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25 7 14. Santiago Zebedeo. De Compostela al Evangelio

Viernes, 25 de julio de 2014

imagesDel blog de Xabier Pikaza:

El Nuevo Testamento recuerda a dos (o tres) santiagos (o jacobos). Ese nombre era común y no es extraño que se llamaran así dos o tres discípulos,amigos, o familiares de Jesús.

Dos aparecen en la lista de los Doce (Mt 10, 2-4 y paralelos): Santiago el Zebedeo (hermano de Juan, el de la fiesta de hoy: 25.7) y Santiago el de Alfeo (a quien muchos identifican con el hermano/primo de Jesús).

El tercero sería el “hermano” de Jesús , que fue “el primer obispo” de Jerusalén, un hombre de gran importancia en la Iglesia, uno de los “tres pilares” del evangelio (con Pedro/Roca y Pablo/Saulo).

La tradición tiende a identificar a estos dos últimos pero el caso no es seguro. De todas formas, los importantes para el NT son Santiago/Jacobo el Zebedeo y Santiago/Jacobo el hermano de Jesús, del que he tratado varias veces en este blog. Hoy me ocupo, un año más, de Santiago el Zebedeo, el Hijo del Trueno, el del lugar de Estella (Compostela), venerado en las peregrinaciones medievales (Camino de Santiago) y en la piedad de millones de cristianos, gallegos, españoles, hispanos… de todo el mundo… Empiezo con este Santiago de Compostela (peregrino, luchador…) para pasar después al Santiago del Evangelio.

Santiago el Zebedeo, cuya fiesta se celebra hoy (25.7.14), suele llamarse el Mayor, para distinguirle del otro, llamado el Pequeño (mejor que el menor), porque era bajo de estatura. La tradición de Pablo y de la Iglesia primitiva pone más de relieve la función de Santiago/Jacobo el Hermano de Jesús. Pero los evangelios insisten más en Santiago/Jacobo el Zebedeo, hijo del trueno, hermano de Juan, tentador de Jesús.

Los evangelios le presentan varias veces, con autoridad, y la tradición le ha convertido en apóstol de Occidente. Él habría llegado hasta el final del mundo entonces conocido (el Finisterre o Fin de la Tierra, de Galicia). Éste es el gran Santiago, James o Jaime: el Compostela en Galicia, el de Santiago de Chile y del Estero de Argentina, el santiago de las mil ciudades y pueblos de América

Ahora quiero evocar la tradición y la figura de esta Santiago de Compostela (apóstol, obispo, alférez del ejército cristiano), para detenerme después (para lectores ya más interesados) en el testimonio del Nuevo Testamento, comentando el texto clave de Mc 10, 35-45. Buen día de Santiago a todos.

A. LOS TRES SANTIAGOS DE COMPOSTELA

Saben todos los devotos del Señor Santiago (Herru Santiagu o Herr Jacobo, como le llamaban los peregrinos medievales) que hay en la Catedral de Santiago de Compostela (su ciudad) tres “imágenes” del Santo, que aparecen en esta postal:

santiago(a) En una imagen (la primera) él aparece como peregrino: Sigue andando por los caminos de la tierra con la vieira de los caminantes de Jesús, dispuesto a llegar a los confines del orbe, llevando el mensaje de su Maestro. Éste es el Santiago “apóstol” (enviado), iniciador de caminos arriesgados, hijo del trueno, a quien mató Herodes Agripa, rey vividor y celoso, amigo del emperador, que no quería en su reino “excesos” de evangelio (hacia el año 44, a los 14 años del martirio de Jesús). Éste es el Santiago creador de Iglesia, aquel a quien yo quiero invocar este día.

