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Joven jesuita abandona la orden y escribe al papa en protesta por los despidos en centros católicos

Jueves, 9 de octubre de 2014

brenkertphoto21Benjamin Brenkert, un joven jesuita estadounidense aspirante a la ordenación como sacerdote, ha decidido abandonar la Iglesia católica por su actitud hacia las personas LGTB. Los despidos de trabajadores de centros católicos cuando se sabía que habían contraído matrimonio con alguien de su mismo sexo acabaron por darle a Brenkert el empujón definitivo. La noticia cobra una especial significación como interpelación pública al papa ante el Sínodo extraordinario sobre la Familia.

El 5 de octubre comenzó el Sínodo extraordinario sobre la Familia -sobre el que informaremos con algo más detalle en próximos días- con ocasión del cual se han multiplicado las declaraciones y gestos de uno u otro signo. Entre ellos ha cobrado especial significación el gesto del joven jesuita, que ha tenido repercusión en medios y redes sociales del ámbito anglosajón y que ha sido reflejado también por relevantes medios LGTB, como Towleroad o The Advocate.

Benjamin Brenkert se preparaba para recibir la ordenación como sacerdote y ser admitido definitivamente en la Compañía de Jesús. Sin embargo, la persistencia de actos homófobos por parte de la jerarquía católica le han hecho abandonar la Iglesia católica. Actualmente, se plantea seguir su vocación como sacerdote de la Iglesia episcopaliana (rama estadounidense de la comunión anglicana), mucho más abierta a la realidad LGTB. No obstante, antes ha querido dirigirse públicamente al papa Francisco mediante una carta abierta publicada en el blog New Ways Ministry (iniciativa católica dedicada a la defensa de las personas LGTB). En ella, Brenkert reconoce su el giro hacia una mayor preocupación en temas sociales. Sin embargo, añade también que el trato que siguen recibiendo las personas LGTB va en contra de ese mismo “efecto Francisco” que tantas esperanzas parece transmitir.

Lo más significativo para él han sido las noticias de despidos de trabajadores LGTB de centros católicos (en buena parte, profesores de colegios religiosos), alguna de las cuales hemos recogido en dosmanzanas. Despidos que resultan si cabe más graves por el hecho de que muchas veces la orientación sexual era conocida por los empleadores desde hacía tiempo. Incluso sabían que vivían en pareja. Era sin embargo cuando tomaban la decisión de casarse cuando eran despedidos, incluso aunque mantuvieran discreción y evitaran hacerlo público.

Sínodo sobre la Familia, ¿ocasión para iniciativas LGTB cristianas?

El texto de Brenkert se inscribe en el contexto de las nuevas expectativas despertadas por el pontificado de Francisco, también en materia LGTB. Por el momento, lo único que ha habido es un cambio en el tono de algunas declaraciones a raíz del ya célebre quién soy yo para juzgar, que coexisten además con declaraciones virulentamente homófobas, como las de algunos jerarcas españoles.

En este sentido, como hemos recogido en entradas anteriores, el Sínodo extraordinario sobre la Familia -cuyo tema estrella es el de la admisión a la comunión de los divorciados que luego han contraído segundas nupcias por lo civil- aparece como una oportunidad de discutir la realidad de las familias LGTB. El documento preparatorio introdujo desde luego pocas novedades, aunque luego algunos obispos, como el de Amberes, han querido poner de nuevo el tema sobre la mesa.

En todo este contexto, proliferan las acciones de personas LGTB cristianas que toman la palabra, como es el caso de Brenkert o el de iniciativas más institucionales, como el congreso Los caminos del Amor celebrado en Roma al mismo tiempo que se abre el Sínodo o el Primer Encuentro Mundial de Asociaciones Homosexuales Católicas, organizado por Rumos Novos en Portimão (Portugal).

