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“La ciudad guarda el código de ciudadanía”, por Fidel Aizpurúa

Lunes, 11 de marzo de 2019
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rec-cuarReflexión en la Cuaresma de 2019

Llegada la Cuaresma, escuchamos desde diversos lados la invitación a la conversión. Así ha sido desde siempre en la espiritualidad cristiana. Y como es “desde siempre”, la llamada a la conversión es una espiritualidad esperada, debida y, por ello, con el peligro de que se acepte y resbale sin más.

Quizá sea un camino distinto el de adjetivar la conversión. El Papa Francisco lo hace. Por eso habla de “conversión ecológica” (LS 5, 217-221), “conversión eclesial-pastoral-misionera” (EG 26-30). Incluso habla de una “conversión del papado” (EG 32). Es que la conversión, como los grandes conceptos de la nuestra espiritualidad, si no se la adjetiva, tiene en peligro de quedar en nada, en la intemporalidad, en la no-evaluación.

Viviendo lo que vivimos, tal vez una posibilidad de vivir la conversión sea convertirnos a la ciudadanía. Porque, como vemos y luego diremos, la ciudadanía se deteriora, se empobrece, se abandona, se maltrata. Y volver al código de la ciudadanía puede ser, desde el lado de la espiritualidad cristiana, una posibilidad de crecimiento espiritual.

Además, tal vez estemos necesitados de poner una cierta dosis de componente social a la vivencia de nuestra fe. En aquella relación  entre periódico y Biblia que atribuyen a K. Barth, es esta, la componente religiosa, la que se lleva la mayor parte. De ahí que si se logra un equilibrio mayor en entre el componente místico y el situacional de la fe, como dice J. B. Metz, quizá podamos avanzar en la vivencia de una espiritualidad adulta.

Por todo ello, tal vez podamos enfocar la Cuaresma de este año como una conversión a la ciudadanía, como un camino espiritual para poder vivir en sociedad de maneras más fraternas. ¿Es, acaso, otro el sueño de Jesús cuando nos habla reiteradamente del Reinado de Dios? ¿No es ése precisamente el gran sueño del mismo Dios que recoge la Palabra (Mt 18,15ss)?

  1. Una escena franciscana medieval

La escena pertenece a una obra medieval de un compañero de san Francisco de Asís (llamado Tomás de Celano). Los trabajos por la vuelta a la ciudadanía se inscriben en el largo itinerario humano que oscila entre el alejamiento de la convivencia y el logro de la misma. Quizá por eso pueda tener alguna capacidad de iluminación al comenzar esta reflexión. El texto dice así:

«Las palabras de Francisco no sólo tenían eficacia cuando las decía, que a veces, aun transmitidas por otros, no volvían vacías.

Así sucedió una vez cuando llegó a la ciudad de Arezzo al tiempo en que toda la población, revuelta en guerra civil, estaba en trance de exterminio total. Con tal suerte, que el varón de Dios, huésped en un burgo fuera de la ciudad, ve que los demonios se alborozan por aquella tierra y excitan ciudadanos contra ciudadanos con el fin de que se maten. Llamó, pues, a un hermano llamado Silvestre, varón de Dios y de sencillez recomendable, y le mandó, diciendo: «Vete a la puerta de la ciudad y, de parte de Dios todopoderoso, intima a los demonios que salgan cuanto antes de ella». La sencillez piadosa se encamina pronta a cumplir la obediencia, y, dedicándose primero al Señor en alabanzas (Sal 94,2), grita con fuerza ante la puerta: «De parte de Dios y por mandato de nuestro padre Francisco, salíos, demonios todos, de aquí a muy lejos». Poco después, la ciudad vuelve a la paz, y sus moradores observan con gran calma el código de ciudadanía.

Por eso, el bienaventurado Francisco, predicándoles después un día, comenzó el sermón con estas palabras: «Hablo a vosotros como a quienes estuvisteis en una ocasión bajo el yugo y cadenas de los demonios, pero sé que al fin fuisteis liberados gracias a las plegarias de un pobre».

