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¡Poneos en camino!

Domingo, 7 de julio de 2019

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Pobreza evangélica

No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada,
no matar nada;
no callar nada.

Solamente el Evangelio, como una faca afilada.
Y el llanto y la risa en la mirada.
Y la mano extendida y apretada.
Y la vida, a caballo dada.

Y este sol y estos ríos y esta tierra comprada,
para testigos de la Revolución ya estallada.
¡Y “mais nada”!

*

Pedro Casaldáliga
Clamor elemental, Editorial Sígueme, Salamanca 1971

***

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:

“La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies.

¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.

Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.

Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario.

No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: “Está cerca de vosotros el reino de Dios.”

Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: “Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.”

Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.”

Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron:

“Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.”

Él les contestó:

– “Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno.

Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.

*

Lucas 10, 1-12. 17-20

***

 

Si yo, queridos hermanos en la fe, he sido enviado a vosotros para proclamar que Jesús ha resucitado y es el único Rey y Señor; si yo, que he sido llamado a ser vuestro obispo, he sido encargado de despertar la aurora que os duerme ya en el corazón […], ¿quién llevará este anuncio de esperanza a los «otros», a esa porción del pueblo que no coincide ya con el perímetro de la Iglesia, a esos a quienes los valores cristianos ya no les dicen nada? ¿Quién hará llegar la Buena Noticia de Cristo a tantos hermanos que, trastornados por los problemas de la supervivencia y del trabajo, ya no tienen tiempo para pensar en el Señor? […] ¿Quién llevará este anuncio de salvación a tantas personas generosas que no son capaces de atravesar los confines del ¡nframundo y se baten sólo por una justicia sin trascendencias, por una libertad sin utopías, por una solidaridad sin parentescos? ¿Quién gritará el grito de liberación que nos ha traído Cristo en el corazón de tantos jóvenes extraviados que, en su ineludible necesidad de felicidad, buscan respuestas en las ideologías, en la fascinación del nihilismo, en las alucinaciones de la violencia, en el paraíso de la droga? ¿Quién pondrá una brizna de esperanza en el pecho de tanta gente desesperada, envilecida por las miserias morales, derrotada, marginada, para quien Jesús es un forastero, la Iglesia una extraña y el Evangelio sólo un jirón de recuerdos infantiles?

¿Deberé ser sólo yo, vuestro obispo, quien asuma esta tarea tan gravosa respecto al mundo? De ninguna manera. Pero no porque yo no tenga que hacerla. No porque se trate de una empresa que supere mis capacidades y produzca desaliento no digo a mi pobreza, sino incluso a la audacia de los más fuertes. Es sólo porque esta tarea corresponde a todo el pueblo de Dios. Es porque hoy un anuncio de esperanza sólo se vuelve creíble cuando lo ofrece una comunidad que vive en comunión y no por un individuo que juega con las palabras y se ejercita con la academia.

La gente empieza hoy a dudar de los jefes carismáticos. El oficio del «líder» ya no se sostiene, y menos aún en la Iglesia. Nos corresponde, por tanto, a nosotros, a todo el pueblo de los bautizados, depositarios de la esperanza cristiana, pasar por los caminos del mundo y proclamar juntos: «Valor, no te deprimas si adviertes que se reagudizan viejas angustias. Si te espanta la soledad del camino y la indiferencia de tus compañeros de viaje. Si experimentas los escalofríos de viejos delirios y de nuevos miedos. Si te oprime la oscuridad de la noche que no termina nunca… No te desanimes, porque aún no se ha dicho la última palabra. Levántate y camina con nosotros. O, al menos, intenta mirar en nuestra misma dirección. Al fondo hay una luz. Y hay un Hombre que, a pesar de todo, es capaz de presentarte el trecho de camino que te queda, por largo o corto que sea, como una ocasión extraordinaria para renacer».

*

A. Bello,
Lessico di comunione. Insieme alia sequela di Cristo,
Arluno 1991, pp. 133ss

***.

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