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Testimonios no cristianos de la existencia de Jesús de Nazareth.

Viernes, 5 de mayo de 2017
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medio-rostro-de-jesus¿Padeció bajo el poder de Poncio Pilato? De la existencia de Jesús de Nazareth no duda ningún historiador serio. Para el historiador especializado en culturas antiguas Michael Grant, ya fallecido, hay más evidencia de que existió Jesús que la que tenemos de famosos personajes históricos paganos. También James H. Charlesworth escribió: «Jesús sí existió y sabemos más de él que de cualquier palestino judío antes del 70 d.C.». E. P. Sanders en «La figura histórica de Jesús» afirma: «Sabemos mucho sobre Jesús, bastante más que sobre Juan el Bautista, Teudas, Judas el Galileo y otra de las figuras cuyos nombre tenemos de aproximadamente la misma fecha y el mismo lugar». y F.F. Bruce, autor de «¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?», sostiene que «para un historiador imparcial, la historicidad de Cristo es tan axiomática como la historicidad de Julio César».

«La muerte en cruz es el hecho histórico mejor atestiguado de la biografía de Jesús», señala a ABC Santiago Guijarro, catedrático de Nuevo Testamento de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca.

Jesús no fue considerado como significativo por los historiadores de su tiempo. Si aparece en la literatura pagana y judía de la época fue por el empuje de los cristianos que le siguieron. «Ninguno de los historiadores no cristianos se propuso escribir una historia de los comienzos del cristianismo, y por esta razón sólo mencionan los acontecimientos que tenían alguna relevancia para la historia que estaban contando. Sin embargo, el valor de estos datos puntuales es muy grande», explica Guijarro en «El relato pre-marcano de la Pasión y la historia del cristianismo».

El historiador norteamericano John P. Meier relata en «Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico» cómo «cuando en conversaciones con gente de la prensa y el libro (…) ésta fue casi invariablemente la primera pregunta: Pero ¿puede usted probar que existió? Si me es posible reformular una interrogación tan amplia en una más concreta como «¿Hay pruebas extrabíblicas en el siglo I d.C. de la existencia de Jesús? Entonces creo que, gracias a Josefo (Flavio Josefo), la respuesta es sí».

Flavio Josefo (93 d.C.)

El historiador judío romanizado (37 a 110 d.C.) recoge en el texto conocido como «Testimonium flavianum» de su libro «Antigüedades judías (91-94)» una referencia a Jesús que si bien se cree que fue retocada con las frases abajo entre paréntesis, se considera auténtico: «En aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, (si es lícito llamarlo hombre); porque fue autor de hechos asombrosos, maestro de gente que recibe con gusto la verdad. Y atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. (Él era el Mesías) Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los principales de entre nosotros lo condenó a la cruz, los que antes le habían amado, no dejaron de hacerlo. (Porque él se les apareció al tercer día de nuevo vivo: los profestas habían anunciado éste y mil otros hechos maravillosos acerca de él) Y hasta este mismo día la tribu de los cristianos, llamados así a causa de él, no ha desaparecido».

En Ant. 20.9.1. también hace referencia a «Jesús, que es llamado Mesías» al dar cuenta de la condena a Santiago a ser apedreado.

Tácito (116 d.C.)

El historiador romano (56 a 118 d.C) menciona a «Cristo» en sus «Anales» escritos hacia el año 116 d.C. al hablar sobre Nerón y el incendio de Roma en el año 64. Informa de la sospecha que existía de que el propio emperador había ordenado el fuego y recoge cómo «para acallar el rumor, Nerón creó chivos expiatorios y sometió a las torturas más refinadas a aquellos a los que el vulgo llamaba “crestianos”, [un grupo] odiado por sus abominables crímenes. Su nombre proviene de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio, fue ejecutado por el procurador Poncio Pilato. Sofocada momentáneamente, la nociva superstición se extendió de nuevo, no sólo en Judea, la tierra que originó este mal, sino también en la ciudad de Roma, donde convergen y se cultivan fervientemente prácticas horrendas y vergonzosas de todas clases y de todas partes del mundo».

Los historiadores consideran a Flavio Josefo y Tácito como los testimonios primitivos independientes relativos al mismo Jesús más consistentes, aunque también hay otras fuentes que recogen datos sobre los primeros cristianos:

Plinio, el joven (112 d.C.)