  • Lo primero que hay que subrayar es el valor y la fuerza de las palabras para la construcción de la convivencia ciudadanía. Las buenas palabras construyen la ciudadanía, las palabras incendiarias, despectivas, crueles, ridiculizadoras, la destruyen.
  • No huir de la ciudad conflictiva («en guerra civil, en trance de exterminio»). Es la ciudad de nuestra familia, los seres humanos. Mirar el conflicto de lejos, como no afectados, es imposibilitarse para la ciudadanía, para el amor social.
  • Los demonios quieren «que los ciudadanos se maten». Esos demonios están en el propio interior de cada cual («eres un Satán»: Mt 16,23). Tenerse por incontaminado de violencia, de dureza, de exclusión es no entenderse correctamente.
  • Silvestre es «de sencillez recomendable». La sencillez, el corazón sin doblez, la actitud del que no quiere poner trampas de ninguna clase puede ser una herramienta buenísima para construir la ciudadanía sobre una base humana y cristiana.
  • Predicar el alejamiento de la violencia, decirlo de mil formas, con toda clase de actitudes y gestos, controlar el juez que llevamos dentro, son actitudes imprescindibles para la construcción benigna y crítica de la ciudadanía.
  • Los resultados anhelados son la paz, la calma y la vuelta al «código de la ciudadanía», que no es otro sino el código del respeto, la tolerancia, la colaboración, el gozo ciudadano, la actitud de quien quiere restañar heridas más que infligirlas.
  • Las «plegarias del pobre» pueden también contribuir humildemente a la observancia del código de la ciudadanía, siempre que esas plegarias estén imbuidas de amor social, de pasión por la convivencia en paz, de dolor asumido por el daño que nos hacemos los humanos que estando llamados a la convivencia pacífica nos empeñamos, con frecuencia, en devastarla.
  1. El ciudadano Jesús: Mt 17,24-27

“Cuando llegaron a Cafarnaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: -¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Él dijo: -Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: -¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: -De los extraños. Jesús le dijo: -Luego los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estáter; tómalo, y dáselo por mí y por ti”.

  • Este pasaje se inserta en un amplio sector del EvMt: la resistencia de los discípulos al mesianismo pobre de Jesús (16,21-20,34): ¿cómo descabalgarse de esa idea de que Jesús Mesías nos va a reportar beneficios? ¿Cómo entender que lo importante no es cuánto voy a ganar, sino cómo me voy a entregar a los frágiles?
  • Cree el EvMt que la razón de ser de la comunidad de Jesús en el mundo es, justamente, ser amparo de los débiles: una comunidad que ampara a los débiles, ésa es la comunidad de Jesús. Desde ahí hay que leer este embrollado pasaje.
  • La línea general es la que dimana de la actitud de Jesús ante el templo (recordar la expulsión de los mercaderes: Mt 21,12-17): él ejerce una crítica fuerte contra una institución representativa, el Templo, que, debiendo estar al servicio del pueblo, sobre todo de los pobres, no lo está, sino que los esquilma y les pone impuestos. Por eso él está en no pagar un impuesto que gravaba aún más a los frágiles sociales.
  • En ese caso, el pasaje habría terminado en el v.26, de una forma un tanto brusca. Y sería un texto del tiempo de Jesús, ya que en tiempos de Mt no existía ya el impuesto del Templo, ni siquiera el Templo, destruido en la guerra.
  • Pero alguien ha añadido el v.27 que es el que nos interesa con una leyendita muy conocida en la literatura de la época (Herodoto, Estrabón y muchos otros). Y ese v.27 corrige la visión dura y profética de Jesús sobre la institución del Templo y mete la variante de “para no ofenderles” (“no les escandalicemos” mê skandalisômen autous). Y para evitar ofensa, escándalo, se pliega la comunidad: se paga. Es decir, se colabora con las instituciones públicas, por discutibles que parezcan, para evitar el escándalo social.

“¿Cuál es el interés de Mateo en este relato? El impuesto del templo no existía ya en su tiempo. El buen entendimiento con la sinagoga se había roto. Este texto es el certificado de una solidaridad pretérita que fue arrollada por la historia. Si Mateo consideró el impuesto anual de la doble dracma un precepto de la Torá, el texto atestiguaría el libre cumplimiento de la Ley por parte de Jesús. Si Mateo sabía que el impuesto de la doble dracma no era un precepto de la Torá, sino parte de la ‘tradición de los antepasados’, mostró cómo podían asumirse las tradiciones en aras del amor” (U. LUZ, El evangelio según san Mateo, II, Ed. Sígueme, Salamanca 2006, 698).