(b) En la segunda imagen aparece como obispo, sentado en la cátedra, dispuesto a enseñar con autoridad a todos los que vienen. Es el Santiago que tomó el poder y ha sentado cátedra en la Iglesia de Compostela, desde los años “gloriosos” del obispo Gelmírez († 1139), uno de los prelados de más poder en la cristiandad. En sus buenos tiempos, el obispo de Compostela tenía “cardenales”, antes de que los tuviera Roma (después tuvieron que ser suprimido, pues el Papa se reservó la facultad de crear cardenales).

Clavijo(c) En la tercera imagen aparece montado a caballo, iniciando la Reconquista Hispana contra los musulmanes. Éste es el Santiago Matamoros, enemigo de Mahoma y de todos los pretendidos enemigos de Jesús. Es el Santiago de la historia militante hispana, que comienza el tiempo de Beato de Liébana (con su comentario al Apocalipsis y su pretendido himno jacobeo), a finales del siglo VIII. Éste es el santiago que debe “convertirse” y nosotros con él, realizando la peregrinación de vuelta al evangelio: Desde la Compostela militantes de los Caballeros de Santiago (no la Compostela popular/piadosa de Galicia y de los buenos peregrinos) hacia Jerusalén, con Jesús, como indica el texto que sigue.

DE COMPOSTELA AL EVANGELIO. SANTIAGO EL ZEBEDEO “HIJO DEL TRUENO” ( MC 10, 35-45)

Quiero presentar aquí, con cierta detención, para personas interesadas en el texto del NT, la imagen del Cuarto Santo, la “imagen primitiva” que ofrece el Evangelio de Marcos (y el de Mateo), donde Santiago/Jacobo con Juan, su hermano, quieren dar un golpe de mano y tomar el poder de Jesús (con Jesús) en la Iglesia y el mundo.
Éste el cuarto Santiago, el que debe convertirse, dejando su deseo de poder, para hacerse hermano y servidor de de los demás, es el auténtico Jacobo, aquel que puede enseñarnos a seguir a Jesús y ser cristianos.

Jesús le llamó tres veces.

La primera, junto al mar, con su hermano Juan, en Mc 1, 19-20, donde se dice que eran “zebedeos”, hijos de Zebedeo, y que ante la llamada de Jesús dejaron la barca de su padre con los jornales.

La segunda en el monte, cuando Jesús instituyó a los Doce (Mc 3, 17). Allí se dice que Jesús llamó Jacob, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, y les puso el nombre de Boanerges, es decir, Hijos del trueno. Los zebedeos reciben el nombre de Boanerges (= Truenos, Hijos del Trueno), quizá con ironía, pues serán violentos en provecho propio (cf. Mc 9, 38; 10, 37), aunque están dispuestos a morir por/con Jesús (10, 39). El primero de los zebedeos lleva el nombre de Jacob, el patriarca de Israel, y así prefiero llamarle, pues el nombre común castellano (=Santiago) lleva resonancias cristianas

La tercera llamada, la más importante para conocer a Jacobo/Santiago es la de Mc 10, 35-45. Esta es la llamada en el camino que va a Jerusalén, la llamada de la conversión… Santiago/Jacobo y su hermano Juan tienen que dejan los truenos y el caballo de la conquista, para dar la vida por y con Jesús. Así se traza el camino de vuelta de Compostela a Galilea y Jerusalén:

TEXTO CLAVE. MC 10, 35-45.

(a. Petición) 35 Y se le acercaron Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole:
– Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.
36 Jesús les preguntó:
— ¿Qué queréis que haga por vosotros? 37 Ellos le contestaron:
— Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

(b. Respuesta) 38 Jesús les replicó:
— No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que seré bautizado? 39 Ellos le respondieron:
— Sí, podemos. Jesús entonces les dijo:
— Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

(c. Confirmación) 41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Jacobo y Juan. 42 Jesús los llamó y les dijo:
— Sabéis que los que parecen mandar a las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. 43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; 44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. 45 Pues tampoco el Hijo del humano ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por mucho

(a) 10, 35-37. Petición. A tu derecha y a tu izquierda

35 Y se le acercaron Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. 36 Jesús les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros? 37 Ellos le contestaron: Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

