Inicio > Biblia, Espiritualidad > 14.2.21. Cuando Jesús se enfada: Seguir avanzando, no acudir a los sacerdotes (Mc 1,40-45. Dom 6)

14.2.21. Cuando Jesús se enfada: Seguir avanzando, no acudir a los sacerdotes (Mc 1,40-45. Dom 6)

Domingo, 14 de febrero de 2021


un-abrazo-a-jesusDel blog de Xabier Pikaza:

Mi título puede parecer “escandaloso”, pero el texto de Marcos es aún más escandaloso

El evangelio empieza presentando a un enfermo “impuro” (marginado) a quien el sistema sanitario, controlado de un tipo de “sacerdotes”, expulsa (no cura), de forma que el pobre malvive fuera de todos los caminos, sin hospital, ni curación, ni iglesia .

El enfermo (paria, impuro, apestado) grita a Jesús y le dice “si quieres, puedes curarme”, porque él  sabe algo que Jesús aún no sabía de un modo consciente: que este tipo de enfermedad se puede curar, si se toca de verdad, si se abraza y acoge, aunque para ello hay que arriesgarse, superando unas normas de tipo social sacro-sanitario.

Jesús se arriesga y así toca, acoge y cura al apestado, pero al descubrir las consecuencias de su gesto se enfada  (embrimesamos), de una forma que parece escandalosa. ¿Contra quién: Contra el enfermo, contra la sociedad sacral egoísta, cerrada en sí, contra su labor mesiánica?

El texto no dice las razones del enfado, pero añade que, como queriendo detener las consecuencias de su gesto, Jesús manda al enfermo presentarse ante los sacerdotes (autoridades socio-sanitarias), para que ratifiquen su curación y le entreguen la “cartilla” de sano (bien vacunado).

Jesús manda…, pero el enfermo no va (¡al Diablo con los sacerdotes!), sino que empieza a pregonar por todas partes lo que ese Jesús ha hecho, que es curarle tocándole y acogiéndole con sus propias manos.

Jesús queda así también “manchado”, bajo vigilancia de “mala gente”, gente impura, que no acepta las normas sanitarias de un sistema que había expulsado al leproso sin poder curarle… Por eso tiene que andar escondido, alejado de la “policía” del sistema bajo el que ahora, como antes, sufre y muerte el leproso.

Éstos son los rasgos principales de este evangelio que es aún más escandaloso… Así lo ha narrado Marcos, pero los otros evangelios se han sentido molestos y han querido suavizar el escándalo. Éste es el tema de fondo. Quien quiera entenderlo mejor léalo de nuevo, o siga leyendo mi Comentario de Marcos.

Texto

(a. Misión y milagro) 39 Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios. 40 Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: Si quieres, puedes purificarme. 41 Y, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero, queda limpio. 42 Al instante desapareció la lepra y quedó limpio.

(b. Mandato de Jesús) 43 Y de pronto, irritado, le expulsó, 44 y le dijo: mira, no digas nada a nadie, sino, vete, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para testimonio de ellos.

(c. Desobediencia del curado) 45 Pero él, saliendo se puso a divulgar a voces la palabra, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados, y aun así seguían acudiendo a él de todas partes[1].

Éste es el primero de los milagros de Jesús a campo abierto, fuera de los muros de la sinagoga y de la casa (y del entorno de la casa de Cafarnaúm). El leproso esta expulsado de la sociedad, no puede entrar en una población, de forma que debe venir al encuentro de Jesús mientras éste recorre la región abierta de Galilea (cf. 1, 39). Llega con fe, diciéndole a Jesús «si quieres» (reconociendo su poder) y poniendo en marcha una dinámica que le llevará a enfrentarse con el templo.

Jesús escucha, se apiada, toca al leproso con la mano y responde «Quiero». Ésta es la primera voluntad de Jesús, que responde al leproso e inicia así un camino de limpieza que el judaísmo más legal no podía conseguir, pues debía mantener separados a posesos (cf. 1,21-29) y a leprosos. Conforme a los principios de Lv 1-16, la religión es un tema de pureza ritual o separación humana. Este leproso es impuro en un sentido oficial: está expulsado del espacio santo de su pueblo, como indica la exigencia posterior de presentarse a los sacerdotes para que le incluyan de nuevo entre los fieles, limpios en lo externo, capaces de vivir en la ciudad y de acudir a sinagoga y templo (1,44-45, con cita en Lv 14). La contraposición es evidente.

El judaísmo del Levítico y de la ley de sacerdotes distingue lo limpio y lo manchado: divide, organiza ritualmente a los hombres, expulsando a los sucios y reintegrando a los curados, pero sin que ella tenga poder para poder limpiarles. Jesús, en cambio, vuelve a las raíces del auténtico Israel y dice: «Queda limpio», y de esa forma cambia y construye un orden social distinto donde caben posesos y leprosos, una comunidad de acogida universal.

Tras la curación se plantea un nuevo problema. ¿Con qué finalidad limpia Jesús: para que los antiguos leprosos retornen a la vieja ley y templo o para ofrecerles libertad y suscitar con ellos un nuevo movimiento mesiánico de liberación humana? Marcos no responde de manera dogmática, no ofrece desde fuera un tipo de teoría sobre Israel y el cristianismo, sino que dice que Jesús cura y abre un camino de transgresión creadora, iniciado por el mismo curado (aparentemente en contra de la voluntad de Jesús)[2].

1, 39-42. Misión y milagro

 39 Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios. 40 Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: Si quieres, puedes purificarme. 41 Y, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero, queda puro. 42 Al instante desapareció la lepra y quedó puro.

