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25.1.24. Vocación de Pablo, unidad cristiana (Gal 2, 19-21)

Viernes, 26 de enero de 2024
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IMG_2684Del blog de Xabier Pikaza:

Es unidad horizontal, de diálogo y comunión entre las iglesias que son católicas (universales), ortodoxas  (de recta fe), evangélicas (de buena nueva), protestantes (de rebelión contra todo poder opresor), carismáticas (de gracia y vida en el Espíritu santo), petrinas (de Pedro y los Doce), paulinas (de Pablo y los apóstoles), juaninas  (del discípulo amado), siendo cristianas (es decir, de Cristo-Mesías).

Es unión en profundidad, buscando aquello  que nos vincula y enriquece  en lo más hondo, no en detalles superficiales, aprendiendo unos de otros, alegrándonos por todo lo que es bueno en los demás. Lo más hondo no es un mínimo común denominador, sino máximo común misterio, de gratuidad y perdón, llamada de Dios, tarea de gracia… No tenemos vocación, somos vocación (llamada a la vida), no tenemos misión (somos misión/testimonio de gracia al modo de Pablo, en humanidad mesiánica).

Morir a la ley, vivir en gracia

 Esta es en concreto una fiesta “paulina”, vinculada a la  memoria y transformación de Pablo de “Saul/Saulo”, que quiso ser como su antepasado rey triunfador, de la tribu de Benjamín (Flp 3, 4-5)… pero que, al convertirse a Cristo quiso llamarse y se llamó Paulus/Pablo (=el pequeño).

Es la fiesta del cristianismo como llamada/vocación a la vida como don, regalo de amor, no tarea de ley. No vivimos por obligación (ley biológica) como los animales, sino por vocación, porque nos han llamado y queremos responder (de lo contrario no vivimos o mejor que nos matemos)   Éste es el tema clave de Gal 1-2, el relato de conversión-vocación más importante de la Escritura judeo-cristiana. Así lo condensamos comentando las palabras centrales de Gal 2, 19-21.

 2,19 Por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo. 20Ya no vivo yo, Cristo vive en mí. En cuanto a la vida actual en la carne la vivo por fe en el Hijo de Dios que me ha amado y se ha entregado por mí. 21 No rechazo la gracia de Dios, pues, si la justificación viniera por la ley, Cristo hubiera muerto en vano.

 Pablo vive en Cristo crucificado, en aquel que ha muerto por los otros, en manos de Dios. Esta es la experiencia de su resurrección. Vivía antes sometido a una ley que le obligaba a cumplir y cumplir siempre mas obras para ser él mismo, ganando así su identidad, haciéndose así mismo.

En un momento dado (vocación/conversión) descubre que no vive por sí mismo; que su vida se la ha dado (regalado) Dios en Cristo. Es como si él no fuera, no tuviera que ser, que hacerse a sí mismo, porque Dios le ha regalado su existencia. Dios le ha liberado de todas sus obligaciones. No tiene que hacer nada, sino acoger en fe/confianza plena la vida de Dios que le dice “vive, yo vivo en ti”.

Es como si nosotras hubiéramos desaparecido, ya no fuéramos, de forma que estamos identificados con Cristo, aquel que muriendo (superando toda ley) habita en nosotras. Esta es la experiencia más honda que uno puede tener, que es la vivir en otro. Ya no soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí, no para borrar y destruir mi identidad, sino para alcanzar la identidad más honda.

Culmina así, de un modo sorprendente el discurso sobre la justificación: No tengo que justificarme de nada. Nada tengo que demostrar. No tengo que subir a ninguna montaña inalcanzable (como Sísifo), ni dar vueltas ni mas vueltas por el mundo (como Ulises), ni ganar mil batallas (como Titán), ni robar fuego a Dios (como Prometeo), ni conquistar Jerusalén (como David…). No tengo que hacer nada, sino ser: dejarme amar, amar de esa manera a otros.

Pero yo, por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios (2, 19).

 Este “yo” de Pablo es el yo de un cristiano que viene de la ley, más aún, que ha vivido apasionadamente vinculado a la ley, como alguien que esperaba que ella pudiera salvarle, dándole seguridad y certeza en el mundo: hacer-hacer-ganar, sobresalir de esa manera sobre el mundo, como un conquistador. Pero después, de pronto, ha descubierto que la esa ley de ser haciendo cosas le ha llevado a luchar contra otros y a matarse a sí mismo. Esa ley a matado a Cristo, como inútil.

Pablo se sitúa, nos sitúa, ante una Ley que, por sí misma, cumplida de un modo radical “ha fracasado”, pues desemboca en la muerte de los demás (por ley tenemos que matar a Cristo, que no es legal como nosotros queremos). Por ley fracaso siempre,  como sujeto agente de sí mismo, pues no soy lo que yo hago, sino lo que Dios hace y vive en mí.

En su período anterior, Pablo quería ser lo que él era (lo que hacía y merecía por ley); pero ahora descubre que él no e sujeto agente de sí mismo, de manera que no está sujeto a su yo, a sus acciones, sino que ha sido liberado por Jesús de su mismo o anterior, egoísta. mismo hace en él por Cristo.

La experiencia de la vocación o llamada de Dios (de su vida más profunda), que Pablo ha narrado en Gal 1, 15‒17, le ha hecho ver, en contra de todo lo que antes había querido y creído, que precisamente aquel “condenado por la ley” es el Hijo de Dios. El rechazado, el crucificado, el “inútil” es presencia de Dios. En esa línea,  una vez que ha creído en Jesús crucificado por la ley, Pablo sabe que él también “ha muerto a la ley” (a una ley que lleva a la muerte).

De esa forma descubre que no tiene nada que lograr ni asegurar medio de sus obras en este mundo). Pues bien, allí donde él ha muerto en un plano de “carne” (de obras humanas), allí donde, según ley, no tiene nada que conseguir por sus obras el puede vivir para Dios o, mejor dicho puede dejar que Dios viva en él.

Estoy (he sido) crucificado en/con Cristo (2, 19).

 Esto significa que, en cuanto cristiano, Pablo comparte la muerte de Cristo, no como simple muerte natural, sino como “crucifixión”, como experiencia del fracaso de la ley que, llevada al extremo, cumplida con radicalidad mata al mismo Cristo; esto significa que la ley nos mata, para que así podamos ser nosotros mismos, en él y por él, no por nuestras obras.

Dios ha creado a los hombres en libertad, para que puedan ser ellos por sí mismos. Pero los hombres han convertido esa libertad en principio de envidia y de lucha, de manera que para mantenerse a sí mismos y triunfar ellos han terminado enfrentándose entre sí y matándose unos a otros.

Lógicamente, para mantenerse a sí mismos, en ese contexto de violencia y de imposición sobre los otros, en una estructura legal de poder como el imperio romano o la ley del templo de Jerusalén, los hombres han tenido que  matar al “Cristo” de Dios. Por eso, si quiere “ser en Dios”, vivir desde y en Cristo, Pablo tiene que morir a los “poderes” (obras) de este mundo, pero descubriendo que esa muerte es para él un principio de resurrección.

 Un mesías que hubiera triunfado por su fuerza mayor (según ley), imponiendo su dominio sobre los demás y sobre el mundo no sería “mesías ¡verdadero”, sino signo y representante de los poderes de destrucción del mundo pecador. Esa ha sido la experiencia (iluminación) mística, que ha cambiado totalmente la existencia de Pablo, que empieza a vivir desde ahora inmerso en ese “fracaso” mesiánico (mundano), que viene a presentarse así como éxito verdadero del Cristo de Dios, esto es, del mismo Dios, y así vive crucificado con él.

 ‒ Ya no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mí (2, 20).

  Pablo no presenta aquí a Jesús como Kyrios/Señor (no hay sí Señor), ni siquiera como Hijo de Dios (aunque podría haberlo hecho desde su más honda experiencia), sino como Cristo, es decir, en la línea mesiánica, israelita en la que él ha vivido inmerso hasta que Dios le ha llamado para vivir en el Cristo que ha muerto por él (Gal 1, 16). Lo que Pablo empieza ahora a decir es una concreción (consecuencia) de la llamada de Cristo: Él está descubriendo y expresando en su vida el sentido de la Cruz, en la que se despliega y realiza la Vida del Cristo, que le integra en su amor, dejándole en plena y total libertad, como Mesías de la vida salvadora entendida como don, como regalo, hasta la muerte por los demás.

La verdadera cruz essuperar la cruz del deber impositivo, la de tener que conquistar el mundo, conquistarse uno a sí mismo. La verdadera cruz es superar todas las cruces en Cristo

Pablo se encuentra así “habitado” por el Cristo de la Cruz, por el mesías que vive dando vida, ofreciendo su experiencia y camino mesiánico a todos los hombres, judíos y gentiles.

 Ésta es la mística de la Cruz. No es la mística un Dios absoluto, en general, en quien viven los hombres, ni la mística de Ley como expresión del orden eterno de la realidad, sino la del don o regalo de la vida del Cristo de Dios, que ha muerto por él (por los hombres). Este “fracaso de la ley” queda compensado o, mejor dicho, justificado y superado por la experiencia del crucificado en quien vivimos y somos.

En cuanto a la vida actual en la carne la vivo en la fe en el Hijo de Dios que me ha amado y se ha entregado por mí (2, 20).

