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“Abrirnos a Jesús”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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La escena es conocida. Le presentan a Jesús un sordo que, a consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia. Solo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y vecinos. No puede conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las parábolas de Jesús ni entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.

Jesús lo toma consigo y se concentra en su trabajo sanador. Introduce los dedos en sus oídos y trata de vencer esa resistencia que no le deja escuchar a nadie. Con su saliva humedece aquella lengua paralizada para dar fluidez a su palabra. No es fácil. El sordomudo no colabora, y Jesús hace un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo: «¡Ábrete!».

Aquel hombre sale de su aislamiento y, por vez primera, descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando abiertamente con todos. La gente queda admirada: Jesús lo hace todo bien, como el Creador, «hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

No es casual que los evangelios narren tantas curaciones de ciegos y sordos. Estos relatos son una invitación a dejarse trabajar por Jesús para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y su palabra. Unos discípulos «sordos» a su mensaje serán como «tartamudos» al anunciar el evangelio.

Vivir dentro de la Iglesia con mentalidad «abierta» o «cerrada» puede ser una cuestión de actitud mental o de posición práctica, fruto casi siempre de la propia estructura psicológica o de la formación recibida. Pero, cuando se trata de «abrirse» o «cerrarse» al evangelio, el asunto es de importancia decisiva.

Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, si no captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero entonces no sabremos anunciar la Buena Noticia de Jesús. Deformaremos su mensaje. A muchos se les hará difícil entender nuestro «evangelio». ¿No necesitamos abrirnos a Jesús para dejarnos curar de nuestra sordera?

José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 5 de septiembre de 2021. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 05 de septiembre de 2021

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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“Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: -Effetá (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.”

(Mc 7, 31-37)

La escena que nos presenta el evangelio de hoy es de una gran fuerza. Cuando no podemos oír ni hablar se dificulta enormemente la relación con las demás personas. Basta pensar en lo difícil que resulta comunicarse con alguien que habla una lengua que no conocemos.

Aquí encontramos que le presentan a Jesús una persona sorda y que, además, apenas puede hablar. Pero lo que nos quiere mostrar no es un caso concreto, es, más bien, un icono, un símbolo.

El evangelio nos está presentando el mundo pagano. Aquellas personas que no conocen al Dios de Jesús, que no pueden escuchar Su Palabra. En esta persona sorda están representadas todas las personas que no pueden “oír” la Buena Noticia que trae Jesús.

Y Jesús se acerca, toma aparte esta realidad y “pierde el tiempo” con ella. Le toca. Y ora sobre ella: “mirando al cielo, suspiró y le dijo… -¡Effetá! (Ábrete!) Al oír esta palabra se nota como caen muchos muros internos. Se abren esas puertas blindadas. Y lo que era cerrazón se convierte en espacio.

Todos necesitamos que Jesús pronuncie sobre nuestra mente y sobre nuestro corazón un “¡effetá!” que destruya cualquier obstáculo.

Pero si volvemos al símbolo quizá nuestro mundo pagano de hoy son los países “enriquecidos”. ¡Cuánto necesitamos que se cure la sordera globalizada! Tienen que caer los muros, las alambradas y los puertos cerrados.

No pueden seguir existiendo fronteras que blindan riquezas injustas.

Oración

Grita, Jesús, sobre nuestros países enriquecidos injustamente. Que se caigan las barreras que nos hacen creer que las demás no tienen derecho a una vida como la nuestra. Borra el egoísmo que nos hace sordas al clamor de las empobrecidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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No te quedes en el milagrito, descubre el símbolo.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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El episodio que nos narra hoy Marcos no tiene localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve de Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente.

En el AT, los tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literal­mente el anuncio hecho por los profetas de que, los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán… En realidad nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dicen los textos que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc. y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. Todo es signo del Reino, no el Reino.

Para aquella cultura el hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega, no era un problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar, Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su nombre.

El relato está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y, por lo tanto, no pueden trasmitirlo.

Sordo y mudo en el AT era, simbólicamente, el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que, el que no puede oírla ni proclamarla queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto.

Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias personales. Él dice expresamen­te que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimien­to de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifesta­ción de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver.

Si queremos llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de interpretación del relato.

El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse marginados a pesar de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducirlo en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres sí garantiza la presencia del Reino y puede hacer que el pobre lo descubra.

No podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir una relación con Dios al margen de los demás es ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios aún no ha llegado a nosotros.

El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar el mensaje de Jesús es la clave para descubrir cuál debe ser la trayectoria de mi vida. La postura de cerrarse a la Palabra es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles un poco de esperanza e ilusión.

Jesús dijo en (Jn 10, 9): “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que girando sobre unos goznes puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impide el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave.

No nos salva escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece importante, no es más que un medio para conservar la semilla hasta la primavera siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para germine la semilla. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez, separándose las dos partes para dejar paso al germen.

 

Meditación

La clave de toda vida espiritual es la apertura.
Como una esponja debes dejarte empapar.
Para ello, no tienes más remedio que exprimirte.
Si te vacías de todo lo terreno que hay en ti,
Lo divino que también está en ti, te inundará.
En la medida que te vacíes te llenarás.

 

Lous Evely: nuestros mayores creyeron gracias a los milagros. Nosotros creemos a pesar de ellos.

Rousseau: El apoyo que se quiere dar a la fe con los milagros, es el mayor obstáculo contra ella. Quitad del evangelio los milagros, y toda la tierra quedará a los pies de Jesucristo.

Baruc Spinoza: “Si se admitiese que Dios actúa en contra de las leyes de la naturaleza, sería preciso admitir también que actúa en contra de su propia naturaleza, lo cual sería totalmente absurdo”. 

Voltaire: contar milagros es “transcribir tonterías injuriosas a la divinidad”; creer en ellos es demostrar que uno es un imbécil”.

Considerar el milagro como una excepción de las leyes de la naturaleza resulta anacrónico si se aplica a los milagros de los evangelios. En tiempos de Jesús no se cuestionaba la posibilidad del milagro ni se conocían las leyes -tampoco hoy- de la naturaleza para poder determinar lo que las sobrepasa o las viola.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Los milagros.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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efata1Mc 7, 31-37

«Le presentan un sordo que además hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él…  Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente».

A los creyentes del siglo XXI, los milagros nos desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.

Por una parte, recelamos, porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. Sabemos también que en su época los hechos milagrosos eran muy bien admitidos, y que con ellos se vestía la actividad de los personajes extraordinarios. Y nos preguntamos: ¿Habrán inventado los evangelistas estos relatos, o bien su fama de sanador se remonta al Jesús histórico?