Como representantes de la lógica del mando ha presentado Marcos a Jacobo y Juan, los primeros conspiradores de la iglesia, que utilizan a Jesús para saciar su sed de jerarquía. No buscan algo nuevo, insisten en la línea anterior de búsqueda de “poder”, de Roca (es decir Pedro) o de los Doce (9, 33-34; cf. 8, 33). Juan es sin duda un reincidente, pues ya quiso controlar el Nombre de Jesús, impidiendo que un exorcista no comunitario pudiera valerse del nombre de Jesús (9, 38-41). Ambos son “hijos del trueno” (3, 17), en línea de fuego y violencia, pues quisieron que el fuego del cielo destruyera a lo samaritanos, un día que no quisieron recibirles (cf. Lc 9, 54).

Habían sido llamados al principio para la pesca final (1, 16-29); unidos a Roca, acompañaron a Jesús en la “resurrección” de la hija del Archisinagogo (5, 37) y en la transfiguración (9, 2). Por eso, al pedirle ahora un puesto a la derecha e izquierda de su gloria, parecen responder con confianza a su confianza.

Es lógico y bueno lo que piden (estar siempre al lado de Jesús), pero lo piden con lógica de mando, elevándose sobre el resto de los discípulos, y sobre todos los que forman el reino de Jesús, ocupando los puestos fundamentales “en su gloria” (en tê doxê sou), compartiendo su poder o su realeza. Es evidente que, siguiendo el orden en que aparecen siempre, Jacobo (¡quizá el mayor!) ocuparía el trono o asiento a la derecha de Jesús y Juan a su izquierda. Así formarían con Jesús el triunvirato del Reino.

Pueden pensar en un reino político, que se instaurará en Jerusalén, tan pronto como lleguen (a pesar de los anuncios de derrota y muerte de Jesús). Pero también pueden pensar (dentro del contexto actual de Marcos) en el Reino del Hijo del Hombre, que ha de venir de forma gloriosa, conforme al mensaje de Dan 7, 9-14, donde se dice que se prepararon unos tronos (para los compañeros, angélicos o humanos del Hijo del Hombre), y que al Hijo de Hombre en particular se le daría todo honor, gloria y poder. Es evidente que estos zebedeos quieren reinar con Jesús, ellos dos, de un modo especial, ciertamente con los Doce (como recuerda el logion de los Doce tronos de los elegidos de Jesús: cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), pero por encima de los otros diez (incluido Roca/Pedro)

(b) 10, 38-40. Respuesta. Beberéis mi cáliz

38 Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que seré bautizado? 39 Ellos le respondieron: Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

Jesús responde cambiando el nivel de la petición. No acepta, ni rechaza lo que piden, pues de ese modo seguiría utilizando (a favor o en contra) la lógica de fuerza, sino que rechaza la misma petición como carente de sentido: (No sabéis lo que pedís! (10, 38). Los zebedeos han seguido a Jesús y, sin embargo, no entienden su estilo de Reino, no comprenden que Jesús no quiere el trono (¡no quiere reinar!), sino regalar la vida por los demás, para que todos los hombres y mujeres (y en especial los más necesitados) sean “reyes”. Éstos zebedeos, que llevar largo tiempo con Jesús no saben ni lo más elemental: ¡Jesús no busca el primer trono, ni para sí, ni para los demás, pues su Reino no puede entenderse en la línea de una “toma de poder”!

El verdadero Jesús (el de Marcos y Mateo) no puede ofrecer tronos, sino un camino en su seguimiento, como sabe Mc 8, 34: ¡Quien me quiera seguir, que tome su cruz y me siga! (palabra que ellos, los Doce, y de un modo especial los Zebedeos no han querido escuchar). Jesús no puede ofrecer Tronos de Reino, sino un camino de entrega de la vida, como muestra la continuación del texto: de Jesús:

(c) Pregunta y respuesta.(10, 38-39a).
¿Podéis beber mi cáliz, bautizaros con mi bautismo?