Procónsul en Bitinia del 111 al 113 y sobrino de Plinio el Viejo. Se conservan 10 libros de cartas que escribió. En la carta 96 del libro 10 escribe al emperador Trajano para preguntarle qué debía hacer con los cristianos, a los que condenaba si eran denunciados. En ella cita tres veces a Cristo y señala que los cristianos decían que toda su culpa consistía en reunirse un día antes del alba y cantar un himno a Cristo «como a un dios»: «Decidí dejar marcharse a los que negasen haber sido cristianos, cuando repitieron conmigo una fórmula invocando a los dioses e hicieron la ofrenda de vino e incienso a tu imagen, que a este efecto y por orden mía había sido traída al tribunal junto con las imágenes de los dioses, y cuando renegaron de Cristo (Christo male dicere). Otras gentes cuyos nombres me fueron comunicados por delatores dijeron primero que eran cristianos y luego lo negaron. Dijeron que habían dejado de ser cristianos dos o tres años antes, y algunos más de veinte. Todos ellos adoraron tu imagen y las imágenes de los dioses lo mismo que los otros y renegaron de Cristo. Mantenían que la sustancia de su culpa consistía sólo en lo siguiente: haberse reunido regularmente antes de la aurora en un día determinado y haber cantado antifonalmente un himno a Cristo como a un dios. Carmenque Christo quasi deo dicere secum invicem. Hacían voto también no de crímenes, sino de guardarse del robo, la violencia y el adulterio, de no romper ninguna promesa, y de no retener un depósito cuando se lo reclamen».

Trajano contestó a Plinio diciéndole que no buscara a los cristianos, pero que, cuando se les acusara, debían ser castigados a menos que se retractaran.

Suetonio (120 d.C.)

El historiador romano (70-140 d.C.) hace una referencia en su libro «Sobre la vida de los Césares» donde narra las vidas de los doce primeros emperadores romanos. En el libro V se refiere a un tal «Chrestus» al mencionar la expulsión de los judíos de Roma ordenada por el emperador Claudio: «Expulsó de Roma a los judíos que andaban siempre organizando tumultos por instigación de un tal Chrestus».

La mayoría de los historiadores coinciden en que Chrestus es Cristo porque era frecuente que los paganos confundieran Christus y Chrestus y no existe ningún testimonio sobre ningún Chrestus agitador desconocido.

En los Hechos de los Apóstoles se recoge este acontecimiento: «[Áquila y Priscila] acababan de llegar [a Corinto] desde Italia por haber decretado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma».

Luciano (165 d.C.)

El escritor griego Luciano de Samosata satiriza a los cristianos en su obra «La muerte de Peregrino»: «Consideraron a Peregrino un dios, un legislador y le escogieron como patrón…, sólo inferior al hombre de Palestina que fue crucificado por haber introducido esta nueva religión en la vida de los hombres (…) Su primer legislador les convenció de que eran inmortales y que serían todos hermanos si negaban los dioses griegos y daban culto a aquel sofista crucificado, viviendo según sus leyes».

Mara Bar Sarapión (Finales del siglo I)

Existe una carta de Mara Ben Sarapión en sirio a su hijo en la que se refiere así a Jesús, aunque no lo menciona por su nombre: «¿Qué provecho obtuvieron los atenienses al dar muerte a Sócrates, delito que hubieron de pagar con carestías y pestes? ¿O los habitantes de Samos al quemar a Pitágoras, si su país quedó pronto anegado en arena? ¿O los hebreos al ejecutar a su sabio rey, si al poco se vieron despojados de su reino? Un dios de justicia vengó a aquellos tres sabios. Los atenienses murieron de hambre; a los de Samos se los tragó el mar; los hebreos fueron muertos o expulsados de su tierra para vivir dispersos por doquier. Sócrates no murió gracias a Platón; tampoco Pitágoras a causa de la estatua de Era; ni el rey sabio gracias a las nuevas leyes por él promulgadas».

Celso (175 d.C.)

En «Doctrina verdadera» ataca a los cristianos. Aunque no se conserva su libro, sí muchas de sus citas por la refutación que escribió Orígenes unos 70 años después.

«Colgado» en el Talmud

El gran erudito judío Joseph Klausner ya escribió a principios del s.XX que las poquísimas referencias del Talmud a Jesús son de escaso valor histórico. En el tratado Sanhedrin 43a se menciona a «Yeshú»: «Antes pregonó un heraldo. Por tanto, sólo (inmediatamente) antes, pero no más tiempo atrás. En efecto contra esto se enseña: ´En la víspera de la pascua se colgó a Jesús´. Cuarenta días antes había pregonado el heraldo: ´Será apedreado, porque ha practicado la hechicería y ha seducido a Israel, haciéndole apostatar. El que tenga que decir algo en su defensa, venga y dígalo´. Pero como no se alegó nada en su defensa, se le colgó en la víspera de la fiesta de la pascua».

«Muy probablemente el texto talmúdico se limita a reaccionar contra la tradición evangélica», considera John P. Meier en «Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico»

M. Arrizabalaga

ABC

Fuente Fe Adulta

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“Bondad”, por José Arregi

Viernes, 22 de enero de 2016
Comentarios desactivados en “Bondad”, por José Arregi

nube_corazonLeído en su blog:

Así, sin artículo ni preposición ni adjetivo. Todos entendemos lo que quiere decir ‘bondad’: una ‘persona buena’, una actitud, una acción, una palabra ‘buena’ (muy diferente de las ‘buenas palabras’, que son mentira). No hace falta definir el término, pues las definiciones abstraen y estrechan; la bondad es concreta y espaciosa.