Por otra parte, nuestra mentalidad ilustrada, fruto de la actual cultura cientifista, nos lleva a la conclusión de  que no puede haber milagros. Los milagros repugnan a la razón humana, y son meros vestigios de una época en que se atribuía lo desconocido a poderes ocultos o a la misma divinidad. Ninguna persona culta moderna puede aceptar la posibilidad de los milagros…

Basados en este último razonamiento, los milagros fueron rechazados de plano por los grandes filósofos de la ilustración, como Spinoza, Hume y Voltaire. Más tarde —y esta vez con base en argumentos de naturaleza exegética— teólogos recientes de la categoría de Rudolph Bultmann tomaron también postura en contra de los milagros.

John P. Meier hace un estudio pormenorizado de los milagros, y concluye que, aplicando criterios de historicidad, un especialista ateo puede emitir el mismo juicio que un colega creyente, pero añade que tan injustificada es la postura del creyente de dar un paso más atribuyendo el hecho a la acción de Dios, como la del ateo al afirmar que Dios no ha tenido en él parte alguna.

Joachim Jeremias —quizá la voz más autorizada en esta materia— llega a la siguiente conclusión: «Jesús realizó curaciones que fueron asombrosas para sus contemporáneos. Se trata primariamente de la curación de padecimientos psicógenos, pero se trata también de la curación de leprosos, de paralíticos y de ciegos».

Para no cansar, hoy se admite que los evangelios narran hechos de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastraba multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debió buena parte de su fama. Parece, también, que esta misma fama creó en torno suyo una leyenda que multiplicó sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogieron por igual las tradiciones de hechos sucedidos y las leyendas que nacieron de estos hechos.

Pero quizá lo más importante para nosotros sea el significado de los milagros, y en este punto nos vamos a remitir una vez más a Ruiz de Galarreta: «Jesús cura ante todo porque es compasivo, porque le importa el sufrimiento de la gente. Sus acciones muestran su corazón, y a través de él vemos “los sentimientos de Dios”. Será un aspecto fundamental de nuestra fe: conocer el amor de Dios en el corazón de Jesús».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Sentir el texto y la realidad.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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23ordinarioAl texto de hoy le precede la curación de la hija de la Siro-fenicia. Una mujer potente, no muda, porque no está alienada por el sistema religioso y político judío.

No muda, porque está en contacto con su tripa, con su vida, con su hija. Es el sistema quien propicia demonios que representan la violencia e injusticia de una leyes religiosas que oprimen, sobre todo a la mujer, tanto es así que tenemos niñas, en los evangelios, que no quieren hacerse mujeres. ¿Y en Afganistán, y en África con el tema de la ablación?

¿Qué pasará con nuestras hermanas de Afganistán? Ellas viven algo así como “el horror de ser mujer”. Una dosis de la misma medicina en la cultura del tiempo de Jesús, que perdura en las mentes violentadas por el ansia de poder y de control.

También presente en nuestra tradición católica: a mujeres que querían seguir a Jesús se les imponían unos hábitos donde sólo se les veía un poco de cara, rejas, disciplina férrea, control de obispos y curas y confesores, hoy todavía vigente, más solapado, en algunos países, pero horrible: por ejemplo en India, donde una joven religiosa encuentra en posición comprometida a su superiora con el cura, y la matan, y la echan a un pozo… y siguen rezando.

No está libre nuestra historia. De ahí la fuerza del evangelio de este domingo:

La tartamudez es consecuencia de la sordera. ¿Cómo aprender a hablar si no oye?

“Jesús le separa de la multitud y se lo lleva aparte” y ahí se comunica con él de modo que le pueda comprender: con gestos.

Le mete los dedos en los oídos, y con su saliva le toca la lengua. Es un diálogo intenso, físico y espiritual, fuerte. Jesús le transmite su energía, su deseo de abrirle los oídos para que pueda escuchar la Palabra y sentir su presencia, y así, que su lengua se desate impregnándose de la energía vital de Jesús. Todo básico: sus manos, su saliva, su oración. Toque personal e íntimo, aparte, sin público, en lo recóndito de cualquier esquina de nuestra vida.

De pronto un día nos atrevemos a pedir o alguien nos lleva y Jesús se acerca y nos indica cómo puede abrirse nuestro oído y liberarse nuestra mudez para poder comunicar vida, su Vida.

Los sordos somos los seguidores y discípulos. Si oyéramos, todo sería diferente. La frescura del evangelio tocaría la vida que nos envuelve y oiríamos el clamor del que necesita ser oído, hoy además de tantas personas, hay un gemido que parte el alma, es el de nuestra Tierra. La violación continúa, y esto no se alivia con vacunas. Nosotros sí vamos recibiendo dos y tal vez tres vacunas, pero los pobres y el Planeta…

Si oyéramos los sonidos de la vida en la naturaleza y que de pronto todo se para, se hace el silencio más profundo, el silencio de muerte, ahí nos daríamos cuenta, de la tragedia que está ocurriendo y hablaríamos, y buscaríamos soluciones.

Te invito a sentir el texto. A ir a un rincón apartado y visualizar a Jesús acercándose y metiendo los dedos en nuestra vida, donde está inerte-muerto, donde no queremos que nadie entre y además, nos unta con su saliva para sanar nuestra herida. Todos lo hemos hecho cuando un crío se cae y llora y no tenemos nada más cerca, le ponemos un poco de nuestra saliva, y el niño se calma.

Es la fuerza de ser tocado por la misma esencia de la Palabra. Por la misma saliva que posibilita su comunicación. ¡Ábrete!

Abrirme ¿para qué? para escuchar más desgracias, más dolor, más inmediatez de un final catastrófico planetario, irreversible si no actuamos más y mejor…

No. No en ese orden. Claro que todo eso y mucho más está ahí, pero nos agobia, nos encoge, nos asusta y da rabia.

Reconocerlo es sano. La oferta del evangelio de hoy es ir a un lugar apartado y dejarnos “invadir por su presencia potente y cercana expresada tan gráficamente con sus dedos en mis oídos y su saliva en mi lengua” y dejarme reconstruir: mi modo de escuchar que ya no se consolidará en una tartamudez insegura, medio escondida porque todavía hay maridos y eclesiásticos de los que imponen sus puntos de vista …pero también hay mucha ignorancia manifestada en personas que al no conocer a Jesús nos ridiculizan porque creemos, porque le seguimos, porque luchamos por un cambio de mente, que empieza en el oído.

Hoy, mucha gente que oye mal habla sin parar, porque les es más fácil hablar que oír.

En Jesús se da lo contrario. No hablar si no te han abierto el oído interno. Y si esto ocurre, nuestro hablar tendrá la fuerza del Espíritu.

