Llamó a la puerta del Abad con dos golpes secos por que no podía ya con su alma, vivía amargado y siempre sufriendo. Dijo: Mire me siento pecador y es que lo soy, me paso el día haciendo penitencias y sacrificios y sigo siendo pecador.
El abad sonrió, lo hizo sentar y mirándole a los ojos le dijo:
-"Todavía hay mucha gente que cree que la abnegación cristiana significa renunciar a las mejores cosas de la vida para pagar una deuda a un juez severo del Cielo que tiene derecho sobre nosotros por que hemos pecado y que piensa imponernos un buen castigo, privándonos de una felicidad a la que, de otro modo,tendríamos pleno derecho".
Se detuvo y añadió:
-Esto no lo digo yo. Lo escribió alguien que dedicó su vida al Señor en un monasterio Cisterciense: Thomas Merton. Y esta imagen de Dios severo ha alejado mucha gente de la FE.
Volvió a ronreír y le dijo con ternura:
-Dios no es un juez terrible. Dios es amor. La vida nos trae, sin que las busquemos, las penitencias, las luchas que debemos realizar para salir adelante y para ayudar a los demás. Créeme. Dios es Amor, no un juez severo. Eso significa que todo vale; que yo ahora te de una bofetada y vuelva tu cara del revés sin preocuparme. Eso significa aceptar las dificultades de la vida y luchar para la de los otros hombres sea mejor.
Le puso la mano en el hombro y concluyó:
-Todos somos pecadores.Ama a Dios presente en cada uno de los hombres...y te sentirás perdonado. Dios no es un juez que va condenando y amargando la vida.
fr. bernardo yöel. Valencia