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San Juan de la Cruz ¿Teólogo de la Liberación?

Miércoles, 14 de diciembre de 2016

st-john-of-the-crossDel blog de Xabier Pikaza:

Dejo abierta la interrogación, para que cada lector pueda contestarla, hoy que es el día de su “santo” (14. XII. 09). No es que San Juan de la Cruz sea un teólogo de la liberación, en el sentido estricto y moderno del término. Pero uno de los mayores teólogos de la liberación (de los mayores teólogos cristianos del siglo XX) se ha inspirado de un modo especial en la vida y su obra de San Juan de la Cruz . Tuve el honor de escucharle en el Congreso Internacional que se celebró en Ávila en Abril del año 1991, con motivo del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz. La ponencia completa se encuentra en las Actas del Congreso, publicadas por la Junta de Castilla y León y ha sido reproducida en parte en uno de sus más bellos libros.

También yo participé en aquel congreso, con una ponencia de la que surgió después mi libro Amor de hombre, Dios enamorado (Desclée de Brouwer, Bilbao 2004), cuyo texto he venido presentando parcialmente en este blog: 14-22 XII o6 y 13-14 XII O7. Pero hoy quiero ceder gustosamente la palabra a ese teólogo, que habla de San Juan de la Cruz y le presenta como uno de los inspiradores principales de la libertad interna y externa, personal y social.

Algunos piensan, incluso en las altas esferas, que no son tiempos buenos para la teología de la liberación, ni para los intentos de liberación cristiana. Pero, mientras San Juan de la Cruz siga vivo en la conciencia de los cristianos y mientras haya teólogos que escriban páginas como las que que hoy he presentado, la teología de la liberación seguirá estando viva en la conciencia de los cristianos, especialmente de los que se sienten más cerca de una mística total y encarnada, como la de San Juan de la Cruz.

Dejo a los lectores con el texto, ya clásico, sin citar al autor, para que se fijen en su contenido, no en aquel que lo ha escrito (aunque estoy convencido de que muchos de mis lectores lo adivinarán bien protno); les dejo con el texto para que disfruten con Juan de la Cruz, un hombre de caminos a ras de tierra (¡a ras de infinito!) y de solidaridad con los más pobres. Mañana, Dios mediante, diré de dónde procede. Mañana, cuando pase al lado de la isla (¡abandonada!) de los poetas recordaré a Juan de la Cruz y le diré que pida a Dios abundancia de amor y libertad para todos mis lectores y amigos.

1. La senda espiritual

El paso de la carne al espíritu, del hombre viejo al hombre nuevo, de la muerte a la vida, del pecado a la gracia de la comunión con Dios y con los demás, es presentado por san Juan de la Cruz a través de la progresión de tres noches o de tres partes de la noche. «Las cuales tres noches han de pasar por el alma, o, por mejor decir, el alma por ellas, para venir a la divina unión con Dios» . El alma, es decir, los cristianos lanzados en busca de Dios, deben transitar por esas noches, ese es su camino. Se habla de noche «porque el alma… camina como de noche, a oscuras» . Camino en tinieblas, «horrible noche» que Juan de la Cruz profundizará con fineza a partir de su experiencia personal.

2. La salida

El punto de partida del camino espiritual está en una ruptura, una salida. Es la primera noche: «La primera, por parte del término donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre» . Por ello en la primera canción dice:

En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada .

Juan de la Cruz explica de dónde sale el alma: «En esta primera canción canta el alma la dichosa suerte y aventura que tuvo en salir de todas las cosas afuera, y de los apetitos e imperfecciones que hay en la parte sensitiva del hombre» . Ruptura con lo que en lenguaje paulino se llama la carne cuyo destino, lo sabemos, es la muerte.

Continúa el santo carmelita: «Quiere, pues, en suma decir el alma en esta oración, que salió –sacándola Dios– sólo por amor de él, inflamada en su amor». La salida es, como en el caso del pueblo judío, la expresión del acto liberador de Dios («el Señor nos sacó con mano fuerte», Dt 6, 22), y el motivo último del proceso es, igualmente, el amor de Dios.

Esa salida supone un combate, una guerra dirá Juan de la Cruz: «Porque hasta que los apetitos se adormezcan por la mortificación de la sensualidad, y la misma sensualidad esté ya sosegada de ellos, de manera que ninguna guerra haga el espíritu, no sale el alma a la verdadera libertad a gozar de la unión de su amado» . El sosiego que permite salir es el resultado de una victoria sobre sí mismo. Es el clásico combate espiritual del que dan testimonio los autores espirituales. Sólo entonces se estará en condiciones de vivir lo propio de una existencia según el espíritu: la libertad. Cuya plenitud está en la unión con Dios.