Transcribimos a continuación parte de la carta de Brenkert en traducción propia, destacando las partes que nos parecen más significativas:

Querido papa Francisco:

En el tiempo que lleva siendo Papa, su compromiso con la pobreza ha hecho despertar al mundo ante los males de la globalización, del capitalismo y del materialismo. Muchos ahora entienden que la pobreza es un pecado estructural y un mal social (…).

Sin embargo, mientras usted se ha centrado en la pobreza material y física, los miembros de mi comunidad han quedado al margen (hombres y mujeres lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, queer y que cuestionan el género). Permanecen en las fronteras, en los márgenes, viviendo unas vidas espiritualmente pobres. Algunos necesitan las voces de cardenales como Walter Kasper que les diga que Dios les ama. Otros saben que Dios les ama pero los líderes de la Iglesia los rechazan como desordenados y desorientados. Su profética pregunta “¿quién soy yo para juzgar?” anima a mucha gente en todas partes a tener una actitud carente de juicios hacia los miembros de la comunidad LGBTQ. Pero abstenerse de juicios no es suficiente; especialmente cuando Jesús nos ordena ser como el buen samaritano, “vete, haz tú lo mismo”.

¿Pero quién soy yo para escribirle?

Durante diez años he seguido el camino para ser sacerdote en la Compañía de Jesús (los jesuitas). Estoy lleno de agradecimiento por este tiempo. He gozado siendo un jesuita, un hijo de San Ignacio de Loyola. En julio pasado, dejé los jesuitas en buenos términos.

Hoy no puedo ya seguir aspirando a la ordenación con justicia o libertad. No puedo hacerlo como hombre gay en una Iglesia donde los hombres gays y las mujeres lesbianas son despedidos de sus trabajos. Para mí, la gota que colmó el vaso fue cuando se despidió a una mujer lesbiana y casada que trabajaba en el servicio de justicia social en una parroquia jesuita de Kansas city.

Esta marginación es contraria a lo que muchos han llamado el “efecto Francisco”. Estos despidos niegan su énfasis en erradicar la pobreza porque los despidos dejan a los hombres  y mujeres más cerca de la pobreza física y material. Es injusto, especialmente desde que muchas instituciones católicas tienen cláusulas de no discriminación (…).

En la carta a mi provincial donde le transmitía mi decisión, hacía notar que soy consciente del modo en que la injusticia hacia las personas LGBTQ contradice el Evangelio. Es más, indiqué cómo la legislación antigay en países como Uganda y Rusia, y la subsiguiente falta de acción por parte de la Iglesia, me hicieron cuestionar mi pertenencia a la Iglesia (…).

Como hombre abiertamente gay, aspiré a la ordenación porque Dios me llamaba al sacerdocio. Desde los 15 años rezaba para entender esta cuestión. Rezaba no para huir sino para ser encontrado. Una y otra vez, los directores vocacionales, los directores espirituales y los superiores ponían a prueba mis deseos más hondos, mi anhelo más sagrado. Estos hombres me vieron orientado, no desordenado, disponible para el sacerdocio por razones buenas y santas.

Cuando ingresé en el noviciado de los jesuitas, Dios me ayudó a verme como un hombre gay plenamente integrado y que se amaba a sí mismo. Con el tiempo, vi que tenía dones que ofrecer como ministro sensible, empático, alegre, afectuoso, orante, con un discurso articulado, multidimensional y bien formado. Me entiendo como sacerdotal, a pesar de mi humanidad y fragilidad.

Papa Francisco, con mi vocación en evolución, sigo siendo sacerdotal. Le escribo para que salve mi vocación, sea cual sea en el futuro. Le pido que dé instrucciones a la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos para que ordenen a las instituciones católicas que no despidan a más católicos LGBTQ. Le pido que alce la voz contra las leyes que criminalizan y oprimen a las personas LGBTQ en todo el mundo. Esas acciones le darían verdadera vida a su afirmación, “¿quién soy yo para juzgar?”.

(…)

Con amor y afecto,

Ben Brenkert

Fuente Dosmanzanas

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