Jesús ha empezado a proclamar el evangelio “en las aldeas” o poblaciones vecinas (la palabra kômopoleis, de 1, 38, significa poblados de campo, sin murallas, ni entidad administrativa propia), centrándose de un modo especial en las “sinagogas”, empalmando de esa forma con el judaísmo legal (representado por aquellos que estudian la Ley, con los rabinos). Esto significa que empieza dentro de la institución, pero no en Jerusalén o en las ciudades, sino en pueblos pequeños.

De esa forma camina por las poblaciones campesinas, iniciando una misión rural, centrada en las sinagogas “de ellos”, es decir, en los lugares donde se reúnen hombres y mujeres, recreando el judaísmo en unos años que están siendo básicos para el surgimiento del nuevo Israel rabínico. En esas pequeñas poblaciones (kômopoleis), aldeas o grupos de cortijos, va expandiendo Jesús su mensaje, fijándose de un modo especial en los posesos; por eso, como única nota de su enseñanza, se dice que “iba expulsando demonios” (ta daimonia ekballôn), como si quisiera limpiar las sinagogas del entorno rural de Galilea, completando así la obra iniciada en la sinagoga de Cafarnaúm (cf. 1, 23-28).

  Jesús aparece así como un “exorcista con programa mesiánico”, es decir, como un experto en cuestión de posesos, caminando por el entorno de Galilea, como si los endemoniados formaran el problema principal de sus sinagogas rurales, de manera que las iba recorriendo de un modo organizado, para liberarles de sus males. Pues bien, en este contexto se habla del leproso (1, 40). Jesús no fue a buscarle, quizá pensaba que todo lo que se podía hacer debía hacerlo en las sinagogas, que eran las “casas de todos” (donde abundaban de un modo especial los posesos).

Pero entre sinagoga y sinagoga, atravesando por el campo, se le acercó un leproso, con quien (al parecer) no contaba, echándose a sus pies de rodillas (gonypetôn), como adorándole, para exponerle su caso y decirle: “si quieres… (ean thelês) puedes purificarme” (katharisai).

            Este leproso conoce su mal por experiencia personal y social, pues la misma Ley le ha expulsado, de manera que no puede albergar ninguna esperanza de Reino, pues ha de habitar fuera de las poblaciones (como Cafarnaúm), pero también fuera de las aldeas y de sus sinagogas, de manera que no puede aprender la Ley, ni escuchar el mensaje que Jesús está sembrando precisamente en ellas, al curar a los endemoniados. Él aparece en el último escalón de la sociedad o, mejor dicho, fuera de ella, sin esperanza alguna.

            Está fuera del círculo social de Galilea, pero la “fama” de Jesús ha llegado a sus oídos (como supone 1, 28) y así puede pedirle algo que éste no había proyectado: que le devuelva la pureza social y religiosa. Jesús no ha ido a buscarle directamente, sino que es el leproso el que viene y le muestra su necesidad, puesto de rodillas, como ante un Dios (un delegado de Dios). Ha comprendido que el proyecto de Jesús (centrado por ahora en los posesos) debe extenderse también a los leprosos, expulsados de la comunidad de Israel por su impureza. Por eso se atreve a ponerse a pedirle su ayuda, de manea que podemos decir que ha entendido quizá mejor que Jesús su poder de sanación.

            No es simplemente un enfermo, sino un expulsado religioso (el mismo sacerdote le ha arrojado fuera de la comunidad de los limpios de Israel), de forma que todos le toman como fuente de peligro y como causa de impureza para la buena familia israelita, conforme a una ley regulada por sacerdotes, que tienen poder de expulsar del “campamento” (de la vida social) a los leprosos y de readmitirlos, si es que se curan, tras examinarlos “fuera del campamento” (es decir, fuera de las ciudades) y de cumplir los ritos y sacrificios prescritos en el templo. Más que enfermo, es un excomulgado en el sentido fuerte del término, y sólo el sacerdote tenía el poder de integrarlo de nuevo en la comunidad, observando su piel y mandándole cumplir los ritos sagrados (Lev 13-14).

Para que el conjunto social mantuviera su pureza, los leprosos debían ser arrojados fuera del “campamento”, es decir, del espacio habitado. No les podían matar (el mandamiento de Dios lo prohibía), ni les encerraban en lo que hoy sería una cárcel u hospital para contagiosos, pero les expulsaban de las ciudades y núcleos habitados(como al chivo expiatorio de Lev 16), y así vivían apartados de la sociedad. Según eso, no podían orar en el templo, ni aprender en la sinagoga, ni compartir casa, mesa o cama con los familiares sanos, sino que eran apestados, una secta de proscritos.

Desde ese fondo se entiende la escena, que empieza con el gesto del leproso que viene y ruega (1, 40), puesto de rodillas (gonipetôn, como precisan los mejores manuscritos), diciendo a Jesús “si quieres, puedes purificarme”, poniendo su caso y su causa en sus manos. Quizá Jesús no se había detenido a pensar en el problema, ni conocía el poder que este leproso le atribuye (¡si quieres puedes limpiarme!), ni sabía cómo desplegarlo, asumiendo en su misión la tarea de “purificar” a los leprosos (el texto emplea la palabra katharisai, que propiamente hablando no es curar, sino purificar, limpiar).

La iniciativa no parte de Jesús, sino del leproso que le dice lo que ha de hacer (¡si quieres puedes purificarme!), despertando en él una nueva conciencia de poder, que desborda las fronteras del viejo Israel sacerdotal. Este leproso puede saber que Jesús había curado al poseso de 1, 23, esclavizado por un espíritu impuro (akatharton). Pues bien, él deduce (y deduce bien) que, si Jesús pudo “purificar” o limpiar a a un poseso, podrá purificarle también a él, declarándole limpio y realizando algo que, según Lev 13-14, sólo podían hacer los sacerdotes, cuando declaraban puros a los leprosos previamente curados.

