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“La urgencia de refundar la ética y la moral”, por Leonardo Boff, teólogo ex-profesor de Ética

Sábado, 8 de noviembre de 2014
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a_3Leído en la página web de Redes Cristianas

Actualmente una de las mayores demandas en los grupos, en las escuelas, en las universidades, en las empresas, en los seminarios de distinto orden es la cuestión de la ética. Las peticiones que más recibo son justamente para abordar este tema.

Hoy es especialmente difícil, pues no podemos imponer a toda la humanidad la ética elaborada por Occidente siguiendo a los grandes maestros como Aristóteles, Tomás de Aquino, Kant y Habermas. En el encuentro de las culturas por la globalización nos vemos confrontados con otros paradigmas de ética. ¿Cómo encontrar más allá de las diversidades un consenso ético mínimo, válido para todos? La salida es buscar en la propia esencia humana, de la cual todos somos portadores, su fundamento: cómo nos debemos relacionar entre nosotros, seres personales y sociales, con la naturaleza y con la Madre Tierra. La ética es de orden práctico, aunque se base en una visión teórica. Si no actuamos en los límites de un consenso mínimo en cuestiones éticas, podemos producir catástrofes socioambientales de magnitud nunca antes vista.

Es valiosa la observación del apreciado psicoanalista norteamericano Rollo May, que escribió: «En la actual confusión de episodios racionalistas y técnicos perdemos de vista y nos despreocupamos del ser humano; ahora necesitamos volver humildemente al simple cuidado; muchas veces creo que solamente el cuidado nos permite resistir al cinismo y a la apatía que son las enfermedades psicológicas de nuestro tiempo» (Eros e Repressão, Vozes 1973 p. 318-340).

Me he dedicado intensamente al tema del cuidado (Saber Cuidar, 1999; El cuidado necesario, 2013). Según el famoso mito del esclavo romano Higinio sobre el cuidado, el dios Cuidado tuvo la feliz idea de hacer un muñeco con forma de ser humano. Llamó a Júpiter para que le infundiera el espíritu, y éste lo hizo. Pero cuando quiso ponerle un nombre, se levantó la diosa Tierra diciendo que tal figura estaba hecha de materia suya y por lo tanto ella tenía más derecho a darle un nombre. No llegaron a ningún acuerdo y llamaron a Saturno, padre de los dioses, quien decidió la cuestión llamándole hombre, que viene de humus, tierra fértil. Y ordenó al dios Cuidado: «tú que tuviste la idea cuidarás del ser humano todos los días de su vida». Por lo que se ve, la concepción del ser humano como compuesto de espíritu y cuerpo no es originaria. El mito dice: «El cuidado fue lo primero que modeló al ser humano».

El cuidado, por tanto, es un a priori ontológico, está en el origen de la existencia del ser humano. Ese origen no debe entenderse temporalmente, sino filosóficamente, como la fuente de donde brota permanentemente la existencia del ser humano. Estamos hablando de una energía amorosa que brota ininterrumpidamente en cada momento y en cada circunstancia. Sin el cuidado el ser humano seguiría siendo una porción de arcilla como cualquier otra a la orilla del río, o un espíritu angelical desencarnado y fuera del tiempo histórico.

Cuando se dice que el dios Cuidado moldeó, el primero, al ser humano, se pretende enfatizar que empeñó en ello dedicación, amor, ternura, sentimiento y corazón. Con eso asumió la responsabilidad de hacer que estas virtudes constituyesen la naturaleza del ser humano, sin las cuales perdería su estatura humana. El cuidado debe transformarse en carne y sangre de nuestra existencia.

El propio universo se rige por el cuidado. Si en los primeros momentos después del big bang no hubiese habido un sutilísimo cuidado para que las energías fundamentales se equilibrasen adecuadamente, no habrían surgido la materia, las galaxias, el Sol, la Tierra y nosotros mismos. Todos nosotros somos hijos e hijas del cuidado. Si nuestras madres no hubiesen tenido infinito cuidado al recibirnos y alimentarnos, no habríamos sabido cómo salir de la cuna a buscar nuestro alimento. Habríamos muerto en poco tiempo.

Todo lo que cuidamos también lo amamos y todo lo que amamos también lo cuidamos.

Junto con el cuidado nace naturalmente la responsabilidad, otro principio fundador de la ética universal. Ser responsable es cuidar de que nuestras accionen no hagan daño ni a nosotros ni a los demás, sino al contrario, que sean benéficas y promuevan la vida.

Todo necesita ser cuidado. En caso contrario se deteriora y lentamente desaparece. El cuidado es la mayor fuerza que se opone a la entropía universal: hace que las cosas duren mucho más tiempo.

Como somos seres sociales, no vivimos sino que convivimos, necesitamos la colaboración de todos para que el cuidado y la responsabilidad se conviertan en fuerzas plasmadoras del ser humano.

Cuando nuestros antepasados antropoides iban en busca de alimento, no lo comían al momento como hacen, en general, los animales. Lo recogían y lo llevaban a su grupo y cooperativa y solidariamente comían juntos, empezando por los más jóvenes y los mayores, y después todos los demás. Fue esta cooperación la que nos permitió dar el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que fue verdadero ayer, también sigue siendo verdadero hoy. Es lo que más falta hace en este mundo que se rige más por la competición que por la cooperación. Por eso somos insensibles ante el sufrimiento de millones y millones de personas y dejamos de cuidar y de responsabilizarnos del futuro común, el de nuestra especie y el de la vida en el planeta Tierra.

Es importante reinventar ese consenso mínimo alrededor de estos principios y valores si queremos garantizar nuestra supervivencia y la de nuestra de civilización.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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