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16.6.19: Fiesta de la Trinidad Bautizándoles en el Nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo

Domingo, 16 de junio de 2019

Trinidad-RubliovDel blog de Xabier Pikaza:

Me llaman Trinidad

EL NOMBRE DE DIOS ES TRINIDAD

   Es uno, son tres, son nombres infinitos… pues todo lo que puede nombrarse y ser en Dios, como dice 1 Cor 15, 28: “Él será todo en todos”. En ese sentido, la historia de la humanidad, según la Biblia, es la historia de los nombres de Dios:

  1. El primer nombre de Dios es Yahvé, el que hace ser (y para los cristianos el Padre). Así lo ha definido y marcado para siempre el texto del Dios de la Montaña, donde arde el fuego inextinguible en el arbusto que Moisés ha visto a los pies del Sinai. Fuego inextinguible de vida sobre la estepa de los hombres, eso es Dios. Y cuando Moisés le pregunta “cómo te llamas” él responde: Soy el que soy (en hebreo Yahvé), soy la presencia de vida, soy la vida que arde sin consumirse, son el Padre del que todo viene, soy la Vida que se derrama y extiende en todo lo que existe.
  2. El segundo nombre de Dios es Jesús, que significa Yahvé salva, conforme al  himno de Flp 2, 6-11. Salvar significa liberar de la muerte, es dar la vida “muriendo”, esto es, entregando el propio ser, para que los hombres y todos los seres del mundo sean. Éste es el Dios de Jesús, Dios, aquel que no ha querido imponerse por la fuerza, sino aquel que se ha dado  “muriendo” (=dando vida), para resucitar en nosotros, para que así seamos en su nombre. Por eso, los cristianos saben, sabemos, que el nombre de Dios es Jesús (nos salva de perdernos, nos hace ser para resucitar (=vivir superando la muerte, en cada uno de nosotros, en los otros), y ante “doblamos la rodilla”, como sigue diciendo Glp 2, 6-11, es decir, nos levantamos y somos, en esperanza de resurrección, “para gloria de Dios Padre”. Y así decimos que Dios es Hijo, es decir, somos nosotros, hijos e hijas de Dios.
  3. El tercer nombre de Dios es Espíritu Santo, es decir, la Vida de todo lo que existe, pues en él vivimos, nos movemos y somos (Hch 17, 28). Dios es el Espíritu de todos los espíritus… pero entendiendo “espíritu” en el sentido fuerte de “carne y sangre”, de tiempo y eternidad, de amor en el que todo se arraiga y existe, el amor del Padre y del Hijo, del que da la vida y del que la recibe, de Yahvé (el que es) y de Jesús de Nazaret, el resucitado, amor sin más, sólo amor, amor en todo y para todos.

Por eso decimos tres nombres. pero sabiendo que Dios es Uno, siento todos los nombres, que se concretan y expresan, para los cristianos, según el evangelio (Mt 28, 16-20) en el NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO  Y DEL ESPÍRITU. Un único Nombre que son Tres, pues en tres los resumimos y condensamos, como Padre, Hijo  y Espíritu,  sabiendo que es Uno y es Todo, son tres, somos tres, la Vida que triunfa de la muerte, aquel que se manifiesta en Jesús y se expande y vive en nosotros como Espíritu Santo.

    Así lo indicaré en este Domingo de la Trinidad, domingo del Dios todo en todos, del Adviento y Navidad, de la Cuaresma y de la Pascua, domingo del Pentecostés ampliado, de los cincuenta días de Dios que son todo el tiempo y toda la eternidad. En ese fondo empezaré comentado el evangelio de este domingo que sigue siendo domingo del Espíritu… y el evangelio de la misión trinitaria.

1.EVANGELIO DEL DOMINGO DE LA TRINIDAD. CICLO C, AÑO 2019

Juan 16, 12-15 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

Evangelio del Espíritu Santo, Evangelio de la Trinidad

    La palabra clave es “cuando venga el Espíritu Santo… os guiará a la verdad completa…”, os llevará a conocer a Dios, a vivir en Dios, que es Trinidad, que es Padre-Yahvé, siendo HIjo-Jesús (Dios salva), siendo Espíritu Santo.