El poseso-impuro había gritado, desafiando a Jesús. Este leproso-impuso le ruega, puesto de rodillas, sabiendo que él, Jesús, tiene autoridad de Dios, por encima de los sacerdotes. Sólo a partir de aquí se entiende la acción de Jesús, que nos sitúa en el centro de la máxima “inversión” del evangelio: Jesús, que, en un sentido, ha recibido todo el poder de Dios (que le ha llamado Hijo y le ha ofrecido su Espíritu: 1, 11-12), aprende a utilizarlo a través de este leproso, que aparece así como su maestro, diciéndole lo que puede hacer y poniendo en marcha un proceso curativo que culminará en la Pascua. Éstos son los tres aspectos de la acción de Jesús (1, 41).

  • Conmoción interior: compadecido (splagnistheis).Esta palabra se encuentra enraizada en la confesión de fe de Israel, que se expresa cuando, tras haberse roto el primer pacto (cf. Ex 19-24) por infidelidad del pueblo, que adora al becerro de oro (Ex 32), Moisés sube de nuevo a la montaña y escucha la palabra de perdón de Dios que se define como “aquel que está lleno de misericordia y compasión” (Ex 34, 6). Pues bien, ella marca el principio de la transformación de Jesús, que aparece así como portador de esa misma compasión de Dios. Ciertamente, el texto griego de Ex 34, 6 LXX no emplea la palabra splagnistheis de Mc 1, 41, pero utiliza otras equivalentes que expresan la hondura del “rehem” de Dios, su conmoción interior ante la pequeñez y dolor de los hombres. Pues bien, según Marcos, Jesús ha sentido esa misma “conmoción interior” de Dios ante el leproso, una compasión-misericordia que brota de su entraña[3].
  • Gesto: Extendió la mano y le tocó. Movido por su compasión (que es como la de Dios: cf. Ex 34, 6), Jesús desoye la ley del Levítico, que prohibían “tocar” a los leprosos, bajo pena de impureza. Expresamente rompe esa ley que separa a puros de impuros, iniciando un movimiento que marcará desde aquí toda su vida, aprendiendo la “lección” del leproso que le pide que le limpie (que le purifique), dejándose conmover en sus entrañas (¡como se conmueve Dios!). De esa forma hace algo que nadie habría osado hacer, sino sólo el sacerdote, y no para curar/purificar, sino sólo para certificar una curación que se había realizado antes. Jesús extiende la mano y toca expresamente al leproso, sabiendo que, en línea de ley, ese contacto va a mancharle (haciéndole impuro ante la Ley), pero sabiendo también y, sobre todo, que él puede y debe purificar al leproso. Él ha “levantado” (ha resucitado) ya a la suegra de Simón (1, 31), y ahora hace algo todavía más profundo: toca con su mano al leproso (haptomai), ofreciéndole así su contacto personal. Esta mano de Jesús que toca al leproso es la expresión de una misericordia que transciende las leyes de pureza del judaísmo legalista, es signo de la piedad de Dios, que ama precisamente a aquellos a quienes la ley expulsa.
  • Palabra: Y le dice ¡quiero, queda limpio! (1, 41b). Esa palabra ratifica la misericordia anterior y despliega el sentido del contacto de la mano. El leproso le ha dicho ¡si quieres! (ean thelês) y Jesús le ha respondido, cumpliendo así su petición, de manera que su palabra marca la novedad y el poder del evangelio: quiero, sé puro (thelô katharisthêti). A través de este querer de Jesús, expresado en primera persona (¡quiero!) viene a expresarse la voluntad creadora de Dios.

 La misericordia, el contacto físico y la palabra purificadora de Jesús llegan a la hondura del enfermo, que antes se hallaba expulsado de la sociedad sagrada. Jesús invierte así el proceso de expulsión de la ley, acogiendo (¡purificando!) al leproso y oponiéndose a una norma básica del judaísmo sinagogal. No se limita a esperar y observar, como deben hacer los sacerdotes, para sancionar una curación ya realizada (cf. 1, 44; Lev 14, 3), sino que escucha la necesidad del impuro y le acoge, ofreciéndole su contacto corporal y su palabra, abriendo un espacio de pureza (salud, dignidad, humanidad) en su nueva familia mesiánica. En este contexto se plantean dos cuestiones que son importantes, aunque no esenciales, para entender el movimiento de Jesús.

  1. El carácter físico de la enfermedad. El texto dice que aquel hombre era un leproso (lepros), una palabra que, en sentido general no se aplica sólo (ni fundamentalmente) a lo que hoy llamamos “lepra” (dolencia producida por el bacilo de Hansen, que entonces no se conocía), sino a diversas afecciones de la piel, desde un tipo de soriasis hasta lo que suele llamarse “achaque de escamas” o ictiosis, que se muestra en la piel de algunas personas. Por eso, hay comentaristas que prefieren prescindir de esa palabra “lepra”, empleando otras (como enfermedad de escamas). Pienso, sin embargo, que por tradición y simbolismo, es preferible decir lepra en sentido popular, pues ella engloba varias enfermedades de la piel que, en opinión de los judíos piadosos, hacían impuros a los hombres, hasta el extremo de que ellos tenían que vivir fuera de la comunidad social y religiosa.
  2. El tipo decuración producida. El texto dice que “de pronto desapareció la lepra y quedó puro” (con un verbo en pasivo divino: ekatharisthê: Dios le hizo puro). Evidentemente, Marcos está pensando en un “cambio externo”, y así supone que la piel del enfermo tomó otra apariencia, como si quedara seca o se le cayeran las escamas. Pero, dicho eso, debemos añadir que la palabra central que aquí se emplea no es “se curó” (iathê), sino “quedó puro” (ekatharisthê). Es como si el mismo Dios, por medio de Jesús, le hubiera declarado limpio, como en el caso en que el mismo Jesús de Marcos dirá más adelante que Jesús “declaró limpios/puros todos los alimentos” (7, 19, con el mismo verbo: katharidsôn).

