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Una Iglesia que fabrica ateos necesita conversión urgente.

Sábado, 11 de mayo de 2019

Puppeteers pulls cords as they animate giant puppets of a boy and a deep-sea diver as they are paraded through the streets of Le Havre, northwestern France, on July 7, 2017, during a performance by French mechanical marionette street theatre company Royal de Luxe. / AFP PHOTO / CHARLY TRIBALLEAU Foto Charly Triballeau

Del blog de Jairo del Agua:

¿Nuestro Dios es Dios? ¿Es ACTIVO, autónomo y libre? ¿O es un ser PASIVO al que manejamos con los hilos de la oración insistente para moverle a cumplir sus deberes?

¿Será un Padre volcado siempre por sus criaturas? ¿O será una “marioneta sagrada” a la que damos “bondadosas instrucciones” a través de los hilos de la oración?

Os invito a prestar atención a las oraciones litúrgicas y comprobar que la gran mayoría pretenden MOVER a Dios. Le tratan como a una Gran Marioneta omnipotente que, gracias a nuestros tirones, se moverá y actuará.

Ese es el mayor error de los creyentes. No nos han enseñado a identificar quién es y cómo es el Padre. Ni nos han motivado a buscarle en el interior, ni a ser fieles al Abba revelado por Cristo. Se conforman con que seamos fieles “al pie de la letra” a lo que manda el Clero. Y nos tienen sumidos en una “Iglesia infantil” que cree en los Reyes Magos, en los Santos milagreros o en las Vírgenes curanderas, etc.

Lo importante es que tengamos “fe”, cuanto más irracional más grande es la “fe”, no importa en qué o en quién. Todavía se exigen dos milagritos para canonizar a un santo. ¿Esa tacañería es la gran prueba de santidad? A los que nos atrevemos a pensar nos llaman “racionalistas”, “incrédulos”, “herejes”… Cuando el uso de la inteligencia es la mayor prueba de fidelidad al Espíritu Santo.

Me propongo demostrar en esta meditación -continuación de la anterior- que gran parte de nuestro CREER y nuestro ORAR son absurdos, es decir, irracionales. Son contrarios a la “inteligencia”, que es un don del Espíritu Santo y nuestra principal herramienta humana.

En estos tiempos tan pragmáticos y racionales querer mantener una “fe mítica y sometida” es un gravísimo error. La existencia de Dios es evidente para cualquiera que sepa utilizar la cabeza y palparse la ropa. De la NADA no sale NADA.

Lo absurdo es seguir creyendo e imponiendo una “imagen de Dios” judía, bárbara, humanoide y contraria a la razón. La religión es para “religare”, volver a unir a la criatura con su Fuente límpida, positiva, inagotable… Se les pedirá cuentas a los que la han reducido a un “método breve y ritual” de conseguir prebendas y anestesiar conciencias. Tendrán que convertirse, es decir, rectificar para no conducirnos a una religión momificada, inútil y residual.

Sin embargo la religión es esencial para el ser humano y forma parte de su ADN sicológico. Quien no ratifique esta afirmación que observe un poquito la Naturaleza o analice su fragilidad personal o se deje sentir sus profundas aspiraciones humanas.

Tenía razón san Agustín: “Nos hiciste Señor para ser tuyos y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Por eso siempre he predicado una “religión humanizadora, positiva, luminosa y alegre”. En “humanizadora” está incluido el “racional”. Cada día estoy más convencido.

Meditemos un ratito. No tengas prisa. Es un tema muy importante. A los rígidos y tenedores de la “verdad absoluta” no les recomiendo que sigan leyendo.

A un Dios ACTIVO le hemos convertido en un dios pasivo y falso.

A un Dios Misericordia infinita le hemos transformado en un “dios distraído y cicatero”. Prestad atención a las preces de la misa, por ejemplo. O comprobad con atención los “grandes logros” que conseguimos con rimbombantes preces en millones de misas diarias.

A un Dios infinitamente bueno le tratamos como a uno “malo y cruel” (iracundo, tacaño, vengativo, impositivo, celoso, amenazante, castigador, olvidadizo, ausente…). No hay más que oír bien los salmos de cada día, si la rutina nos permite estar atentos…

Un “dios incoherente” es rechazado espontáneamente por cualquier ser humano que piense un poco. Somos nosotros los que expulsamos de nuestra Iglesia a las personas, no es que ellas sean peores que nosotros.

Empecemos por escuchar los argumentos de los ateos frente a nuestra “fe irracional”. Ellos ven los enormes males del mundo y dicen: “Si existiera un Dios bueno, no permitiría estos desmanes”. Miran las catástrofes naturales y concluyen: “Imposible que exista un Dios mínimamente piadoso que no evite estos dramas”.

