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Abel (1946)

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    Valencia, lunes 24 de junio de 2019

    https://www.youtube.com/watch?v=Vmw_KUF_oaM
    (Música de: "Abel Korzeniowski - Table for Two")

    https://www.youtube.com/watch?v=G_BrbhRrP6g
    (Música de: "Evelyn Stein - Quiet Resource")

    *** Abel y yo (1946) ***

    Las cigarras cantan, escondidas, entre las hierbas altas tostadas por el sol de julio. La brisa de levante que revolotea entre las hojas de la parra dibuja tenues ondulaciones en el agua de la balsa. En la quietud de la tarde, sin ruido, los dos perros que guardan la huerta dormitan bajo los naranjos. Tus pasos me han despertado. La gravilla bajo tus sandalias me previene para no confundir mis sueños con la realidad.
    -Vols banyar-te una estona? [¿Quieres bañarte un rato?].
    -Potser després, Abel -murmuro. [Quizá luego].
    Primero necesito comprobar una vez más que no hay nadie en los alrededores de la huerta. La balsa está rodeada por varias docenas de naranjos que se extienden hasta los muros de piedra junto al camino del cementerio, al norte, y el pequeño barranco repleto de pinos y zarzas que rodea las tierras. Mis tierras. Es innecesario tomar tantas precauciones, pues si algún chiquillo de la huerta o cualquier labrador se acercase demasiado, mis perros darían cuenta de ello de inmediato.
    -Després tornaràs a quedar-te adormit -bromeas. [Después volverás a quedarte dormido].
    Tu sonrisa brilla como el sol sobre las hojas de los naranjos, tiernas y frescas, como tus labios. Yo también te sonrío por miedo a que adivines el miedo que me asalta en cada momento. Aún cuando todo parece en calma, siento en mi alma el peso de verme descubierto, envuelto en un trágico accidente que convierte nuestra relación en un pozo de amargura.
    Nada de eso parece afectarte, pero sé que no es así, naturalmente. También tú te cuidas de mirarme a los ojos cuando nos vemos en el pueblo. Siempre ha sido así, sin que ninguna advertencia por ninguno de los dos haya sido pronunciada. No es necesario.
    Desde que nuestros caminos se cruzaron, recién terminada la Guerra, hemos vivido juntos. Al principio fue un simple negocio. Te alquilé la única habitación que tenía esa vieja casucha de la calle del Camí Nou, detrás de la que ahora llaman Plaza del Caudillo, donde yo había malvivido durante los últimos meses de la Guerra. Luego, cuando el Ayuntamiento me devolvió las tierras y la casa de la huerta que habían arrebatado a mi familia antes de asesinarlos, te propuse venir conmigo y aceptaste. Dijiste que no te separarías de mí.
    Quizá fue tu forma de agradecer mi mediación con la Falange en esos duros tiempos en que regresaste al pueblo. Tus pobres padres también habían muerto asesinados durante los primeros días de la Guerra, y tú eras un extraño en tu propia tierra. Un apátrida que nunca tomó partido por ningún bando.
    Siempre fuiste pobre, como los tuyos. Te conocí en el Seminario Menor de la calle Alboraia, en una época ya convulsa, cuando tú mismo te debatías en una lucha interior entre un futuro que no terminabas de querer. Nuestra amistad te llevó a confesarme tus muchas dudas y a través de tus palabras vi confirmadas mis propias respuestas a las dudas que también yo me había planteado en muchas ocasiones. Tus pobres padres nunca aceptaron que abandonases el seminario de la noche a la mañana, y aunque no llegaron a saberlo, eso fue lo que te salvó la vida cuando estalló la Guerra. Los dos éramos jóvenes entonces y no supimos ver el peligro que corríamos, pero la suerte quiso que la muerte nos evitase en esos años de crueldad y miseria.
    Ese horror forjó nuestra confianza el uno en el otro y en algún momento por aquel entonces, hace ya diez años, me prometí que te cuidaría como a un hermano. Como a una persona a la cual amo verdaderamente.
    En todo este tiempo hemos seguido juntos y tú has vencido los rumores que te señalaban como un desafecto del régimen. El monaguillo que dejó el seminario para unirse a la causa republicana, el prototipo de sacerdote que se convirtió en un enemigo de esa España rota, es ahora un reconocido maestro de la escuela municipal y aunque ello se debe a mi intervención ante las autorizades, fuiste tú en realidad quien me salvó de la tristeza. Me has enseñado a amar, a querer ver tu sonrisa mantenerse con el paso de los años, procurando tu felicidad y con ella, la mía.
    Somos dos amigos viviendo juntos, compartiendo casa y amistad, y en esta inusual relación, son muchos los temores que nos acechan como sombras más allá del camino. Tras la luz que proyecta mi apellido en el pueblo, se esconde toda la miseria de mis sombras y miedos, que sólo tú conoces. Contigo lo comparto todo, y tú guardas ese tormento y me lo devuelves convertido en aire que riega la sangre de mi cuerpo, le da vida y borra el miedo. Me envuelves en una alegría que nadie más me había inspirado antes. A veces envidio la facilidad con la que maquillas tu miedo a ser descubierto, a que te señalen de nuevo como uno de esos maricas caídos en el escarnio público.