 Según este pasaje, Jesús curó a un sólo leproso (a un hombre impuro), declarando que era “puro”. De esa forma declaró, en el fondo, que todos los leprosos (como todos los alimentos en 7, 19) son humanamente limpios, superando así los tabúes y las divisiones de purezas e impurezas que expulsaban a ciertos hombres y mujeres de la sociedad. Nos hallamos ante un gesto que resultaba, tanto entonces como ahora, socialmente inaudito. Este leproso, al que Jesús ha curado, desencadena una nueva visión de la vida humana, en plano social y religioso, superando la ley “religiosa” del templo de Jerusalén.

1, 43-44. Mandato de Jesús

 43 Y de pronto, irritado con él, le expulsó, 44 y le dijo: Mira, no digas nada a nadie, sino, vete, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para testimonio de ellos.

 El mandato de silencio (no digas nada a nadie recibe una gravedad e importancia mucho mayor, por dos razones. (a) Por el gesto de Jesús, que se irrita y expulsa al leproso (1, 43). (b) Por el mandato posterior: «Vete y muéstrate al sacerdote… como mandó Moisés, para testimonio de ellos» (1,44). Es como si Jesús se hubiera enojado por aquello que acaba de hacer, dándose cuenta de la importancia de su gesto y como si quisiera reintegrar al leproso curado en la comunidad israelita, en un sistema social dominado por los sacerdotes, en vez de decirle que le siga, que vaya con él (como ha dicho a los cuatro pescadores).

Estamos en un momento clave del evangelio. (a) Jesús purifica al leproso, pero luego pretende que el curado vuelva al espacio sacral de un Israel dominado por los sacerdotes, y así se lo manda con ira. (b) El leproso purificado desobedece a Jesús y no cumple su mandato; quizá pudiera decirse que él conoce mejor que Jesús el poder de su evangelio, de su buena nueva de pureza y se opone a seguir dentro del espacio dominado por la “ortodoxia” de los sacerdotes. De esa forma, al rechazar lo que Jesús le ha dicho externamente, este leproso viene a presentarse como “maestro” de Jesus, a quien enseña a vivir y expandir su evangelio.

 Irritado con él le expulsó (1, 43). Todo este pasaje resulta en un sentido extraño, pero en otro es profundamente revelador y marca una novedad esencial en el despliegue del evangelio. Jesús tuvo compasión y dijo al leproso: “queda puro”. Pero inmediatamente parece que se arrepiente de ello: «Y de pronto, irritado (embrimêsamenos) con él (autô) le expulsó (exebalen auton)». Recordemos que la escena empezaba diciendo que Jesús enseñaba en las sinagogas “de ellos”, es decir, de los judíos observantes de la Ley (1, 39), de manera que seguía actuando como un “reformador”, pero al interior del judaísmo sinagogal (es decir, sin salir de la ortodoxia judía).Ahora, en cambio, al curar (y declarar puro) al leproso, Jesús está rompiendo la identidad del judaísmo sinagogal y sacerdotal, que no admite leprosos en su seno. En este contexto se puede entender su ira[4].

            Las dos palabras que describen su estado interior y su acción (irritado con él, le expulsó…) resultan extraordinariamente significativas y expresan, al menos, en la redacción de Marcos, la implicación afectiva de Jesús. Recordemos que Jesús está realizando algo que es básico para el desarrollo posterior de su proyecto. Él ha “salido” de Cafarnaúm y se ha puesto a enseñar en las sinagogas del entorno (en las aldeas del campo; 1, 38), desarrollando una tarea bien programada de evangelización rural (de exorcismos y de preparación del Reino), que, en principio, no le plantea problemas, porque los posesos no tienen una “marca de impureza” externa y porque la Ley (en especial el Levítico) no les expulsa de la comunidad (como hace con los leprosos).Pues bien, esta curación hace que cambie su proyecto, por dos razones principales.

 (a) Al “tocar” al leproso, el mismo Jesús ha quedado impuro según Ley, pues ha realizando algo prohibido

(b) Al declarar puro al leproso, Jesús asume una autoridad propia de sacerdotes (la de decidir quién pertenece o no al pueblo de Israel), entrando en conflicto con ellos (cf. Lev 13-14). De esa forma se inicia un choque de autoridad que culminará en su muerte (los sacerdotes le expulsarán del pueblo de Israel, entregándole a los romanos para que le maten).

            En ese contexto puede situarse mejor la conmoción interna de Jesús a quien este pasaje presenta cargado de gran irritación (embrimêsamenos autô) frente al hombre a quien él mismo ha curado, como si no supiera (o no pudiera) superar la ruptura interior y exterior que le ha causado su relación con este leproso que le ha pedido que le “limpie”, cosa que él ha hecho con misericordia. Así aparece la “división” interna de Jesús. (a) Por una parte, tiene piedad del leproso, le toca y le declara limpio. (b) Pero, por otra parte, se irrita ante él, y le expulsa, diciéndole que vaya donde los sacerdotes[5]. Este pasaje nos sitúa así ante un Jesús extremadamente sensible que va cambiando a medida que entra en contacto con las circunstancias de opresión del pueblo:

Jesús se irrita, quizá, con las instituciones de Israel, porque quieren mantener sometidos por ley a los leprosos. Se irrita al descubrir la situación de este leproso, pero no puede (no quiere) empezar rompiendo la ley de los sacerdotes y, por eso, lleno de conmoción interior, le manda que vaya y que cumpla según ley, para que los sacerdotes en principio no se opongan (para testimonio de ellos).