Ellos desean mandar con Jesús, para imponerse. Jesús les pregunta si pueden seguirle en su entrega, en donación de vida. Frente a la gloria que buscan en él, Jesús les ofrece su camino de entrega, expresado en el signo del cáliz (que significa solidaridad y entrega) y en la señal del bautismo (que implica también muerte: quedar bajo el poder de las aguas destructoras). En el fondo les pregunta si están dispuestos a morir con (como) él. Ellos responden que sí: ¡podemos! Ciertamente, no son miedosos o egoístas vulgares.

–Concesión. ¡Mi cáliz lo beberéis, con mi bautismo os bautizareis! (39b).

En prolepsis o anticipación que rompe el nivel temporal de la escena y adelanta algo que ha suceder más tarde, el Jesús pascual (que es el que está hablando aquí, al menos en un nivel) confirma la disposición de los zebedeos, ratificando su entrega martirial ya cumplida (todo nos permite suponer que han muerto ya por y con Jesús cuando Marcos se escribe este pasaje, en torno al 70 d.C.). De esa forma, Jesús acepta el sentido más profundo de los zebedeos, pues al fondo de ella hay algo bueno: quieren vivir con él y acompañarle, compartiendo su entrega por el reino. Evidentemente, nos hallamos en un contexto eclesial. Marcos está presentando algo que ya ha sucedido: los zebedeos han seguido a Jesús tras la pascua, muriendo como él.

–Reserva escatológica. Pero el sentaros a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo… (10, 40).

De Jesús es la entrega, la copa y bautismo que ofrece a los suyos. Pero la gloria del trono es misterio de Dios, regalo de gracia que sólo gratuitamente puede recibirse, no como dos tronos sobre los demás, sino como Vida para todos y con todos. Jesús acoge y ratifica el camino de muerte, pero la respuesta final ya no es suya, sino de Dios.

En este contexto, al menos veladamente, Jesús indica aquí que el “triunfo mesiánico” de Dios no se expresa en forma de dominio sobre los demás. No se trata, por tanto, de decir que el puesto de poder, a la derecha e izquierda de Jesús, no lo tendrán ellos, sino otros, como podrían ser María de Nazaret y Juan Bautista (que aparecen en los ábsides de muchas iglesias románicas, a los lados del Pantokrator) o como podría ser Pedro/Roca (en gran parte de la simbología católica moderna…), sino de algo mucho más profundo: ¡No existirán tales tronos de poder, nadie mandará sobre los otros”.

Ésta es la inmensa paradoja del texto: precisamente aquí, cuando más les critica, Jesús confirma la petición de los zebedeos (darán la vida por el Reino) y les indica que su entrega no expresa (ni consigue) ningún tipo de dominio sobre los demás (sentarse en dos tronos, al lado del Gran Trono del Hijo del hombre, pues el Hijo del Hombre no tiene un trono de ese tipo). De esa manera, Jesús escucha su deseo de poder, para transformarlo en su camino de entrega, abriendo una “ventana de pascua” y permitiéndonos ver el buen final de Juan y Jacobo, que han muerto ya por el evangelio. Por eso su recuerdo se mantiene con gozo dentro de la iglesia, pero no como recuerdo de Poder (sentados en unos tronos), sino como presencia de solidaridad al servicio del Reino. De esa manera se vinculan y separan el cáliz y el trono.

(a) Los zebedeos piden trono, y Jesús sólo les puede ofrecer su propio gesto de entrega de la vida, garantizando su fidelidad en el camino mesiánico: «El cáliz que yo bebo beberéis, con el bautismo con que yo soy bautizado os habréis de bautizar» (10, 39); de esa manera, ellos reciben y realizan la misma vocación del Hijo del hombre, en misión que se explicita como entrega de la vida. Esto es lo que Jesús puede ofrecer a los que vengan a seguirle, subiendo con él a Jerusalén.

