Queridos,
muchas gracias por vuestro apoyo. Cuando falta poco para ser ordenado presbítero y los nervios me tienen en ascuas, haciendo una retrospectiva de mi vida, solo puedo decir: hasta aquí me ayudó el Señor y doy gracias por todo lo vivido.
Contemplo a aquel niño que iba a la iglesia con su familia y que se enamoró locamente de un tal Jesús. Contemplo a aquel adolescente que sufría pensando en que su homosexualidad era un pecado horrible, que sufría acoso y maltrato a diario en el pueblo y en el colegio, que se dio a la bebida como triste válvula de escape, que pensó en que morirse era lo mejor que le podía pasar.
Pero allí estaba Jesús, siempre, unas veces de forma callada, otras dejando que supiera lo que era la absoluta desesperación, y siempre, ayudándome a encontrar fuerzas de donde pensaba que no era posible hallar.
Cuántos años en soledad soñando con encontrar hermanas y hermanos que me comprendieran. Y como dice Teresa, la paciencia todo lo alcanza. Ahora tengo la inmensa alegría de poder reunirme y compartir las Buenas Nuevas, de formar parte y estar en comunión con tanta buena gente que, como yo, busca a Dios de forma sencilla. Por eso es tan importante llevar esperanza a quien no la tiene, acoger a quien es rechazado, repartir el amor y la gracia de Dios sin distinción, esperar recoger buenos frutos de las malas experiencias, comprender las debilidades de todos. Porque he estado solo, triste, desesperado, perdido, confundido, amargado y sé que todo eso, no es nada comparado con lo que puedes encontrar al final del laberinto. Amor, alegría, comunidad, vida nueva y libertad. La luz más pequeña puede con la oscuridad.
Cuando me bauticé, a los 17 años, al dar testimonio de mi fe, compartí unas palabras que hoy vuelvo a compartir con vosotros:
Para Jesús no hay reyes ni mendigos;
en él hay potencial para corazones fuertes y grandes,
amor profundo y conmovedor y la habilidad
para transformar
la guerra en paz,
las disensiones en armonía,
la indiferencia en cuidado
para sanar y reconstruir el mundo.
Jesús me amó, cuando yo no podía aceptarme a mí mismo,
y me perdonó cuando otros no querían hacerlo,
ni yo tampoco a mí mismo.
Él es amor...y, el amor lo cambia todo.
Daniel (Asturias)