    Tú eres el primero que se deja ver de tanto en tanto con esa muchacha de Valencia, una de esas hilanderas de las fábricas de la huerta que fueron un tiempo tus alumnas y que volvieron a los telares con la misma facilidad con la que olvidaban todo lo aprendido salvo quizá las cuatro reglas básicas. Su beatería ingenua y la distancia entre el pueblo y la capital del Turia te permite acercarte a ella sin tener que tocarla en ningún momento y el simple hecho de pasearte con ella alguna tarde de domingo por el vecindario o invitarla a unos dulces en la cafetería de la Placeta es para ti una bonita mentira en acuarela. Pero después de todo, tras esa pizca de color artificial, lo demás es solo agua. Desde el invierno pasado no hemos vuelto a hablar de ella y en este tiempo no has vuelto a hablarme de un incierto matrimonio entre vosotros, pero sigo despertándome algunas noches con la idea de perderte para siempre en esa misteriosa noche que es el futuro.
    Hoy es todo lo que tenemos. Esta tarde en el campo. Nosotros dos. Nada ni nadie más.
    Te diría que te quiero y olvidaría todas mis absurdas reflexiones, pero me miras, te encoges de hombros, y olvido todos mis pensamientos.
    -Fes com vullgues -dices con sorna-. Vaig a banyar-me. [Haz lo que quieras. Voy a bañarme].
    Pero en ese momento los perros levantan las orejas y escuchan atentos, adivinando pasos intrusos más allá de la vegetación. Estiran sus cuellos en dirección al camino del cementerio y ladran durante un rato, mientras se esfuerzan sin éxito en avanzar más allá de lo que las cadenas de hierro les permiten.
    -Silenci! Calleu-se! -les grito. [¡Silencio! ¡Callaos!].
    Si la espina del miedo se marchase de mi alma, mi corazón quedaría vacío, pienso, mientras me acerco a los animales y acaricio sus cabezas para calmar sus fieros instintos. Instantes después mi desasosiego se convierte en un maravilloso alivio al descubrir un pequeño conejo que se aleja asustado al amparo de los árboles.
    Al volver la vista a la balsa te encuentro con las manos desabrochando el cinturón. Ya te has desabrochado la camisa y la has dejado caer sobre la hierba como una enorme flor blanca. Dejas caer tus pantalones cortos a los pies, algo raídos de labrar el campo, y te desperezas bajo el cielo azul como si tu cuerpo desnudo fuese una estrella trasnochada.
    Después de todos estos años sé que nunca dejarás de ser un hermano para mí, un amigo especial por quien me desvelo y a quien quiero con todo mi cariño, pero jamás podré tocar ese cuerpo que me arranca lágrimas de desconsuelo cuando estamos lejos el uno del otro. Siempre ha sido así y así debe ser.
    -A l'aigua, home! -exclamas. [¡Ven al agua, hombre!].
    Te zambulles en la balsa y una explosión de gotas de agua se esparcen donde un segundo antes estaba tu belleza risueña e imborrable. Yo también me desnudo y al poco rato termino sumergido en el agua. El calor que siento en mi corazón se suaviza al contacto con la frescura del agua e incluso imagino que algo del dolor que siento se puede incluso lavar, como si fuese una simple mancha que cede ante la pureza del agua.
    Qué fácil sería vivir si la simpleza del agua permitiese borrar la culpa de un amor tan necesario en mi soledad como también herido de muerte desde el primer día que nos conocimos. Pensar en ello me hace estremecerme por un momento y casi siento que me ahogo en esa balsa donde mis pies alcanzan el suelo sin problemas.
    -Estàs bé? [¿Estás bien?].
    -Si, Abel, és clar que si -te contesto. [Sí, Abel, claro que sí].
    No podemos mentirnos, pero si lo intento me siento menos culpable. Por más que desee lavar este dolor que me quema dentro, si mi corazón no se alegrase al contemplar tu sonrisa, no valdría la pena esta vida.
    -A mi no m'enganyes. Sé què et passa. [A mí no me engañas].
    Claro que lo sabes, Abel, pienso. Pero hagámonos un favor y mantengamos en pie los muros de las mentiras que nos protegen del dolor. Cuando nos conocimos, cuando todavía nos hablábamos el uno al otro de usted, las mismas mentiras que ahora me duelen, eran entonces la salvación a mi soledad. Pero tú y yo sabemos que el tiempo ha enraizado nuestra amistad. Viviremos en este amor invisible hasta el fin de nuestros días, hasta que uno de los dos sea demasiado viejo como para volver a despertar y se establezca para siempre en el recuerdo del viudo.
    -El futur em fa por -murmuro. [Me da miedo el futuro].
    -El futur no és res. Hui és tot el que tenim -me dices. [El futuro no existe. Todo lo que tenemos es hoy].
    Tu mano acaricia mi espalda, instintivamente, como los pétalos de una flor buscan la luz del sol en la mañana.
    Sonreímos con la torpeza que estos años no han terminado de arreglar y tú y yo nos sentimos de nuevo como los jóvenes que éramos antes de la Guerra, atolondrados y tontorrones.
    Tienes razón. Disfrutemos de este momento. Es todo lo que existe.

    ***

    Publicado hace 4 años #
  2. Muchas gracias hermano por el relato y por los vídeos.

    Un fuerte abrazo

    Publicado hace 4 años #
  3. Bernardo Yoel
    Miembro

    Gracies p´el relat

    Publicado hace 4 años #

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