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“El Buen Pastor”, por Gema Juan OCD

Domingo, 26 de abril de 2015

17155047516_50fe4233f5_mDel blog Juntos Andemos:

«Yo soy el buen pastor» —decía Jesús. El que ama hasta dar la vida, el que no abandona, el que permanece, suceda lo que suceda. El que busca a quien falta, el que llama y reúne. El que se hace puerta y redil para que nadie quede fuera.

Teresa de Jesús se había sentido rescatada por el Pastor, recuperada y cuidada por Él. Por eso decía: «¿Qué podemos hacer por un Dios tan generoso que murió por nosotros y nos crio y da ser… que nos ha servido (de mala gana dije esta palabra, mas ello es así que no hizo otra cosa todo lo que vivió en el mundo)».

Así resumía lo que hace el Buen Pastor: servir siempre y sin medida; dar su propia vida y sustentar la de sus ovejas. «Con mil maneras de medios y remedios» procura el cuidado de todas, porque está «atado y ligado con el amor que nos tiene».

Si al pastor asalariado –decía Jesús– no le importan nada las ovejas, a Él sí le importan y por eso las guarda, incansable, con su amor. Teresa decía de este Pastor que «nunca falta ni queda por Él», porque se desvive, como «buen amador» que es. «Él nunca tornó de Sí» —así define al guardián de la vida.

«¡Qué cosa es el amor que nos tenéis!», exclamaba Teresa, sorprendida de cómo ama el Buen Pastor y viendo el alcance de su identificación, que le hace convertirse en «mansísimo cordero». Esa es su forma de servir al rebaño: hacerse uno con todos. Por eso, dirá también que Él «se dejará cada día hacer pedazos» y que «no se le pone cosa delante», cuando se trata de hacer algo por los suyos. Hasta el punto de entregar su vida.

A tanto llega el amor, que se hace esclavo, pero con plena libertad. Jesús decía: «Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente». Teresa, conmovida, escribirá: «No hay esclavo que de buena gana diga lo es, y que el buen Jesús parece se honra de ello».

Jesús también declaraba que haría escuchar su voz de Pastor, para atraer y guiar a sus ovejas. Teresa dirá que «parece tiene el alma otros oídos con que oye, y que [Dios] la hace escuchar» su voz. Por eso, advierte de la necesidad de atender al Pastor que guía: «Si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino».

A este Pastor se le puede confiar, sin reservas, la vida: «Creamos es todo para más bien nuestro. Guíe Su Majestad por donde quisiere. Ya no somos nuestros, sino suyos», porque conoce la verdad del ser humano y lo lleva a pastos de vida: «Dejemos hacer al Señor, que nos conoce mejor que nosotras mismas».

Conoce y conduce, ilumina y allega al Padre. Teresa intuyó en el misterio del Cristo vivo al Pastor definitivo y escribía: «El mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede ninguno ir al Padre sino por Él».

Cuando en el libro de Las Moradas, Teresa hable del Pastor, lo presentará como el Rey que mora en lo profundo pero que no está inactivo, sino siempre buscando a los suyos. Un Rey Pastor que atrae y recoge, como decía Jesús de las ovejas que estaban lejos: «También a esas las tengo que conducir».

Teresa relee las palabras de Jesús, viendo que Él es, también, capaz de reunir lo disperso de cada quien, de rehacer lo roto, de unir lo desmadejado. Se da cuenta de que es Él quien toma la iniciativa y que seguir el silbo del Pastor es puro don para todos.

Siente que este Rey de amor «por su gran misericordia, quiérelos tornar a Él y, como buen pastor, con un silbo tan suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo».

Es un regalo y un misterio, que apenas se puede entender si no se ha sentido alguna vez la dulce llamada del Pastor. Teresa dirá que no se sabe «por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor. Que no fue por los oídos, que no se oye nada, mas siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior, como verá quien pasa por ello».

Meterse en el castillo es dejarse llevar por el silbo del Pastor, abandonar la zona oscura, soltar lo que retiene fuera del castillo habitado por Él. «Quien pasa por ello» y se deja llevar –como dice Teresa– empieza a experimentar que «su vida es ya Cristo». Y aún explicará: «Se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma, muy muchas veces tan vivas, que en ninguna manera se puede dudar».

«Quien pasa por ello» se identifica con el Pastor, sigue su huella y queda empeñado en el trabajo al que llama Jesús: llegar a ser «un solo rebaño, con un solo pastor» y, para ello –como dice Teresa– anda en «amor de servir siempre a este Señor».

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