220px-Retaule_de_la_Trinitat_1489._Museu_Rigau_Perpinyà_2Al conocer de esa manera a Dios (al conocer la verdad completa), creyentes realizarán por tanto no sólo las obras (erga) de Jesús, sino aún mayores “porque voy al Padre” (14, 12), y lo harán en la línea de un “plus” eclesial,es decir, del Espíritu Santo , que no es un portador subordinado de la memoria de Jesús, sino el impulsor de vida y futuro en el que vivimos y actuamos:

Haréis obras mayores que las mías, el Espíritu del Padre. Los creyentes de la comunidad del Discípulo Amado han vivido y expresado la experiencia de Amor, sin instituciones fuertes, pero con un fuerte impulso del Espíritu al servicio de la verdad completa, en una línea distinta, pero complementaria, a la de Efesios (cf. cap. 19):

 ‒ Si me amáis, guardaréis mis mandatos y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que esté con vosotros por siempre (Jn 14, 15-16). Estas cosas os he dicho estando con vosotros. Pero el Consolador, Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas lo que os he dicho (14, 25-26).

Cuando venga el Consolador, que Yo enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí y vosotros daréis también testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio (15, 26-27). Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no (las) podéis soportar. Pero cuando venga Él, el Espíritu de verdad, os guiará a la Verdad completa (cf. 16, 7-13).

                       Estas palabras nos sitúan en el centro de la experiencia y teología del Trinidad, del Dios cristiano, en la línea del Espíritu Santo como Paráclito (abogadode perseguidos y humillados, defensor en el juicio) y Consolador (amigo íntimo que nos ofrece su ánimo). Éste es el Espíritu de Dios, que aparecía en diversos lugares del AT (sobre todo en relación con los profetas y el Mesías, cf. cap. 5‒6) y en algunos momentos principales de la historia de Jesús (resurrección, bautismo, concepción por el Espíritu…), el Espíritu de Dios que ahora define la vida y acción de los creyentes:

‒ Es el Espíritu del Padre, en su doble dimensión de origen (Jn 15, 26) y envío, pues el Padre lo ofrece o emite (Jn 14, 16. 26), como impulso de conocimiento y plenitud de vida, en línea de filiación (para que los hombres sean en Jesús hijos de Dios). Siglos más tarde, desde la controversia del Filioque (¡y del Hijo!), cristianos de tradición bizantina y romana han discutido extensamente sobre este motivo, precisando de formas algo distintas la relación del Paráclito con el Padre y con el Hijo.

‒ Es Espíritu del Hijo, pues el Hijo ruega, y el Padre lo envía en su nombre (cf. Jn 14, 15-26. 25-26). Más aún, el mismo Jesús glorificado, como Hijo de Dios, puede enviar y enviará el Espíritu a quienes se lo pidean, para realizar así la obra de Dios (Jn 14, 26-27; 15, 26-27). En esa línea podemos añadir que el Espíritu Santo es “el otro Paráclito”, es decir, el mismo Jesús hecho presente, de un modo nuevo (pascual, resucitado: cf. tema 17), como amor activo en aquellos que acogen (creen) y cumplen su mensaje, volviéndose así “cristos”, capaces de realizar las obras de Jesús y aún mayores, como he destacado ya.

 Entendido así, el Paráclito es la Autoridad de Amor que consuela y fortalece a los creyentes, para que puedan ser en comunión, realizando las obras de Jesús y aún mayores, es decir, llevando a plenitud su tarea mesiánica. En esa línea, Jesús no marca un “fin”, no es un tope que nos impide seguir caminando, sino al contrario: En él empieza el auténtico camino de transformación humana, en unidad de amor (que todos sean uno) y en elevación de vida. El Espíritu es por tanto el mismo Dios, que se expresa en Jesús como amor del Padre y el Hijo, siendo así, al mismo tiempo, comunión de amor de los creyentes, “de manera que todos sean Uno, como nosotros somos Uno: tú, Padre, en mí y yo en ti; para que el mundo crea que tú me has enviado” (17, 21). Ser unos en otros, en el despliegue de Dios, éste es el misterio central de la resurrección[1].