“El efecto mariposa: un aleteo de una mariposa en Brasil provoca una tormenta en Nueva York”, si se aplica al Evangelio, es fenomenal el cambio que puede producirse.

El susurro de unas palabras creadoras de vida y de bondad en el que escucha, puede producir que cambie la condición de vida de personas y naturaleza, que yo no veré, pero el Espíritu obrará.

Evitar la crítica y fomentar el silencio para recuperar la escucha profunda y de ahí dejar emerger su Vida.

Así lo hace la siro-fenicia, no se calla, no se amedrenta ni ante la persona y autoridad de Jesús. Y ella le cambia el modo de ver.

Esa señora además de valiente y rotunda con lo que quiere, es un modelo de discipulado que clama al cielo ser imitado, en casi todos los estamentos religiosos, políticos y sociales.

Parece que ella le mete los dedos a Jesús. ¡Inaudito!

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Espiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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Abrirse a la vida

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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1ADF58EC-90A5-4B0D-BC61-FDE76B41621FDomingo XXIII del Tiempo Ordinario

5 septiembre 2021

Mc 7, 31-37

De Jesús se dijo que “pasó por la vida haciendo el bien”(Hech 10,38). Defendió siempre a la persona –frente a tiranías de la autoridad, de normas y tradiciones–, apostando por su dignidad. En el encuentro con él, muchas personas se sintieron reconocidas –él sabía mirar al corazón–, liberadas de esclavitudes de todo tipo y animadas a vivir, saliendo de su letargo.

 Por diferentes motivos –algunos de ellos muy arraigados y dolorosos–, a veces vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo, en la capa más superficial de nuestra persona, conformándonos con “ir tirando” en una actitud defensiva, que busca simplemente amainar el malestar. Pero esa misma aparente “protección” se convierte en nuestra tumba.

 La palabra de Jesús ­“Effetá”: ábrete– es una invitación a salir de esa “zona de confort” que pudimos fabricarnos y en la que corremos el riesgo de terminar asfixiados, para abrirnos a la vida en profundidad.

 Necesitamos abrirnos a nuestro mundo interior para poner luz en él. Eso significa mirar, reconocer, nombrar y aceptar todo lo que se mueve en el campo de los sentimientos y las emociones. Implica también abrirnos a reconocer nuestra sombra y abrazarla. Porque solo el encuentro real con todo ello hará posible que vivamos de manera integrada, unificada, armoniosa, serena y creativa.

 Necesitamos abrirnos también a nuestra dimensión profunda (espiritual) donde, más allá de nuestra personalidad, entramos en contacto con nuestra verdadera identidad y nos descubrimos en “casa”. Porque solo cuando nos abrimos y permanecemos en conexión con ese “lugar”, todo se ilumina y se llena de sentido.

 Desde ahí, necesitamos abrirnos a los otros, a quienes ahora veremos de un modo nuevo, como hermanos y hermanas, con quienes, más allá de las diferencias, compartimos la misma identidad. Jesús decía: “Lo que hacéis a cada uno de ellos, me lo estáis haciendo a mí”. Y casi dos siglos antes, el filósofo romano Terencio dejó dicho: “Soy humano y nada de lo humano me es ajeno”.

 Y también desde ahí nos abrimos al mundo entero, a todos los seres, al planeta, desde una actitud de empatía, complicidad y cuidado, es decir de comunión. Porque la apertura genuina no es sino consecuencia de la unidad que somos.

¿Vivo en actitud de apertura? ¿Cómo se manifiesta?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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A veces no queremos escuchar.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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effata-209x300Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. No se trata de montar una tienda de audífonos.

v 32     Aquel hombre sordo y mudo -como muchos de nosotros- estaba encerrado en sí mismo. También nosotros somos sordos (y no sólo físicamente), sino que ni escuchamos ni atendemos a razones.

    Los medios de comunicación nos aturden con su bombardeo de noticias y datos. Información hay mucha, excesiva, formación escasa y escucha, poca.

La sordera –sordo- es la persona enquistada en sí misma que no quiere escuchar ni puede comunicarse.

El pasado domingo leíamos cómo el AT y Jesús nos decían: “Escucha Israel”, atiende a razones. “Escucha Israel” es una oración judía que dispone al ser humano a escuchar en la vida.

    En la tradición profética, la sordera -como la ceguera- son figura de quien no quiere ver ni escuchar (Is 6,9; 42,18; Jer 20-23, etc.)

Sin embargo, el ser humano por naturaleza es el que “está abierto” a todo lo que en la historia le habla. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos, vivir como “espíritus abiertos” en el mundo.

El ser humano por naturaleza es el que “está abierto” (Effatá) a toda palabra que se pronuncia en la historia. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos. (Es la idea central del pensamiento de K. Rahner (Oyente de la Palabra). Somos seres abiertos.

    Hay sorderas que no se curan con audífonos, sino con una actitud de escucha.

Somos -seamos- seres abiertos.

  1. v 33 Jesús separa de la multitud al sordo y hace un rito extraño: le mete los dedos en los oídos y con su saliva le toca la lengua.

    Jesús apartándose un poco de la multitud le dice: vámonos de aquí, que con tanta manifestación, megafonía, televisiones, tertulianos, zapping y fútbol no hay quien pueda oír ni hablar nada; no hay manera de entenderse. Vámonos lejos del mundanal ruido y en silencio nos escucharemos y entenderemos.

    Hay cosas, situaciones, misterios de la vida que únicamente se escuchan y entienden en el silencio de la intimidad con uno mismo y con Dios. Nada hay íntimo como tú mismo, (San Agustín) y en el fondo: Dios.

Por otra parte es un poco extraña la alusión de esta escena de la saliva Jesús cura con su saliva: con su espíritu. La saliva es algo muy personal y significa el espíritu de una persona, en este caso el espíritu de Jesús. Es una escena muy semejante a la curación del ciego de Jericó: Jesús hace barro con su saliva: una nueva creación. (Jn 9). Jesús mirando al cielo -al poder de Dios- suspiró -como Dios creador en el Génesis-, infunde su espíritu a aquel sordo y exclama: Effetá, ábrete.

Es decir, Jesús vuelve a crear un hombre nuevo, abierto.

  1. v 34 Effetá: ábrete. No es la magia del Ábrete, Sésamo.

Prácticamente hemos olvidado o perdidoaquel rito que se hacía en el bautismo en el que se recordaba esta escena y se decía al niño: ¡Ábrete!

