dios no quiere ni puede humillarnos, poniéndose encima de nosotros, como Alguien que por pura condescendencia nos visita y saluda a la caída de la tarde, sino que viene a quedarse. Y no se queda como superior, siempre mandando, sino como Vida en nuestra propia vida, de manera que en él somos (nos hacemos) plenamente hermanos y amigos, en fiesta de amor y resurrección. Por eso, el signo trinitario final no son el padre o la madre en cuanto tales, sino la familia entera, reunida en torno a la mesa, la comida fraterna, pan y vino, entre los hermanos.

Este es un Dios que era, es y vendrá, como ha dicho el Apocalipsis (1, 4). Por eso, conocerle únicamente como Padre/Madre significa quedarse en el principio, no haber recorrido con Él el camino de la vida, en generosidad eucarística. Quien lo haya recorrido, avanzando por los varios paisajes de este libro y de la historia israelita y cristiana, sabe que Dios acaba siendo todo en todos (cf. 1 Cor 15, 28), libertad y plenitud de nuestra vida, expresada en la fiesta del pan y vino compartido.

*Tomado de X. Pikzaza, Fiesta del Pan, fiesta del Vino, Verbo Divino, Salamanca 2001

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