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¿Desde dónde me vivo?

Domingo, 10 de febrero de 2019

05_pescadorDomingo V del Tiempo Ordinario

Lc  5, 1-11

Tal como ha llegado hasta nosotros, el texto presenta un “relato de vocación” en el marco de un “relato de milagro” que, leído simbólicamente, constituye una profunda catequesis eclesiológica y, sobre todo, cristológica. Trataré de hacer una lectura en consonancia con el modo como debió leerlo aquella primera comunidad de discípulos para, a continuación, afrontarlo desde el modelo no-dual.

El relato de vocación es un género literario que, en el evangelio, sigue las mismas pautas: Jesús llama, ellos lo dejan todo y lo siguen. Por su parte, en el relato de milagro lo que importa es percibirlo como signo de la actuación de Dios en Jesús que se traduce en salud, liberación y vida.

La barca es símbolo de la comunidad –más tarde se hablará de la Iglesia como de la “barca de Pedro”– y la pesca evoca el llamado “trabajo apostólico o pastoral”, que se entendía como “traer a todos a la verdad”, identificada esta con la creencia de la propia comunidad.

En esa tarea, en la que se halla comprometida la Iglesia –es, por ello, una catequesis eclesiológica–, el cansancio y el desaliento han hecho presa en los discípulos, tras una noche de trabajo en la que no han conseguido nada. Pues bien, al actuar en nombre de Jesús –“por tu palabra”–, el resultado supera todas las expectativas y produce en Simón una actitud de asombro que le hace postrarse ante Jesús en adoración. Este es el núcleo de la catequesis cristológica: cuando se actúa en el nombre de Jesús el fruto del trabajo está siempre asegurado.

Esa es la lectura que nace de una postura creyente, en clave religiosa teísta, que cree en Jesús como el Hijo de Dios (separado), al que se reconoce como “Salvador”. En este “mapa”, se identifica la propia creencia con la verdad en sí misma, por lo que la tarea apostólica se convierte, en la práctica, en proselitismo, orientado a traer a toda la humanidad a la verdad que nos ha sido revelada.

Sin embargo, esta lectura encuentra cada vez más disonancias con lo que es nuestro modo de leer la realidad. No solo por el cuestionamiento radical de la idea de un “dios” separado, sino por el propio modo de entender la verdad. No es extraño, por tanto, que se vaya abriendo camino otra lectura, no “religiosa”, sino “espiritual”, desde una clave no-dual. Tal como lo veo, esta clave resulta más adecuada desde nuestra comprensión.

Desde esta nueva perspectiva, Jesús no es un ser separado, ni un salvador venido de fuera, sino un hombre sabio que ha visto lo que somos todos y lo ha vivido en profundidad. Lo que es Jesús lo somos todos –compartimos la misma y única identidad–, por lo que constituye un “espejo” que nos refleja; su palabra, como toda palabra sabia, nos hace crecer en comprensión y celebrar y vivir lo que somos.

Desde aquí podemos aproximarnos al relato. En él vemos nuestro trabajo y nuestro cansancio, el desaliento y, al mismo tiempo, la esperanza. Todo se ventila en el “desde dónde” vivimos la tarea: desde nuestro interés alicorto y la búsqueda de una gratificación individual o desde la comprensión de lo que somos. En este último caso, nos experimentamos, al igual que Jesús, como cauce o canal limpio por el que la Vida (“Dios”) se expresa.

En el primer caso, nos sentiremos frustrados, abatidos y desesperanzados siempre que no obtengamos el fruto deseado. Por el contrario, en el segundo, viviremos con paz lo que acontezca ya que, como dijera el propio Jesús, “no busco hacer mi voluntad, sino la voluntad de quien me ha enviado” (Jn 5,30).

Acertamos cuando nos alineamos con la Vida (“Dios”), cuando queremos lo que la Vida (“Dios”) quiere, cuando vivimos la aceptación radical, entre la resistencia que genera sufrimiento y la resignación que paraliza.

¿Desde dónde me vivo? ¿Qué busco con lo que hago?

Enrique Martínez Lozano

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