No se trata de un rito mágico. Se trata de un abrirse personal. El niño poco a poco se va abriendo a la vida, a la familia, a la convivencia, al idioma, a la cultura, al pueblo, a la fe. (De ahí la importancia de lo que le vamos diciendo, enseñando y transmitiendo al niño, a las nuevas generaciones).

Es sano y bueno vivir abiertos. Somos -seamos- seres abiertos.

Vivir enquistado es signo no solamente de egoísmo, sino de una psicología algo enfermiza. Es sano vivir abierto a los demás, a la cultura, a la teología.

Por ejemplo: ¡Cuántas personas no se abrieron al Vaticano II y otros movimientos eclesiales y culturales! Sufren y hacen sufrir en las familias, en las comunidades religiosas, eclesiales, en las diócesis, etc. Ábrete al modo de pensar y vivir de los demás, a otras tradiciones eclesiales, a otras religiones, culturas incluso a otras ideologías, vivamos abiertos a la historia.

“Yo” no soy ni tengo la verdad. La vida puede ser de muchas maneras y modos diversos y distintos a los míos.

Por otra parte, hemos vivido y estamos viviendo en algunos sectores eclesiásticos y algunas diócesis tiempos de enorme cerrazón teológica, bíblica, litúrgica, moral, que es lo contrario del effatá-ábrete del evangelio. Todavía se cultiva esa situación de trincheras, por ejemplo, en nuestra propia diócesis.

Infunde ánimo y esperanza que el papa Francisco trate de crear una iglesia abierta: mejor es que tengamos un accidente a que nos intoxiquemos con el aire viciado que tenemos dentro. Quiera Dios que esta iglesia deje de oler a alcanfor, cuando no a formol. Las ventanas abiertas (Juan XXIII) nos posibilitan respirar oxígeno puro.

La diferencia entre el modelo eclesial de Francisco respecto de posiciones anteriores y la posición de algunos cardenales y obispos es que Francisco mira hacia adelante, hacia fuera, (las periferias) y lo hace con bondad, mientras que algunos obispos y posiciones anteriores, miran hacia dentro, hacia atrás y hacia lo doctrinario y con violencia, no miran a las personas, a los creyentes.

  1. ¿Eliminemos palabras y cuestiones?

Tampoco es muy sensata la postura de eliminar palabras (preguntas) en la vida. No es muy sensato prescindir en el la familia y en el mundo de la educación las cuestiones sobre el sentido de la vida, sobre la ética, sobre Dios, sobre la enfermedad y la muerte, etc. Hay que escuchar también esas cuestiones e intentar darles una respuesta. Los planes de educación y los mismos padres no humanizan excluyendo y evitando ciertas preguntas y problemas, porque tarde o temprano los problemas saldrán a flote.

    Effetá. Ábrete.

  1. Sed fuertes, no temáis. (Isaías 35,4-7a).

Puede que se cierren puertas y ventanas, puede que no se quieran abrir caminos y recorridos teológicos y culturales, puede que nos toquen vivir tiempos duros en la sociedad y en nuestra propia diócesis. Esto produce mucha frustración y mina los cimientos de la existencia y de la esperanza  Sin embargo: no temáis sed fuertes, hemos escuchado al profeta Isaías. La saliva, el Espíritu de Cristo nos hace seres nuevos y nos abre hacia el horizonte infinito. ¡ábrete y no temas: sé fuerte en la vida!

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“Curar la sordera”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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23-852859-300x235La curación de un sordomudo en la región pagana de Sidón está narrada por Marcos con una intención claramente pedagógica. Es un enfermo muy especial. Ni oye ni habla. Vive encerrado en sí mismo, sin comunicarse con nadie. No se entera de que Jesús está pasando cerca de él. Son otros los que lo llevan hasta el Profeta.

También la actuación de Jesús es especial. No impone sus manos sobre él como le han pedido, sino que lo toma aparte y lo lleva a un lugar retirado de la gente. Allí trabaja intensamente, primero sus oídos y luego su lengua. Quiere que el enfermo sienta su contacto curador. Solo un encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una sordera tan tenaz.

Al parecer, no es suficiente todo aquel esfuerzo. La sordera se resiste. Entonces Jesús acude al Padre, fuente de toda salvación: mirando al cielo, suspira y grita al enfermo una sola palabra: Effetá, es decir, «Ábrete». Esta es la única palabra que pronuncia Jesús en todo el relato. No está dirigida a los oídos del sordo, sino a su corazón.

Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su relato. Conoce bien lo fácil que es vivir sordos a la Palabra de Dios. También hoy hay cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.

Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos de hoy es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.

A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para anunciar su Buena Noticia, va haciendo su propio camino, olvidada con frecuencia de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.

Hay algo paradójico en algunos discursos de la Iglesia. Se dicen grandes verdades, pero no tocan el corazón de las personas. Algo de esto está sucediendo en estos tiempos de crisis. La sociedad no está esperando «doctrina religiosa» de los especialistas, pero escucha con atención una palabra clarividente, inspirada en el Evangelio de Jesús, cuando es pronunciada por una Iglesia sensible al sufrimiento de las víctimas, y que sabe salir instintivamente en su defensa invitando a todos a estar cerca de quienes más ayuda necesitan para vivir con dignidad.

José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 9 se septiembre de 2018. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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¿Es Jesús un mago o el Mesías? Domingo 23. Ciclo B

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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porta23-12Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La dificultad de curar a un sordo

Cuando llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.

            Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.

«Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.  Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!». Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.»

            Conviene advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effatá (se discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.

            Desde el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede un poder curativo. Las otras acciones, el gemido, la palabra en lengua extraña, nos recuerdan al mundo de la magia.

            Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.

La dificultad de curar a un ciego

Si la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha (¡ojalá la Comisión de liturgia realice algún día su revisión!), dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.

            Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.

La sordera y ceguera de los discípulos

            ¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).

            Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.

1ª lectura: Las maravillas de la época mesiánica (Isaías 35,4-7)

            Ha sido elegida por la promesa de que «los oídos de los sordos se abrirán», que se ve realizada en el milagro de Jesús. De hecho, el texto del libro de Isaías se centra en la situación de los judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de verse liberados. Y, aunque se diese esa liberación, tienen miedo de volver a Jerusalén. Se consideran una caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos, mudos, que deben atravesar un desierto ardiente, sin una gota de agua y con guarida de chacales. El profeta los anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción ideal de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros cristianos.

Decid a los pusilánimes: ¡Ánimo, no temáis! Mirad, es vuestro Dios; ya viene la venganza, la revancha de Dios; viene él mismo a salvaros. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo gritará de júbilo, porque en el desierto brotarán corrientes de agua, y torrentes en la estepa; la tierra ardiente se trocará en estanque, el suelo sediento en hontanar de aguas; y el cubil donde yacían los chacales se volverá verdor de cañas y de juncos.

