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Víctor Codina sj: “La solidaridad es mucho más que generosidad esporádica”.

Viernes, 15 de agosto de 2014

pobrezaPobres y pobreza en Evangelii Gaudium

(Víctor Codina, sj)- El Papa Francisco, antes de pronunciar muchos discursos y de escribir encíclicas, ha ido realizado una serie de gestos simbólicos de gran carga significativa que han sido fácilmente captados por todo el mundo y ampliamente difundidos por los medios de comunicación social.

Estos gestos han ido cambiando el ambiente eclesial dominante hasta ahora: besar a un niño discapacitado y abrazar a un hombre con la cara totalmente deformada, lavar los pies a una joven musulmana, comer en Asís con niños con síndrome de Down, ir a la isla de Lampedusa en su primer viaje fuera de Roma, y lanzar una corona de flores amarillas y blancas en memoria de los emigrantes fallecidos, convocar una jornada mundial de oración de ayuno para la paz en Siria porque le interpelan fuertemente los rostros de los niños muertos por armas químicas, usar sus zapatos viejos de antes en vez de los zapatos rojos de su antecesor, no vivir en los Palacios Apostólicos Vaticanos sino en la residencia de Santa Marta, viajar por Roma en un sencillo y pequeño coche utilitario para no escandalizar a la gente de los barrios periféricos populares, contestar a las preguntas de un periodista no creyente, invitar a Santa Marta a  rabinos de Argentina, regalar unos zapatitos al nieto de Cristina Fernández de Kirschner, recibir a Gustavo Gutiérrez el padre de la teología de la liberación, llevar un ramo de flores a la tumba del P. Pedro Arrupe, invitar para su cumpleaños a cuatro mendigos…Estas “florecillas del Papa Francisco”, como las “florecillas de Juan XXIII” han sido fácilmente inteligibles por el pueblo.

Pero poco a poco ha ido lanzando mensajes de gran contenido pastoral y su Exhortación apostólica Evangelii gaudium, Sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual, presenta todo el programa de su pontificado, su hoja de ruta pastoral. De esta exhortación vamos a señalar lo que Francisco afirma en torno a los pobres y a la pobreza.

La realidad es superior a la idea (231-233)

Esta afirmación, sorprendente en escritos del Magisterio que muchas veces parecían anteponer la idea a la realidad, afirma la prioridad de la realidad antes que la elaboración de la idea; de lo contrario la realidad queda oculta
en angelismos, totalitarismos de lo relativo, nominalismos, proyectos más formales que reales, fundamentalismos ahistóricos, eticismos sin bondad, intelectualismos sin sabiduría. La idea ha de estar conectada con la realidad, La encarnación de la Palabra es el criterio, que nos lleva a valorar la historia de la Iglesia como historia de salvación, a recordar a nuestros santos que inculturaron el evangelio en la vida de nuestros pueblos, no pretender elaborar un pensamiento desconectado de la realidad. Por otro lado, esta prioridad de la realidad nos lleva a llevar la Palabra a la práctica, a no edificar sobre arena.

¿No estamos ante el método latinoamericano de partir de la realidad, de articular el ver, el juzgar y el actuar? Esta metodología defendida y empleada es la que condicionará positivamente todo el tema de la pobreza y los pobres.

Denuncia profética de un sistema injusto (53-59)

De acuerdo a lo anterior no nos puede sorprender que la Exhortación comience denunciando los grandes males de la sociedad actual y lance duras críticas al modelo de sociedad que prevalece: no a una economía de exclusión e inequidad, que es una economía que mata, que valora más una caída de dos puntos en la bolsa que la muerte de frío de un anciano; no a la nueva idolatría del dinero; no a la dictadura de una economía sin rostro basada en un afán de poder y de tener que no conoce límites; no a un dinero que gobierna en lugar de servir y que amenaza con degradar a las personas que están fuera de la categoría del mercado y que quedan reducidas a desechos y sobrantes; no a la inequidad que genera violencia, porque brota de un sistema económico injusto de raíz; no a la exacerbación del consumo, no al cáncer social de la corrupción, a la cultura de la anestesia social que nos impide compadecernos de los que sufren.

