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Sin comunidad no puede haber persona humana.

Domingo, 6 de septiembre de 2020

abrazoMt 18, 15-20

Del capítulo 16 hemos pasado al 18. Mt comienza una serie de discursos sobre la comunidad. Es la primera vez que se emplea el término “hermano” para designar a los miembros de la comunidad. Hay que notar que este texto está a continuación de la parábola de la oveja perdida, que termina con la frase: “Así vuestro Padre no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”. El tema de hoy no es el perdón. Los textos lo dan por supuesto y van mucho más allá al tratar de ganar al hermano que ha fallado.

Lo que nos relata el evangelio de hoy es seguramente reflejo de una costumbre de la comunidad de Mt. Se trata de prácticas que ya se llevaban a cabo en la sinagoga. En este evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad (Iglesia). El evangelio nos advierte que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos, que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos sin violencia. Sería muy interesante que esto lo tuviéramos en cuenta en las relaciones de familia.

En la primera frase tenemos un problema en el mismo texto, porque han llegado a nosotros distintas versiones: ‘si tu hermano peca’, ‘si tu hermano peca contra ti’, ‘si tu hermano te ofende’. Lo que está claro es que ninguna de estas versiones se puede remontar a Jesús. Los evangelios ponen en boca de Jesús lo que era práctica de la comunidad para darle valor definitivo. Al pecar contra ti, debía corresponder el perdón. El próximo domingo, Jesús dirá a Pedro que tiene que perdonar ‘setenta veces siete’.

Si tu hermano peca”, no debemos entenderlo con el concepto que tenemos hoy de pecado. La práctica penitencial de los primeros siglos se fue desarrollando en torno a los pecados contra la comunidad. No se tenía en cuenta, ni se juzgaba, la actitud personal con relación a Dios sino el daño que se hacía a la comunidad. La respuesta de la comunidad no juzgaría la situación personal del que ha fallado sino el daño que había hecho a la comunidad, que tiene que velar por el bien de todos sus miembros.

La corrección fraterna no es tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al corregido queriendo hacer ver su superioridad moral. Aquí tenemos que recordar las palabras de Jesús: ¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano, teniendo una viga en el tuyo? El corregido puede rechazar la corrección por falta de humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de alcanzar. Hoy tenemos la dificultad añadida de que no existe una verdadera comunidad.

Hoy tendría mucha más aplicación a la familia. Tendemos a esperar que los otros sean perfectos y en cuanto algún miembro de la familia falla ponemos el grito en el cielo. La verdad es que ninguna comunidad es posible sin aceptar y comprender que todos somos imperfectos y que antes o después saldrán a relucir esas carencias. Es muy difícil advertir al otro de sus fallos sin acusarle, pero es más difícil todavía aceptar que me corrijan.

Partiendo de que todo pecado es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para convencer al otro de su equivocación, y de que siguiendo por ese camino se está apartando de la meta que él mismo pretende conseguir. Una buena corrección tiene que dejar muy claro que buscamos el bien del corregido y no nuestra vanagloria. Debemos ser capaces de demostrarle que no solo se aleja él de la plenitud humana sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta. Radicalmente apartado de los demás, ningún hombre conseguiría el más mínimo grado de humanidad.

Atar y desatar. Es una imagen del AT muy utilizada por los rabinos de la época. Se refiere a la capacidad de aceptar a uno en la comunidad o excluirlo. Así lo entendieron también las primeras comunidades, cuyos miembros eran todos judíos. El concepto de pecado como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como lo entendemos hoy, no fue objeto de reflexión en la primera comunidad. No se trata de un poder conferido por Dios para perdonar los pecados entendidos como ofensas contra Él.

Todo lo que atéis en la tierra…” Hace dos domingos, el mismo Mt ponía en boca de Jesús exactamente las mismas palabras referidas a Pedro. El poder de decidir ¿lo tiene Pedro o lo tiene la comunidad? Solo hay una solución: Pedro actúa como cabeza de la comunidad. En el evangelio de Mateo no se encuentra una autoridad que toma decisiones. En el contexto podemos concluir que son las personas individuales las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como se nos ha querido hacer ver.

“Donde dos estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Dios está identificado con cada una de sus criaturas, pero solo se manifiesta (está en medio) cuando hay por lo menos dos (comunidad). La relación de amor es el único marco idóneo para que Dios se haga presente. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús, es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos los seres humanos, también de los que no pertenecen al grupo. Esto lo hemos olvidado con frecuencia.

Es imposible cumplir hoy ese encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad, donde se han desarrollado lazos de fraternidad y todos se conocen y se preocupan los unos de los otros. Lo que hoy falta es precisamente esa comunidad. No obstante, lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de la comunidad de Mt, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad.

La comunidad es la última instancia de nuestras relaciones con Dios. Es absurdo pretender una directa relación con Dios para solucionar mis fallos. El texto evangélico insiste en que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro, sino la de apartarlo, con el fin de que no siga haciendo daño a la comunidad. La solución final manifiesta la incapacidad de la comunidad para convencer al otro de su error. Si la comunidad tiene que apartarlo es que no tiene capacidad de integrarlo.

El sentido de la comunidad es la ayuda mutua en la consecución de la plenitud del hombre. La Iglesia debe ser sacramento (signo) de salvación para todos. Hoy día no tenemos conciencia de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso. El fallo más letal de nuestro tiempo es la indiferencia. Martín Descalzo la llamó “la perfección del egoísmo”. Otra definición que me ha gustado es esta: “es un homicidio virtual”. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras comunidades.

Meditación

La máxima manifestación de desamor es la indiferencia.
Camuflarla bajo el manto de respeto, o tolerancia, es cobardía.
Si no me comprometo con el bien espiritual del otro,
es que su presente y su futuro me importan un comino.
Debo ir al encuentro del otro para ayudarle, sin juzgarle.
Si no busco el bien del otro, mi plenitud quedará truncada.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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