2ª lectura: Un milagro más difícil todavía (Carta de Santiago 2,1-5)

            Aunque sin relación con el evangelio, este texto puede leerse como una visión realista, nada milagrosa, de la época mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado por gente que se considera inútil y débil. Al contrario, está dividido entre personas con anillos de oro, elegantemente vestidas, y pobres con vestidos miserables. Y lo peor es que el presidente de la asamblea concede a los ricos el puesto de honor, mientras relega a segundo plano a los pobres. Como en el fastuoso funeral de Juan Pablo II, con tantas personalidades famosas en primer plano, mientras los fieles cristianos llenaban la plaza y la Via della Conciliazione. El nuevo milagro, la nueva época mesiánica, será cuando los cristianos seamos conscientes de que «Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».

Hermanos míos, no mezcléis con favoritismos la fe de nuestro Señor Jesucristo glorificado. Si entra en vuestra asamblea un hombre con anillo de oro y vestido elegantemente, y entra también un pobre con vestido miserable, y vosotros volvéis vuestra mirada al que viste elegantemente y le decís: «Tú, siéntate aquí, en el puesto de honor», y al pobre: «Tú estate de pie o siéntate aquí, a mis pies», ¿no hacéis así distinción entre vosotros mismos, y no juzgáis con pensamientos perversos? Mis queridos hermanos, escuchad. ¿No ha elegido Dios a los pobres según el mundo para ser ricos en la fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?

 

Reflexión final

Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice de Jesús que «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.

Pero quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.

La segunda lectura, en la situación actual de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen sumirla en un desierto sin futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero el milagro será imposible mientras las personas que tienen mayor responsabilidad en la Iglesia sigan luchando por los primeros puestos, los anillos de oro y los capelos cardenalicios.

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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 09 de septiembre de 2018

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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d-xxiii

“Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

-Effetá (esto es, “ábrete”).

Y al momento se le abrieron los oídos,

se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.”

(Mc 7, 31-37)

La escena que nos presenta el evangelio de hoy es de una gran fuerza. Cuando no podemos oír ni hablar se dificulta enormemente la relación con las demás personas. Basta pensar en lo difícil que resulta comunicarse con alguien que habla una lengua que no conocemos.

Aquí encontramos que le presentan a Jesús una persona sorda y que, además, apenas puede hablar. Pero lo que nos quiere mostrar no es un caso concreto, es, más bien, un icono, un símbolo.

El evangelio nos está presentando el mundo pagano. Aquellas personas que no conocen al Dios de Jesús, que no pueden escuchar Su Palabra. En esta persona sorda están representadas todas las personas que no pueden “oír” la Buena Noticia que trae Jesús.

Y Jesús se acerca, toma aparte esta realidad y “pierde el tiempo” con ella. Le toca. Y ora sobre ella: “mirando al cielo, suspiró y le dijo… -¡Effetá! (Ábrete!) Al oír esta palabra se nota como caen muchos muros internos. Se abren esas puertas blindadas. Y lo que era cerrazón se convierte en espacio.

Todos necesitamos que Jesús pronuncie sobre nuestra mente y sobre nuestro corazón un “¡effetá!” que destruya cualquier obstáculo.

Pero si volvemos al símbolo quizá nuestro mundo pagano de hoy son los países “enriquecidos”. ¡Cuánto necesitamos que se cure la sordera globalizada! Tienen que caer los muros, las alambradas y los puertos cerrados.

No pueden seguir existiendo fronteras que blindan riquezas injustas.

Oración

Grita, Jesús, sobre nuestro países enriquecidos injustamente. Que se caigan las barreras que nos hacen creer que las demás no tienen derecho a una vida como la nuestra. Borra el egoísmo que nos hace sordas al clamor de las empobrecidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Toda la palabra está ya en ti.

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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jesus-curaMc 7, 31-37

El episodio que nos narra hoy Mc no tiene localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve del Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente.

En el AT, los tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literal­mente el anuncio hecho por los profetas de que, los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán… En realidad nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dicen los textos que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc. y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. Todo es signo del Reino, no el Reino.

Para aquella cultura, el hecho de que una persona fuera sorda, o muda o ciega, no era un problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su nombre.

El relato está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y por lo tanto, no pueden trasmitirlo.

Sordo y mudo en el AT, era, simbólicamente, el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que, el que no puede oírla ni proclamarla, queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto.

Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias personales. Él dice expresamen­te que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimien­to de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifesta­ción de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver.

Si queremos llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de interpretación del relato.

El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse excluidos a pesar de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducido en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres sí garantiza la presencia del Reino y puede hacer que el pobre descubra el Reino.

No podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir a Dios al margen de los demás es una ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios aún no ha llegado a nosotros.

El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar es la clave para descubrir cuál debe ser mi trayectoria en la vida. La postura de cerrarse a la Palabra, es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles un poco de esperanza e ilusión.

Jesús dijo en Jn 10, 9: “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que girando sobre unos goznes puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impedir el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave.

No nos salva escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece importante, no es más que un medio para conservar la semilla hasta la primavera siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para germine la semilla. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez, separándose las dos partes para dejar paso al germen.

Meditación-contemplación

La clave de toda vida espiritual es la apertura.
Como una esponja debes dejarte empapar.
Pero para ello, no tienes más remedio que exprimirte.
Si te vacías de todo lo terreno que hay en ti,
Lo divino que también está en ti, te inundará.
En la medida que te vacíes te llenarás.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Abrirse a la verdad.

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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efata1El concepto del ser humano y solitario es realmente una contradicción (Desmond Tutu)

9 de septiembre. Domingo XXIII del TO

Mc 7, 31-37

Levantó la vista al cielo, suspiró y le dijo: Efattá, que significa ábrete (v 34)

Dios está en nuestro interior, pero está lejos cuando el amor no florece en nuestro corazón. Lo ilustra el místico y poeta sufí iraní Al-Hallaj (858-922) de este modo: “Eres tú el que le velas a tu corazón lo íntimo de Su Misterio; y si no fuese por ti, no estaría tu corazón sellado. Pero hoy un Secreto te he mostrado que tanto tiempo en ti estuvo oculto; una Aurora para ti se ha levantado; aunque un poco la entenebreces todavía”.

¡Cuantísima importancia dio Jesús a la Verdad y cuánto apunta con el índice de su mano conminatoriamente a los cerrados! Habría que aplicarles lo que Mateo nos dice en 11, 16-17: “¿Con qué compararé a esa generación? Son como niños sentados en la plaza que gritan a otros:

Hemos tocado la flauta
y no habéis bailado.
Hemos cantado endechas
y no habéis hecho duelo”.