3. Una aventura de fe

La puesta en marcha de Abrahán ante las palabras de Yahvé: «Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré» (Gn 12, 1), ha sido siempre considerada en la Biblia como el prototipo de la fe. Heb 11 nos hace el famoso recuento de todos aquellos que emprendieron la ruta basados en su fe. El camino hacia Dios es una empresa de fe.
La segunda noche es «el camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche» . La segunda canción la presenta así:

A oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

El carmelita comenta: «Dice que salió a oscuras y segura, porque el que tal ventura tiene, que puede caminar por la oscuridad de la fe, tomándola por guía de ciego, saliendo él de todos los fantasmas naturales y razones espirituales, camina muy al seguro, como hemos dicho» . Un caminar seguro gracias a la fe, pese a que estamos en lo más profundo de la noche, puesto que esta noche es «más oscura que la primera… Y así es bien comparada a la media noche que es lo más adentro y más oscuro de la noche» . Esta marcha es un proceso continuo y exigente, porque «en este camino, el no ir delante es volver atrás, y el no ir ganando es ir perdiendo» .

Esa ruta se transita, como el pueblo judío en el desierto, en la más grande soledad. La soledad, no el repliegue egoísta, es central en toda experiencia de Dios. Dios nos habla y recompensa en el desierto: «La llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Allí le daré sus viñas y el valle de la desgracia será el paso de la esperanza. Allí me responderá como en su juventud cuando salió de Egipto» (Os 2, 16-17). La soledad así entendida no tiene nada que ver con el individualismo. La soledad no se opone a la comunión, por el contrario la prepara, nos dispone auténticamente a ella. Sin experiencia de soledad no hay comunión. Ni unión con Dios ni verdadero compartir con los demás. Juan de la Cruz la canta de este modo:

En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido
también en soledad de amor herido .

Comentando en otro lugar lo secreto de ese camino de fe escribe retomando el bíblico tema del desierto: «Algunas veces de tal manera absorbe al alma y sume en su abismo secreto, que el alma echa de ver claro que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura; de suerte que le parece que la colocan en una profundísima y anchísima soledad, donde no puede llegar alguna humana criatura; como un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin, tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto más profundo, ancho y solo» .
En ese «inmenso desierto» de «profundísima y anchísima soledad» no hay una ruta trazada previamente.

Allí, como en el mar, las «pisadas no se conocen» . El camino espiritual es permanente libertad creadora bajo la acción del Espíritu. En el dibujo de la subida al Monte Carmelo se encuentran al pie del monte las tres famosas sendas: la errada a la derecha, la imperfecta a la izquierda y la estrecha de la perfección al centro. Pero cuando esta última llega a la falda del cerro, más cerca ya de la cima donde «sólo mora… la gloria y honra de Dios» y teniendo a ambos lados los dones y frutos del Espíritu (según Gal 5, 22), se lee esta significativa sentencia: «Ya por aquí no hay camino, que para el justo no hay ley» .

Como hemos visto, el sendero espiritual está marcado por la liberación frente a toda coacción exterior. Eso es lo que nos dice tan hermosamente san Juan de la Cruz al hablarnos de la ausencia de ruta en la subida hacia la unión con Dios. Esa es la convicción profunda de todos los grandes místicos. Ignacio de Loyola, por ejemplo, en el proemio de las constituciones que rigen en detalle –y con perspicacia espiritual y psicológica– la vida y el servicio de la Compañía de Jesús, escribe: «De nuestra parte, más que ninguna exterior constitución, la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones ha de ayudar» .

4. El antelucano

Se sale para entrar: «En este camino siempre se ha de caminar para llegar» . El término del recorrido se inicia en la tercera noche. «La tercera, por parte del término adonde va, que es Dios, el cual, ni más ni menos, es noche oscura para el alma en esta vida» . La unión con Dios es alcanzada inicialmente en esta vida, las tinieblas permanecen pero ya se anuncia la luz del día.
Tercera noche o tercera parte de la noche es «el antelucano» como dice Juan de la Cruz con un latinismo, es decir, «lo que está próximo a la luz del día, no es tan oscuro como la media noche, pues ya está inmediata la ilustración e información de la luz del día, y ésta es comparada a Dios… lo cual es el principio de la perfecta unión que se sigue pasada la tercera noche» .
Esa unión, esa llegada, es presentada así en la última canción de la Subida:

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado .

«Cesó todo», etapa final, equivalente a la llegada a «la tierra que mana leche y miel» en lo que esa entrada podía tener de definitiva. El camino llegó a su meta y sin pensar más en sí mismo se puede descansar «entre azucenas olvidado».