 Conforme a lo que voy diciendo, la palabra clave es “cristo”, mesías de Israel, crucificado (condenado por la misma ley), para así descubrir, por encima de ella, la experiencia superior de la gracia que se expresa y despliega en la muerte. Frente a un tipo de judaísmo, que guarda silencio ante Dios (quedando sólo ante su Ley en Israel), Pablo se sitúa ante Jesús crucificado (mesías fracasado según ley), descubriendo que ese Jesús crucificado es el Hijo de Dios, que le ama y se ha entregado por él.

 Jesús, “Mesías fracasado de Israel” (Hijo de David según la carne: Rom 1, 3‒4), es  el Hijo del amor de Dios que vive muriendo por los otros. No ha muerto Dios (como dirá Nietzsche), ha muerto el Cristo de la ley (1 Cor 15, 3-4); le ha matado la ley, él ha muerto en gracia, por amor, sobre toda ley.

Ha muerto el Dios de la superioridad, del poder y obligación, de la ley y el sacrificio… Vive en Cristo el Dios de la gracia y libertad.  Dios no se puede “dar” (entregarse) a los hombres en superioridad (desde arriba), pues de hacerlo no sólo les negaría y destruiría, sino que actuaría como poder diabólico de posesión. Conforme a la expresión de 2 Cor 13, 13, Dios se define como amor (agape), que se expresa y despliega por la gracia del Señor Jesucristo, en la comunión del Espíritu Santo.

 Según eso, la Cruz/muerte no es sólo  el fracaso mesiánico de Israel (Jesús ha sido crucificado por la ley), sino que, siéndolo (muriendo según ley), Cristo es revelación y presencia de amor, Hijo de Dios. Ésta es la certeza suprema de Pablo: Me ha amado y se ha entregado por mí. La experiencia básica del hombre no es la de tener que cumplir una ley,  viviendo el dominio o vigilancia de Dios, sino la ser amado y amar . El que cumple una ley puede triunfar a partir de ella, pero es un triunfo que se expresa en el fondo a modo de de dominio; el que triunfa por ley sobre los hombres puede de esa forma dominarles; pero Cristo no ha triunfado sobre los hombres, sino que ha muerto por ellos, para darles gratuitamente vida.

No rechazo la gracia de Dios, pues si la justificación viniera por la ley, entonces Cristo hubiera muerto en vano, pues según ley tendría que haber triunfado (2, 21).

  Pablo se sitúa según eso en un plano de pura y total “gratuidad”, ante el Dios que se manifiesta por Cristo, como puro amor gratuito. Si Dios es amor gratuito (cf. 1, 3), la vida entera del hombre ha de entenderse como expresión de plena y total gratuidad: Acoger la voz de Dios, confiar en ella, dejarse hacer y ser como don, puro regalo, eso es ser de y en Dios, dejar que Cristo viva en mí.

Si el hombre tuviera que salvarse por sus obras, es decir, por lo que hace o debe hacer, la muerte de Jesús carecería de sentido, pues ella no es obra de ley, sino todo lo contrario, es el fracaso de todas las obras de ley de los hombres. Jesús no ha muerto como un héroe militar, triunfando de hecho al morir en la batalla, sino al contrario: Ha muerto como un fracasado de amor. Ha querido abrir un camino de gratuidad, pero le han matado. Pues bien, conforme a la experiencia pascual, ese fracaso ha sido el triunfo de Dios, experiencia clave de resurrección.

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La hora de ser trapense (Thomas Merton y Teresa de Lisieux)

Viernes, 24 de noviembre de 2023
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IMG_1174Del blog de Amigos de Thomas Merton:

“Era a finales de noviembre. Todos los días eran cortos y oscuros. Finalmente, el jueves de esa semana, por la noche, me sentí de pronto presa de una intensa convicción:

– Me ha llegado la hora de ir a ser trapense.

¿De dónde había venido el pensamiento? Todo lo que sabía era que repentinamente estaba allí. Era algo poderoso, irresistible, claro.

Tomé un librito titulado La vida cisterciense, que había comprado en Gethsemaní, y volví las páginas, como si tuvieran algo que decirme. Me parecían estar todas escritas con palabras de llama y fuego.

Fui a cenar y volví a mirar el libro. Mi mente estaba literalmente colmada con esta convicción. Y, sin embargo, en medio, se mantenía la vacilación: aquella cuestión de siempre. Pero ahora no podía haber dilación. Debía acabar con eso, una vez para siempre, y obtener una respuesta. Podía conseguirse en cinco minutos. Y era la hora. Ahora.

¿A quién consultaría? El padre Filoteo estaba probablemente en su habitación de abajo. Bajé las escaleras y salí al patio. Sí, había una luz en la habitación del padre Filoteo. Muy bien. Entra y oye lo que tiene que decirte.

Pero, en lugar de eso, salí de golpe a la oscuridad y me dirigí al soto.

Era la noche del jueves. La Sala del Alumno empezaba a llenarse. Iban a pasar una película. Pero apenas lo observé: no se me ocurrió que acaso el padre Filoteo iría al cine con los demás. En el silencio del soto mis pasos resonaban en la grava. Caminaba y rezaba. Estaba muy oscuro junto a la capilla de la Florecita. “¡En nombre del Cielo, ayúdame!”, murmuré.

Regresé hacia los edificios. “Muy bien. Ahora realmente voy a entrar allí a preguntarle. He aquí la situación, padre. ¿Qué piensa usted? ¿Debería ir yo a ser trapense?”

Había aún una luz en la habitación del padre Filoteo. Entré valientemente en la sala, pero cuando hube llegado a unos seis pies de su puerta sentí como si alguien me hubiera detenido y me retuviera donde me encontraba con manos físicas. Algo interfería en mi voluntad. No podía dar un paso más, aun cuando quería. Di como un empujón al obstáculo, que era acaso un demonio, entonces me volví y salí corriendo de la casa una vez más.

IMG_1175De nuevo me encaminé hacia el soto. La Sala del Alumno estaba casi llena. Mis pies resonaban en la grava. Me encontraba en el silencio del soto, entre árboles húmedos.

No creo que jamás hubo un momento en mi vida en que mi alma sintiera una angustia tan apremiante y especial. Había rezado todo el tiempo, por lo que no puedo decir que empezara a rezar cuando llegué allí donde estaba la capilla: pero las cosas se iban precisando.

– Por favor, ayúdame. ¿Qué voy a hacer? No puedo continuar así. ¡Tú puedes verlo! Mira el estado en que me encuentro. ¿Qué debo hacer? Muéstrame el camino. ¡Como si necesitara más información o alguna clase de signo!

Pero dije esta vez a la Florecita:

– Muéstrame lo que he de hacer.

– y añadí:

– Si entro en el monasterio, seré tu monje. Ahora enséñame lo que he de hacer.

Estaba peligrosamente cerca del camino equivocado para rezar … haciendo promesas indefinidas y pidiendo una especie de signo.

De repente, tan pronto como hube dicho esa plegaria, me sentí consciente del bosque, los árboles, las colinas oscuras, el viento húmedo de la noche, y luego, más distintamente que cualquiera de estas realidades obvias, en mi imaginación, empecé a oír la gran campana de Gethsemaní, tocando en la noche … la campana de la gran torre gris, tocando y tocando, como si sólo estuviera detrás de la primera colina. La impresión me dejó sin aliento, tuve que pensar detenidamente para darme cuenta de que era sólo en mi imaginación que oía la campana de la abadía trapense tocando en la oscuridad. Pero, como después calculé, era alrededor de la hora que la campana toca cada noche para la Salve Regina, hacia el final de Completas.

La campana parecía decirme cuál era mi sitio … como si me llamara a casa.

Esta fantasía ejerció tal determinación en mí que inmediatamente regresé al monasterio … desandando el camino, pasando por la capilla de Nuestra Señora de Lourdes y el final del campo de fútbol. Con cada paso que daba mi mente se decidía más firmemente en que ahora yo habría acabado con todas estas dudas, vacilaciones, preguntas y todo lo demás, y resolvería este asunto, e iría a los trapenses, donde estaba mi lugar.

Cuando entré en el patio, vi que la luz de la habitación del padre Filoteo estaba apagada. En realidad, todas las luces estaban apagadas. Todos habían ido al cine. Mi corazón desfalleció.

IMG_1176Pero había una esperanza. Fui directamente a la puerta, penetré en el corredor y doblé hacia la sala común de los frailes. Nunca me había acercado a aquella puerta. No me había atrevido nunca. Pero ahora subí, golpeé la vidriera, abrí la puerta y miré al interior.

No había nadie allí, excepto un solo fraile, el padre Filoteo.

Le pregunté si podía hablarle y fuimos a su habitación.

Era el fin de toda mi ansiedad, de toda mi vacilación. Tan pronto como le expuse todas mis vacilaciones y preguntas, el padre Filoteo dijo que no podía ver ninguna razón para que yo no entrara en un monasterio y me hiciera sacerdote.

Puede parecer irracional, pero en aquel momento sucedió como si tendiesen un puente ante mis ojos y, repasando todas mis preocupaciones e interrogaciones, pude ver con claridad cuán vacías y vanas habían sido. Sí, era evidente que era llamado a la vida monástica: todas mis dudas acerca de ello habían sido principalmente sombras”.

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Thomas Merton,
La montaña de los siete círculos

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Un camino de puertas abiertas

Sábado, 9 de octubre de 2021
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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Nuestra vocación es esencialmente un camino abierto, nunca un callejón sin salida. La vocación es una posibilidad creativa, una apertura a cosas insospechadas. Nuestro cometido, como comunidades y como individuos, consiste en mantener siempre abiertas de par en par esas perspectivas, no cerrarnos jamás al potencial de la vida. En nuestro afán de seguridad, nuestro deseo de evitarnos problemas y de no ser perturbados por un exceso de ideas triviales, hemos tendido a cerrarnos a toda clase de ideas. Ha habido tanta cosa inútil, tanta inoperancia, que hemos acabado por cerrarnos poco más o menos a todas las posibilidades. Sin embargo, tenemos que dejar abiertas todas las puertas. Puede ser fatigoso, pero necesitamos experimentar cosas nuevas“.