  • Aun así, hay algo en este texto que se nos escapa. Pero quizá sea bueno escuchar esa voz que corrige al mismo Jesús en beneficio de la una actuación de comprensión ciudadana. En ese caso, por mucho que le pese a la profecía, la construcción de la ciudadanía va por delante de ella, ya que el amor social está por encima de la misma profecía, por muy necesaria que esta sea.
  1. Aportaciones de la comunidad cristiana a la ciudadanía

Nadie duda a estas alturas de que el Evangelio es, ante todo, una propuesta ética y que el seguimiento a Jesús es un modo concreto de ser persona, de ser hermano/a y, por ello, de ser ciudadano. ¿A qué aportaciones nos empuja el mensaje de Jesús, con qué voz habla hoy la Palabra a los creyentes?

  1. La prioridad de la persona y su dignidad: Así ha sido en el caso de Jesús. Él ha orientado su vida a la persona, y, sobre todo, a la persona frágil. No le ha movido ninguna ideología religiosa ni, por supuesto, ningún afán lucrativo. Si no se hubiera enamorado del corazón pobre de los frágiles, no habría movido un dedo en su favor. Así lo reflejan los Evangelios para los que el amor más grande es el de dar la vida por los otros (Jn 15,13).
  2. Ser amparo de los débiles: la mejor aportación a la ciudadanía: La mejor aportación de la comunidad cristiana y su sentido. Allí descubre su lugar en el conjunto social. Lo suyo es amparar y sostener el lado frágil de la sociedad. Por eso, los verdaderos hijos del Reino son los que acompañan la vida de los frágiles (Mt 18,1ss).
  3. El cristiano como contribuyente explícito a la ciudadanía: De ahí el respeto a la autoridad cuando mira al bien común y la consiguiente contribución a las obras comunes (Rom 13). No sentir la llamada de lo común, no desplazarse de la propia y única orilla es no haber entendido que la vida cristiana es comunitaria y social, es no haber entendido el proyecto de Jesús.
  4. La utopía de la igualdad y la necesaria equidad: Porque si de algo no se ha apeado Jesús es de la utopía de la igualdad, de aquel sueño simple de que uno es nuestro Padre y todos somos hermanos (Mt 23,8). Por muy compacto que sea el edificio de la desigualdad, del patriarcalismo y de la diferencia, la utopía de la igualdad siempre rebrota. La comunidad cristiana está dispuesta siempre a andar los caminos que van conduciendo a la igualdad efectiva.
  5. La aportación a la paz y al perdón social: Porque más allá de la indudable historia de violencia que aún pesa sobre la comunidad cristiana, muchos seguidores de Jesús han hecho siembra de paz. Son los “artesanos” de la paz (Mt 5,9). Y si no se ha hecho lo que se debía, aún estamos a tiempo. Cada día estamos a tiempo. Y, aunque casi siempre centrado el perdón en el lado sacramental, hay también creyentes que piensan y colaboran a que el perdón social esté presente en una sociedad de la que bastantes de sus heridas solamente sanan si hay perdón.
  6. Valores espirituales de la ciudadanía

Los religiosos creemos que toda la inspiración carismática nos viene del componente místico de la fe, de la Palabra, de los sacramentos, de la liturgia, de la piedad, del carisma propio. Mucho nos viene de ahí. Pero la sociedad, en sus valores más hondos, nos enseña a conectar con el fondo del Evangelio. En ese caso, podemos aprender espiritualidad de los valores de la ciudadanía y, si nos convertimos a ellos, seremos personas de una espiritualidad más honda y  mejor situada.