La bondad ensancha. La humildad, la ternura, la compasión, la tolerancia, la confianza dilatan el alma, brindan al prójimo amplitud y respiro, abren en él las fuentes del bien, lo hacen libre para lo mejor de sí. La enemistad, el rencor, la venganza, la insensibilidad, la soberbia nos encierran y ahogan, asfixian en el prójimo el aliento vital, el bienestar indispensable para ser bueno. En eso consiste la espiritualidad, con religión o sin religión. La bondad no equivale a conformidad con cánones y leyes; éstas solo valen si ayudan a ser buenos. No hacen falta dogmas ni leyes religiosas para ser buenos. Al contrario, el valor de una religión se mide por su capacidad de crear bondad, una bondad feliz.

Apelar a la bondad en un mundo tan ingobernable y desgobernado puede ser irresponsable o cursi. “Buenismo estúpido y vacío”, dirá alguien. Puede ser. El buenismo es la mentira o el desmentido de la bondad. Pero cuidémonos mucho de advertir contra el buenismo para justificar nuestras pequeñas mezquindades, para defendernos de la bondad creativa y creadora, subversiva. ¿Qué mundo global nuevo podemos construir sin esa bondad como base inspiradora? No lograremos vencer el mal con el mal, aumentando penas, ahogando libertades, cerrando fronteras a los refugiados y abriéndoselas a los flujos financieros, endureciendo el control sobre las personas y aliviándolo sobre el capital, ni disparando haces ardiente de microondas con cañones invisibles a gran distancia para disolver manifestaciones (última novedad americana)… No lo lograremos con nada mientras no nos mueva la bondad.

Vasili Grossman, escritor ruso de origen judío, testigo cercano y relator de tantos horrores, escribió: “Yo no creo en el bien, yo creo en la bondad. Es la bondad de un hombre para con otro hombre, una bondad sin testigos, pequeña, sin grandes teorías. La bondad insensata podríamos llamarla. La bondad de los hombres más allá del bien religioso y social”. Dice ‘bondad insensata’, pero quiere decir: bondad más allá de esa sensatez que habitualmente identificamos con el cálculo del propio interés inmediato. No se trata del ‘bien” en abstracto, sino de la bondad en acto: la bondad de la mirada, la bondad del gesto, la bondad del samaritano, la bondad de la fe en el ‘malo’.

¿Bondad insensata? ¿Existe acaso algo más sensato que esa bondad, algo más transformador de este mundo turbulento, de sus estructuras inicuas y asesinas? La bondad ha de ser inteligente: “Sed astutos como las serpientes y sencillos como las palomas”, dijo Jesús. Pero solo la bondad dispuesta a perder por un bien común mayor puede ser inteligente o sabia. Emplear la inteligencia para dañar es lo más insensato.

En su visita a Cuba, ante Raúl Castro, el papa Francisco reivindicó una “revolución de la misericordia”. Al día siguiente, el editorial de un periódico calificaba estas palabras como “expresión probablemente importante en lo teológico, pero absolutamente inane en política”. ¿Puede ser teológico si no es político? ¿Puede haber auténtica política sin misericordia? ¿No será la bondad lo más razonable también en política? Cuando Jesús hablaba de bondad o de misericordia, no hablaba de algo importante en lo teológico e inane en lo político; hablaba de una revolución política. Y ésta exige estrategias y plazos, de acuerdo, pero la primera condición es la bondad. Revolución y misericordia son inseparables.

Y no lo olvides, solo serás bueno si no ambicionas nada, ni siquiera ser bueno. La bondad no pretende nada. “Obra sin actuar”, diría el Dao De Jing. Sé y obra como el agua, que busca el lugar más bajo. Debes planificar y proyectar objetivos concretos, pero sin aferrarte a la consecución del fruto proyectado. Quien ambiciona metas y logros se encadena, reprime su auténtica libertad, impide que aflore y se realice su ser verdadero, que no es sino la bondad. Solo la bondad sin pretensiones es efectiva, eficiente.

Por eso mismo, la bondad tampoco aspira a ser perfecta. Es inconformista, pero no radical. La radicalidad es apego al yo superficial. La persona buena no necesita ser un héroe, ni poseer un carácter optimista y bondadoso, ni luchar contra todas las injusticias ni resolver todos los problemas ni salvar a todas las personas. “Quien salva a una sola persona, salva a toda la humanidad”, dice la sabiduría del Talmud judío. La persona misericordiosa para con un gusano es misericordiosa para con todo el mundo. Haz lo que puedas, sin mirar al logro, y serás libre y feliz, serás bueno.

Amiga, amigo, te deseo de todo corazón un feliz año bueno.

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