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“¿Se puede ser maricón y cristiano?”, por Carlos Osma

Sábado, 13 de febrero de 2016

Two young men wearing rainbow colored wings march in the annual gay pride parade, past an evangelical church with a sign that reads in Spanish, "Jesus Christ does miracles," in Lima, Peru, Saturday, June 27, 2015. (AP Photo/Rodrigo Abd) De su blog Homoprotestantes:

¿Se puede ser maricón, bujarrón, puto, sarasa, trolo, amariposado, sopla nucas, muerde almohadas, joto, loca, invertido… y cristiano? ¿Se puede ser tortillera, leñadora, come concha, machorra, come almejas, soldadora, zapatona, camionera… y cristiana? ¿Es posible? ¿O estamos intentando resolver la cuadratura del círculo?

Antes de responder si podemos ser ambas cosas a la vez quizás nos deberíamos preguntar si es posible ser cada una de ellas por separado. Para empezar no tengo muy claro eso de ser maricón o bollera… porque en realidad no nacimos bujarrones ni machorras sino que nos dijeron que lo éramos. Ese fue el castigo por no responder al modelo de hombre o mujer normativo. Es así de sencillo, no hay que hacer grandes disquisiciones, cada sociedad tiene una idea más o menos amplia de lo que es ser hombre o mujer, y por mucho que vivamos en una que se dice tolerante, se utilizan herramientas como el insulto y la injuria para regular que nadie se salga del molde.

No somos camioneras o sarasas, esas palabras solo quieren decir que no imitamos bien a ese hombre y mujer ideal que el resto de mortales logran reproducir casi a la perfección (al menos en público). Quizás sea por la manera en la que ponemos las manos, por el tono de voz, por desear a una persona del mismo sexo, por vestir de una forma poco convencional, por llorar cuando deberíamos reprimir nuestros sentimientos, o por tener una voluntad de hierro cuando sólo se espera de nosotras que nos digan lo que tenemos que hacer. Cada sociedad, cada clase social, cada familia, cada entorno, decide si nuestra imitación del género es bendecida, o si necesitamos ser marcados y devaluados como seres humanos.

Aplicarnos la etiqueta de loca o come almejas también es una manera de desplazarnos, de excluirnos, de repudiarnos, de situarnos en una zona invisible, inhabitable e inhumana. Es declarar que somos peligrosos para el bien común, para los buenos, para las dignas. Y además es la manera de decir que lo que otras y otros merecen, en nuestro caso hay que ganárselo. Todo el mundo tiene derecho a la vida, a la felicidad, a amar, a ver protegida su familia, a expresar lo que siente, lo que desea, a rezar en la iglesia si quiere… todo el mundo, excepto a quienes se nos llama camioneras o sopla nucas. Esta etiqueta que nos han colgado significa, para los guardianes y las guardianas del género, que debemos aceptar con naturalidad y resignación el menosprecio.

Así que en realidad no somos maricones ni machorras… pero podemos llegar a serlo si nos da la gana. Podemos levantarnos todos los días con ganas de mostrar a todo el mundo que su imitación de la masculinidad o la feminidad sólo es eso, una imitación, y que a nosotros y nosotras nos apetece innovar. Cada cual puede hacer lo que le dé la gana, puede pasarse toda la vida diciendo que él no es “como esa loca”, o que ella no es como “esa camionera”, pero no importa lo que uno diga de sí mismo, porque el cartel no nos lo hemos puesto nosotros. Para el resto del mundo somos unas invertidas cariñosas, inteligentes, serias y respetables… pero unas invertidas al fin y al cabo. Y aunque no nos lo digan, nos miran, evalúan y tratan como tal.

Por tanto la respuesta a la pregunta es un no rotundo: no podemos ser maricones y cristianos porque para empezar no somos maricones. Pero si en vez de intentar escapar de la etiqueta y del insulto, nos reapropiamos de él, y nos reconocemos como mariposones y bolleras porque nos da la gana, porque nos apetece y nos gusta ser como somos; si tenemos la convicción de que un mundo lleno de muerde almohadas y come conchas sería mucho más justo e igualitario; si creemos que lo que le hace falta a nuestra sociedad es mucha pluma y mucho martillo para que no se desprecie a nadie por los agudos que alcanza su voz… entonces la pregunta puede seguir teniendo sentido: ¿Podemos ser mariconas o machorras y además cristianas?