El poeta y dramaturgo irlandés, William Butler Yeats, envuelto en halo de misticismo, dijo: “Podemos hacer que nuestras mentes sean tan semejantes a las aguas que permitan a los seres que se reúnen en torno a nosotros ver, quizás, sus propias imágenes, y así vivir por un momento una vida más clara, tal vez incluso más intensa, gracias a nuestra seriedad”.

Que nuestra existencia se abra a la verdad sin violencias, con serenidad. Y para eso, nada más importante que seguir el consejo de Majjhima Nikaya: “Desarrolla una mente que sea amplia como el espacio, donde tanto las experiencias agradables como las desagradables puedan parecer y desaparecer sin conflicto, sin lucha, sin sufrimiento.

Estar abierto a la verdad es dejar que los demás -todo lo demás- invadan nuestro propio territorio y lo enriquezcan. Con la mente y el modo de pensar de las estrellas, el flotar de las nubes sobre nuestras cabezas, y el agua clara que fluye del nevero en la cúspide de la montaña perdida junto al cielo, de las fuentes con fondo de bruñido espejo.

Cuando me asomo al fondo de las demás cosas y veo la inmensa riqueza que atesoran, me admiro del poder de la vida dando vida, y permitiendo que la vida sueñe y siga permitiendo a la vida seguir siendo dentro y fuera. Quiero encontrarme a mí mismo y encontrar a otros. No quiero ser el señor Duffy, personaje de James Joice, que vivía siempre a cierta distancia de su cuerpo.

Todo lo contrario de lo que proponía Desmond Tutu, Arzobispo Anglicano de Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y Premio Nobel de la Paz en 1984: “El concepto del ser humano y solitario es realmente una contradicción”. Que pueda ser para los demás una luz, un árbol de milagros.

PLEGARIA

Que pueda ser un guardián para los que necesitan protección,
un guía para los que caminan,
un bote, una balsa, un puente para los que desean cruzar un río.

Que pueda ser una luz en la oscuridad,
un lugar de reposo para los que están agotados,
una medicina salvadora para los que están enfermos,
una vasija de abundancia, un árbol de milagros. 

Y para las innumerables multitudes de seres vivientes,
que pueda aportarles el sustento y la iluminación
perdurables como la tierra y el cielo,
hasta que todos los seres se liberen del sufrimiento
y todos estén despiertos.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Todo lo ha hecho bien.

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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23ordinarioMc 7,31-37

En el breve evangelio de hoy se condensan varios aspectos que se nos ofrecen como luz para nuestro aquí y ahora:

“Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón atravesando la Decápolis”: Encontramos a Jesús fuera de su país, atravesando tierra extranjera, un espacio habitado por paganos, por quienes no profesan la fe en el Dios de Israel. Jesús se hace cercano al diferente, a quien es rechazado por ser distinto, por no tener las mismas ideas, la misma religión, la misma cultura… Hoy, para encontrarnos con extranjeros, con extraños, no necesitamos salir del país. Acercarnos al diferente se nos hace posible en cada espacio público: autobús, trabajo, calle, bar… Jesús nos ofrece un modo claro de relación: encuentro, acogida, diálogo y curación. Rompe las fronteras y los prejuicios, se acerca y permite que se acerquen, ofreciendo en la relación lo mejor de sí mismo y lo mejor para la otra persona.

“Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar”: Nos dice el texto que la persona es sorda y con dificultades para hablar, pero no que esté incapacitada para ponerse por sí misma en movimiento. Por eso esta expresión es significativa. En ella se muestra el valor de la amistad, el poder y la fuerza del grupo o de la comunidad. ¡Cuánto nos necesitamos unos a los otros! ¡Cuánto bien nos podemos hacer los unos a los otros! Quienes presentan ante Jesús a este hombre con sordera aparecen de modo anónimo. No sabemos quiénes son, si son familiares o amigos, ni siquiera cuántos forman el grupo. Lo que podemos intuir es que estas personas buscan el mejor modo de ayudar a quien tiene dificultad y son capaces de organizarse para ello. No solicitan algo para sí mismos, sino el bien para quien está más herido por alguna causa.

Cada uno de nosotros sabe cuál es su sordera, la que le incapacita para escuchar las palabras y la Palabra, la que le cierra a la realidad que le rodea. Aquello que le incapacita o bloquea. También cada uno de nosotros somos conscientes del bien que podemos hacer a quienes nos rodean a través de ese gesto o palabra oportuna, del acompañamiento personal o del abrazo en el momento preciso.

Unas relaciones positivas requieren la capacidad para percibir y acoger cómo está el otro, pero también para dejarse ayudar y acompañar por los demás. Porque, a veces, uno mismo está tan bloqueado que no puede, por sí mismo, salir de la situación en la que se halla. Si el sordo fue presentado ante Jesús es porque también él se dejó presentar.

– “Effetá (esto es “ábrete”)”: Es la única palabra que Jesús pronuncia en este episodio. Pero lo hace junto a numerosos gestos significativos: saca a la persona del entorno en el que se ha mantenido sorda y con dificultades para hablar apartándola un poco del grupo; le toca los oídos, la lengua… esas partes de su cuerpo donde se manifiesta el bloqueo; eleva sus ojos al cielo como expresión de oración, de conexión permanente con su Abba. El texto, con ello, nos hace fijarnos en la corporeidad de Jesús. Nos habla de sus manos, de sus dedos, saliva, ojos, respiración… todo su ser al servicio del bien.

Sólo pronuncia una palabra y, sorprendentemente, no es “oye”, “escucha” o “habla”… Es “ábrete”. ¿A qué nos invita hoy Jesús a abrirnos? ¿Qué apertura necesitamos para salir de nuestras sorderas y enmudecimientos?

“Todo lo ha hecho bien”Esta es la experiencia que Jesús nos ofrece. Al encontrarnos con Él su fuerza sanadora rompe nuestras ataduras y bloqueos. Así, como el hombre del evangelio, también nosotros experimentamos que se nos desata la lengua y podemos pronunciar nuestra propia palabra. Una palabra que se multiplica en el grupo. Todos, a pesar del deseo manifiesto de Jesús de que guarden silencio, no pueden dejar de proclamar que Jesús sana y libera, que todo lo hace bien.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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No es lo mismo oír que escuchar.

Domingo, 9 de septiembre de 2018
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effata-209x300Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. LA SORDERA NO ES SIEMPRE CUESTIÓN FÍSICA. OÍR Y ESCUCHAR

No es lo mismo oír que escuchar.