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Thomas Merton
Los manantiales de la contemplación

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Vocaciones

Sábado, 27 de marzo de 2021
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sacerdotisas-anglicanasJuan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 15/03/21.- El pasado día 7 de marzo, víspera del Día Internacional de la Mujer, se manifestaron delante de la catedral o de algunas iglesias de varias ciudades de España numerosos colectivos de mujeres cristianas reclamando a la jerarquía eclesiástica el reconocimiento de su derecho por la igualdad dentro de la propia Iglesia y para que se ponga fin, ya de una vez, su estructura patriarcal.

Pues bien, el día 19 del mismo mes, concretamente once días más tarde, se celebra en todas las diócesis de España también, como todos los años, el Día del Seminario. Es el día en qué, además de hacer una cuestación especial para sostener los seminarios que preparan a los futuros sacerdotes, se dedica fundamentalmente a rezar por las vocaciones sacerdotales. Un tiempo de oración que, si bien es cierto, no se reduce ni mucho menos a esta jornada, ya que rezar por esta intención es algo que suele hacerse, a veces casi de forma cansina, todos los días del año en parroquias, iglesias, conventos y centros de culto; sí que es verdad que en este día el rezar por esa intención, y hacerlo bajo el patrocinio de san José, tiene un sentido especial.

Dos realidades de iglesia separadas por un intervalo pequeño de tiempo. Dos realidades que, si bien forman parte en principio de un objetivo común en su caminar hacia la consecución del Reino y, por lo mismo, avanzar juntas, no lo hacen, sin embargo, de esa manera, es decir, juntas; sino, más bien, de manera paralela, como lo hacen las vías del tren: cada una por su lado y sin ninguna posibilidad de llegar a juntarse. Pero es que, además, es así porque, si bien el fin es el mismo, creo que de eso no duda nadie, los caminos para llegar a dicho fin son, sin embargo, no solo diferentes, sino que me atrevería a decir que opuestos en muchos momentos.

Por un lado, unos candidatos preparándose para recibir el sacramento del Orden, dentro de una Iglesia jerárquica y piramidal. Una iglesia separada en dos bloques: el clero y el pueblo. Una Iglesia en la que el sacramento del Orden sacerdotal es “más de primera” que el sacramento del Bautismo. Una Iglesia en la que los ministros, que un día saldrán de esos seminarios, una vez ordenados por el obispo, serán quienes decidan en todos los asuntos dentro de las parroquias y/o comunidades; eso sí, como máximo, después de oír y/o consultar a algunos fieles o miembros de dichas parroquias o comunidades. Una Iglesia en la que los sacerdotes que la sirven deben asumir obligatoriamente el celibato como “conditio sine qua non” para poder recibir después el sacramento del Orden Sacerdotal. Una condición, por cierto, que cierra el camino a muchos candidatos, exclusivamente masculinos en este caso, que pudieran sentirse vocacionados para el servicio ministerial, pero, en cambio, sin la fuerza suficiente para vivir con alegría el carisma del celibato; ya que, por tratarse de un don no recibido, carecen de la gracia necesaria para vivirlo como vale la pena, precisamente porque no les ha sido dado. Una Iglesia que no impone, pero que sí que aconseja a sus sacerdotes y a quienes lo serán en un futuro que se distingan por un tipo de vestir ante toda la gente que los pueda ver; y no solo ante la gente perteneciente a la propia parroquia, comunidad o movimiento eclesial. Porque, queramos o no, esta Iglesia a la cual servirán los futuros sacerdotes, continúa teniendo, para sus dirigentes, mucho de “cristiandad” y muy poco de “pueblo de Dios”.

Por otro lado, unos colectivos de mujeres, junto a comunidades de base y muchas otras personas y grupos, tanto de hombres como de mujeres, que no coinciden con los parámetros de Iglesia según el Derecho Canónico. Una Iglesia de iguales, donde la persona que la presida sea un miembro de la propia comunidad, escogido/a de manera libre y democrática por los miembros que la forman. Una Iglesia donde, por estar formada precisamente por hombres y mujeres, a los/as candidatos/as a presidirla no se les tenga en cuenta, a la hora de ser escogidos/as, el sexo ni la orientación sexual. Una Iglesia insertada plenamente en la vida de los hombres y mujeres, sin distinciones ni privilegios. Una Iglesia que camina con el pueblo, junto al pueblo, escuchando al pueblo en todo momento, lejos de los parámetros de “cristiandad” en la que tanto pesa el sentido proselitista. Una Iglesia, en definitiva, vacía de normas de conducta y de leyes impositivas, excepto las necesarias para asegurar el correcto funcionamiento; pero siempre consensuadas por todas/os miembros. Una Iglesia sin dogmas ni preceptos; con la única excepción de creer en el Dios que enseñó y testimonió Jesús: el Dios que ama y perdona sin condiciones. Por ello precisamente, una Iglesia que, por creer únicamente en el amor, practica la caridad de manera incansable y se esfuerza por vivir en la esperanza de la “Utopía final”. Una Iglesia…

Vamos a rezar también y seguir rezando sin parar por esta forma de ser “iglesia” y de vivirla

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Magda Bennásar Oliver: Misión: Los Papas pueden olvidarnos, no el espíritu.

Sábado, 24 de octubre de 2020
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Jesús Misionero 0001Después de reflexionar largo y tendido sobre vocación y darnos tiempo de “ahondarlo y sentirlo” veamos ahora la otra cara de la misma moneda, la Misión.

No es otro tema, es la continuidad del que llamamos vocación o llamada. Como decíamos, no se identifica en muchos casos con la profesión porque es una experiencia que está en la base del Ser y que obviamente, se puede materializar de diferentes maneras.

En el mejor de los casos puede coincidir con la dedicación de la persona, pero siempre hay un componente base-clave-ineludible: el Amor de la Llamada.

Esa llamada el Espíritu la dirige indistintamente a hombres y mujeres. No así las instituciones eclesiásticas, ni aún los mejores papas en sus mejores escritos…

L@s casad@s podéis muy bien comprender que los hijos son fruto del Amor, pero sin la relación entre vosotr@s, renovada, cuidada, mimada, la atención a los hijos puede ser gratificante más o menos, pero en ningún caso puede sustituir vuestro enamoramiento, el proyecto de vida que elaborasteis antes de dar el paso a casaros y a tener familia; los hijos no pueden sustituir vuestra relación que se desarrolla a la par que su crecimiento, pero no identifica.

Y si esto ocurre tarde o temprano se deteriora la pareja, pasando a ocupar los hijos todo el espacio, siendo esto ya el indicio del declive.

Lo mismo a nivel de fe, cuando la tarea y la preocupación social ocupa tanto espacio, si la relación de Amor se ve mermada, todo empieza a desmoronarse. Suele ir seguido de críticas y de exigencias a la iglesia, a la parroquia, a los grupos…

Si la crítica es porque estas instituciones dejaron de Ser, se comprende, y como consecuencia la gente busca espacios donde se Es. Pero si la crítica es porque no me dan lo que necesito, es un error, porque lo que tú y yo necesitamos solo puede dárnoslo Dios en persona, en relación personal, sin mediadores ni arreglos, en directo y a diario.

De esto, de este fondo inabarcable arranca la misión: Vemos como Dios, en el AT sumerge a la persona llamada en un desierto.

¿Qué quiere decir desierto en el contexto bíblico-vocacional? Podríamos sacar múltiples significados pero dos emergen con fuerza: lugar donde se te quita lo que te distrae en la Galilea diaria, lugar de despojo y anhelo, de búsqueda de orientación, y de sentido. Y a la vez, lugar de encuentro, lugar de amor y de engendrar vida, espacio interior de diálogo de toda la persona con la desnudez exterior e interior, con la soledad de todo y de todos, aun estando rodeados de gente.

Se hace difícil el silencio en los retiros y en grupos de oración que necesitan siempre de textos y música… porque no se ha descubierto todavía ese silencio del desierto que habla, que invita a entrar y a acercarse más al abismo.

Y cuando la persona se acerca en serio, sin egos ni protagonismos, ni necesidades… ahí se le comunica algo al corazón, en el hondón mismo de uno mismo, donde no sabes muy bien ni siquiera tú que esa intimidad existe, porque la estás estrenando con tu Dios.

La misión no es un encargo, no es una tarea, es un hijo, es una gestación lenta y ciega, sin verle el rostro, sin ecografías rápidas; es una gestación a lo Dios, a su tiempo y deseo según la necesidad que Dios ve y siente en la humanidad y en el universo, a través de tus ojos y de tu corazón.

La misión emerge de esa soledad y de ese desierto. Surge de la misma entraña de donde surge la llamada, puesto que es lo mismo.

Cuando hay amor se engendra vida. Esto no lo dicen los documentos que tantos habéis trabajado, esto se sabe porque se experimenta.

Hoy se nos convoca al desierto a que Dios a su tiempo y modo nos comunique desde dentro, la misión que desde nuestros talentos y lugares iremos-vamos realizando.

Sin lugar a dudas lo primero a orar es lo que ya vivimos y el regalo que está siendo el descubrimiento en profundidad de tanto y tanto que se nos regala.