            Esa actitud puede situarnos ante un dato histórico: En principio, Jesús quiso mantenerse fiel a las instituciones de Israel, y por eso pidió al leproso que “callara”: que no propagara el “milagro” (la revolución que implica) y que volviera al conjunto social establecido, para que los sacerdotes reconozcan su curación (sin decir quién la ha causado) y le admitan de nuevo en el orden sagrado que ellos controlan. No quiere ser competidor. No ha intentado deshacer por fuerza el tejido del judaísmo sacral, ni imponer su mesianismo con milagros exteriores.

− Esta irritación de Jesús puede relacionarse consigo mismo,porque el leproso a quien él ha purificado (por misericordia) cambia sus proyectos y pone en riesgo su misión en Israel (en las sinagogas del entorno). Por eso, en vez de mantenerle a su lado y decirle que le siga (como ha hecho con los cuatro pescadores de 1, 16-20), Jesús le expulsa (exebalen). No le acepta a su lado, no le quiere en su grupo, porque sería un impedimento para su misión en los pueblos del entorno, en el entramado de sinagogas de Galilea.

            De esa manera, parece indicar Marcos que Jesús buscaba un imposible: (a) Por un lado declaraba puros a los leprosos, asumiendo un poder propio de los sacerdotes, y enfrentándose, por tanto, con ellos. (b) Por otro lado intentaba mantenerse dentro de las estructuras sagradas del viejo Israel (que expulsaba a los leprosos). Por eso, en este momento, preso de una división interior, él “expulsa” al leproso curado (¡no quiere que le acompañe, pregonando con su misma presencia lo que ha hecho!) y le ordena, con gran irritación, que se marche y se inscriba dentro del orden sagrado de los sacerdotes…

Y le dijo: Mira, no digas nada a nadie, sino, vete, muéstrate al sacerdote… (1, 44). Es evidente que la irritación de Jesús que hemos vistopuede vincularse también con la hipótesis (con la técnica) del “secreto mesiánico”, pues el sentido y las consecuencias de su proyecto y camino concreto sólo se entienden en perspectiva de pascua (es decir, después de su muerte). Por eso, antes de ella, es decir, antes de pascua, Jesús tiene que expulsar de su compañía a este leproso curado. Si el leproso quiere seguirle ha de ir antes a la oficina de “sanaciones”, al registro del sacerdote, para inscribirse allí, cumpliendo los ritos y sacrificios ordenados por Lev 13-14 en estos casos.

Jesús no quiere empezar siendo competidor de los sacerdotes, es decir, del sacerdote especial (tô ierei), encargado de la pureza social y sacral en aquella zona de Galilea, como presintiendo que al fin serán los mismos sacerdotes quienes le condenarán a muerte (Mc 15), por conflicto de competencias. En este momento, Jesús no ha intentado deshacer por fuerza el tejido sacral del sacerdocio judío, ni imponer su mesianismo con milagros, ni crear una comunidad separada del espacio de pureza marcado por los sacerdotes. Por eso pide al curado que vuelva y se integre en la vida oficial, controlada por esos sacerdotes, sometiéndose al orden establecido, porque sólo así (¡con el certificado de su curación!) podrá encontrar y lugar en su sociedad y en su familia… Todo podrá mantenerse en el estado antiguo, la Ley sagrada seguirá organizando el orden social.

Este mandato de un Jesús “irritado” que no quiere romper el orden sagrado de Israel, al menos en este momento y que, por eso, acepta sus instituciones (las de Israel), puede tener un fondo histórico, pero, al mismo tiempo, refleja, sin duda, las disputas de algunos judeo-cristianos (del tipo de Jacob/Santiago), que pretenden mantener la comunión con los sacerdotes; esos judeo-cristianos aman a Jesús y aceptan en el fondo su evangelio; pero quieren mantenerlo (y mantenerle a él) dentro del orden legal y social de Israel, como un reformador leal al sistema. Pues bien, la misma historia del evangelio muestra que esa estrategia “intra-sacerdotal” de Jesús, en este momento, resulta inviable. De manera muy significativa, a Jesús le condenarán a muerte los sacerdotes (14, 1-2), mientras que un leproso, como éste a quien él ha curado (¡quizá el mismo!), le recibirá en su casa, que es casa de proclamación pascual, en Betania, allí donde una mujer le unge para la vida (14, 3-9)[6].

1, 45. El leproso no “obedece”

45 Pero él, saliendo se puso a divulgar a voces la palabra, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados, y aun así seguían acudiendo a él de todas partes

Hemos encontrado en los versos anteriores al Jesús más duro, al Jesús irritado, que ordena al leproso purificado que calle y se integre en el orden social de los sacerdotes, conforme a lo prescrito por Moisés. Pero el leproso no le quiere obedecer, sino todo lo contrario: en vez de acudir al sacerdote y guardar silencio empieza a “kêryssein polla”, esto es, a proclamar con gran fuerza lo que hace Jesus[7].

            Quizá debamos decir que este leproso curado desobedece a Jesús en un plano para obedecerle en otro más profundo, proclamando su palabra, y para ello debe prescindir de los sacerdotes (no someterse a ellos), con las consecuencias sociales que ello implica: rechaza su autoridad y de esa forma, de hecho, niega el control que ellos ejercen sobre el pueblo. En esa línea, este leproso viene a convertirse en el primer predicador cristiano (como la suegra de Simón, que había sido la primera servidora cristiana: 1, 31). Este leproso expone lo que Jesús ha hecho con él y se presenta como germen de una nueva comunión de liberados, que superan la ley sacerdotal, haciéndose testigos del evangelio, es decir, de una humanidad donde todos son puros[8].