  • El amor social: que es una variante hermosa del amor. ¿Podrá la VR creer que el amor social, el amor a lo público, el sueño que anida en el fondo, oscuro muchas veces, del amor político pueden enseñarle el camino de la fraternidad básica? ¿Menospreciarán los religiosos/as el amor político, aquel que Gandhi apreciaba tanto, por el evidente hecho de que va envuelto y mezclado a un magma de pasiones? ¿Nos autosituaremos al margen del pulso social siendo así que toda la ciudad, nosotros incluidos, late con un mismo corazón?
  • Contra el discurso del odio: porque este discurso es hoy, quizá más que antes, un torrente que amenaza con anegarlo todo, incluso nuestra propia alma. Resulta hoy necesario fortalecer la cohesión colectiva, es decir la adhesión al bien común, bajo pautas comunes y valores esenciales de referencia. ¿No debería ser la VR extremamente cuidadosa con sus valoraciones sobre los distintos, los lejanos, los que nos llegan? ¿No habrían de encontrar en nosotros una mano cálida y no una voz airada, signo de un corazón endurecido de antemano?
  • Las voces de la ira: son las de quien cree que la ira merece más atención que el argumento. No habría que olvidar aquel estupendo consejo de Ef 4,6: “Si os airáis, que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enfado”. La ira bloquea los caminos de la fraternidad. La ira social es una siembra de sal sobre el campo de las relaciones humanas. Escuchar las voces de la ira que nos ofrecen ciertos medios es caminar en la dirección opuesta al Evangelio.
  • Gente por el bien: una lectura sesgada del hecho social puede llevarnos a creer que en nuestra sociedad es mayoría el número de personas que van a lo suyo, cuando no decididamente negativas, y aun malas. Esto es cuestionable: en nuestra sociedad es amplio el número de personas que están por el bien. Los signos de bondad, si se lee bien el hecho social, abundan y son cercanos. Por eso, aunque nos parezca que el mal es profundo, el bien lo es mucho más. Esta certeza habría de llevarnos a resistir tenazmente en el lado de la ciudadanía que está por el bien. Si los cristianos nos alejamos de ese ámbito, nos alejamos del camino marcado por aquel que “pasó haciendo el bien” (Hech 10,38).
  • Apóstoles de la inclusión: ya que un sector social piensa que las identidades sociales se reafirman por la exclusión. La visión del cristiano, que el Papa Francisco recalca continuamente (EG 186-216), es justamente la contraria: la sociedad es más fuerte, es más ella, cuanto más incluye, cuanto más abraza, cuanto más acoge. Una ciudadanía excluyente no puede apelar a sus raíces cristianas. Más bien es lo contrario: excluir nos aleja del Evangelio. La conversión a la ciudadanía nos ha de llevar al apostolado de la inclusión.
  • La compasión difícil: es aquella que hay que verter sobre personas y situaciones que deterioran la convivencia social. La tentación de juicio y condena para quien no respeta el código de la ciudadanía habría de ser suplantada por una difícil diplomacia: la de persuadir, seducir, a quien hiere a la sociedad por las ventajas, personales y sociales, de sumarse a la ciudadanía como casa común, como beneficio colectivo. Es prorrogar aquella actitud del padre que perdona siempre que “intentaba persuadir” al hermano mayor que no quería entrar al banquete de fiesta de la recuperación de quien había herido la convivencia familiar (Lc 15,28).
  1. Oraciones para andar por la calle:

Hace ya muchos años, más de sesenta, M. Quoist publicó aquel libro (“Oraciones para rezar por la calle”) que muchos leímos repetidamente. No estaría mal, de vez en cuando, volver a orar por la calle, hacer de la calle un lugar de oración. Quizá podríamos hacerlo esta Cuaresma para ver con más claridad que convertirse a la ciudadanía es una tarea espiritual.

  • El banco:

Hoy amanece el día con una buena noticia: van a poner en la ciudad 255 nuevos bancos para sentarse. Muchos ancianos se alegrarán por estos “samaritanos” humildes de hierro y de madera sembrados en las calles. Sin ellos el caminar sería más difícil; sin ellos la conversación sosegada no sería posible. Bancos humildes que sostienen nuestra fragilidad. Amparo callado, como el tuyo, Señor, que nos ofreces por su medio.