Nosotras os acompañamos pero no podemos abrir vuestro camino, esto es muy muy importante. Ofrecemos tres momentos de retiro al año, uno más largo en verano. También acompañamiento personal para quien lo desee y posibilidad de pertenecer a una pequeña comunidad que se reúne periódicamente para compartir Palabra y Vida, presencial o, online.

Periódicamente ofrecemos talleres y espacios de meditación para toda persona que desee descansar y alimentarse por dentro para volver a la misión sin anemia.

Este es vuestro tiempo de empoderamiento total siendo quienes necesitáis ser para el mundo de hoy, para vuestr@s hijas e hijos.

¿Qué espiritualidad, qué comunidad necesitas? Si yo tuviera que responder a esta pregunta respondería “a una que como mujer y como laico o laica me tuvieran en cuenta y me trataran de igual a igual.”

La comunidad sfcc nació en 1970 para acoger a religiosas buscadoras, decepcionadas de un estilo de iglesia y de comunidad. Se les ofreció la Vida que el Concilio trajo, por eso el espíritu del Concilio es lo que nos hace sentir cómodas en esta comunidad. No fue sfcc quién inventó la igualdad entre laicos y consagrados, fue el Concilio, el Espíritu que renovó la iglesia. Ahí estaba L. Kopp, la fundadora que al compartir con otras y ponerse a la escucha, decidieron lo que hoy tenemos.

Hoy es el laico y la laica quien tiene que hablar y que ir al desierto a desear respuestas a gestarlas y a compartirlas. Esto es también y sobre todo Misión.

Esto es sfcc, espíritu pionero, profético… que os abre las puertas. ¿Quieres? ¿Cómo? Esta es la llamada y la misión en una sola respiración. Hay otras, nosotras ofrecemos al mundo y a la iglesia esta. Con respeto y cariño, con nuestra identidad como mujeres consagradas y laicos y laicas clara. Jesús nos envía a gestar Vida. No dejemos de hacerlo porque no se nos llame a tener cargos en una institución.

Recordemos que Jesús rechazó todo poder, toda demagogia y dedicó su vida a formar a un grupo de laicos y laicas que con sus vidas y misión integrada cambiaron la historia. También hoy.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

www.espiritualidadintegradoracristiana.es

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Una mirada (Vocación).

Martes, 20 de octubre de 2020
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mirar-ojos-consejos-seducir¿Cómo puedo dejarme Ser? ¿Cómo puedo dejar de dudar, de tener miedo, de calcular y de compararme?

Toda historia de amor empieza con una mirada. Alguien se fija en ti. Tú te fijas en alguien, y empieza una experiencia correspondida o no, de relación.

Se llama atracción. DEJARTE MIRAR PARA PODER DEJARTE DE MIRAR. Y SER ATRAÍDA/O A OTRA DIMENSIÓN, a tu bodega interior. En el silencio dialogado, amoroso, sencillo, penetrante, capaz de sanar heridas, capaz de liberar de otras miradas que no atraen, más bien repelen, miradas de amores posesivos o religiones controladoras… ¡No!

No dejes que nadie dañe tus derechos de Hij@. Nadie puede empañar tu historia de Ser Atraída por y Atraer al que te ama, Dios, que en Jesús se manifiesta claro, tangible, entrañable y vivo.

Juan 6,44: Nadie puede llegar hasta mí si el Padre que me envió no tira de él.

Cantar 2,14: Déjame ver tu rostro

Cantar 1, 4: Atráeme…

¿Qué puede acelerar un proceso de liberación, de maduración, de gozo por un seguimiento?

UNA MIRADA. Me llaman, porque ME VEN. Juan 1, 47-50

Hay miradas que atraen, que invitan, que abren:

“Tú me sondeas y me conoces; de lejos penetras mis pensamientos… ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo al cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro…” Sal 138

La de Dios es una de ellas. No conozco a nadie que habiéndose acercado a su hoguera no salga transformado. Luego los procesos de liberación y maduración personal se realizan de modo distinto.

Somos inmadur@s cuando dependemos de las miradas de otros, y esto nos produce altibajos… es una dependencia agotadora.

Muchas personas prefieren solo silencio a oír la Voz del Amado que a lo largo de la historia ha conquistado y atraído a personas que con su fuerza y su ternura han ido cambiando esa historia, paso a paso.

¿Quieres saber si el silencio que te atrae es el que te da vida, o solo te descansa o hace tomar consciencia de tu realidad?

Si después de experimentarlo no puedes callarlo. Alguien nos ha dicho que escribimos mucho… es que cuando el fuego arde en los rescoldos interiores, por pequeños que sean, el calor interior es incontrolable.

Como Teresa de Jesús dirá: “Mira que te mira”. Y el cura de Ars, al preguntarle qué decía al orar, dice: “Nada. Yo le miro y Él me mira”

Mc 10,20: Jesús al joven “lo miró y lo amó”.

No voy a seguir porque lo único que importa es que nos dejemos mirar, y desde esa mirada-diálogo tomar decisiones que nos ayuden a priorizar el tesoro.

Priorizar puede significar acallar las voces de la “bandeja de entrada” o de los múltiples chats en nuestro móvil… con delicadeza comunicar a algunos grupos o personas que por salud interior tienes que priorizar y vas a silenciar su comunicación. No por falta de respeto o aprecio sino por fidelidad a tu llamada, a su mirada y a todos los que dependen de ella.

Te puedo asegurar que pueden ser cientos los que dependen de que te dejes Atraer y conducir por ese diálogo, día a día. No es algo novedoso, es una experiencia que ocurre si tú quieres. Si tú priorizas, si tú acoges.

Y, claro que ocurre.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

www.espiritualidadintegradoracristiana.es

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Algo mucho más grande

Jueves, 14 de mayo de 2020
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Lo que es bueno para un santo no es bueno para otro. Lo que en uno es manifestación de libertad, en otro podría ser un signo de esclavitud. Los que se consagran a Dios en el estado de perfección deberían evitar toda imitación servil de otros en las obras que sean de consejo y que hayan de proceder de nuestro don espontáneo. Las prácticas de los demás nunca deben llegar a ser para nosotros una especie de ley que estemos obligados a tratar de observar con miedo. Ése es el secreto del naufragio de muchas vocaciones”.

“No es la observación de la obligación lo que nos salva del pecado, sino algo mucho más grande: es el amor”.

*

Thomas Merton
(Tiempos de celebración)

***

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“Un manto, una caricia”, por Magda Bennásar.

Miércoles, 10 de julio de 2019
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Hoy casi todos los términos del seguimiento están devaluados… ¡una pena! Somos muchas personas las que en estas fechas revivimos y renovamos años de entrega. En mi caso, estos días celebro mi entrada en una comunidad, como concreción de un seguimiento radical a Jesús y su misión, hace muchos años. Las sensaciones, los recuerdos, los sentimientos siguen vivos y muy presentes.

Mejor compartirlo desde su Palabra: Las lecturas de estos días nos hablan de un manto, el de Elías sobre Eliseo, y de “dejarlo todo por el Reino” en el NT. Todo habla de… para un@s de radicalidad difícil, para otr@s de Amor incondicional, de fidelidad, no fácil, pero gozosa porque lo que celebramos es que Dios es fiel y esta es la buena noticia.

Ese manto (1Reyes 19,19) lleva días acompañándome. En el contexto bíblico es un gesto simbólico de elección, de unción para la misión, de propiedad personal, no en un sentido posesivo sino de amor. Esa prenda es como una caricia. Simboliza una pertenencia abierta, rica, sagrada para una misión universal.

El manto capacita, empodera para ir a la otra orilla a aprender. Porque cuando sientes ese manto sobre tus hombros lo primero que comprendes es que se te invita a una tarea profética, y esa comunidad profética que te echa el manto, te invita a aprender a canalizar la llamada de Dios a que seas profeta en tu momento histórico, en tu contexto cultural y cultual.

El manto se convierte en ese abrazo de Dios que te empodera para cruzar el desierto, tantas ausencias, y siempre saberte y sentirte amada, elegida, enviada.

Muchos quieren quitarte el manto, pero no lo consiguen, porque por mucho que tiren de él no desaparece, ya que se va convirtiendo en tu propia piel. Alguien muy querido, una religiosa norteamericana con quien trabajé en pastoral universitaria, y que falleció el año pasado- mi homenaje a ella- me dijo una vez “tienes la vocación hasta en la médula de tus huesos”, gracias Kathleen; era un momento difícil, querían arrebatarme el manto: la fuerza y seguridad que me daba la llamada, sus palabras disiparon miedos, dudas sembradas por personas mediocres, ella tenía su manto muy dentro, y su vida marcaba, su manto era hermoso.

Otros quieren darte otro manto, más tal o cual… pero ¡no! el manto es tu propia vida, y no puedes sino mantenerte pegada a ella; lo otro sería morir en vida. Perder tu manto sería perder tu ser, tu tiempo de amar y vivir desde una experiencia única, en un momento histórico único, y sin saber con cuánto tiempo cuentas. Otro homenaje aquí a alguien, un querido amigo sacerdote que también ha fallecido hace dos meses, demasiado joven. John siempre defendió mi manto, defendió y canalizó la energía que el manto me daba. John protegía mi manto porque entendía el suyo, y lo amaba. Difícil creer que ambos, bastante jóvenes, se hayan ido. Pero dejaron una impronta increíble porque llevaban sus mantos con elegancia y sencillez. ¡Gracias!

