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“Un manto, una caricia”, por Magda Bennásar.

Miércoles, 10 de julio de 2019

Hoy casi todos los términos del seguimiento están devaluados… ¡una pena! Somos muchas personas las que en estas fechas revivimos y renovamos años de entrega. En mi caso, estos días celebro mi entrada en una comunidad, como concreción de un seguimiento radical a Jesús y su misión, hace muchos años. Las sensaciones, los recuerdos, los sentimientos siguen vivos y muy presentes.

Mejor compartirlo desde su Palabra: Las lecturas de estos días nos hablan de un manto, el de Elías sobre Eliseo, y de “dejarlo todo por el Reino” en el NT. Todo habla de… para un@s de radicalidad difícil, para otr@s de Amor incondicional, de fidelidad, no fácil, pero gozosa porque lo que celebramos es que Dios es fiel y esta es la buena noticia.

Ese manto (1Reyes 19,19) lleva días acompañándome. En el contexto bíblico es un gesto simbólico de elección, de unción para la misión, de propiedad personal, no en un sentido posesivo sino de amor. Esa prenda es como una caricia. Simboliza una pertenencia abierta, rica, sagrada para una misión universal.

El manto capacita, empodera para ir a la otra orilla a aprender. Porque cuando sientes ese manto sobre tus hombros lo primero que comprendes es que se te invita a una tarea profética, y esa comunidad profética que te echa el manto, te invita a aprender a canalizar la llamada de Dios a que seas profeta en tu momento histórico, en tu contexto cultural y cultual.

El manto se convierte en ese abrazo de Dios que te empodera para cruzar el desierto, tantas ausencias, y siempre saberte y sentirte amada, elegida, enviada.

Muchos quieren quitarte el manto, pero no lo consiguen, porque por mucho que tiren de él no desaparece, ya que se va convirtiendo en tu propia piel. Alguien muy querido, una religiosa norteamericana con quien trabajé en pastoral universitaria, y que falleció el año pasado- mi homenaje a ella- me dijo una vez “tienes la vocación hasta en la médula de tus huesos”, gracias Kathleen; era un momento difícil, querían arrebatarme el manto: la fuerza y seguridad que me daba la llamada, sus palabras disiparon miedos, dudas sembradas por personas mediocres, ella tenía su manto muy dentro, y su vida marcaba, su manto era hermoso.

Otros quieren darte otro manto, más tal o cual… pero ¡no! el manto es tu propia vida, y no puedes sino mantenerte pegada a ella; lo otro sería morir en vida. Perder tu manto sería perder tu ser, tu tiempo de amar y vivir desde una experiencia única, en un momento histórico único, y sin saber con cuánto tiempo cuentas. Otro homenaje aquí a alguien, un querido amigo sacerdote que también ha fallecido hace dos meses, demasiado joven. John siempre defendió mi manto, defendió y canalizó la energía que el manto me daba. John protegía mi manto porque entendía el suyo, y lo amaba. Difícil creer que ambos, bastante jóvenes, se hayan ido. Pero dejaron una impronta increíble porque llevaban sus mantos con elegancia y sencillez. ¡Gracias!

El manto te cubre, te protege, te envuelve. Está en forma de presencia que acompaña siempre. Está en la noche y en el día. Está dentro y fuera. Es como el aire sin el que no puedes vivir porque impulsa el latido de todo.

Y ¿Cuál es la tarea para la que te capacita esa presencia, ese aliento y caricia? No quiero ser ni ingenua ni optimista. Sí sincera, desde mi perspectiva y con sencillez, abierta al diálogo y al cambio, creo que la respuesta está en colaborar con el nuevo paradigma al que somos abocados.

¿Sus bases? No luchar contra lo que tenemos sino invertir toda la sabiduría y fuerza en crear un nuevo estilo de vida, basado en una nueva historia: la historia de un Dios que echa el manto sobre las personas y sobre el planeta y nos dice “amaos” “convivid”, tenéis la misma vocación, la vocación a la vida, a ser vida, a dar vida.

El tiempo de verano puede ser también tiempo de reflexión en diálogo con la naturaleza. Escucharla para entender sus heridas causadas en gran parte por nuestra generación. Nuestro estilo de vida ha herido la Vida en todo. Las consecuencias las estamos palpando todos, pero sobre todo las sufren los que menos las causaron. Ante esta injusticia el “manto profético” nos suplica que busquemos soluciones reales porque Dios está en la Vida y en los, las y lo que sufre.

Ojalá el manto nos permita danzar con los pies descalzos sobre la hierba de la creación, fresca, recién estrenada, y todos veamos que “es muy bueno”. Su caricia está en todo.

Gracias por echar tu manto sobre mis hombros. ¡Es un honor!

Magda Bennásar Oliver

Fuente Fe Adulta

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