  • El parque:

Por suerte, Señor, es larga la lista de parques en nuestras ciudades. Sin ellos, nuestra ciudad, nuestro pueblo, estaría muerto bajo el peso del cemento. Sin ellos habríamos olvidados el canto de los pájaros y la risa de los niños. Sin ellos no sabríamos cómo habla el árbol cuando el viento mece sus ramas. Sin ellos no sabríamos que tú mismo, Señor, bajas a pasearte con nosotros al fresco de la tarde.

  • La calle compartida:

La  calle es tu casa, Señor. Caben todos en ella, no solo los automóviles, autobuses y camiones. También, por las aceras, los viandantes, las bicis, los patinetes. Caben todos porque la calle es como tu amor. Cabes tú también, Señor, porque donde estamos nosotros estás tú. A veces tenemos demasiada prisa y parece que nadie se detiene ante nadie. Pero, por suerte, y en general, en nuestras calles se puede andar tranquilo. Y más que iríamos si te viéramos en los rostros de cada persona con la que nos cruzamos.

  • La iluminación urbana:

 Tu luz, Señor, nos acompaña en las luces de la ciudad. Sin ellas nuestro deambular sería titubeante y medroso. Sin tu luz viviríamos en una niebla perenne, fría y oscura. A la luz de las farolas de la calle percibimos la bondad de muchos rostros; en las luces de los comercios captamos la alegría y la pena que envuelven el corazón de nuestros vecinos. Gracias por las luces, por tu luz. Que las tinieblas no tengan voz en nosotros y que hable tu luz en la humilde luz que hemos inventado los humanos.

  • Lugares de diálogo:

Los hay muchos en nuestras ciudades, en nuestros pueblos: las cafeterías, las tiendas, las mismas aceras, los merenderos, las casitas de campo, los parques, las estaciones de buses y de trenes. Muchos lugares donde la vida se detiene un instante y nos comunicamos unos con otros. Lugares de calma y de pausa. Ahí nos esperas, Señor, en la confidencia, en la pequeña noticia, en la humilde conversación. Ahí vemos que tú, Señor, sigues hablando con nosotros en el sencillo lenguaje de la vida, la certeza de que en todo instante nos acompañas.

  1. Caminos cuaresmales de ciudadanía (itinerario cuaresmal):
  • Semana 1ª de Cuaresma (10-16 de marzo): Ama la ciudad (el pueblo) que el Señor te da. Pon en tu cuarto, en la capilla, una foto de la ciudad. Y con ella, alguna frase hermosa, por ejemplo: “La ciudad es, Señor, tu mansión”.
  • Semana 2ª de Cuaresma (17-23 de marzo): Ora por tu ciudad (por tu pueblo) como un deber cristiano de gratitud. Haz una prez esta semana en vísperas por tu ciudad.
  • Semana 3ª de Cuaresma (24-30 de marzo): Participa en la vida de tu ciudad. Elige una actividad ciudadana en esta semana y hazte presente en ella. Comunica tu experiencia a tus hermanos/as.
  • Semana 4ª de Cuaresma (31 de marzo al 6 de abril): Desea vivir en una ciudad, en un pueblo, de mejor nivel ecológico. Pon esta semana mucho cuidado en el tema del reciclaje de residuos.
  • Semana 5ª de Cuaresma (7-13 de abril): Desea para tu ciudad, para tu pueblo, un nivel más alto de espiritualidad. Prepara en tu ambiente, lo mejor que puedas, la celebración de la Semana Santa y de la Pascua.

Conclusión

Ojalá esta clase de temas no nos parezcan poco espirituales. Porque una espiritualidad, un Evangelio, que no se mezcla con la vida tiene el riesgo de quedar en las nubes. Y arriesgarse a eso en esta Cuaresma sería una pérdida.

Además, el Papa Francisco nos anima a construir una espiritualidad ciudadana “que impregne la acción” (EG 82). Eso no se viene de sí, sino que hay que ir trabajando, poco a poco, nuestras sendas cotidianas para hacer de ellos cauces de espiritualidad.

Aquí se halla la razón de la aportación del cristianismo al hecho social: contribuir a que los caminos de vida sea más espirituales, más profundos, con más sentido. Desde ahí, un corazón convertido a la ciudadanía puede ser algo hermoso y ofertable.

Fidel Aizpurúa Donazar

Logroño, marzo 2019

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