Los que han suprimido a Dios de sus vidas o han abandonado toda religión lo han hecho con sentimientos y argumentos muy sólidos. No son tontos. Muchos son inteligencias eminentes. Los irracionales somos, a lo peor, muchos de los creyentes.

Además nos han observado. Y a la mayoría de los católicos nos han visto sometidos a una “clase clerical”, que se atribuye una autoridad divina, cuando ellos -los ateos- defienden la “libertad humana” como parte de nuestra esencia. Y tienen razón.

No digo nada si han tenido ocasión de experimentar, directa o indirectamente, los muchos casos de prepotencia clerical, de mala educación, de contradicciones doctrinales y hasta la ausencia de moralidad natural y cívica

Para rematar el espectáculo, nos ven de rodillas pidiendo favores y milagros, que raramente llegan. Deben de creer -dicen- en un “dios indiferente, cicatero, avaro, rácano y malhumorado”. Y el colmo les llega cuando nos ven tan complacidos con algún supuesto milagrito conseguido por una virgen o un santo que, por fin, han arrancado alguna dádiva a ese “dios tacañón”.

Si la consecución del favor ha sido porque tenían una tía monja, un hermano fraile o algún otro enchufe, entonces las cosas se complican. El “dios tacañón” en que creen éstos -siguen diciendo- no solo es “roñoso” sino que es “manipulable” y solo atiende a los enchufados.

Luego no es Dios porque no es absoluto e inmutable, como se supone en simple lógica, que debe ser un posible Dios eterno y verdadero. Se trata de un “dios” relativizado, condicionado, influenciado y manipulado por sus criaturas.

Es pues un “dios imaginario y absurdo” -sucesor de los dioses del Olimpo- que no puede existir más que en la fantasía de esos creyentes ignorantes o fanatizados. En este mundo todo es consecuencia, confluencia y complejidad de las fuerzas de la naturaleza y su evolución -terminan diciendo-.

Henos aquí a los cristianos en general -no conozco otras religiones-, con sus Jefes al frente, convertidos en la mayor fábrica de ateos, agnósticos, indiferentes y contrarios a toda religión.

Un médico famoso, ateo y muy humano, me decía con total sinceridad: ¿Si yo pudiera hacer alguno de esos “milagros” que atribuyen a la oración o a la influencia de algún santo, tú crees que me limitaría a hacer “un solo milagro”? ¡Dejaría el Hospital más vacío que el desierto!

No puedo creer, es imposible creer, en ese “dios mezquino y manipulable”, al que vosotros pedís continuamente sin resultado. Yo soy médico y busco el bienestar de las personas con total determinación. Es más, te aseguro que si yo pudiera hacer “milagros” o “curaciones inmediatas” no solo me volcaría por mis enfermos, curaría a todos, hasta el último rincón del mundo.

Es imposible que un Dios Todopoderoso sea menos misericordioso que yo. Por eso no creo en vuestro “dios” y SÍ en la capacidad, que tenemos todos los seres humanos, de evolucionar, de superarnos y de hacer el bien.

Amigo mío, estoy de acuerdo contigo -le contesté-. Pero NO es ese “dios” en el que yo creo. Por razones que desconozco, en parte por no haberse despegado del arcaico judaísmo, nuestros Jefes religiosos mantienen una imagen de Dios falseada:

Un “dios sordo, distraído, manipulable y pasivo”, al que hay que MOVER con nuestras oraciones, al que hay que ARRANCAR los favores con continuas súplicas y sacrificios, al que hay que CONVENCER continuamente para que nos ayude.

Para mí es inexplicable que sigan formando a los fieles, conduciendolos y rezando con presupuestos absurdos y rígidos. Con tantos años de estudio, con tantas facultades, con tantas estructuras eclesiales, con tantas personas dedicadas al cuidado de los fieles, no puedo entender que sigan anclados -no todos- en unas tradiciones religiosas, ya denunciadas en el Evangelio.

Han olvidado el “principio de evolución” del ser humano -que se cita en el Evangelio- y me temo que no han dado la misma importancia a la oración personal y a la meditación como al estudio teórico o la mera erudición. Han olvidado aquella conclusión a la que llegó el gran teólogo Tomás de Aquino cuando, al final de una vida de estudio, confesó que “había aprendido más en la oración que en los libros”.

Yo creo en un Dios ACTIVO y NO en el “dios pasivo, sordo y olvidadizo” (escúchanos, acuérdate, escucha y ten piedad) al que dedicamos la mayor parte de nuestros ritos y oraciones. Realmente le rebajamos a todo lo que tú dices.