(b) Jesús no puede darles un trono sobre los demás, sino ofrecerles un lugar en su camino de entrega de su vida, poniéndose (y poniéndoles) en manos de Dios. Lo mismo ha de pasar a sus discípulos: «sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa que yo pueda concederos, sino que es para aquellos para los que ha sido reservado» (10, 40). Jesús deja la Gloria en manos de Dios Padre (como indica el pasivo divino de hetoimastai: a los que Dios lo ha reservado), sabiendo que ella no consiste en sentarse en unos tronos sobre los demás, sino en compartir la vida con todos.

Esta unión de cáliz y trono, de entrega actual de la vida (con Cristo) y de herencia del reino futuro (desde Dios) constituye el centro y clave del discipulado. Lo más consolador en ese texto no es el hecho de dejar la gloria (trono) en manos de Dios (sabiendo que Dios no da a nadie un trono sobre otros), sino el decir que los zebedeos podrán beber el cáliz con el Cristo: le seguirán hasta el final en el camino de entrega de la vida. Aprender a morir con Jesús, eso es seguirle, ser su discípulo. Los zebedeos le han pedido un trono de poder, en gesto equivocado de deseo de dominio. Jesús ha querido y ha podido transformar ese deseo, haciendo que ellos puedan mantenerse fieles a la gracia de la vida y a la entrega hasta la muerte.

(d) 10, 41-45. Enseñanza. No ha venido a que le sirvan

41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Jacobo y Juan. 42 Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los que parecen mandar a las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. 43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; 44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. 45 Pues tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.

El problema de los zebedeos es de todos los discípulos. Por eso, los diez restantes (incluido Roca, que aquí queda en segundo lugar) se enojan con ellos, iniciando una disputa general por el poder (10, 41). Es evidente que, dejándose llevar por esa disputa, la iglesia acabaría destruyéndose a sí misma. Para superar ese riesgo, Jesús ofrece la nueva lógica de autoridad y servicio que brota de su entrega. Vuelve de esa forma a la enseñanza de 9, 33-35, cuando ponía al niño en el centro de la iglesia, como veremos, ofreciendo un comentario y una ampliación del sentido de este pasaje.

Comentario básico (10, 41-44).

Los diez se indignan contra Jacobo y Juan, no porque rechazan su visión del reino, sino porque aceptándola también quieren alcanzar sus mismos puestos de poder a derecha e izquierda de Jesús. Estamos en la situación de 9,34: los discípulos se afanan y combaten entre sí por ocupar los “tronos” que, a su juicio, Jesús debe concederles; le han seguido buscando recompensa; le han creído, pero de una forma falsa, suponiendo que en el fondo todos sus discursos de entrega de la vida eran un simple motivo pasajero. Lo que Jesús ha de ofrecer en realidad y ellos desean ansiosamente es sentarse en unos tronos, reinar en este mundo. Piensan que hay poder en medio. Hay quizá muchísimo dinero.

No echemos la culpa a los Zebedeos, ellos son como casi todos. Los hombres y mujeres, en general, tienen gran capacidad de engaño: creen en aquello que quieren creer, miran lo que les conviene y seleccionan las informaciones de tal modo que sólo aceptan aquellas que concuerdan con sus convicciones previas.Esto es lo que pasa con los Doce. Jesús les ha ofrecido su enseñanza más profunda, pero ellos no han podido (o querido) entenderle. De esa forma han convertido la misma vocación (llamada) de Dios en autoengaño. Pensando escuchar a Jesús, estaban escuchándose a sí mismos.