Para responder a la segunda parte de la pregunta deberíamos aclarar que entendemos nosotros por ser cristiano. Si ser cristiana significa formar parte de una iglesia determinada, pues habrá que ver en el contrato con dicha institución cuales son las cláusulas. La mayoría de iglesias a día de hoy nos dirán que no, que es imposible, que regocijarse en el delito de género invalida a una persona para ser cristiana. Uno puede ser todo lo puto que quiera en privado, pero dentro de la iglesia uno tiene que parecer un hombre o una mujer honorable. Si eres tortillera tendrás que aguantarte tus deseos y parecer una heterosexual reprimida, casta y pura. Los maricones contentos de serlo no serán bienvenidos, sólo los que disfracen sus ademanes con un halo de espiritualidad y entrega que les haga pasar por hombres comprometidos con el evangelio. Así que lo queramos o no, por mucha fe que digamos tener en Jesucristo, nos es imposible ser sarasas o bolleras cristianas. En las iglesias VIP sólo hay sitio para hombres y mujeres de verdad. Sólo por ellas y ellos murió Jesucristo en una cruz… sólo la masculinidad y la feminidad normativas tienen derecho a la salvación y a un banco en las iglesias.

Haría aquí un inciso para hacer notar que el cristianismo, como el género, no es más que un ideal que otorga derecho de existencia a quienes constantemente lo imitan con más o menos aproximación. No existe un cristianismo verdadero con el que medir la bondad o maldad de las personas que dicen ser cristianas… Lo que cada tradición cristiana tiene son unas convenciones más o menos restrictivas de lo que significa ser seguidor de Jesucristo. Y esas convenciones van cambiando a lo largo de la historia, por mucho que les moleste a los fundamentalistas e integristas cristianos. La manera de entender a Jesús, el evangelio, la Iglesia o al ser humano, en una iglesia del siglo III en el norte de África, no tiene nada que ver con como entiende todo eso una iglesia del siglo XXI en Estados Unidos (por poner un ejemplo). El modelo va cambiando, y quien en un momento pudo ser llamado cristiano, quizás hoy no lo sería. De la misma manera que quien hoy es rechazada, puede ser mañana mismo un ejemplo de buena cristiana (espero que no a costa de rechazar otras diversidades).

Pero volvamos a la pregunta… y si entendemos que ser cristiano pasa porque una iglesia nos dé su visto bueno, nos encontramos con el primer rayo de luz, con la primera posibilidad de responder que sí, que las invertidas podemos ser cristianas. Esto se debe a que hay iglesias que han decidido abrirse a nuestra diversidad. De todas formas creo que es mejor no poner el grito en el cielo y entrar a valorar en cada caso si es verdad eso de que podemos ser bolleras y cristianas en esas comunidades, si de verdad nuestra experiencia sirve para construir la iglesia, o sólo somos unas invitadas a la casa del dios Heterosexual comprensivo y moderno. ¿Se han dado cuenta de que las camioneras y los muerde almohadas de verdad ponemos en entredicho muchos de sus principios porque nacieron y crecieron en un mundo que adoraba al dios Hombre y la diosa Mujer? Hay veces que la respuesta es sí, y entonces habremos llegado a la conclusión de que se puede ser maricón y ser aceptado en una comunidad cristiana. Si eso le sirve a alguien… pues entonces que lo disfrute. Pero en el fondo esa necesidad de aceptación en una determinada comunidad, ¿no nos impide ser verdaderos maricones y bolleras? ¿No estamos vendiendo nuestra identidad al diablo? Los chupaculos y las come conchas de verdad no necesitan la aceptación a toda costa, lo que buscan es poder vivir su fe junto a otros cristianos diversos, imperfectos, pecadores e incongruentes. ¿Todo vale para ser aceptados? ¿Incluso la tolerancia a cambio de que no hagamos alarde de nuestra desviación?

Tengo la convicción de que de la misma manera que podemos llegar a ser amanerados o machungas por elección propia, por reapropiación de la injuria, también somos cristianas y cristianos porque así lo hemos decidido y nos da la gana, porque hemos dicho sí a la llamada del maestro. No se trata de que una iglesia nos abra sus puertas, por muy importante que eso pueda ser no es aquí donde se decide nuestra pertenencia a Cristo. Los bujarrones y las tortilleras somos cristianas por la fe en Jesucristo. Es en el seguimiento de Jesús, un Jesús que se pasó en más de una ocasión el género por el forro, donde nos convertimos en cristianos. Y cuidado con ir siguiendo al hombre Jesús que los adoradores del dios Hombre y la diosa Mujer predican… Lo han adulterado a su conveniencia. Seamos valientes y miremos a ese Jesús con nuestros propios ojos, con nuestras plumas, y digamos de verdad lo que pensamos: que ese Jesús no era un hombre como los demás, que era una de las nuestras. Una perdedora a la que le podía el sentimiento… Una luchadora que no se comportó como todo el mundo esperaba.

Y una vez sabido que podemos elegir ser chupa pollas o come almejas y cristianos, y que esa elección depende siempre en primera instancia de nosotras mismas y no de los carteles que el resto del mundo nos ponga; trabajemos para que algún día esta pregunta, como esta reflexión… no tengan ningún sentido.

Carlos Osma

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