Este leproso había sido antes “expulsado” por los sacerdotes, cuando estaba enfermo, teniendo que vivir fuera de pueblos y aldeas. Ahora que está curado (que es puro) no quiere someterse más al control de esos sacerdotes, es decir, de la ley sacral, de manera que pudiéramos llamarse un “leproso trasgresor y creador de nueva comunidad”, que obliga a Jesús a salir del coto cerrado de los sacerdotes de templo.

Desde ese fondo podemos y debemos afirmar que este leproso “sabe” más que Jesús, atreviéndose a sacar unas consecuencias que Jesús por entonces no sabía o no quería admitir, pero que estaba en el fondo de su “compasión”. La misma dinámica que Jesús ha puesto en marcha, su forma de actuar con misericordia, hace que este leproso rompa (supere) la estructura sacral de Israel, para buscar una comunidad universal, fundada en Jesús.

            La suegra de Simón respondía al “milagro” (Jesús la levantó en sábado) poniéndose a servir a los demás, superando así un aspecto de la sacralidad del judaísmo. En esa línea actúa este leproso, pero de un modo más directo y programado, predicando el mensaje de Jesús en los pueblos de Galilea e influyendo en la estrategia posterior del evangelio. Es como si el mismo Jesús tuviera que aprender dos veces. (a) El leproso le había enseñado al principio su poder (si quieres, puede limpiarme: 1, 40). (b) Ahora le enseña de nuevo las consecuencias de lo que ha hecho: ¡Jesús no puede curar al leproso, para decirle después que se someta a los sacerdotes)[9].

Este leproso sabe que Jesús ha puesto en marcha un movimiento de reino y debe aceptar las reacciones que su gesto ha suscitado. Después de curarle, Jesús ha pedido al leproso que acepte la ley sacral antigua: ¡muéstrate al sacerdote…! Pero el curado ya no puede obedecerle, pues el mismo Jesús le ha mostrado un camino de liberación y reino que supera el control de los sacerdotes. De esa forma, desobedeciendo a Jesús le obedece de verdad, y Jesús debe aceptarlo (=convertirse). De esa forma surge una situación paradójica que marca el proceso posterior del evangelio:

Principio: El leproso se vuelve predicador: «¡Empezó a proclamar con insistencia (kêryssein polla) y a divulgar la palabra (ton logon)», rompiendo de esa forma una ley de exclusión que mantenía separados a los leprosos (1, 45a). Ambos términos (kerigma y logos) nos sitúan en el corazón del evangelio: la curación del leproso (a quien Jesús ha tocado y querido) se hace kerigma y palabra, y así lo empieza proclamando el leproso (¡que aparece así como el primer misionero de Jesús!). De esa forma “desobedece” a Jesús en un sentido, pero en otro le obedece y le enseña, y le muestra un camino que el mismo Jesús tendrá que seguir (cf. 2, 2; 4, 14 ss), poniendo en marcha un programa de Reino que va más allá de lo límites de la ley de los sacerdotes. El primer predicador del evangelio es un leproso curado, que desobedece a Jesús, obedeciéndole en un sentido más profundo.

Consecuencia: Jesús ya no puede entrar abiertamente en las ciudades sino que ha de habitar en despoblado (1, 45b). Por causa de este leproso, él debe suspender el programa que había iniciado en 1, 39, como reformador de las sinagogas, al menos por un tiempo. ¿Por qué? ¿Porque el mensaje molesta a muchos? ¿Porque quiere evitar las muchedumbres? La respuesta parece más simple: Jesús no puede entrar en los pueblos porque se ha hecho impuro, como el leproso al que ha curado y que va proclamando por doquier lo que ha sucedido! Jesús ha tocado al leproso, está contaminado, se ha vuelto hombre sucio, conforme a la visión sacral de sacerdotes y escribas, cuya autoridad rechaza este curado (¡no se somete a ellos!).

Jesús buscado. Ha sido él quien ha querido expulsar al leproso curado, y lo ha hecho irritado. Pero, al no obedecerle, este buen leproso ha conseguido que Jesús quede expulsado, al menos por un tiempo indeterminado (como índice el verbo ên). De esa forma, este Jesús “leproso” (marcado por su forma de tratar a los leprosos) queda por un tiempo “fuera de ley”, viviendo al descampado. Él no puede “ir” a los lugares donde están los otros, sino que debe habitar en lugares desiertos, pero vienen a buscarle de todas partes, reconociendo así que hay un tipo de vida, una misión, que no puede extenderse desde los lugares donde se ha impuesto la ley establecida, regulada por los sacerdotes de turno. Jesús no puede entrar en los pueblos, pero vienen a buscarle las muchedumbres de los pueblos, aquellos que saben que hay algo (Alguien) por encima de la “buena ley”, una humanidad leprosa que debe ser curada[10].

Sin haberlo intentado (por su misericordia), Jesús ha desencadenado un proceso de ruptura y de nuevas relaciones sociales, que ha puesto en marcha este leproso quien ha entendido que tras del enfado de Jesús (¡bien comprensible!) se escondía una voluntad más alta de curación, que exige la ruptura del orden establecido, algo que sus discípulos y Roca no acabarán de entender, hasta el final del evangelio (16, 7).