El manto te cubre, te protege, te envuelve. Está en forma de presencia que acompaña siempre. Está en la noche y en el día. Está dentro y fuera. Es como el aire sin el que no puedes vivir porque impulsa el latido de todo.

Y ¿Cuál es la tarea para la que te capacita esa presencia, ese aliento y caricia? No quiero ser ni ingenua ni optimista. Sí sincera, desde mi perspectiva y con sencillez, abierta al diálogo y al cambio, creo que la respuesta está en colaborar con el nuevo paradigma al que somos abocados.

¿Sus bases? No luchar contra lo que tenemos sino invertir toda la sabiduría y fuerza en crear un nuevo estilo de vida, basado en una nueva historia: la historia de un Dios que echa el manto sobre las personas y sobre el planeta y nos dice “amaos” “convivid”, tenéis la misma vocación, la vocación a la vida, a ser vida, a dar vida.

El tiempo de verano puede ser también tiempo de reflexión en diálogo con la naturaleza. Escucharla para entender sus heridas causadas en gran parte por nuestra generación. Nuestro estilo de vida ha herido la Vida en todo. Las consecuencias las estamos palpando todos, pero sobre todo las sufren los que menos las causaron. Ante esta injusticia el “manto profético” nos suplica que busquemos soluciones reales porque Dios está en la Vida y en los, las y lo que sufre.

Ojalá el manto nos permita danzar con los pies descalzos sobre la hierba de la creación, fresca, recién estrenada, y todos veamos que “es muy bueno”. Su caricia está en todo.

Gracias por echar tu manto sobre mis hombros. ¡Es un honor!

Magda Bennásar Oliver

Fuente Fe Adulta

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“Profesión y vocación”, por José Mª Castillo

Jueves, 7 de marzo de 2019
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índiceDe su blog Teología sin Censura:

Como es bien sabido, en su clásico estudio sobre “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, Max Weber explicó con claridad cómo y por qué la palabra alemana “profesión” (“Beruf”) tiene un importante matiz religioso, en cuanto que nos lleva a la idea de “una misión impuesta por Dios”. O sea, según la mentalidad de Lutero, el más noble contenido de la propia conducta moral consiste en sentir como un deber el cumplimiento (lo más perfecto posible) de la tarea que entraña nuestra tarea profesional en el mundo. En otras palabras, la vocación que Dios le impone a cada cual, en esta vida, consiste en que se comporte como un buen profesional en su trabajo.

Ahora bien, supuesto lo que acabo de indicar, no hay que ser un lince para darse cuenta de que este planteamiento de la ética protestante ha sido más decisivo de lo que imaginamos en el desigual desarrollo económico de Europa. Los datos son bien conocidos. Mientras que los países del Norte de Europa, más influenciados por la “ética protestante”, son países más ricos y más desarrollados, los países del Sur, desde Turquía a Portugal, son más pobres y soportan economías más desiguales y atrasadas.

Sin duda, en la desigualdad que acabo de apuntar, son determinantes otros factores que no viene al caso estar aquí desentrañando. De este asunto se vienen ocupando sociólogos y economistas desde hace más de medio siglo (cf. J. Matthes…). En todo caso – si nos limitamos a lo que ocurre en Europa – es un hecho que, por lo general, los países de mayoría protestante han alcanzado un nivel y un equilibrio económico del que carecemos en los países en los que predomina una religiosidad más tradicional.

Así pues, es indudable que existe una relación profunda y determinante entre “profesión” y “vocación”. No es lo mismo llevar el trabajo y la profesión como una carga pesada para ganarse la vida, que ver en la propia profesión la tarea a la que Dios me llama y en la que veo el destino trascendente de mi vida. En este caso, la tarea profesional se funde con el sentido más profundo de la existencia humana y genera un etilo de sociedad y de convivencia que no se queda encerrada en los templos, sino que está presente (consciente o inconscientemente) en la familia, en el trabajo, en la gestión política, en la vida entera.

Esto supuesto – y tal como se han puesto las cosas en todo cuanto se refiere a la religión – dada la creciente escasez de sacerdotes, ¿no podemos decir que se acerca el momento en el que lo más razonable sería darle un giro nuevo a la organización y gestión de la Iglesia? Quiero decir: ¿no es ya hora de pensar en serio que, en la Iglesia, clérigos y laicos tenemos todos que pensar y vivir nuestra pertenencia a la Iglesia de otra manera?

Quiero decir lo siguiente: cuando Jesús llamó a los primeros apóstoles, no fundó un “oficio”, una “profesión, una “carrera” en la que la “vocación” era una “profesión” para ganarse la vida. Aquellos hombres eran los responsables en las primeras comunidades. Pero no eran funcionarios profesionales. San Pablo vivía de su trabajo, que era duro y le dejaba huella en las manos (Hech 20, 33-34). Y los pescadores a los que llamó Jesús, siguieron pescando y bregando noches enteras, como lo habían hecho toda su vida (Jn 21, 1-10). Incluso sabemos que, en el movimiento cristiano primitivo, encontramos muchas mujeres que fueron muy activas en todos los ministerios y responsabilidades eclesiales (R. Aguirre).

Es evidente, por tanto, que la “profesión” y la “vocación” se fundían, en la Iglesia naciente, en su actividad, sus reuniones, su apostolado. Y conste que este estado de cosas es el original y el que duró hasta el siglo tercero. No es una cuestión de fe que la Iglesia tenga que seguir siendo gestionada, dirigida y sometida sólo al “clero”. Ni el “clero” tiene por qué seguir siendo una “profesión” que acumula poderes y privilegios. La Iglesia es la comunidad de los “seguidores de Jesús”, que puede y debe organizarse y gestionarse en fidelidad al Evangelio, no en sometimiento a un clero que acumula poderes, dignidades y dinero.

La Iglesia somos todos. Y en todos los creyentes en Jesús, “profesión” y “vocación” se funden en una tarea que es común a todos, en comunión con los Apóstoles y sus sucesores, presididos por el Papa. ¿No tendrían que tener todo esto muy en cuenta los presidentes de las Conferencias Episcopales ahora, cuando se reúnen con el Obispo de Roma, para limpiar y renovar esta Iglesia a la que tanto debemos por tantos motivos?

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Vivir una vida espiritual

Lunes, 9 de julio de 2018
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Vivir una vida espiritual significa llevar todo mi ser a la morada que le pertenece. Mi tarea espiritual verdadera consiste en dejarme ser amado, plena y completamente y creer que en este amor llegaré al cumplimiento de mi vocación. Sigo intentando llevar mi ser errante, inquieto y ansioso a su hogar para que pueda descansar en el abrazo del Amor”.

*

Henri NOUWEN,
Diario del último año de su vida

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Vocación bella y terrible…

Lunes, 11 de junio de 2018
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Dedicado a nuestros hermanos y hermanas en el presbiterado. Del blog de Amigos de Thomas Merton:

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“¡Cuán bella y cuán terrible es a un tiempo la vocación sacerdotal! Un hombre, débil como cualquier otro, imperfecto como cualquiera, tal vez con menos dotes que muchos de aquellos a quienes es enviado, tal vez menos inclinado a la virtud que muchos de ellos, se encuentra dividido sin posibilidad de escape entre la misericordia infinita de Cristo y el casi infinito espanto del pecado del hombre. No puede evitar que en el fondo de su corazón sienta algo de la compasión de Cristo por los pecadores, algo del aborrecimiento del Eterno Padre al pecado, algo del amor inexpresable que lleva al Espíritu de Dios a consumir el pecado en el fuego del sacrificio. Al mismo tiempo puede sentir en sí mismo todos los conflictos de la debilidad, la irresolución y el temor humanos, la angustia de la incertidumbre, el desamparo y el miedo, el fuego ineludible de la pasión. Todo lo que él aborrece en sí mismo se le vuelve más aborrecible a causa de su infinita unión con Cristo. Pero también a causa de su misma vocación él está obligado a encarnar con resolución la realidad del pecado en sí mismo y en otros. Está obligado por vocación a luchar contra ese enemigo. No puede eludir el combate. Un combate que él por sí solo nunca podrá ganar: tiene que dejar que Cristo luche contra el enemigo en él; debe luchar en el terreno escogido por Cristo y no por él. Ese terreno son la cumbre del Calvario y la Cruz. Pues, para decirlo de una vez, el sacerdote no tiene sentido en el mundo sino es para perpetuar en éste el sacrificio de la Cruz y para morir con Cristo en la Cruz por amor de aquellos a quienes Dios quiere que el sacerdote salve” (1956).

*

Thomas Merton
sobre el sacerdocio, en Los hombres no son islas
(Capítulo VIII, La vocación, páginas 133-135).

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Vocación

Viernes, 23 de febrero de 2018
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Del blog Nova Bella:

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“Se trata justamente de vocación, de llamada: soledad y silencio son una forma de hacer vacío para permitir que advenga otro inesperado en el seno mismo del reino de nadie, que emerja una palabra inaudita, que se levante un soplo vivo en el hueco de la ausencia.”

*

Sylvie Germain

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Merton y su último verano 1. “Aggiornamento”.