Frente a esta situación se exhorta a la solidaridad desinteresada, a crear un orden social más humano, a una vuelta de la economía y de las finanzas a una ética en favor del ser humano, recordar que no compartir con los pobres nuestros bienes es robarles y quitarles la vida. En nombre de Cristo se recuerda la obligación que los ricos tienen de ayudar, respetar y promocionar a los pobres.

Nuevos rostros de pobres (210-216).

Se señalan nuevas formas de pobreza y de fragilidad, nuevos rostros de pobres en los que estamos llamados a reconocer a Cristo: los sin techo, los tóxico-dependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes, las víctimas de la trata de personas, las mujeres doblemente pobres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, los niños por nacer.

En todos estos casos se trata de defender la vida y los derechos humanos.

A esto se añade la fragilidad de la creación a merced de intereses económicos o de un uso indiscriminado, que llevan a la desertificación de los suelos, a una enfermedad ecológica, convirtiendo incluso el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color.

Los cristianos, como San Francisco, estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo que vivimos.

Seguramente esta sensibilidad del Papa Francisco ante los pobres y nuevos rostros de pobreza, no es algo reciente, no es improvisación, es fruto de sus largos años de contacto y contemplación de los pobres, de las villas miseria y del apoyo pastoral a los curas villeros de Buenos Aires. Esta actitud es consecuencia de tomar en serio la dimensión social de la fe.

Dimensión social de la fe (175-186).

Lo social forma parte esencial de la fe y del kerigma cristiano, en el corazón mismo del evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. La aceptación del amor de Dios implica desear, buscar y cuidar el bien de los demás. Lo que hagamos con los demás tiene una dimensión trascendente, el hermano prolonga la Encarnación de Jesús (Mt 25,40). La lectura de las Escrituras nos cerciora de que la fe no es solo una relación puramente personal con Dios y que nuestra respuesta al amor no puede reducirse a pequeños gestos personales para con los necesitados, una especie de “caridad a la carta”.

La propuesta de Jesús es el Reino de Dios, que Dios reine en nosotros y en la vida social a través de la justicia, la fraternidad, la paz y la dignidad para todos, para todo el hombre y para todos los hombres. El mandato de la caridad abraza a todas las dimensiones de la existencia, a todas las personas, a todos lo ambientes de la convivencia y a todos los pueblos. Nada humano le puede resultar extraño.

La religión no puede recluirse en el ámbito privado, solo para preparar almas al cielo. Dios quiere la felicidad de sus hijos también aquí en la tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna. Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia en la vida social y nacional, sin preocuparnos por las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.

Una fe auténtica siempre implica el compromiso por cambiar el mundo, trasformar valores, dejar algo mejor detrás de nuestro paso por esta tierra.
Incumbe a las comunidades cristianas el analizar con objetividad la situación de su país y sacar las consecuencias prácticas de los principios sociales.

Escuchar el clamor de los pobres (186-191).

Una consecuencia de lo anterior es que los cristianos somos invitados a escuchar el clamor de los pobres, como Dios escuchó el clamor de los israelitas en Egipto (Ex 3, 7-8.10), como el Nuevo Testamento nos exhorta a escuchar el grito de los obreros a quienes se les ha negado el salario (Sant 5,4). El que cierra sus entrañas al hermano necesitado, ¿cómo puede permanecer en el amor de Dios? (1 Jn 3, 17). La Iglesia, guiada por el evangelio, escucha el clamor por de la justicia, lo cual implica resolver las causas estructurales de la pobreza, promover el desarrollo integral de los pobres, ofrecer los gestos más cotidianos de solidaridad y ayuda.

Pero la solidaridad es mucho más que una generosidad esporádica, es crear una nueva mentalidad que oriente en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos, es reconocer la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades primeras anteriores a la propiedad privada. Esta solidaridad ha de generar actitudes nuevas, sin las cuales incluso los cambios estructurales no resultan a la larga viables.