Este leproso ha entendido bien lo que implica la misericordia sanadora de Jesús de manera que ha podido obedecerle desobedeciendo y enseñándole a vivir “en los lugares desiertos”, fuera de la ley de las ciudades (como él, el leproso, había tenido que vivir muchos años). Sólo así, desde fuera del “buen mundo habitado” (es decir, en lugares desiertos: ep’erêmois topois: 1, 45)), puede iniciarse la alternativa del reino[12]. Ese leproso curado había sido y seguirá siendo un hombre del “margen”. Ha vivido fuera de la ley sagrado, y, una vez curado, esa ley ya no le importa, porque antes le había expulsado. Por eso, él no necesita buscar la protección ritual de los sacerdotes. No pudieron curarle en otro tiempo; no tiene que rendirles obediencia ahora. Es un liberado y conforme a lo que hará después el endemoniado de Gerasa (5,19-20), viene a convertirse en mensajero de Jesús sobre la tierra.

Este contraste entre Jesús (que pide fidelidad a ley y sacerdotes) y el leproso (que rompe con la ley y predica la palabra-acción de Jesús) nos lleva al centro de la trama de del evangelio. El redactor no juzga ni adjetiva las acciones; simplemente indica lo que pasa, y así supone (y va diciendo a lo largo del evangelio) que Jesús debe aprender de este leproso, y ocultarse, pues le buscan por doquier, pidiéndole milagros. Eso significa que la predicación del leproso es buena, su gesto es positivo, aunque quizá resulte por ahora apresurado. Solamente tras la pascua, cuando recuerden plenamente lo que ha pasado en Galilea (cf. 16,6-7), los discípulos podrán entender en su verdad y proclamar sin miedo la palabra que propaga este leproso que no ha querido reintegrarse en el sistema legal de los sacerdotes[13].

 NOTAS

[1] Paradigma de pureza. De la sinagoga, pasando por la casa y el poblado (Cafarnaúm), hemos llegado al campo abierto, donde vagan los impuros, aquellos que no pueden integrarse en la ciudad. Allí habita el leproso, que viene al encuentro de Jesús, reconoce su enfermedad y pide curación. Jesús le toca, ofreciéndole pureza y pidiéndole un silencio y obediencia legal que él no acepta.

[2] Sobre el sentido de la “lepra” en la Biblia, cf. J. MilgromLeviticus I-16: A New Translation with Introduction and Commentary, Anchor Bible, New York 1991. Sobre los problemas legales de fondo de la acción de Jesús (tocar al leproso). Presentación detallado del tema, desde perspectivas distintas, en M. Navarro,  Marcos,  VD, Estella 2005  (que pone de relieve el carácter antropológico de la enfermedad y de la curación de Jesús). Sobre la “lepra” como impureza y los ritos de purificación que marcan el retorno del “curado” a la vida social/sacral cf. E. P. Sanders, Judaism. Practice and Belief 63BCE-66CE, SCM, London 1992, 220-234, con referencia al sistema de purezas estudiado por M. Douglas, Pureza y peligro, Siglo XXI, Barcelona 1991, 42-60. Cf. también D. P. Wright y R. N. Jones, Leprosy, ABD IV, 277-282. Para situar este pasaje en el contexto de los milagros en Marcos: K. Kertelge, Die Wunder im Markusevangelium, SANT, München 1970; L. Schenke, Die Wundererzählungen des Markusevangeliums, SBS, Stuttgart 1974. Para una visión del entorno social, cf. B. J. Malina, El mundo del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1995, 181-207. Análisis de los diversos planteamientos del tema en A. Álvarez V., Enigmas de la Biblia 11, Paulinas, Buenos Aires 2009, 45-53.

[3] Cf. E. Estévez, Prácticas de misericordia:Reseña Bíblica 14 (1997) 23-34. Sobre el trasfondo bíblico del tema, cf F. Asensio, Misericordia et Veritas. El Hesed y ‘Emet divino, su influjo religioso-social en la historia de Israel,  Herder, Roma 1949; I. M. Sans, Autorretrato de Dios, Deusto, Bilbao 1997. Desde una perspectiva teológico-social (comparando lepra y homosexualidad), cf. J Alison,  Cristología de la no-violencia, Sec. Trinitario, Salamanca 1994; El retorno de Abel. Las huellas de la imaginación escatológica, Herder, Barcelona 1999; Una fe más allá del resentimiento. Fragmentos católicos en clave gay, Herder, Barcelona 2003). Desde una perspectiva de experiencia interior, menos vinculada a lo social, cf. O. González de C., La Entraña del Cristianismo, Secretariado Trinitario, Salamanca 1998; C. Roccheta, Teología de la ternura. Un evangelio por descubrir, Secretariado Trinitario, Salamanca 2001. Desde una perspectiva integral, que vincula lo espiritual lo social, cf. M. Legido, Misericordia entrañable, Sígueme, Salamanca 1987, 428-429; J. Sobrino,  El principio misericordia,  Sal Terrae, Santander 1992.

[4] A. Álvarez Valdés,  ¿Por qué Jesús se enojó…?,  presenta las diversas opiniones de los exegetas sobre el “enojo” de Jesús. «(a) algunos afirman que se debió a que el leproso se acercó demasiado a él, violando la Ley judía que ordenaba a estos enfermos mantenerse lejos de las personas sanas. Pero esto es inadmisible, porque el mismo Jesús, para curarlo, extendió su mano y tocó al enfermo, mostrando así que no le importaba la proximidad del leproso. (b) otros piensan que Jesús se enojó porque el leproso lo había interrumpido en su oración, o en su predicación, o en la actividad que estaba desarrollando en ese momento. Pero si leemos el texto, vemos que no dice nada sobre la actividad de Jesús cuando se le acercó el leproso. (c) un tercer grupo opina que Jesús no se molestó con el leproso sino con la Ley judía, que obligaba a esta pobre gente a vivir aislada y excluida de la sociedad. Pero entonces, si fue así, ¿qué culpa tenía el leproso para que Jesús lo reprendiera? Además, Jesús no pudo molestarse con la Ley judía, porque al final del relato invita al hombre curado a cumplir con esa misma Ley, presentándose en el Templo. (d) un cuarto grupo supone que Jesús se enojó porque la gente lo buscaba como curandero, y nada más. Pero en Marcos, una de la tareas que más gustosamente desempeña Jesús es justamente la de sanar enfermos, como señal de que el Reino de Dios había llegado. ¿Cómo podía molestarse con la gente que lo buscaba para cumplir esa misión?».