Martes, 25 de julio de 2017
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“3 de julio de 1968

(Anochecer). Por la mañana salí de casa temprano y terminé de cortar y podar los pinos jóvenes que seguían doblados desde las grandes ventiscas del pasado invierno. El límite de arbustos de mi jardincito, en dirección al bosque, está ahora relativamente despejado (¡aunque sigue apareciendo algún que otro zumaque a lo largo de la línea vallada!). Este trabajo ha hecho que mi espalda se haya resentido de nuevo. Así pues, he de tener cuidado. Por la tarde, llegué hasta el límite más lejano del campo de haba de soja en la granja de Linton y, mientras meditaba (Hatha y Yoga Vasishta), me quité la camisa para tomar el sol en cuello y espalda. Una tarde tranquila y provechosa ¡Dios sabe lo mucho que lo necesito! ¡Cuánto tiempo y energía he malgastado en los tres últimos años haciendo cosas que no tienen nada que ver con mis metas reales y que únicamente han servido para frustrarme y confundirme…! Es un verdadero milagro que no haya perdido mi vocación a la soledad con tantas bagatelas y evasiones.

Una cosa está perfectamente clara: no todo lo que pasa por aggiornamento es necesariamente bueno y saludable. Hemos de seguir siendo muy críticos e independientes frente a todas las ideas. Sacar las propias conclusiones partiendo de la experiencia personal directa y sincera. En mi opinión, tanto los conservadores como los progresistas abundan en el mismo tipo de intolerancia, arrogancia y actitud casquivana, y unos y otros están dominados por diferentes tipos de conformismo: en ambos casos, el pavor de sentirse excluidos del propio grupo de referencia. Personalmente, tengo que recorrer mi propio camino en términos de necesidades que para mí son fundamentales: necesidad de vivir una vida de oración, necesidad de autoliberarme de mis propios «cuidados» y
necesidad «única» de una auténtica soledad (y no solamente privacidad) monástica; y necesidad también de alcanzar una comprensión real y utilizar algunas de las intuiciones asiáticas en materia religiosa.”

*

Thomas Merton.
Diarios. (1960-1968)

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“Sí, soy homosexual, y vivo mi llamada al sacerdocio desde la castidad acogida con alegría”

Domingo, 9 de julio de 2017
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estu_560x280¿Qué significa eso de que “Sí, soy homosexual”… ” pero no considero la homosexualidad una tendencia profundamente arraigada pues, afortunadamente, no domina toda mi vida.” ???

Alfonso Ruiz de Arcaute estudia Teología en la Facultad de Vitoria

Carta al Papa de Alfonso Ruiz de Arcaute, vetado por Elizalde para el sacerdocio

“La orientación sexual es la que es. La vida, la vocación y el compromiso también es el que es”

(Jesús Bastante).- Alfonso Ruiz de Arcaute vive en Vitoria, acaba de cumplir 50 años y preside la celebración de la palabra en su comunidad de Santa Teresa de Jesús. Con 14 años, sufrió abusos por parte de un religioso. Lejos de perder la fe, continúo participando en la vida parroquial. Desde hace unos años, siente con fuerza la llamada al sacerdocio.

Así se lo contó a su obispo, Juan Carlos Elizalde, a quien “le conté los abusos sufridos, la experiencia en la Orden de Predicadores, mi trabajo pastoral posterior, mi etapa de pareja con un chico hace ya bastantes años, y mi compromiso eclesial actual en la parroquia y en el estudio de la teología”. De hecho, estudió hace años en San Esteban (de los dominicos en Salamanca), y ahora concluye Teología en la Facultad de Vitoria.

El obispo, sin embargo, “ve inviable el camino hacia el sacerdocio” por su tendencia homosexual, pese a que “llevo varios años viviendo desde la castidad acogida con alegría al poner en mi compromiso eclesial el centro de mi vida”.

comunidad-de-santa-teresa-en-vitoriaUn aparente callejón sin salida (Elizalde sólo le ofrecía que, si lo tenía tan claro, buscara un obispo que le ordenase), para el que Alfonso propuso una solución: escribir una carta al Papa Francisco, contando su desgarradora -y esperanzadora- historia. El obispo se comprometió a entregar en mano a Bergoglio. Semanas después, se le ha solicitado que vuelva a enviarla, por otro conducto.

“Sí, yo soy homosexual y cada día doy gracias a Dios por haberme creado tal como soy, con todas mis virtudes y todos mis defectos, con mi personalidad entera. Pero no considero la homosexualidad una tendencia profundamente arraigada pues, afortunadamente, no domina toda mi vida”, explica

Alfonso pide al Papa que acepte su vocación, pues “de esta forma se evitaría también la circunstancia tan injusta de que aquel que en su día abusó sexualmente de mí pueda seguir ejerciendo su sacerdocio mientras que yo, víctima de la situación, veo negado el acceso”.

Ésta es su carta al Papa Francisco:

Padre Francisco: jamás imaginé que iba a encontrarme escribiendo una carta al Papa. Mi nombre es Alfonso, tengo cuarenta y nueve años y vivo en Vitoria-Gasteiz, una pequeña ciudad en el norte de España donde siempre he desarrollado mi vida como agente de pastoral en ambiente parroquial.

Desde pequeño he participado en diversos grupos. Desgraciadamente a partir de los 14 años sufrí abusos por parte de un religioso de la parroquia. Sin embargo esto no me alejó de la comunidad sino que seguí participando en la vida parroquial hasta que decidí probar la vida religiosa con veinte años.

Aquello no fructificó pero seguí colaborando cada vez más activamente en la vida parroquial. Ahora mi trabajo pastoral se desarrolla en la Comunidad Parroquial Santa Teresa de Jesús, donde desarrollo diversos ministerios, incluido la presidencia de la celebración de la Palabra. Además participo activamente en la animación y planificación de toda la vida parroquial en comunión con Tasio, nuestro párroco.

El trabajo pastoral y el contacto directo y continuado con la comunidad ha hecho que a lo largo de estos dos últimos años haya vuelto a surgir de manera muy fuerte la llamada al sacerdocio. La oración, la búsqueda junto a personas muy significativas en mi vida, tanto seglares, como religiosos o sacerdotes, y el impulso y ánimo de una comunidad que desea y alienta mi compromiso eclesial, me ha llevado a pedir a mi obispo la admisión al seminario con vistas a la ordenación sacerdotal.

Con mi edad y trayectoria vital, consideré oportuno que el obispo conociera toda mi vida y circunstancias, con mayor razón todavía al ser recién nombrado y llegado a la diócesis. Por eso, con toda sinceridad, le conté los abusos sufridos, la experiencia en la Orden de Predicadores, mi trabajo pastoral posterior, mi etapa de pareja con un chico hace ya bastantes años, y mi compromiso eclesial actual en la parroquia y en el estudio de la teología.

Desgraciadamente, basándose en la instrucción del año 2005 sobre la admisión a las Órdenes Sagradas de las personas homosexuales, mi obispo ve inviable el camino hacia el sacerdocio. Yo, desde la lectura atenta del documento me hago varias preguntas que hoy quiero compartir con usted, Padre Francisco, para buscar luz en la respuesta a la llamada que cada vez siento con mayor fuerza.

El citado documento prohíbe la acogida a las Órdenes a aquellos que practiquen la homosexualidad. Creo que es algo evidente, igual que a aquellos que practiquen la heterosexualidad pues al sacerdote se le pide una vida entregada desde el celibato. Personalmente llevo varios años viviendo desde la castidad acogida con alegría al poner en mi compromiso eclesial el centro de mi vida.

De igual manera se prohíbe la acogida a aquellas personas que presentan una tendencia homosexual profundamente arraigada. Sinceramente creo que quien presente una tendencia heterosexual profundamente arraigada tampoco debería ser acogido al sacerdocio. Sí, yo soy homosexual y cada día doy gracias a Dios por haberme creado tal como soy, con todas mis virtudes y todos mis defectos, con mi personalidad entera. Pero no considero la homosexualidad una tendencia profundamente arraigada pues, afortunadamente, no domina toda mi vida.

Finalmente, también prohíbe la acogida a aquellas personas que defienden la cultura gay. Si por defender la cultura gay se entiende defender a los que sufren porque se ven marginados, atacados incluso físicamente o rechazados social, eclesial o familiarmente, sí me pongo a su lado, como al lado de los marginados de cualquier condición.

Y por todo ello, Juan Carlos, nuestro obispo, considera que no puedo ser admitido al sacerdocio. Sin embargo, humildemente, creo que se centra en la letra de la ley y no en su espíritu: se ha de exigir una madurez afectiva suficiente. Creo que el no esconderme y ser siempre sincero me ha ayudado a alcanzar esta madurez. Me gustaría que mi obispo hubiera consultado con aquellas personas que me conocen, aquellas con quien comparto mi vida académica en la facultad de teología, aquellos con los que he compartido fe y vida en la Orden de Predicadores o con las que comparto ilusiones y decepciones, alegrías y tristezas, preocupaciones, labor pastoral y sobre todo oración y celebración de la fe en mi comunidad. Quizá puedan dar cuenta de mi madurez afectiva y de mi vocación sacerdotal.

De esta forma se evitaría también la circunstancia tan injusta de que aquel que en su día abusó sexualmente de mí pueda seguir ejerciendo su sacerdocio mientras que yo, víctima de la situación, veo negado el acceso.

Por eso me atrevo, Padre Francisco, a pedirle mirar con ojos de misericordia y desde el discernimiento personal y no únicamente desde la legislación, cambiante por otra parte, las vocaciones sacerdotales y la mía en concreto. La orientación sexual es la que es. La vida, la vocación y el compromiso también es el que es. Ojalá el sábado no siga cerrando los caminos del hombre.

Daniel Ricardo, un joven preuniversitario venezolano que habitualmente confronta su vida de fe conmigo me escribía el otro día: “tu caso me recuerda a Fray Martín de Porres. En el seminario no le querían porque era negrito y eran racistas y le costó mucho que le admitieran. Pero mira ahora, él es santo y hemos logrado acabar con el racismo”. Esta frase ha sido uno de los mayores alientos para atreverme a escribirle.