Esta doctrina de Francisco, pura actualización y reflejo de la Doctrina social de la tradición eclesial, puede resultar a muchos nueva e incluso escandalosa. ¿No será que hemos olvidado los datos más esenciales del evangelio de Jesús como el amor fraterno y la comunión de bienes?

Una Iglesia pobre y para los pobres (192-209).

El escuchar el clamor de los pobres se nos hace carne propia cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. Toda la Escritura es un llamado a la compasión y a la misericordia, al amor fraterno, a la justicia, al servicio humilde al pobre. No nos preocupemos solo de no caer en errores doctrinales, preocupémonos también de si nuestra defensa de la ortodoxia doctrinal se vuelve pasiva, insensible y cómplice de situaciones intolerables de injusticia y de regímenes políticos que las mantienen.

El corazón de Dios tiene un lugar preferencial para los pobres, la salvación vino a través de pobres como María y Jesús de Nazaret, el evangelio se anuncia a los pobres y Jesús se identifica con ellos (Mt 25,35). Por esto la opción por los pobres de la Iglesia es una categoría teológica más que sociológica, filosófica, cultural o política. Los cristianos somos llamados a tener los mismos sentimientos de Cristo (Fl 2 5). La opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica en aquel Dios que se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (Benedicto XVI en Aparecida). Por esto el Papa Francisco quiere “una Iglesia pobre y para los pobres”( 198).

Los pobres además tienen mucho que enseñarnos y su sentido de la fe nos evangeliza, hemos de dejarnos evangelizar por ellos. Hemos de tener una mirada contemplativa hacia el pobre, lo hemos de valorar en su cultura, en su forma de ser, en su bondad, en su fe, no como un instrumento de ideología política. Los hemos de acompañar desde la cercanía en su camino de liberación, así será posible que los pobres se sientan en la Iglesia como en su casa. Esta opción por los pobres debe traducirse sobre todo en una atención religiosa privilegiada y prioritaria hacia ellos.

Sin la opción preferencial por los pobres el anuncio del evangelio puede ser incomprendido y convertirse en simple palabrería, como a la que la sociedad de la comunicación nos tiene acostumbrados. Nadie, ningún cristiano, debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida le ocupan en otros asuntos, empresariales, profesionales, académicos o incluso eclesiales: nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social. El amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de la pobreza y de los pobres son requeridos a todos.

Al llegar a este punto Francisco teme que estas palabras solo sean objeto de algunos comentarios, sin incidencia práctica. Pero confía en la apertura y buenas disposiciones de los cristianos para comunitariamente acoger esta nueva propuesta.

La piedad popular como lugar teológico

Cuando un pueblo ha inculturado el evangelio en su cultura, transmite la fe siempre de forma nueva y dinámica. De este modo el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo y por esto la piedad popular tiene gran importancia como expresión de la acción misionera del Pueblo de Dios, siempre bajo la acción del Espíritu.

La piedad popular, en algún tiempo mirada con desconfianza, en realidad refleja la sed de Dios de los pobres y pequeños, es capaz de manifestar la fe con generosidad y sacrificio, y en América Latina es un precioso tesoro donde se manifiesta el alma de los pueblos latinoamericanos, una espiritualidad y una mística popular encarnada en la cultura de los sencillos: expresa la fe de forma más simbólica que intelectual, acentúa más el modo de creer en Dios (credere in Deum) que los contenidos de la fe (credere Deum), pero es una forma legítima de vivir la fe y de sentirse parte de la Iglesia.

Para entender esta realidad de la piedad popular hay que acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, con una connaturalidad afectiva. Así podremos comprender la fe de los pobres: de la madre que reza el rosario junto al hijo enfermo, de una humilde vela encendida en el hogar para pedir la protección de María, de la mirada amorosa al Cristo crucificado. No son sólo una búsqueda natural de la divinidad, son expresión de una fe teologal animada por el Espíritu Santo. Las expresiones de la fe popular tienen mucho que enseñarnos, son un verdadero lugar teológico al que debemos prestar atención en la hora de pensar en una nueva evangelización.

La pobreza no puede esperar (202-208).