Álvarez piensa que Jesús se enoja porque el leproso “duda” del poder y de la voluntad sanadora de Dios y Jesús, como si Dios no quisiera la curación y salud de los enfermos: «Esa parece haber sido también la intención de Marcos al contar el enojo de Jesús con el leproso. Éste se había acercado al Maestro de Nazaret diciéndole: “Si quieres, puedes limpiarme”. Y ésa frase lo ofendió. ¿Cómo podía decirle “si quieres”? ¿Por qué no iba a querer curarlo? Por supuesto que él quería. Pedirle de esa manera era poner en duda su deseo de librarlo de su terrible sufrimiento. Ante un Jesús deseoso de curar a los enfermos, de devolver la salud a la gente, de liberar a los que se hallaban oprimidos por el dolor, la pregunta resultaba irrespetuosa. Por eso Jesús se molestó».

[5] La relación de Jesús con este leproso, al que toca y cura, suscita en él algo nuevo, algo que parece que él no había previsto. Resulta evidente que la ira de Jesús con este hombre (embrimêsamenos auto,  1, 43) debe vincularse con su compasión y su contacto anterior (splangnistheis êpsato autô: 1, 41). Ambos gestos le definen: la compasión originaria y la irritación posterior. La compasión se dirige directamente al enfermo en cuanto persona. La irritación, en cambio, parece dirigirse, a través del leproso purificado, a toda la institución de Israel, y a la nueva situación en que él (Jesús) se encuentra después de haber respondido de esta forma a ese leproso.

[6] La relación entre este leproso “desobediente” del principio (1, 39-45) y el leproso que acoge en su casa a Jesús al final del evangelio (14, 3-9) constituye una de las claves de lectura de Marcos.

[7] El primero que proclamaba (con keryssein) el mensaje de Dios ha sido Juan Bautista, anunciando el bautismo de conversión (1, 4). El segundo en hacerlo ha sido Jesús, promulgando el Reino de Dios (1, 14). El tercero es este leproso que no anuncia ya ni conversión ni reino (en sentido estricto), sino ton logon, la palabra, es decir, aquello que es y que ha hecho Jesús. De esa forma aparece, con la suegra de Simón (1, 31) como el primer testigo del evangelio y fundador de la nueva comunidad de los liberados.

[8] Cf. bibliografía de nota 58. Sobre la actitud de Jesús ante las normas de pureza, véase además P. Fredriksen, Did Jesus Oppose Purity Laws?:BibRev 11 (1995)18-25, 42-47.

[9] Sobre el aprendizaje de Jesús, a quien Hebreos 4, 15 presenta como semejante a nosotros en todo, menos en el pecado (suponiendo por tanto que ha tenido que ir aprendiendo, en su “marcha” de evangelio), cf. Martínez,  Aprendizaje.

[10] Cf. B. J. Malina, El mundo del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1995, 181-207

[11] El gesto del leproso enfrenta a Jesús con el judaísmo sacerdotal, de manera que este pasaje, situado entre la expulsión de los demonios de las sinagogas (1, 39) y el perdón de los pecados (2, 2-12), puede interpretarse como anuncio del enfrentamiento final de Jesús en Jerusalén; es lógico que el leproso vuelva a aparecer en 14, 3-9, en contexto de entrega de la vida. Para Marcos, el reto de Jesús está en formar un nuevo grupo humano (iglesia) a partir de los leprosos (marginados, impuros), con lo que ello implica de superación del sistema de purezas sacerdotal. En presentado el tema en El Evangelio. Vida y Pascua de Jesús (BEB 75), Sígueme, Salamanca 1993, 80-93.

[12] Estos desiertos en los que vive Jesús por un tiempo no son el desierto de la conversión de Juan (1, 4), ni tampoco, en general, el desierto de Satán (1, 12-13), sino el desierto de los expulsados de la sociedad, como el leproso a quien él ha curado

[13] Los otros discípulos (incluido Simón, al que Jesús llamará Roca/Pedro) acabarán abandonando y entregando a Jesús en manos de los sacerdotes de Jerusalén. Este curado ha visto mejor: se ha arriesgado por Jesús desde el principio, superando la ley sacral antigua y abriendo por Jesús (para Jesús) un camino de predicación y palabra que sólo podrá entenderse del todo y culminar tras la pascua. De esa forma ha recorrido ya en un solo movimiento los muchos pasos que ha de dar el verdadero discípulo del Cristo. Desde ese contexto será lógico que el leproso que acoge a Jesús en su casa al final del evangelio sea este mismo leproso curado y se llame Simón.

 El gesto del leproso ha enfrentado a Jesús con el judaísmo sacerdotal, de manera que este pasaje (Mc 1, 40-45), situado entre la expulsión de los demonios de las sinagogas (1, 21-28) y el perdón de los pecados (2, 2-12), puede interpretarse como anuncio del enfrentamiento final de Jesús en Jerusalén; es lógico que el leproso vuelva a aparecer en 14, 3-9, en contexto de entrega de la vida. Para Marcos, el reto de Jesús consiste en formar un nuevo grupo humano (iglesia) a partir de los leprosos (marginados, impuros), con lo que ello implica de superación del sistema de purezas sacerdotal

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