Dios es Espíritu, Dios es Trinidad, en sí mismo y en nosotros (es en sí mismo, siendo en nosotros), es Padre en-por Jesús, es Hijo, en el Espíritu.Desde ese fondo se entiende la respuesta de Jesús a la samaritana, superando la visión y religión de los cultos nacionales de Jerusalén y el Garizim, que separan y dividen a los hombres:

  Créeme, mujer: llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad; porque ciertamente el Padre busca tales adoradores. Dios es Espíritu, y los que le adoran deben adorarle en Espíritu y en Verdad (Jn 4, 21-24)

              Esta palabra ratifica la promesa del Espíritu, poniendo de relieve el sentido de la adoración en Espíritu y Verdad, como experiencia de transformación universal en amor, desde el Dios presente como Vida en nuestra vida:

 ‒ Rogaré al Padre y os enviará otro Paráclitopara que esté con vosotros para siempre (Jn 14, 16). Jesús había sido defensor de sus discípulos: Primer Paráclito, consuelo en el amor. Pero, culminado su camino, él ruega al Padre que envíe Otro Paráclito, el Espíritu Santo (cf. Mc 13, 11), para defender a los perseguidos en la prueba. En un sentido, Jesús se va, ya no acompaña a los creyentes de un modo inmediato, pero él pide al Padre que les envía “otro Paráclito”, presencia interior y compañía, en comunión y libertad completa (no os dejaré huérfanos: Jn 14, 18).

‒ El Espíritu os lo enseñará todo: “Pero el Paráclito…, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26). El Espíritu “recuerda”, esto es, permite entender y revivir, en línea personal y en comunión de amor (consuelo), el mensaje y vida de Jesús, reinterpretando su camino, en verdad (en conocimiento: ¡os lo enseñará todo!) y en vida (retomando el camino y las obras de Jesús).

Espíritu y testimonio: “Cuando venga el Paráclito, a quien yo enviaré del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Jn 15,26-27). El testimonio de Jesús no está ligado a instituciones u obras externas, sino a la presencia del Espíritu, que es garantía de su presencia y acción en la Iglesia.

Presencia resucitada: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7). Hay una presencia de Jesús que ha debido terminar. Sólo marchándose, realizando su tarea de Dios hasta el final, Jesús podrá enviar el Espíritu de Dios, para que también sus discípulos sean como él y realicen sus obras[2].

Notas de la primera parte

[1] El Espíritu aparece así como “otro Paráclito” (allon Paraklêton: Jn 14, 16), pues el primero es Jesús, Hijo de Dios. Es “otro” y, sin embargo, es el mismo Jesús hecho herencia de vida y comunión en los creyentes. El Paráclito deriva de Jesús y, siendo plenitud y cumplimiento de su promesa, esto es, Reino y Verdad de (Jn 14,15), puede realizar obras “mayores” que las suyas. No es simple promesa de un Reino Futuro, que vendrá al final, por encima y fuera de la historia, sino que actúa en este mundo (en la línea del “milenio” de Ap 20, 1‒6), suscitando un Reino de justicia y verdad. Algunos movimientos post‒cristianos entendieron está venida del Paráclito de un modo apocalíptico (Montano), dualista (Mani) o incluso político‒social (Mahoma), pero es evidente que, según el evangelio, ella ha de verse en línea de cumplimiento del mensaje y vida de Jesús, en clave de transformación (Unción) interior. “Pero vosotros habéis recibido la Unción del Santo, y todos conocéis la verdad. La Unción que de Él recibisteis permanece en vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe. Porque su Unción os enseña todas las cosas, y es verdadera y no mentira…” (1 Jn 2, 20. 26‒27). Estas palabras definen y concretizan la promesa del Paráclito como “unción del Santo”, transformación en la verdad, de manera que ya no sea necesario que unos enseñen a los otros desde fuera (por imposición externa), pues la verdad y la vida se identifican con el mismo Espíritu que actúa y se expresa en la vida de los creyentes.

[2] Esa palabra (conviene que me vaya)ha de entenderse en sentido radical: Durante su vida en el mundo, Jesús ha sido “hijo de David”, como indicaba con toda precisión Rom 1, 3‒4, con las limitaciones que ellos suponía (en línea intraisraelita). Sólo con la resurrección (es decir, culminando su obra mesiánica) Jesús ha podido volverse portador del Espíritu Santo, presencia universal y de transformación.