Hay que resolver las causas estructurales de la pobreza, no basta la asistencia en situaciones urgentes. La inequidad es la raíz de los males sociales y no se resuelven los problemas del mundo sin atacar la autonomía de los mercados y la especulación financiera. La actividad económica debe orientarse a la dignidad de las personas y al bien común y no hay que sentirse molesto si se habla de ética, de solidaridad mundial, de la dignidad de los débiles, de un Dios que exige el compromiso con la justicia.

No podemos confiar en las fuerzas ciegas ni en la mano invisible del mercado, se requiere algo más que el crecimiento económico, aunque se suponga: se requieren decisiones, programas, mecanismos y procesos orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción social de los pobres.

Necesitamos empresarios que se dejen interpelar por un sentido más amplio de la vida, necesitamos políticos capaces de sanar las raíces profundas de los males de nuestro mundo, políticos a los que les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres. Los gobernantes y poderes financieros han de elevar la mirada y ampliar sus perspectivas, procurar que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Por qué no acudir a Dios para que les inspire sus planes y les abra no solo a la caridad de las micro- relaciones (amistades, familia, pequeños grupos) sino también a las macro- relaciones sociales, económicas y políticas, a la altísima vocación política de buscar el bien común?

Las comunidades de la Iglesia que quieran vivir tranquilas sin cooperar a que los pobres vivan con dignidad, acabarán sumidas en la mundanidad espiritual, aunque se disimule con prácticas religiosas, reuniones infecundas o discursos vacíos aunque hablen de temas sociales o critiquen al gobierno…

El Papa no quiere ofender a nadie, sino ayudar a los que están esclavizados por una mentalidad egoísta, individualista e indiferente para que puedan liberarse de estas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por la tierra.

Bajo la acción del Resucitado y de su Espíritu (275-280).

La falta de espiritualidad profunda produce pesimismo, desconfianza y fatalismo en muchos. Muchos creen que nada puede cambiar, que es inútil esforzarse. Pero si pensamos que las cosas no van a cambiar, recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte. Jesucristo vive y tiene poder, Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, no nos faltará su ayuda.

Su resurrección entraña una fuerza que ha penetrado el mundo, hay brotes de resurrección donde todo parecía muerto; hay cosas negras pero el bien y los valores tienden a volver a brotar y a difundirse, cada día renace la belleza en el mundo, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia.

Ciertamente hay dificultades y experiencias de fracaso, no todo sucede como desearíamos en la evangelización, pero no hay que bajar los brazos dominados por una desconfianza crónica y por una acedia espiritual; no hemos de buscar nuestros éxitos ni el carrerismo, pues entonces el evangelio, que es lo más hermoso que tiene el mundo, queda sepultado debajo de muchas excusas.

Por la fe hemos de creer que Él marcha victorioso por la historia en unión con los suyos, el Reino está presente en la historia como pequeña semilla, como levadura, como trigo que crece en medio de la cizaña y que siempre puede sorprendernos gratamente. Y todo ello porque el Señor ha penetrado ya la trama oculta de la historia y Jesús no ha resucitado en vano.

Ningún esfuerzo se pierde, ningún acto de amor a Dios se pierde. Nuestra misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, ni una organización humanitaria, ni un espectáculo exitoso, fruto de nuestra propaganda. El Espíritu obra cuando, donde y como quiere. Hemos de confiar en el Espíritu que viene en ayuda nuestra, hemos de invocarlo, Él puede sanar todo lo que nos debilita, nos sumerge en un mar donde a veces incluso sentimos vértigo porque no sabemos lo que nos vamos a encontrar. Pero hay que dejarse llevar por Él, dejar de calcular y querer controlarlo todo, permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe lo que hace falta en cada época y en cada momento. Esto es ser misteriosamente fecundos.

* * *

En síntesis, tanto la denuncia de la injusta pobreza como la opción por los pobres y por una Iglesia pobre y para los pobres, brotan necesariamente de nuestra fe alegre en Cristo y en su Espíritu que llena el universo y renueva la faz de la tierra.

Fuente Religión Digital

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