El oído (audición) es un órgano físico por el que percibimos los sonidos, voces, etc.

La escucha es una actitud, una disposición personal para acoger lo que nos dice la vida o los demás.

Puede haber personas que tengan una mala audición fisiológica, pero están atentos, escuchan. Y hay personas que oyen muy bien, pero no escuchan nada.

Hay diversos tipos de sordera en la vida:

La física.

La del que no sabe escuchar;

La del que no quiere escuchar, (no hay peor sordo que el que no quiere oír).

La sordera inconsciente, del que va por ahí “a su bola” oyendo su propia melodía, bien sea autoalabanza o letanía de quejidos:

A veces hay sorderas porque ya no les cabe más, puesto que se lo saben todo, tienen el absoluto de la verdad y ya no les vale la pena escuchar más.

Hay audiciones de trámite: algunos obispos y superiores oyen a los Consejos diocesanos, a las personas y con ello cumplen el expediente jurídico-canónico, pero luego, hacen lo que quieren sin haber escuchado ni atendido a razones.

En la tradición profética, la sordera -como la ceguera- son figura de quien no quiere ver ni escuchar: tienen oídos pero no escuchan (Salmo 115,6) (Is 6,9; 42,18; Jer 20-23, etc.).

El ser humano por naturaleza es el que “está abierto” (Effatá) a toda palabra que se pronuncia en la historia. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos, vivir abiertos en el mundo (Es la idea central de K. Rahner en su pensamiento y en su obra: Oyente de la Palabra).Somos seres abiertos.

Hay sorderas que no se curan con audífonos, sino con una actitud de escucha.

02. LA SALIVA.

effataLa saliva en la Biblia es una materizalización–concreción del propio espíritu, Tanto negativa (un salivazo) como positivamente, la saliva es algo muy íntimo, muy personal.

Es evidente la alusión de esta escena de la saliva al Génesis:

Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. (Génesis 2:7)

Este gesto lo repite Jesús con alguna frecuencia y es, por tanto, una alusión a la creación, a la nueva creación de la nueva humanidad. Jesús cura con su saliva: con su espíritu. La saliva significa el espíritu de una persona, en este caso el espíritu de Jesús. Es una escena muy semejante a la curación del ciego de Jericó: Jesús hace barro con su saliva: una nueva creación. (Jn 9). Jesús mirando al cielo -al poder de Dios- suspiró -como Dios creador en el Génesis-, infunde su espíritu a aquel sordo y exclama: Effatá, ábrete.

Es decir, Jesús vuelve a crear un hombre nuevo, abierto.

Cuando uno vive mirando a la ultimidad, a Dios, escucha, los pasos y palabras intermedias que se producen en la historia.

03. EFFATÁ: ÁBRETE.

El 25 de enero de 1959, Juan XXIII consultó y anunció a un grupo de cardenales la convocatoria y celebración del que sería el Concilio Vaticano II 1962-1965). Reunidos los cardenales, Juan XXIII mandó abrir algunas ventanas de la sala. Algún cardenal inquirió la razón por la que -en pleno invierno romano- se abrían las ventanas. Juan XXIII respondió: “para que salga el aire viciado y para que entre aire fresco”. (Effatá).

Casi hemos olvidado o perdido aquel rito que se hacía en el bautismo en el que se recordaba esta escena y se decía al niño: ¡Ábrete!

No se trata de una apertura clínica ni mágica. Es un abrirse personal. El niño poco a poco, se va abriendo a la vida, a la familia, a la convivencia, al idioma, a la cultura, al pueblo, a la fe.
Es sano y bueno vivir abiertos. Vivir enquistado es signo no solamente de egoísmo, sino de una psicología algo enfermiza. Es sano vivir abierto a los demás, a los amigos, a la cultura, a la teología.

¡Cuántas personas y movimientos eclesiales no se abrieron al Vaticano II! Sufren y hacen sufrir en las familias, en las comunidades religiosas, eclesiales. Ábrete a otros modos de pensar, a otras tradiciones eclesiales, a otras religiones y culturas, vivamos abiertos a la historia.

Hemos vivido y estamos viviendo en algunas diócesis tiempos de enorme cerrazón en la iglesia, que es lo contrario del effatá-ábrete. Todavía perdura ese estado de trincheras, sin ir más lejos, en nuestra propia diócesis.

Infunde ánimo y esperanza que el papa Francisco trate de crear una iglesia abierta, mejor es que tengamos un accidente a que nos intoxiquemos con el aire viciado que tenemos dentro para ver si esta iglesia deja de oler a formol y las ventanas abiertas (Juan XXIII) nos posibilitan respirar oxígeno puro.

La diferencia entre el modelo eclesial de Francisco respecto de posiciones anteriores y de algunos jerarcas y obispos actuales es que Francisco mira hacia delante, hacia fuera, (las periferias) y con bondad, mientras que algunos obispos miran hacia dentro, hacia atrás y hacia la doctrina, no a las personas.

Estas últimas semanas han recrudecido los embates y la cerrazón contra Francisco y contra la línea pastoral de Francisco. El caso del arzobispo y ex nuncio Viganò, es el ariete, la punta del iceberg de un gran sector de la jerarquía católica, así como de laicos y algunos movimientos religiosos contrarios a un Effatá evangélico.

04. SED FUERTES, NO TEMÁIS. (ISAÍAS 35,4-7A).

Puede que se cierren puertas y ventanas, puede que no se quieran abrir caminos y recorridos teológicos, nos está tocando vivir tiempos duros y sordos en nuestra iglesia diocesana. Esto produce mucha frustración y mina los cimientos de la existencia y de la esperanza Sin embargo: no temáis sed fuertes, (Isaías). La apertura hacia lo auténtico es un buen antídoto contra las cerrazones.

La saliva, el bautismo, el ESPÍRITU DE CRISTO nos hace seres nuevos y nos abre hacia el horizonte infinito.

¡ÁBRETE Y NO TEMAS: SÉ FUERTE EN LA VIDA! (ISAÍAS)

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“Curar nuestra sordera”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 6 de septiembre de 2015
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23-852859-300x235Los profetas de Israel usaban con frecuencia la «sordera» como una metáfora provocativa para hablar de la cerrazón y la resistencia del pueblo a su Dios. Israel «tiene oídos pero no oye» lo que Dios le está diciendo. Por eso, un profeta llama a todos a la conversión con estas palabras: «Sordos, escuchad y oíd».

En este marco, las curaciones de sordos, narradas por los evangelistas, pueden ser leídas como «relatos de conversión» que nos invitan a dejarnos curar por Jesús de sorderas y resistencias que nos impiden escuchar su llamada al seguimiento. En concreto, Marcos ofrece en su relato matices muy sugerentes para trabajar esta conversión en las comunidades cristianas.

