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20 de septiembre. Domingo XXV del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 20 de septiembre de 2020

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Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.”

(Mt 20, 1-16)

Si los dos domingos anteriores teníamos como tema central del Evangelio el tema del perdón, este domingo Mateo nos presenta el tema de la envidia. La envidia no es otra cosa que el dolor y la rabia que nos provoca el bien ajeno.

Es fácil, nos sale casi de forma natural, el conmovernos ante las desgracias ajenas. El dolor de otras personas es capaz de sacar lo mejor de mucha gente.

Pero, tristemente, el bien ajeno, no solo no nos alegra sino que en ocasiones nos pone en contacto con la parte más oscura y sombría del ser humano. Nos parece que nuestro esfuerzo merece mejores recompensas. Y nos llena de envidia ver cómo otras personas reciben más que nosotras; entonces nos sentimos injustamente tratadas. Igual que los jornaleros de la primera hora: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.”

He oído muchas veces, a distintas personas, quejarse de que los telediarios dan solamente malas noticias. Pero ¿soportaríamos un telediario de buenas noticias ajenas? Seguramente no, y las televisiones lo saben y cuidan sus audiencias dando aquello que se demanda.

¡Ay, la envidia!, esa fiel compañera que se abre paso en nuestra vida desde nuestra más tierna infancia. Muchas veces se les da lo mismo a dos hermanitos para que ninguno tenga envidia, pero ¿ayuda eso a lidiar con la envidia en la vida?

¿Qué podemos hacer para que el bien ajeno no nos haga profundamente infelices? ¿Cuál es el antídoto que contrarresta los efectos de la envidia? ¡La misericordia!

Si la envidia es mirar con malos ojos el bien ajeno, la misericordia es la capacidad de mirar con buenos ojos incluso la miseria ajena. La misericordia es la manera de ver que tiene Dios. Es mirar con los ojos de Dios que cuando nos mira ve por todas partes hijas e hijos amados.

Si al mirar veo a una persona amada es más fácil que consiga alegrarme con su alegría. Si descubrimos que lo bueno que les pasa a las demás es también un bien para mí viviré con más alegría y menos preocupación.

Al reconocer que el “denario” que recibo por mi trabajo es justamente lo que habíamos acordado de ante mano y por lo mismo es el salario que merece mi esfuerzo, podré contentarme con lo mío. Y podré también ir abriendo camino para que la alegría ajena provoque también mi alegría.

Oración

Danos, Trinidad Santa, una mirada misericordiosa como la tuya. Libéranos de la envidia que nos separa y enfrenta y llénanos de la ternura que une y complementa.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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