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Marc (noviembre de 2187)

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    València, lunes 9 de diciembre de 2019:

    Suena el eco lejano de los disparos y el viento lo dispersa entre las hojas áureas y ensangrentadas de los olmos. Como cada tarde a la misma hora, se escucha ese sonido ya familiar y previsible. El del trueno que resuena en el horizonte y cercena vidas infelices. Hombres y mujeres que pasan a las sombras de la eternidad desde un pelotón de fusilamiento y terminan incinerados en algún polígono industrial cercano. Simples criaturas de vidas duras y sueños frágiles que tuvieron la desgracia de nacer y vivir en el lado equivocado de la balanza.
    -Mi padre me ha dicho que hoy son más de treinta -murmura David-. Algunos niños.
    Marc parece no escucharlo. Se limita a observar con el silencio triste habitual de su mirada el horizonte morado del mar. Una nube a sus espaldas ha ocultado los últimos latidos del sol.
    -A veces los envidio.
    -¿Por qué dices eso, Marc? ¿Acaso no tienes todo lo necesario? ¿Qué más puedo hacer para que comprendas que te quiero?
    -No lo digo por ti. No sé porqué lo digo. Es esta jodida guerra que nunca acabará.
    -Pero lo dices. Y no es la primera vez. Nadie puede tocar a tus padres ni a tus hermanos. Ni mucho menos a ti, Marc.
    -¿Nunca has pensado qué sucederá cuando vuestra Policía se entere? ¿O cuando alguien en algún Ministerio de Madrid decida que hay que dar un escarmiento a la Zona Negra?
    -Las cosas no funcionan así. No es tan simple. Cualquier actuación de represión se tiene que votar antes en el Congreso y sin una mayoría de al menos tres cuartos de los diputados...
    -Vuestras leyes no frenan a la Policía. Ha habido ataques este mes. Disparos en la noche que no se habían votado en ningún lugar. Una familia entera ha desaparecido en mi calle, a dos pasos de mi casa...
    -¿Sabes qué pienso? Que te preocupas por aquellas cosas que no merecen la pena.
    -No quieres ver el problema, David. Algún día el poder de tu familia se debilitará y el Gobierno terminará con nosotros. O vuestro propio Partido os dará la espalda.
    -Hago todo lo que está en mi mano para ayudarte y creo que nunca es suficiente.
    -No es eso... -Marc tiende su mano para regalar una caricia conciliadora en la de su compañero.
    David retira la suya con gesto veloz.
    -Escúchame. ¿Tan difícil es entender que quiero que seas feliz? ¿Que te quiero y nada más?
    Ambos mantienen un frío silencio. Permanecen sentados en lo alto del viejo puesto fronterizo levantado mucho tiempo atrás, en los primeros años de la Rebelión. Hoy solo quedan ruinas de los viejos tanques y trincheras. Solo unos pocas torres siguen en pie, ennegrecidas por el fuego, el tiempo y la muerte. A poco más de treinta kilómetros de allí se levantan las lujosas torres de Nueva Valencia, cerca de la frontera con la Zona Negra. Edificios antiguos de estilo fernandino, construidos inicialmente para refugiar a toda la población de la Valencia Sumergida pero utilizados finalmente para dar cabida a los ciudadanos que tiempo atrás, juraron lealtad al Régimen. El resto, los sediciosos y divergentes, o los que simplemente no tuvieron la fortuna o los recursos para comprar un futuro digno en el mercado negro, fueron relegados a subsistir en la Zona Negra. Un páramo gris y desolado que abraza kilómetros de costas inundadas, ciudades en ruinas, y campos yermos convertidos en lodazales y barrios infinitos de chabolas.
    -Nunca encajaré entre los tuyos.
    -No necesitas hacerlo. Me basta con saber que cuando vuelva aquí mañana, te encontraré. Y pasado. Y al otro. Yo siempre vendré.
    -¿Hasta cuando?
    David no responde. Aprieta los puños en los bolsillos de su chaqueta azul. Ropa barata que le permite pasar inadvertido en la Zona Negra. Aspira el aire gris y viciado, mira hacia atrás y lanza una mirada de rabia al sol que se ahoga entre las ramas de los árboles. Están solos.
    -No lo sé.
    A pesar de tener todo cuanto necesita se siente desgraciado. Un vacío abrumador nubla su razón en ese momento. No existe todavía una cura a su miedo.
    -No lo sé -repite-, pero no quiero perderte.
    Marc le mira.
    -Vamos, dime algo. No me hagas sentir ridículo.
    Entre los dos jóvenes solamente hay silencio. Muy lejos se oye una sirena de una lancha patrulla. Vigilantes fronterizos, seguramente. El sonido, como es habitual, viene de la antigua ciudad de Valencia Sumergida. Mucho antes de la Rebelión se diseñaron costosos sistemas de contención para evitar la entrada de las aguas del Mar Mediterráneo en la ciudad. Tras sucesivos fracasos, el millón de habitantes que para entonces la ocupaban se vieron obligados a abandonarla. Casi un siglo después los edificios que permanecen en pie emergen de las aguas negras y malolientes del mar. La fuerza de las olas ha abatido muchas estructuras pero algunas, como la torre del Miguelete, sobreviven en medio de la desolación. Se oyen varias detonaciones lejanas y aunque no se ven llamas, una columna de humo negro se eleva minutos después desde un alto edificio de viviendas en el antiguo barrio de Ruzafa.