2. MISIÓN CRISTIANA Y TRINIDAD. MT 28, 16-20

 Los once fueron a la Montaña… Jesús les dijo: Se me ha dado toda autoridad en cielo y tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os mandé; y yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo (28, 18-20).

          evangelio-de-mateo   Estos once, reunidos en la montaña de la pascua, a partir del testimonio de las mujeres de la tumba vacía, son los discípulos/hermanos de Jesús,  aquellos a los que Jesús había llamado, para acompañarle en su tarea de reino, son todos los creyentes, somos todos nosotros, portadores del Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

           Éstos que van a la montaña de Galilea, en el día de Pentecostés, que es día del Dios Trinidad somos todos nosotros…. todos los creyentes, varones y mujeres, que abren desde la montaña de Galilea el mensaje y vida de Jesús a las naciones[1].

Eso significa que la función anterior de Jesús centrada en  Jerusalén ha terminado (cf. 21, 43; 22, 7; 23, 37-39), ha cesado el judaísmo del templo y la ley nacional del reino judío de David, y la verdadera teología de Israel (con su mensaje universal) ha de extenderse a todas las naciones desde Galilea, esto es, desde el “monte” de la vida‒mensaje de Jesús (no desde Jerusalén y Roma como supone Hech 1 y 28), ratificando la misión universal  del judaísmo galileo de Jesús, no el jerosolimitano, el verdadero judaísmo cristiano del Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo (cf. Mt 4, 12‒16, con Is 8, 23‒9, 1)[2].

 Bautismo Cristiano: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo[3].

Estas palabras finales del Evangelio de Mateo… marcan el comienzo de la nueva Iglesia universal, la iglesia del Dios pleno (Padre, Hijo, Espíritu), la Iglesiaq que debe “bautizar a todos los hombres”, es decir, ofrecerles el misterio del Dios de amor completo…  Ciertamente, Mateo afirma que Jesús ha venido a ratificar el camino anterior del judaísmo (Mt 5, 17), pero el principio de identidad de los cristianos no Yahvé como Dios nacional, ni su ley o templo particular, ni la conversión para perdón de los pecados, como en Juan Bautista (3, 11), sino la nueva experiencia de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Como rito de limpieza, el bautismo había recibido en Israel gran importancia. Había bautismos de purificación de sacerdotes, de identificación sacral (como en Qumrán), y otros de tipo penitencial y escatológico, como el de Juan Bautista, pero el de Jesús, en la Iglesia, será muy especial. Parece que, tras haber sido bautizado por Juan (cf. 3 13-17), Jesús siguió bautizando por un tiempo, pero después dejó de hacerlo (cf. Jn 3, 22-30; 4, 1-3), abandonando el lenguaje penitencial, para centrarse en el anuncio del Reino (Sermón de la Montaña: Mt 5-6) y en el signo de los “milagros”, es decir, en la transformación/curación de aquellos que venían a su encuentro (cf. Mt 8-9 y 11, 2-4).

Por eso, el primer envío prepascual de 10, 5-15 no habla de bautismo como rito específico, sino de curación de los enfermos y acogida de los enviados de Jesús (itinerantes pobres) en las casas de los propietarios/sedentarios, creando vínculos de comunión. Pero, la Iglesia reintrodujo tras la pascua el bautismo, no sólo como signo penitencial de perdón de los pecados (bautismo de Juan), sino como experiencia de inserción en la muerte y resurrección de Cristo. En esa línea empezó impartiendo un bautismo en el nombre de Jesús, en referencia a su entrega hasta la muerte (cf. 1 Cor 1, 13; 6, 3; Gal 3, 27; Hch 2, 36-8; 10, 48; 19, 5; cf. cap. 24), para culminar en el bautismo trinitario: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu[4].

‒ Una práctica eclesial. Este mandato recoge y transmite una experiencia de la iglesia, que ya no bautiza simplemente en nombre de Jesús, como las comunidades antiguas, sino en Nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo, un motivo que debe entenderse desde la tradición anterior y, de un modo especial, desde el desarrollo teológico-eclesial de Mateo, pues ese triple y único nombre recoge el despliegue de su evangelio, ofreciendo una llave hermenéutica para entender y realizar la misión cristiana desde el fondo del AT (cf. cap. 1 y 4).