Tampoco creo en un “dios intervencionista” que tiene que curarnos, alimentarnos, dirigirnos, castigarnos, conseguirnos metas, darnos regalos, etc.

Creo en un Dios Torrente, volcado sobre sus criaturas, que nos lo dio TODO desde el principio y que nos acompaña siempre. Pero que no interviene en el mundo directamente, ni hace milagritos, para lucirse de vez en cuando.

Nos dio la libertad con todas sus consecuencias y nos ha confiado la administración del mundo y de nuestra vida personal. Ese Dios no nos ha abandonado, NO, está presente en nuestro interior, en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad, en toda nuestra vida.

No hace falta llamarle para que baje. Está aquí, con nosotros. Lo que necesitamos es abrirnos a todas las capacidades que nos ha dado, cultivarlas, rentabilizarlas y administrarlas bien.

Nosotros somos los administradores de este mundo, Él permanece oculto tras la Creación, pero muy activo en nuestro interior, respetando siempre a sus hijos y sus decisiones.

Somos nosotros los que tenemos que discernir, decidir y actuar en el mundo, dirigidos por esa “inteligencia, energía y amor” que llevamos dentro y que es parte de la mismísima esencia de Dios. Somos “pequeños dioses” con los mismos genes de Dios.

Nosotros somos sus manos cuando actuamos desde ese “íntimo” de la persona en el que portamos todos sus dones, sus capacidades, sus luces, las que nos insertó al crearnos “a su imagen y semejanza”. Y que van creciendo a medida que las cultivamos.

Ese es el “tesoro de los humanos”, el “reino de Dios” del que habla el Evangelio. Somos nosotros lo que podemos y debemos hacerlo patente y actuante en este mundo.

No existe un Dios al que haya que “pedir piedad”. No existe un Dios al que haya que “pedir la paz”. La piedad y la paz ya residen en tu interior. Eres tú el que debe acrecentarlas y manifestarlas.

Por eso yo rezo en la Misa: “Señor Tú tienes piedad”, “Señor Tú nos das la Paz”. Eso me recuerda que ya me lo dio y lo llevo dentro. Y estoy llamado a acrecentarlo y manifestarlo, a parecerme a mi Padre, a vivir desde esa “central de energía” interior, a derramar por el mundo ese caudal.

Ese es un Dios muy racional, muy comprensible, muy admirable y deseable. Te ha creado con “sus poderes” dentro (lo puedes comprobar y lo puedes sentir si te sumerges). Te motiva continuamente a que los ejerzas, los manifiestes y los siembres a través del “dinamismo de crecimiento” que todos llevamos dentro (lo dice claramente el Evangelio, recuerda por ejemplo la “mostaza” o el “sembrador”). Vamos a la iglesia a fortalecer ese interior, a motivarnos, a salir iluminados, fortalecidos y crecidos. (Pero nos obligan a “pedir” a Dios que recuerde sus deberes, actúe, resuelva y nos saque las castañas del fuego).

En ese Dios ACTIVO y PRESENTE sí podrías creer amigo ateo y sí podrías confiar. Un Dios que te crea con “inteligencia, libertad y voluntad” (a su imagen) y te respeta, te deja conducir y te deja elegir tu destino. De lo contrario NO serías libre.

Fíjate lo que decía, ya al principio, nuestro apóstol Pablo: “Ya que lo que se puede conocer de Dios, ellos lo tienen a la vista, pues Dios mismo se lo ha manifestado. Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se pueden descubrir a través de la inteligencia. Hasta el punto que no tienen excusa porque, conociendo a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias; por el contrario, su mente se dedicó a razonamientos vanos y su insensato corazón se llenó de oscuridad” (Rom 1,19).

Y lo enseña el Evangelio. Lee, por ejemplo, lo que dice de la Luz el primer capítulo de Juan. Pero lo hemos olvidado. Y nos lo han cambiado por un “ídolo manipulable”, que nosotros hacemos bailar al son de influencias. E “inmisericorde” puesto que no se prodiga.

El amor y todo lo que llevas dentro crece cuando lo manifiestas y entregas. Eres tú el “enviado de Dios” para construir un mundo nuevo y feliz.

Me llamarán “enemigo de la Iglesia” por decir todo esto. Si esta misma mañana un periodista, muy católico, decía del Papa Francisco que “cabalga a lomos de un caballo cismático”, qué puedo yo esperar…

Solo sé que el Espíritu Santo actúa e ilumina a todos los católicos de buena voluntad que buscan sinceramente. A esos pretendo ayudar. Los demás que me tiren a la papelera.

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