El paradigma del Éxodo y las noches de Juan de la Cruz se iluminan mutuamente. Que la diferencia de tono no nos engañe. Las dimensiones históricas y personales se entrelazan y enriquecen dentro de un proceso que tiene fundamentalmente la misma plantilla.

5. Una perspectiva global

No hay aspecto de la existencia humana que escape al seguimiento de Jesús . Ese camino abarca todas las dimensiones de nuestra vida, lo hemos visto en los modelos bíblicos presentados anteriormente. La espiritualidad no se restringe a los aspectos, así llamados, religiosos: la oración, el culto. No es algo sectorial, sino total. Se trata de toda la existencia humana, personal y comunitaria, que se pone en marcha. Es un estilo de vida que da unidad profunda a nuestro orar, pensar y actuar.

La globalidad viene de que estamos ante un camino movido por el Espíritu que, lo sabemos, «nos llevará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13). La verdad que informa el conjunto de nuestra vida y «nos hace libres» (Jn 8, 32). La espiritualidad es, en efecto, el terreno de la libertad. De esa libertad plena que mueve y nutre nuestra opción por la vida y contra la muerte. Esa totalidad es, además, una exigencia de reciprocidad. Dios «no se da a sí del todo –dice Teresa de Ávila– hasta que no nos damos del todo a él» .No obstante, no basta señalar esta globalidad por básica que ella sea. Efectivamente una síntesis puede ser hecha desde diferentes puntos de partida. Eso es en verdad lo que ocurre con las grandes espiritualidades que conoce la comunidad cristiana. Cada una presenta un intento de abarcar íntegramente los distintos aspectos de la vida cristiana, pero al mismo tiempo difieren las unas de las otras.

El motivo de esta diversidad estriba en que el núcleo alrededor del cual se construye un camino espiritual no es exactamente el mismo en cada caso. Los puntos de partida están marcados también por el contexto histórico en que se presenta la vivencia del encuentro con el Señor. Las épocas, las necesidades de los pobres y de la Iglesia no son las mismas para Agustín de Hipona, Francisco de Sales o Teresa de Lisieux. Sus experiencias espirituales tampoco, pero ellas fueron tales que dejaron una honda huella en la comunidad cristiana .
Sucede que una determinada espiritualidad significa siempre una reordenación de los ejes fundamentales de la vida cristiana partiendo de una intuición central. Intuición de los grandes espirituales que responde a las necesidades y exigencias de su tiempo. Toda espiritualidad es un camino ofrecido para el mejor servicio de Dios y de los demás: libertad para amar. Lo que establece la diferencia entre una espiritualidad y otra no está en los ejes mencionados que son normalmente los mismos, sino en el orden nuevo que se crea entre ellos, en el modo de hacer la síntesis . Y esto viene de la experiencia que da origen a un camino espiritual.

J. de Guibert señalaba ya, en su obra sobre estas materias, que «si nos preguntamos cuál es el origen de la variedad de fórmulas espirituales que vemos en la Iglesia», debemos responder «que hay siempre en el punto de partida una experiencia original (…) experiencia que da nacimiento a una nueva escuela espiritual» (Leçons de théologie spirituelle, Toulouse 1955, 117). Poca o ninguna referencia hay en esta obra, sin embargo, al amplio contexto histórico de esas vivencias.
La forma concreta como se realiza la cristalización de temas y exigencias evangélicas alrededor de una intuición central puede ser distinta. En cada caso, sin embargo, el resultado final es esa globalidad propia de toda gran espiritualidad. Un estilo de vida que da una personalidad distintiva a una manera de ser cristiano. Un modo determinado, en realidad, porque ninguna espiritualidad puede pretender ser la manera de ser cristiano. Se trata sólo de un camino entre otros. Caminar según el espíritu», como lo hemos visto en los modelos bíblicos, es emprendido al interior de una comunidad, de un pueblo en marcha.

Esto se expresa con fortuna en una oración de una comunidad universitaria: «Queremos presentarte este vacilante camino, la historia de nuestra fe y nuestra entrega. Desde la primera llamada. Desde el asentamiento de nuestro compromiso. Si creemos hoy día, Señor, es porque te hemos experimentado en nuestra débil, pero creciente experiencia de identificación con el pueblo» (Oración para ser leída en la misa de pascua de resurrección).

Esa es una dimensión que tienen todas las espiritualidades, pese a ciertas versiones que a veces las presentan como periplos puramente individuales. Afirmar que el seguimiento de Jesús es una aventura colectiva no es suprimir la dimensión personal, es por el contrario darle su verdadero sentido como respuesta a la con-vocación del Padre. En él encontraremos la «verdad completa» a la que nos lleva el soplo del Espíritu en el seguimiento de Cristo

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