‒ Novedad trinitaria. Mateo, el más judío de los evangelistas, vinculado a la confesión del único Dios (cf. 22, 34-40), ha tenido el atrevimiento de formular, como culmen y compendio de su obra, esta palabra de bautismo, que reinterpreta el monoteísmo israelita desde el despliegue del conjunto de la Biblia, culminada en Jesús. Él mantiene ciertamente que Dios es Uno, y así lo ha defendido al proclamar el Shema de Israel (22, 37), pero, al mismo tiempo, presenta a Dios como Padre, en relación con el Hijo y el Espíritu Santo (cf. cap. 17-18)[5].

 Mateo es un evangelio de fuerte controversia eclesial (entre judeo-cristianos y cristianos universales), un evangelio de intensa urgencia moral (dar de comer al hambriento…: 25, 31-46) y de organización comunitaria (Mt 18 y 23), pero en el fondo viene a presentarse como libro sacramental, una introducción orante y comprometida en el misterio de Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo, desde la historia de Jesús y por la Iglesia:

‒ Desde el Jesús histórico. Este bautismo eclesial remite al de Juan Bautista en el comienzo del Evangelio. Pero en un momento posterior, desde la experiencia pascual, ha sido decisiva la vinculación de los bautizados con Jesús, en cuya muerte y resurrección se introducen y reviven (cf. Rom 6, 1-5), como muestran los textos de un bautismo en nombre del Señor Jesús (cf. Hch 2, 38; 8, 16; 10, 48; 19, 5). Pues bien, cumplido el ciclo, tras la experiencia de ruptura con un tipo de judaísmo rabínico, que sigue insistiendo en la identidad de la Ley nacional, Mateo insistirá en la apertura universal del Espíritu Santo, ratificando así la fórmula ternaria del bautismo en el nombre del, Padre, del Hijo y del Espíritu santo[6].

‒ Novedad eclesial. Al bautizar a los creyentes en el nombre del Padre, del Hijo (Jesús) y del Espíritu Santo, la Iglesia de Mateo asume una opción trascendental para el cristianismo posterior, que se separa ya definitivamente del judaísmo rabínico. Al presentar a Dios como Padre, esa Iglesia se ha sentido obligada a referirse a Jesús como Hijo de Dios crucificado e Hijo de Hombre, presente en los hambrientos y desnudos (cf. Mt 25, 31-46). Finalmente, junto al Padre y al Hijo, la Iglesia ha sentido la necesidad de introducir al Espíritu Santo, creando una fórmula de confesión litúrgica que será decisiva no sólo para el evangelio de Mateo, sino para todo el cristianismo[7].

En esa línea… todos nos llamamos Trinidad, pues en su nombre hemos sido bautizados, en su nombre vivimos.

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Notas

[1] Mc 16, 1-8 sabía que para abrirse a las naciones hay que dejar Jerusalén y empezar en Galilea, pero suponía que los discípulos no lo habían hecho todavía. Mateo, en cambio, afirma que los once discípulos han creído a las mujeres de la tumba vacía y ido a la montaña de Galilea, donde Jesús les ha concedido su poder y enviado a todas las naciones, a pesar de que algunos dudan, en referencia a las dudas del principio de la Iglesia, empezando en la Montaña de Galilea, no en Jerusalén, como para indicar que el tiempo “judío” y jerosolimitano de Israel se ha cumplido ya y ha terminado.

[2] Habiendo recibido la palabra de Jesús, la iglesia misionera que empieza en la montaña de Galilea no es un pueblo entre otros (judaísmo frente a los gentiles), sino el “pueblo universal”, el judaísmo hecho principio de comunicación para todas las naciones, recreando así, desde la montaña de Galilea (¡no desde Sion- Jerusalén!) la apertura de Is 2, 2‒4 (cf. Miq 4,1‒5), para los hambrientos, exilados, encarcelados. Por eso, los seguidores de Jesús no tienen que reconstruir el número apostólico de Doce (en contra de lo que hará Hech 1), pues ellos aparecen como once muy precisos, con artículo (hoi de endeka mathêtai; 28, 16) y así deben hacer discípulos (mathêteusate: 28, 19) a todas las naciones, sin distinción de raza, pueblo o sexo, creando de esa forma un judaísmo universal.

