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La Misa

Lunes, 29 de octubre de 2018

hombre-y-perro-que-recorren-en-la-puesta-del-sol-5528837Una puesta de sol en la serenidad de la llanura, produce resonancias distintas en el caminante y en el perro que le acompaña.

Juan Ramón Torres García,
Collado Mediano (Madrid).

ECLESALIA, 12/10/18.- Lo más corriente y cotidiano esconde realidades que ni nos imaginamos, y que resultan totalmente ajenas a nuestro limitado acervo conceptual y cultural.

A estas alturas de la civilización humana todavía no hemos desentrañado la realidad de lo que es la materia y nos resulta desconcertante su comportamiento en sus extremos inmensamente pequeños (comportamiento cuántico) y desmesuradamente grandes (comportamiento relativista). Comportamientos comprobados, que han valido el reconocimiento del premio Nobel a sus descubridores, y que nos resultan inimaginables. Además para muchas mentes como la mía, un tanto escasa en razonamiento físico-matemático, nos resultan incomprensibles.

Todo lo anterior viene a cuento para tratar de hablar sobre la misa, epicentro de la vida de la Iglesia, porque es el ámbito de encuentro –si el asistente puede y quiere- con la realidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu. Los encuentros de los humanos con Dios son siempre a Su modo, y requieren por parte de la criatura, abrirse al modo, tiempo y realidad de Dios. Ese Dios esencialmente comunitario y vinculado a la humanidad irrevocablemente en Jesús.

De entrada nos resulta absolutamente incomprensible la presencia originadora de todas las cosas, manteniéndolas en el ser sin intervención que les quite autonomía. Cuando pensamos en Dios no podemos hacerlo sino a la manera humana, pero dentro de nuestras limitaciones hay modos diferentes. Cada persona tiene su modo. Para aclararnos podríamos establecer dos extremos: Pensar en Dios desde la percepción de la propia finitud e inconsistencia (contingencia en términos más precisos) o pensar en Dios como objeto de comprehensión, con la misma actitud con la que podemos abordar el estudio de cualquier otra realidad; desde una postura que da por supuesto que toda realidad se circunscribe al universo mental abarcable por la mente humana. Sólo desde la primera de las actitudes, sólo desde la fe, sólo desde la acción fecunda del Espíritu de Jesús en uno, es posible entrever lo que supone el encuentro de las personas con Jesús en la eucaristía.

El meollo de la “fracción del pan” no está en la presencia de Jesús sino en el encuentro con El. Dios, para quien el tiempo no es más que presente, es quien se ha acercado a los hombres. El es quien ha plantado su tienda entre nosotros y ha vinculado a la humanidad con su ser, de tal modo que quienes aceptan participar de esa realidad divina acceden a “otro mundo”, el reino de Dios.

La relación entre la humanidad y Dios viene modulada al modo humano, para que sea posible el encuentro, pero no es una relación entre iguales –porque no puede ser-.La humanidad como realidad colectiva que existe en personas concretas, es acogida en la realidad divina y es llamada a participar en la vida de Dios. Y la vida de Dios es un misterio de donación en el Hijo y de amor mutuo entre el Padre y el Hijo que es el Espíritu.

La participación de la humanidad –personas concretas- en la vida de Dios, sólo es posible desde el agradecimiento. Desde el aprecio al regalo que supone vincularse desde su pequeñez de criatura, al concierto amoroso de dar gloria al Padre. Y dársela como hijo, por su vinculación con Jesús, y como criatura consciente que le adora y da gracias en nombre suyo y en el de los pájaros y de la hierba… y de toda la creación. La acción de gracias del hijo se manifiesta y concreta en la transformación de la creación que mejora las condiciones de vida de los hombres de modo que les hace más conscientes, más respetuosos, más amorosos, con toda la creación. Se ocupa de la tarea de su Padre.

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Algunas notas que aportaría para la comprensión del encuentro en la eucaristía

  • El por qué Jesús quiso encomendar a la iglesia, su pequeño rebaño, la tarea de gestionar su legado: palabra, encuentro y acción, constructoras de reino de Dios, aunque no es evidente, se enmarca en el respeto profundo que Dios muestra con su creación, y lo en serio que se toma la libertad humana.
  • Que la Iglesia haya decidido vincular la celebración de la eucaristía con personas que hayan sido ordenadas (obispos y presbíteros) es algo que se fraguó en los inicios de la andadura eclesial y que hoy se mantiene. Un cambio en este modo de obrar siempre será de una naturaleza distinta, y menor, que la de tener acceso al encuentro eucarístico en la misa por parte de los creyentes en Jesús.
  • La fracción del pan y el darse Jesús en comida, su cuerpo y su sangre, es pura iniciativa divina, impensable por el hombre, y es independiente del sentimiento y raciocinio de los participantes en la eucaristía. La omnipresencia de Dios, cercana y amorosa, para hacerse más patente y clara a sus hermanos se vincula con el pan y el vino. Al modo que El comprende, y que nos asegura que es El a quien comemos y bebemos.
  • Para disfrutar del encuentro se requiere que los asistentes accedan desde dónde solo es posible el encuentro con Dios, desde la aceptación vital de la trascendencia de Dios y la acogida agradecida del regalo de Su amor.
  • Es la asistencia y participación de los hermanos en la única muerte y resurrección de Jesús, que se produjo en un rincón del imperio romano, y que en el presente de Dios se manifiesta en la celebración de cualquier misa. Es sobrecogedor percibir que en la misa –en cualquiera- estamos presentes en la Última Cena, en el escarnio y dolor de la Pasión y en la luz vencedora de la Resurrección.
  • Un modo más acorde con la realidad del encuentro eucarístico, es considerar que quien comulga accede sensiblemente por Jesús a la realidad de Dios, más que Jesús venga a quien le come.
  • Es un encuentro que se realiza desde la corporeidad, lo más básico en el hombre. Cuerpo llamado a la permanencia en la resurrección.
  • Es un encuentro al modo de Dios, real y vital, independientemente del sentimiento que embargue a la persona en esos momentos. Aunque el encuentro personal no está asegurado –sólo hay encuentro si la persona asistente quiere y está abierta-, la presencia especial y sensible, sí lo está. Jesús dio su palabra, y nos animó a que lo hiciéramos en memoria suya.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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