Me he alargado mucho más de lo que era mi intención. Le agradezco profundamente el tiempo que me ha dedicado, pero le agradezco todavía mucho más el nuevo impulso e ilusión que está generando en nuestra Iglesia.

Desde el primer día que nos lo pidió en el balcón de San Pedro le he hecho caso y he rezado por usted y lo seguiré haciendo. Ahora, con emoción, le pido que rece también usted por mi.

En Jesús, nuestro hermano mayor, el Señor del sábado, un abrazo fraterno

N. de la R.: este escrito fue entregado en mano, hace unos meses, por el obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde, al Papa Francisco. Hace unas semanas, se pidió al autor que lo hiciera llegar directamente al Pontífice.

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Fuente Religión Digital

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La paradoja de la compasión

Martes, 16 de mayo de 2017
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Tenemos una vocación que no ha de verse turbada por el tumulto y los estragos de la gran fábrica de ilusiones.

Debemos sufrir de manera natural y, en alguna medida, sentirnos perdidos en la tempestad, pues no podemos quedar tranquilamente fuera de ella. Sin embargo, estamos dentro de ella por causa de Aquel que mora en nosotros. Pero, precisamente, en El y por El nos vemos profundamente concernidos por la compasión: una compasión que, no obstante, es inútil sin libertad.

Estoy seguro de que nuestro deseo de comprender esta paradoja y vivir en fidelidad a ella es el mejor indicio de que podemos contar con la gracia necesaria para hacerlo.

Pero nada de ello vendrá de nuestro yo (exterior).”

*

Thomas Merton

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¿Vocación? ¡Discípula!

Martes, 9 de mayo de 2017
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Bilbao.

ECLESALIA, 01/05/17.- Aunque sigas mirando al sepulcro que te tiene atrapada, yo te llamo. Te elijo de nuevo y te empodero para que prediques la Buena Nueva.

Tendrás muchas, muchísimas dificultades, hoy y dentro de veinte siglos, pero tú no te calles, sigue anunciando el Evangelio. Confío en ti como el primer día.

Y hoy, el primer día de la semana, de la nueva creación, te llamo por tu nombre, en el jardín, como cuando todo empezó, y sólo tú estabas ahí, sola, llorando, desfondada.

Así llamé a Abrán y Sara para que salieran del sistema patriarcal que les atrapaba. También a Moisés y Miriam, les pedí que salieran de su vida organizada y tranquila para que utilizaran sus dones y talentos recibidos para liderar a la comunidad en un largo y penoso proceso de maduración. Tuvieron, como vosotras, que encarar sus múltiples sombras, disfrazadas  de “necesidades de ser necesitados”… para ser capaces de seguir la Promesa, la Luz.

La llamada personal a profetisas y profetas para que desbancaran el “ego” de personajes que se creían defender los derechos del pueblo utilizando la excusa de la guerra, la opresión, la religión para hacerse más fuertes, como hoy. Tarea de profetas, sólo posible, desde una experiencia de amistad y relación amorosa con el Dios que llama y envía.

En todas y todos ellos ibas viniendo tú, la discípula amada, la de las manos de partera y de panadera, capaz de ayudar a nacer y de alimentar esas comunidades incipientes que también hoy se forman cuando sobre todo discípulas, en mi nombre, libres de instituciones, dineros, papeleos… acercan mi presencia a sus vidas, con el don de la predicación que les he regalado.

Porque fuiste tú, discípula amada, la que fuiste convocada en el sepulcro, para que presenciaras la Vida y se la comunicaras a los hermanos escondidos y atrapados en sus cuevas ensombrecidas de traición, negación, abandono y miedo, mucho miedo a perder poder, protagonismo, bienes…

Ibas viniendo tú en la discípula elegida para anunciar la Resurrección. Y a pesar de que la historia se ha esforzado en mantenerte entre partos y panaderías, yo, el Resucitado, te sigo llamando por tu nombre.

A través de la Ruah, te levanto de tu tumba y tristeza y te encomiendo, de nuevo, la tarea de decirles que estoy Vivo y que mi proyecto es de Vida y de Comunidad de Iguales en toda la Creación, respetando la tierra y respetando a los más desfavorecidos, pero sobre todo respetando mi llamada a que fueran las mujeres las primeras enviadas a anunciar la Vida, y desde ellas los demás, no al revés (hoy da miedo decirlo, y resulta que es Evangelio puro, que a fuerza de torcerlo nos parece casi pecado).

Tendrás que enfrentar tu propio ego que querrá defenderse cuando los egos de los que se sienten especiales sientan amenazado su poderío. Pero tú no desfallezcas. La Ruah del Resucitado te levantará llamándote por tu nombre, día tras día.

El nombre que quisieran borrar de las páginas sagradas. Pero está ahí, recién pronunciado de nuevo en el corazón de personas que están atentas. Y es ese susurro en el hondón del alma lo que les pone en camino.

Esa llamada se hace efectiva cuando al transmitirla levanta a otras personas de sus tumbas y también se ponen en camino (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Es el camino de la comunidad de iguales. Quienes lo intentamos sabemos que si dejamos que sea su voz quien nos dirige, convoca, empodera, tenemos la Vida y en ella la respuesta al mal de la humanidad.

¿Cómo me atrevo? Porque cuando te llaman por tu nombre te cambian el corazón egoísta en corazón y pies y labios de discípula.

Feliz Tiempo Pascual.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

 

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“El futuro de la Iglesia”, por José Mª Castillo

Sábado, 4 de febrero de 2017
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sacerdote02De su blog Teología sin Censura:

Tal como se han puesto las cosas, en el momento que vivimos, el futuro de la Iglesia da que pensar. Porque produce la impresión de que la Iglesia, tal como está organizada y tal como funciona, tiene cada día menos presencia en la sociedad, menos influjo en la vida de la gente y, por tanto, un futuro bastante problemático y demasiado incierto.

Cada día hay menos sacerdotes, cada semana nos enteramos de conventos que se cierran para convertirlos en hoteles, residencias o monumentos medio arruinados. El descenso creciente en las prácticas sacramentales es alarmante. Más de la mitad de las parroquias católicas de todo el mundo no tienen párroco o lo tienen nominalmente, pero no de hecho.

Hace pocos días, el papa Francisco decía en una entrevista: “El clericalismo es el peor mal de la Iglesia, que el pastor se vuelva un funcionario”. Y es verdad que hay curas, que se metieron en un seminario o se fueron a un convento, porque no querían pasarse la vida siendo unos “nadies” que no pintan nada en la vida. Esto sucede así, más de lo que imaginamos.

Pero, aunque se trate de personas generosas y decentes, ¿cómo no van a terminar siendo meros “funcionarios” unos individuos, que, para cumplir con sus obligaciones, tienen que ir de un lado para otro, siempre de prisa, sin poder atender sosegadamente a nadie? Y conste que me limito a recordar sólo esta causa de que en la Iglesia haya tantos “clérigos funcionarios”. No quiero ahondar en la raíz profunda del problema, que no es otra que la cantidad de individuos que se hacen curas porque, en el fondo, lo que quieren es tener un nivel de vida, una dignidad o una categoría, que no se corresponden ni con el proyecto de vida que nos presenta el Evangelio, ni con lo que de ellos espera y necesita la Iglesia.

Además – y esto es lo más importante -, ¿es la Iglesia una mera empresa de “servicios religiosos”? ¿cómo puede ser eso la Iglesia, si es que pretende mantener vivo el recuerdo de Jesús de Nazaret, que fue asesinado por los hombres del sacerdocio y del templo, los más estrictos representantes de los “servicios religiosos”?

Ya sé que estas preguntas nos enfrentan a un problema, que la teología cristiana no tiene resuelto. Pero hay cosas, que la Iglesia tuvo muy claras, en tiempos ya lejanos, y que hoy nos vendría muy bien recuperar. Me refiero en concreto a dos asuntos capitales: la “vocación” al ministerio pastoral y la “perpetuidad” de dicho ministerio.

La vocación. Se entiende por “vocación” un “llamamiento”, una llamada. Por eso decimos que se va al seminario o entra en el noviciado el que se siente “llamado” para eso. Pero llamado, ¿por quién? Desde hace siglos, se viene diciendo que el obispo “ordena de sacerdote” al que es “llamado por Dios”. Pero es claro que a cualquiera se le ocurre preguntarse: ¿y por qué será que ahora a Dios se le ocurre llamar a menos gente precisamente en los países más necesitados de buenos párrocos, teólogos, etc? No. Eso de que la vocación es la llamada de Dios, eso no hay quien se lo crea en estos tiempos. ¿Entonces…?

El mejor historiador de la teología de la Iglesia, Y. Congar, publicó en 1966 un memorable estudio (“Rev.Sc.Phil. ey Théol. 50, 169-197) documentado hasta el último detalle, en el que quedó demostrado que la Iglesia, desde sus orígenes hasta el s. XIII, no ordenaba (de sacerdote o de obispo) al que quería ser ordenado y alcanzar la dignidad que eso lleva consigo, sino al que no quería. La vocación no se veía como un llamamiento de Dios, sino de la comunidad cristiana, que era la que elegía y designaba al que la asamblea consideraba como el más capacitado para el cargo. Es lo que se venía haciendo en las primeras “iglesias” ya desde la misión de Pablo y Bernabé, que elegían “votando a mano alzada” (“cheirotonésantes”) (Hech 14, 23) a los ministros de cada comunidad.

