Un hombre rico que todos los días celebraba fiestas. Un mendigo llamado Lázaro, se sentaba a la puerta del rico. De esta historia que todos conocemos podemos quedarnos con lo accesorio y olvidar lo fundamental. No se trata de hacer una teología de quien se salva y quién no.
Llama la atención que el rico carece de nombre y el pobre se llama Lázaro. El apelativo Epulón, no es un nombre, sino un mote: "comilón", "banqueteador"". Ese rico somos todos los que no carecemos de nada.
El rico no hace ningún daño al pobre, simplemente lo ignora. Ese pecado de omisión nos atenaza de tal manera, que aunque resucito un muerto, no le haremos caso.
El Profeta de Nazaret hablaba a los Judíos. Por eso les dice: "ya tienen lo que escribieron Moisés y los profetas". A nosotros nos dice: " Ahí tenéis el Evangelio"
fr. bernardo Yoel. Valencia