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“Aunque todos te fallen, yo no lo haré”, por Carlos Osma.

Viernes, 13 de mayo de 2016

Negación de PedroNegación de Pedro, Sagrada Familia, Barcelona

De su blog Homoprotestantes:

“Aunque todos te fallen, yo no lo haré”, eso es lo que le dijo Pedro a Jesús cuando este último le avanzó que antes de que el gallo cantase por segunda vez lo negaría tres veces. Según los entendidos el cacareo de los gallos no tiene como finalidad darnos los buenos días, sino más bien demostrar su status de macho dominante frente al resto de gallos, y lanzar un claro mensaje a las gallinas para que sepan donde se encuentra y que está activo sexualmente. Así que más que marcar un límite horario, quizás lo que Jesús le estaba diciendo a Pedro, es que en el momento en el que el gallo ejerciese a la perfección su rol de macho, y proclamase a los cuatro vientos su heterosexualidad, Pedro se daría cuenta de que él no estaba a la altura de lo que iba pregonando delante del resto de machotes discípulos con los que convivía.

Sorprende la energía que constantemente utilizaba Pedro para que las cosas fueran como debían ser, para que nadie se saliese de los roles y los moldes que se habían construido para ellos. La primera vez que Jesús conoció a Pedro le cambió el nombre, le dijo más o menos que su identidad no era la que su entorno le había dado, que más que creerse que sabía todo lo que Dios podía decirle, necesitaba ser fuerte y persistente para ser útil a la causa de Jesús. Y Pedro decidió seguir al maestro, pero comportándose como Simón, como quien le habían enseñado a ser, pensar y sentir. Por eso en más de una ocasión, cuando Jesús no se comportó como el Mesías que todos esperaban, Pedro se atrevió a reprenderle, a llamarle al orden para que volviese al redil de los Mesías aceptables. No había dejado él su casa y su vida, para seguir a un Mesías indecente. ¡Cuánto miedo a la libertad! ¡Cuando miedo a la vida! Cuando miedo a dejar que las cosas sean como son, observándolas, sin esa continua necesidad de valorarlas y decir si entran en el terreno de lo aceptable. A esa actitud tan represiva Jesús la denominó demoníaca, satánica, blasfema; y exigió a Pedro que la abandonase si quería seguirle.

Quizás por eso cuando Jesús fue arrestado y llevado a casa del sumo sacerdote para ser interrogado, Pedro se atrevió a hacer algo distinto al resto de machos alfa seguidores del maestro. Si todos los discípulos abandonaron a Jesús y salieron huyendo en búsqueda de un lugar seguro donde nadie pudiese relacionarles con aquel Mesías indeseable; Pedro tiró de corazón y decidió desprenderse de su hombría para comportarse como las mujeres que siguieron a Jesús hasta el último momento. El patio del sumo sacerdote, no era un lugar para hombres cristianos, para ellos había una casa bien lejos en la que esconderse. Pedro siguiendo a Jesús, atemorizado e inseguro, se atrevió a ocupar un espacio distinto al del resto de discípulos. Quizás por vez primera intentó ser aquella roca fuerte que Jesús vio en él cuando se conocieron.

Pero Pedro no estuvo finalmente a la altura porque intentó jugar a la ambigüedad, y aunque se atrevió a estar en el lugar adecuado, no tuvo la valentía de hacerlo a cara descubierta. Quiso estar al lado de Jesús, al lado de la verdad, pero haciendo como si todo aquello no tuviera nada que ver con él. Quizás si le hubieran dado tiempo, podría haber intentado defender a Jesús en nombre de la justicia, o habérselo llevado de allí a la fuerza. Pero una de las sirvientas le reconoció:“Tú andabas con Jesús, el de Nazaret”, tú eres uno de ellos, le vino a decir. Y Pedro atemorizado mintió para protegerse: “No le conozco ni sé de qué estás hablando”, yo no soy uno de esos. Y salió fuera de la casa, como intentando buscar un lugar menos cercano a Jesús que fuera más seguro, pero no hubo tregua para él e inmediatamente volvió a encontrarse con la sirvienta que explicó a todo el mundo que Pedro era “uno de ellos”.

Sorprende que una sirvienta se atreviese a hablar directamente con un hombre, pero quizás ella sabía que Pedro estaba a su nivel, que no era un hombre como los demás, que también él estaba preso del poder patriarcal. Por eso le habló de tú a tú. Y Pedro, al sentirse amenazado, intentó negar lo evidente y se ocultó tras una identidad que no era la suya, hizo un último esfuerzo para parecerse al resto de hombres cristianos que conocía y estaban escondidos muy lejos de allí. Quizás fue su manera de moverse, o su forma de hablar la que le delató definitivamente: “Seguro que eres uno de ellos”, afirmaron todos los que estaban allí. Y Pedro juró y perjuró que no era así, que él no era quien ellos decían, que él era otra persona. A lo mejor deseaba ser otro, volver a ser el Simón de antes, y no estar a medio camino entre quien se comporta como “Dios manda” y quien se libera de la opresión religiosa para vivir el evangelio de Jesús.

Supongo que Pedro se sintió perdido, sin saber hacia donde tirar. Podía huir y esconderse junto al resto de discípulos, entrar de nuevo a la casa para intentar ver al maestro, o volver de nuevo a su barco y a sus redes. Pero justo en ese momento el gallo cantó por segunda vez y Pedro rompió a llorar al recordar las palabras de Jesús. Había sido absurdo fingir tanto para estar a la altura de lo que los demás esperaban, haber jugado a ser otra persona y haberle dicho a tanta gente como tenían que vivir para no enfrentarse a su propia falta de vida. Había sido tan incoherente vivir durante años siguiendo a Jesús sin haber sido sincero con él. ¿Le había seguido de verdad? ¿Había entendido realmente que significaba ser uno de sus discípulos?

El evangelio de Juan nos explica que tras la muerte de Jesús, Pedro decidió volver a su tierra y seguir su vida junto al resto de discípulos como si nada hubiera pasado. Decidió enterrase en vida, apostar por lo aparentemente más fácil, por ser un cobarde, por ser el hombre que antes era: Simón. Pero el Jesús que venció a la muerte volvió al infierno en el que Pedro vivía y le preguntó: “Simón, ¿me amas?”, y él avergonzado, pero con la sinceridad que jamás antes había tenido, le respondió: “Señor, tú lo sabes todo”.  Y es verdad que Jesús lo sabía, pero Pedro probablemente lo había olvidado, por eso vivía como quien tiene miedo, como un cobarde, como un mentiroso, como si no existiera una vida distinta y un amor diferente. Y tras examinar sus sentimientos le respondió: “Tú sabes que te amo”. Sabía ahora con toda seguridad que amaba a aquel hombre que le pedía que lo dejase todo, su familia, su sinagoga, sus amigos, sus ideas preconcebidas, sus planteamientos sobre lo santo y lo pecaminoso. Un precio muy alto por una vida junto al maestro…, aunque más alto es el precio de la muerte. Por eso no dudo ni un momento cuando Jesús se dirigió a él para decirle: “Pues entonces, sígueme”.

Carlos Osma

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