¿No ha llegado todavía la hora de ir modificando la actual legislación canónica, para recuperar las sorprendentes intuiciones organizativas que vivió la Iglesia en sus orígenes?

La perpetuidad. Desde la tardía Edad Media, se viene repitiendo en teología que el sacramento del orden “imprime carácter”, un “signo espiritual e indeleble”, que marca al sujeto para siempre (Trendo, ses. VII, can. 9. DH 1609). El concilio no pretendió, en este caso, definir una “doctrina o dogma de fe”. Porque el tema del “carácter” fue introducido en teología por los escolásticos del s. XII. Y, en definitiva, lo único que se veía como seguro es que hay tres sacramentos, bautismo, confirmación y orden, que solo se pueden administrar una vez en la vida, es decir, son irrepetibles, como indica el citado canon de Trento.

Lo importante aquí está en saber que, durante el primer milenio, la Iglesia enseñó y practicó de manera insistente lo que repitieron y exigieron los concilios y sínodos de toda Europa. A saber: los clérigos, incluidos los obispos, que cometían determinadas faltas o escándalos (que detallaban los concilios), eran expulsados del clero, se les privaba del ministerio, perdían los poderes que les había conferido la ordenación sacerdotal y, en consecuencia, quedaban reducidos a la condición de laicos.

Este criterio se repitió tantas veces, durante más de diez siglos, que la Iglesia se comportaba, en aquellos tiempos, como cualquier otra institución que se propone ser ejemplar. Los responsables, que no son ejemplares, no son trasladados a otra ciudad o se les encierra en un convento. Se les pone de patas en la calle. Y que se busquen la vida, como cualquier otro funcionario, que no cumple con sus obligaciones.

Si la Iglesia quiere en serio acabar con los clérigos funcionarios y con los clérigos escandalosos no puede depender de los jueces y tribunales civiles. Tiene que ser la misma Iglesia la que les quite la llamada “dignidad sacerdotal” a los “trepas”, a los “vividores”, a los “aprovechados”, que se sirven de la fe en Dios, del recuerdo de Jesús y su Evangelio, para disfrutar de un respeto o de una dignidad que, en realidad, ni tienen, ni merecen.

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Tú eres como manantial de donde brota el río… Salmo 139

Sábado, 23 de julio de 2016
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Del blog del  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa:

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Señor, tú me llegas hasta el fondo y me conoces por dentro.
Lo sé: me conoces cuando no paro o cuando no sé qué hacer.
Mis ilusiones y mis deseos los entiendes como si fueran tuyos.
En mi camino has puesto tu huella,
en mi descanso te has sentado a mi lado,
todos mis proyectos los has tocado palmo a palmo.
Tú oyes lo profundo de mi ser en el silencio,
cuando aún no tiene palabras para abrirse a ti.

Es increíble: me tienes agarrada totalmente.
Me cubres con tu palma y me siento tuya.
Como grano de arena en el desierto,
como gota de agua perdida en el mar,
así me encuentro ante ti.
Me digo y no sé responderme: ¿a dónde iré
que no sienta el calor de tu aliento?
¿ A dónde escaparé que no me encuentre con tu mirada?

Cuando escalo mi vida y lucho por superarme, allí estás tú.
Cuando me canso en el camino y me siento barro,
allí perdida en mi dolor, te encuentro a ti.
Cuando mis alas se hacen libertad sin fronteras
y toco el despertar de algo nuevo;
cuando surco los mares de mis sueños
y pierdo la arena pegadiza de mis playas,
allí está tu mano, y tus ojos, y tu boca…
allí, como Amigo fiel, de nuevo estas tú.

Si digo cansada: que la tiniebla me cubra,
si digo desalentada: que el día se haga noche sobre mí;
ni a tiniebla, Señor, es oscura para ti,
y la noche, Señor, es clara como el día.

Tú eres como manantial de donde brota el río,
como raíz donde arranca el árbol.
Tu vida se ha hecho vida en mis entrañas,
me has creado por amor y quieres que viva en plenitud.
Soy tuya: sólo tu amor da respuesta a mi sed.
Ese amor con el que me tejiste en el seno de mi madre
y desde el que me llamas a crecer y ser feliz.

Dios mío, tú me sondeas y me conoces,
comprendes como nadie mis sentimientos.
Que te sienta cerca en el camino de la vida.
Quiero desde lo hondo de mi ser vivir para ti.

*

(Autor/a desconocido/a)

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El Espíritu y mi vocación

Viernes, 27 de mayo de 2016
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pentecostes-2016Hoy, un día más en mi vida, traigo este texto que refleja muy bien qué siento hoy, mirando hacia atrás,  al reflexionar en la llamada que hace ya tantos años me hizo Jesús… Hoy sigo queriendo ser fiel a “este amor primero” al que hace tan poco le he dado un SI definitivo…

Comparto contigo, si te animas a leer esto, que no concibo mi historia personal, más precisamente mi historia vocacional, sin la presencia insistente del Espíritu.

Cuando con 21 años me doy cuenta de que mi vida empieza a tomar un camino que para nada es el que yo deseaba, pongo todo mi empeño en volver los pasos hacia la senda que yo prefería. De una manera casi inconsciente se me estaba colando en la cabeza y, ¡peor aún!, grabando en las entrañas la posibilidad de ser monja en el monasterio de Suesa.

¿Quién quiere ser monja? Ciertamente muy muy muy muy pocas personas. Yo no quería serlo, desde luego. Ya sabía lo que quería ser, ya estaba dando pasos en esa dirección, ¿a qué santo surgía en mí esa posibilidad con una fuerza que no lograba dominar?

Fueron meses muy duros, de bastante soledad. Cuando empiezas a sentir una vocación de estas características, cuando alguien te plantea esa posibilidad, muchas veces ni siquiera le abres la puerta, no sea que lo que sospechas sea verdad y la “cosa se líe”.

Pero yo sentía de una manera casi física, el Espíritu de Dios colocado sobre mi hombro izquierdo, susurrándome tozudamente que aquello era lo mejor, que no tuviera miedo, que me atreviera, que, al menos, lo intentara y confiara. La situación era casi absurda, una especie de loro en mi hombro, como el pajarraco de Long John Silver en la novela de Stevenson “La Isla del Tesoro”.

Efectivamente, el Espíritu iba ganando terreno, poco a poco fui asumiendo que aquello que estaba viviendo era más fuerte que yo y que tenía que tomar una decisión. Me atreví, respondí al Espíritu de Dios que sí, que confiaba y me arriesgaba, que no podía continuar siempre con esa duda, con una vida a medio vivir.

Estoy de fiesta, Ruah santa, porque fuiste terriblemente cabezota conmigo y me empujaste con tu fuerza.

En este día de Pentecostés me siento en la obligación de poner en tu corazón la palabra vocación, entrega a Dios, monja. Es posible que no sea la primera vez que resuenan en ti estos términos. Te pido que los dejes bailar en tu interior al ritmo del Espíritu. Venga, ¿por qué no?, ¿por qué no vas a poder tú vivir como vivo yo?

Que sea como Dios quiera.

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La vida que no puede pararse …

Miércoles, 30 de marzo de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

Thomas-Millet-Resurrection

El reino de Dios traspasa el mundo

Lo que quiero deciros,
ya lo sabéis como yo lo sé
pero no lo sabemos bastante ni vosotros ni yo.

Es lo que hace el fondo de nuestra vocación cristiana.

Lo que nos será recordado esta noche,
es que Cristo sobre la cruz nos ha dado su vida,
es que sabremos mejor esta noche que esta vida que él nos ha dado
es una vida que ha atravesado la muerte y la ha vencido,
que es la vida resucitada, que es la vida eterna.

Es que esta vida
es la misma que brota de Cristo para salvarnos
como brota sin cesar para seguir creándonos.

Es que esta vida no se puede parar
y, sumergidos por ella,
tenemos que salvar por ella, en ella, con ella.

Pero ya ves,
cuando el reino de los cielos quiere traspasar el mundo
cuando el amor de Dios quiere buscar a alguien que se perdió,
cuando ese alguien es una multitud,
lo que es mucho más importante,
esto es lo que somos, mucho más de lo que uno es;
cómo se hace, mucho más de lo que hacemos.

Para vivir y seguir al Señor Jesús
en las circunstancias de la gente de hoy
hacen falta las mismas cosas esenciales que en todos los tiempos,
sólo es diferente el choque producido entre estas cosas y el mundo.

Puede ser un comerciante de pescado o farmacéutico o empleado de banco;
puede ser un hermanitoo del padre de Foucauld o hermanita de la Asunción;
puede ser guía o jocista …  cada uno en su sitio …
Pero es un lugar al que no se puede cortar, que es para todos nosotros:
– Servir al Señor en primer lugar como un Dios que lleva el mundo;
– Amar al Señor más que nada como un Dios que ama a los hombres;
– Amar a cada ser humano hasta el final;

– Amar a todos los hombres hasta el final porque el Señor los ama y como Él ama.

Y en este sitio, si no somos ingratos… ni idiotas… acostumbrarnos a esta posibilidad prodigiosa que es la nuestra: creer en el Dios vivo que nos ama y poder amarLe amando a los demás como Él nos ama.

*

Madeleine Delbrêl
(a los jóvenes, en el curso de una vigilia pascual)

MadeleineDelbrel_Au

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Fuente texto: Association des amis de Madeleine Delbrêl
Fuente foto:Thomas Millet – Sans gravité (auto-portraits)

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