              Jerusalén no ha podido vincular a todas las naciones, y así el camino de su Ley ha terminado, con todo un ciclo de Escritura y Vida, que nace en la restauración jerosolimitana de Israel tras el exilio, con el Pentateuco (cf. cap. 6 ss). Frente a eso, en la línea de Pedro se abre, desde la montaña de pascua, la salvación universal del evangelio. Esta experiencia de superación de una Ley judía (de Jerusalén), con la exigencia de salir desde Galilea a todas las naciones, con la enseñanza de Jesús, se vincula con la tradición judía universal de ayudar a los necesitados, como sabe Mt 25, 31-46, donde se fija la norma originaria de la Ley, que es dar de comer‒beber, acoger y ayudar a los hambrientos, desnudos, extranjeros, como he destacado en Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella 1989, 214-219.

[3] Esa iglesia petrina (16, 18-20), que comienza en Galilea (28, 16-20) es ya templo de toda la humanidad, desde la perspectiva de 25, 31-46 (¡estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del tiempo!). Esta misión universal (a todos los pueblos, hasta la consumación del siglo) no es un “espacio vacío”, que se llenará y cumplirá en la parusía, sino un tiempo habitado ya por Cristo (¡estoy con vosotros!), extendiéndose a todos los pueblos.

[4] Mateo, el más judío de los evangelistas, ha formulado, al final de su texto, este mandato trinitario que revoluciona (reinterpreta, no destruye) el monoteísmo judío. Sabe que Dios es Uno, pero, al mismo tiempo, le presenta como Padre, Hijo y Espíritu, recreando en clave ternaria las afirmaciones básicamente duales de Pablo (Dios Padre y Señor Jesucristo). En este contexto, él ha introducido el Espíritu Santo, que va unido al Padre y al Hijo, formando parte del único Nombre (Dios Uno) de la tradición israelita, recreada por Jesús en su vida y en su muerte, según el evangelio. Hay esquemas y formuaciones ternarias en la Iglesia anterior (cf. 1 Cor 12 4-6; 2 Cor 13, 13; Gal 4, 6) y en la tradición posterior (cf. Tit 3, 4-7; 1 Ped 1, 1-2), pero sólo esa de Mateo ratifica la novedad “divina” del evangelio de Jesús.

[5] Este bautismo en el Nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo define la novedad cristiana y condensa la teología bíblica, desde el Dios que se revela en el Éxodo como Yahvé (Ex 3, 14), hasta el que se define como Padre de Jesús en el Espíritu Santo. Este bautismo retoma el motivo básico de Mt 11, 25-27, la identidad dialogal del Padre y el Hijo que se “conocen” (comparten vida) en un contexto “pascual”: El Padre conoce (ama y se da) al Hijo; el Hijo “conoce” al Padre, se entrega en sus manos, cumpliendo su voluntad (según la fórmula del Padrenuestro, Mt 6, 10; cf. 26, 42). En ese fondo se entiende el único y triple Nombre de Dios, en el que se injertan y viven los cristianos, según la fórmula de este bautismo que no tiene un sentido de purificación, ni es un gesto penitencial, sino un “rito de paso”, esto es, de mutación y “nacimiento eclesial en el Dios del evangelio”. No es para perdón de los pecados (como en Mt 3, 6. 11), ni para entrada en la tierra prometida (paso del Jordán, Ex 14-15), sino de inmersión en el Espíritu (del Padre y el Hijo), que es Fuego de Dios (cf. Mt 3, 11), y así se realiza en el Nombre único y triple que marca y define la nueva condición cristiana.

[6] Con cierta exageración, podríamos decir que Mateo ha escrito su evangelio como introducción al bautimo trinitrario de la Iglesia. Cf. C. K. Barret, El Espíritu Santo en la tradición sinóptica, Sec. Trinitario, Salamanca 1978; M. A. Chevallier, Aliento de Dios. El Espíritu Santo en el NT I, Sec. Trinitario, Salamanca 1982; X. Pikaza, Trinidad y comunidad cristiana, Sec. Trinitario, Salamanca 1990, 81-114, 173-198; E. Schweizer, El Espíritu Santo, Sígueme, Salamanca 1984.

[7] Con el “poder” de Dios (¡se me ha dado todo autoridad…!), Jesús confía a sus discípulos el bautismo trinitario (Padre, Hijo y Espíritu Santo), dándoles el encargo de “crear” un pueblo marcada por ese Nombre. Ésta no es una afirmación doctrinal separada, sino el contenido de todo el evangelio.

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