    Los chicos observan nacer la nube de humo que se pierde hacia el cielo pálido, gris, sucio. Se miran a los ojos. Marc sostiene la mirada suplicante de David. Suspira. Se encoge de hombros.
    -Yo... Yo tampoco quiero perderte. Solo que a veces me pregunto qué ves en mi, David. No existe futuro aquí. No al menos para mí. Y eso es algo que no puedes evitar. No puedes luchar contra la vida. Quizá algún día el poder de tu padre no sirva para protegerme...
    -Por favor, no digas eso.
    -Déjame decir lo que siento. Quizá algún día tú vengas y yo ya no esté.
    -Ni se te ocurra pensar...
    -También a mí pueden fusilarme. A mí o a cualquier persona de mi familia.
    Esta vez no basta con apretar los puños. David necesita volar. Explotar. Diseminar cada brizna de su pánico sobre las hojas húmedas y marchitas de los árboles salpicados de otoño. Pronto anochecerá y el grito oxidado de las sirenas les obligará a separarse.
    -Algún día tendré mi propia casa. Y te llevaré conmigo.
    Marc suspira. Apoya su frente en el hombro de David.
    -¿Y qué dirás cuando vuestra Policía pregunte por mí? Para toda esa gente nosotros somos delincuentes. Rebeldes. Insectos que deben ser capturados y exterminados. ¿No es eso lo que os enseñan en el colegio?
    -Ese día llegará. Te lo prometo. Tienes que creer en ello tanto como yo.
    -Eres demasiado ingenuo. Pero ahí fuera, la vida real es bien distinta. Puedo imaginar lo que es una cama caliente, buena comida y un techo seguro porque tú me lo has descrito mil veces, aunque yo no lo haya visto nunca. Pero tú jamás entenderás el dolor de haber visto a dos hermanos fusilados antes de cumplir los quince años, ni haber visto a tu padre apaleado y tirado en la puerta de tu casa como un perro moribundo, aunque yo te lo explicase mil veces. Porque no existen las palabras para hablar de ello.
    Una lágrima resbaló en el rostro de Marc y se estrelló certeramente entre los dedos de David.
    -Tú tienes un corazón puro -continuó Marc-, pero eres una gota en el océano. Los demás no son como tú. Hay demasiado odio en este mundo. Y esto no acabará nunca. Nuestros propios abuelos no recuerdan como era el mundo antes.
    -No siempre fue así. En otra época hubo paz. Mi padre ha estudiado mucho sobre ella. Cuando daba clases de Historia Contemporánea él corregía mis libros de texto y me mostraba la realidad de vuestra situación. Y como él hay muchos.
    -Pero no son suficientes para que nada cambie.
    -Él defiende docenas de reformas en el Congreso para rescatar ese pedazo de la Historia del olvido. Se enfrenta a los negacionistas y a los escépticos porque cree en un mundo mejor. Y cuando yo asuma su escaño, dentro de unos años, lucharé por ello.
    -Vuestra política son solo palabras. Aquí cada día muere alguien esperando esa paz que nunca llegará. Mueren asesinos e inocentes porque vuestra Policía no distingue entre unos y otros. Solo buscan afianzar su poder. En la Zona Blanca se vive. Aquí se muere.
    David no tiene palabras para rebatir los argumentos que Marc empuña, como cuchillos afilados en su piel. Solo puede darle un último beso.
    Pero en ese momento los potentes y numerosos altavoces del sector este resuenan en el bosque y más allá, en el mar y en los páramos solitarios. Una bandada de cuervos alza el vuelo.
    "Dentro de treinta minutos tendrá inicio el Toque de Queda Regular... D'ací a trenta minuts començarà el Toc de Queda Regular..."
    -Vámonos. Es la hora -Marc ayuda a David a levantarse. Ambos se sacuden la tierra y ceniza adherida a sus pantalones.
    "...Cualquier individuo no identificado como ciudadano de pleno derecho de la Zona Blanca que sea encontrado en las próximas once horas en este sector... Qualsevol individu no identificat com a ciutadà de plé dret de la Zona Blanca que siga trobat a les pròximes onze hores en aquest sector..."
    David ayuda a su compañero a descender los últimos peldaños de la escalera metálica que conectan la base del viejo puesto de vigilancia con el suelo gris ceniza, polvoriento.
    -Vete a casa, Marc. Te veré mañana.
    "...será inmediatamente ejecutado por agentes especializados de la Policía. Dentro de treinta minutos... serà immediatament executat per agents especialitzats de la Policia... D'ací a trenta minuts..."
    -Te quiero.
    -Y yo.

    En mi oración.
    VISIBLES.

    Publicado hace 4 años #
  2. Impactante, muchas gracias.

    Un abrazo
    D.G.

    Publicado hace 4 años #

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