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“Acto de fe y contenidos de la fe”, por Martín Gelabert Ballester, OP

Miércoles, 25 de febrero de 2015

accattoneLeído en su blog Nihil Obstat:

Una cosa es el acto de fe y otra las fórmulas con las que expresamos el contenido de la fe. A este respecto, Santo Tomás decía expresamente que el acto de fe no se dirige a los enunciados (dogmas, catequesis, credos), sino a la realidad divina a la que estos enunciados remiten y que expresan de forma muy imperfecta, precisamente porque son fórmulas humanas. Dicho de otra forma: nosotros no creemos en dogmas, en fórmulas o en palabras, sino en el Dios revelado en Jesucristo que en estas fórmulas, dogmas o palabras se expresa. Dios es el objeto y término de nuestra fe, Aquel en el que creemos y confiamos, Aquel del que todo lo esperamos. No hay ninguna fórmula, ninguna predicación, ningún dogma que pueda agotarlo. El está siempre más allá de lo que decimos y pensamos.

Sin embargo, no es menos cierto que necesitamos de estas palabras, fórmulas y predicaciones, para dar un contenido a nuestra fe. Pues el deterioro de la fe de muchos cristianos comienza con la imprecisión de los enunciados sobre Dios y sobre Cristo. Cuando esto ocurre, cuando no se dispone de una buena explicación teológica de los contenidos de la fe, ésta se sustituye por prácticas devocionales y por imágenes o ritos centrados en aspectos secundarios que, en ocasiones, en vez de orientarnos hacia Dios, nos alejan de él.

Las dos dimensiones de la fe son importantes: el acto de fe, que debe ser eminentemente teologal, es decir, centrado y orientado hacia el Dios de Jesucristo, y una buena explicación de los contenidos de la fe, que toma como punto de referencia de esta explicación al Jesús que los evangelios nos presentan. Si olvidamos lo primero, a saber, que Dios es el objeto, la meta y el fin de la fe y, por tanto, que nosotros creemos en Dios y solo en Dios, corremos el riesgo de dar a las fórmulas o a los ritos una importancia desmesurada. Y lo que es peor, corremos el riesgo de perdernos en discusiones sobre fórmulas y ritos que terminan por descalificar al que se expresa con matices o elementos culturales distintos a los nuestros. Corremos el riesgo de perder a Dios y quedarnos con la fórmula o el rito.

Si olvidamos lo segundo, a saber, que la fe tiene un contenido y que, de alguna forma, tenemos que aclararnos, corremos el riesgo de convertir la fe en un acto voluntarioso, y de quedarnos con la inteligencia vacía. La fe es vida, pero también es luz, verdad y camino. Por eso, la adhesión de fe necesita convertirse en luz y camino para la vida, y en verdad que satisfaga a nuestra inteligencia. Sólo así, si un día llegan las dificultades, podremos mantenernos firmes porque tendremos unas “verdades” a las que agarrarnos, aunque en realidad esas verdades sean un pálido reflejo de la Verdad, esa Verdad con mayúscula a la que todas las verdades con minúscula pretenden expresar, sin lograrlo nunca del todo.

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