Éste es para Marcos el último enemigo del Reino de Dios (después de la riqueza: 10,17-31): el deseo de poder que oprime precisamente a los mejores (es decir, a sus discípulos). Jesús lo ha combatido, superando en su comunidad los esquemas de jerarquía genealógica (familias sacerdotales), organizativa (cuadros de mando que se perpetúan según ley) o espontánea (carismáticos que lo asumen por inspiración). El pasaje consta de tres partes:

1. Principio (10, 42).

Jesús desentraña la trama oculta del poder, con lección de durísima política, siguiendo la línea de los profetas de Israel: Sabéis que los príncipes, los grandes… (10,42). De esa forma alude a una conducta que a su juicio es clara entre los grandes (arkhontes, megaloi) de este mundo: mandar es para ellos dominar y aprovecharse de los otros. Esta búsqueda de mando destruye la vida de los hombres. Por eso los discípulos de Jesús (toda la Iglesia) tienen que dejar a un lado los métodos de fuerza, imposición y dominio que se emplean en el mundo. Es evidente que la ley del poder terrenal es distinta de la gracia de reino de Jesús, y así deben saberlo sus discípulos.

Podemos suponer que Jacobo y Juan no buscan de un modo directo el poder militar o político, sino un dominio “espiritual”: el mesianismo o poderío divino de los justos, dentro de una tradición jerárquica judía que relaciona presencia (revelación) de Dios y triunfo nacional. Posiblemente quieren mandar en línea buena, para ayuda de los demás, apareciendo como servidores del Dios poderoso. Pero Jesús no les distingue de aquellos que mandan en forma pervertida. No hay para él un poder malo (propio de los gentiles) y otro bueno (de sus discípulos). Todo poder es en el fondo destructor, toda imposición es mala. Por eso, no quiere mejorar el poder (convertirlo) sino superarlo de base.

2. Inversión (10, 43-44).

Jesús no necesita el poder económico del rico (10, 17-22) ni el mesiánico de los buenos zebedeos (no ha venido a conquistar el imperio romano) ni el sacerdotal del templo (cf. 11, 12-26), porque el camino de Reino que él ha proclamado es distinto. Por eso responde: No sea así entre vosotros… Siguiendo en la línea de 9, 33-37, él no ha venido a fundar jerarquías entendidas en clave de honor y prioridad social o espiritual. Desde aquí se entiende su norma de seguimiento, entendido como inversión respecto al orden normal de este mundo: el poder (deseo de dominio) ha de volverse gratuidad, gesto de amor desinteresado por los otros. Esta es la meta-noia o conversión que él ha proclamado (1, 14-15) y que ahora propone de nuevo a sus discípulos. De esa forma, Jesús quiere cimentar la vida de sus seguidores sobre el mismo camino de su entrega. Aquí se expresa Dios, aquí nace la Iglesia, invirtiendo el deseo de poder de los zebedeos y del resto de los Doce.

3. Ejemplo: Pues también el Hijo del hombre… (10, 45).

La nueva actitud de los discípulos aparece así como una ampliación del gesto de Jesus que, siendo Hijo de hombre, da la vida por los otros. Todo lo que pueda decirse de la Iglesia (eclesiología) es consecuencia de la cristología. Discípulo es aquel que logra actuar como Jesus. Eso significa que Jesús no quiso ofrecer ni ofreció una teoría general sobre el seguimiento, diciendo a Roca-Andrés y a Jacobo-Juan lo que doblan hacer cuando les llamo para acompañarle como pescadores de hombres (1,16-20). No les ofrece unas puras Ideas, sino que les guía, ofreciéndoles su mismo camino, para que compartan con él las tareas del Reino. Según eso, discípulo es quien sigue la suerte de Jesus, convirtiendo su llamada en lugar de seguimiento (9).

Jesús ha invertido la tendencia dominante de los grupos sociales y religiosos que interpretan las estructuras de poder mundano en forma sacral. Por eso, frente a la manipulación mesiánica de los zebedeos, que son junto a Roca sus seguidores principales (cf. 5, 37; 9, 2), ha establecido aquí las bases de una fraternidad donde no existe poder sino servicio, ejercido por el diakonos (servidor libre) o doulos (esclavo).

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