  • El sordo vive ajeno a todos. No parece ser consciente de su estado. No hace nada por acercarse a quien lo puede curar. Por suerte para él, unos amigos se interesan por él y lo llevan hasta Jesús. Así ha de ser la comunidad cristiana: un grupo de hermanos y hermanas que se ayudan mutuamente para vivir en torno a Jesús dejándose curar por él.
  • La curación de la sordera no es fácil. Jesús toma consigo al enfermo, se retira a un lado y se concentra en él. Es necesario el recogimiento y la relación personal. Necesitamos en nuestros grupos cristianos un clima que permita un contacto más íntimo y vital de los creyentes con Jesús. La fe en Jesucristo nace y crece en esa relación con él.
  • Jesús trabaja intensamente los oídos y la lengua del enfermo, pero no basta. Es necesario que el sordo colabore. Por eso, Jesús, después de levantar los ojos al cielo, buscando que el Padre se asocie a su trabajo curador, le grita al enfermo la primera palabra que ha de escuchar quien vive sordo a Jesús y a su Evangelio: «Ábrete».

Es urgente que los cristianos escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. No son momentos fáciles para su Iglesia. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Sería funesto vivir hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia, no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera. La fuerza sanadora de Jesús nos puede curar.

José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 6 se septiembre de 2015. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 6 de septiembre de 2015
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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Dom 6.9.15. EFETA: Ábrase, “milagro” en la tierra convulsa

Domingo, 6 de septiembre de 2015
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Del blog de Xabier Pikaza:

imagesDom 23, ciclo b. Mc 7, 31-37. El “milagro” de este día consta de tres partes, muy significativas y actuales:

El lugar es un camino por tierras (casi) de ISIS, de las fronteras de Tiro-Sidón (actual Fenicia), a través de Fenicia-Siria o de la Alta Galilea y la Gaulanítide (Golán) a la Decápolis (en la actual Siria o Jordania), lugares de máxima actualidad en estos días.

‒ El “milagro” es la curación de un hombre que tenía cerrados el oído y la lengua. Curar es abrir, que este hombre pueda comunicarse con otros, en virtud de una palabra que ¡Efeta! Abríos oídos y labios, abríos fronteras y corazones de unos hombres (judíos y/o pagano, arameo, árabes, cristianos… en una tierra que sigue ensangrentada por falta de palabra.

‒ La tercera parte destaca la admiración de la gente y del mandato de silencio de Jesús: Quiere hacer, quiere curar, no hacer propaganda. Que cesen las palabras que acusan y/o mienten, que aprendamos a convivir, sabiendo escuchar, sabiendo hablar.

No hay mención de Dios en toda la escena a no ser la palabra éfeta (que puede ser un plural divino), pero todo es Dios en ella. Una palabra para aquella tierra hoy en manos de la guerra. Una palabra para todos nosotros, conmocionados por el niño que venía de allí hacia nosotros, pero que murió en la playa, como hemos podido ver estos días.

Para aficionados a la geografía antigua y moderna presento unos mapas, que nos pueden ayudar a situar el tema, en tiempo antiguo y en el nuestro:

Mapa 1º . El conjunto de la tierra, con Tiro y Sidón arriba, a la izquierda… y el lago de Galilea más abajo. Trazad un camino que vaya de Sidón…a la Decápolis al otro lado del Mar de Galilea (sin pasar por Galilea).

Mapa 2º. Zona norte, con Tiro-Sidón a la izquierda y Decápolis al otro lado del Mar de Galilea (zona actual de Siria y Jordania).

Mapa 3º, al final del texto. Tiro y Sidón al sur, izquierda, en el actual Líbano, a la altura de Damasco (a la derecha). Al sur izquierda el mar azul de Galilea, muy pequeño. La zona derecha de ese mar aparece como Siria, pero ahora está ocupada por Israel. Hacia el centro de Siria está Palmira. De allí al norte y oriente todo parece ocupado por ISIS.

El texto que presento aquí es más bien sencillo; quien quiera seguir profundizando puede ir a mi Comentario de Marcos (Verbo Divino, Estella 2013).

Texto: Mc 7

images3(a. Presentación) 31 Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. 32 Y le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano;

(b. Milagro) 33 y separándolo de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha (que significa: ábrete).35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

(c. Conclusión) 36 El les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban. 37 Y en el colmo de la admiración decían: Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos (1) .

7, 31-32. PRESENTACIÓN

Jesús está recorriendo un camino que lleva de Tiro, al noroeste de Galilea, en el Mar Mediterráneo, en Fenicia-Siria (entonces unidas), por el camino del Norte, a través de Sidón (en el mismo Gran Mar) al Pequeño Mar de Galilea (lugar de encuentro de los diversos pueblos), pasando por la Decápolis, que está básicamente al oriente, al otro lado de Galilea, entre Siria, Jordania y Palestina . Leamos de nuevo el texto:

Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. Y le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano

Es un camino en zigzag, difícil de fijar en el mapa, al menos de un modo rectilíneo, pues el quizá el relato tiene un sentido y una finalidad más teológica y pastoral que geográfica, indicando que Jesús quiere curar a los paganos del entorno de su tierra. Sea como fuere, el recorrido es muy importante:

‒ Jesús, que en Mc 7, 24 estaba en el territorio de Tiro, sube hacia el norte (por la zona de Sidón), abarcando de esa forma el conjunto de Felicia, zona muy significativa en la historia más antigua de Israel (en especial en los relatos de Elías y Eliseo) y también en el comienzo de la Iglesia.

‒ Pues bien, en vez de dirigirse después directamente hacia el sudeste, al mar de Galilea, Marcos dice que Jesús dio un gran rodeo, pasando por la Decápolis (=Las Diez Ciudades), un ancho territorio de metrópolis siro-helenistas (entre las que se hallaban Damasco y Gerasa), al norte y al este del Mar de Galilea.

‒ Para hacer ese camino, Jesús ha debido cruzar los valles del gran Hermón, entrando en la actual Siria, para descender a la Decápolis. No sabemos dónde está Jesús en el momento del “milagro” aunque todo nos permite suponer que se encuentra fuera de la tierra de Israel, en una zona que puede actualmente de mucho conflicto.

Ciertamente, el sordo-tartamudo de este relato puede ser judío (pues había muchos judíos en la zona), pero puede igualmente ser pagano; lo que importa es que es un sordomudo, alguien que no puede escuchar, ni hablar, ni comunicarse. Es un hombre que vive cerrado en sí mismo, como parecen estar actualmente los que combaten en aquel frente (como parecemos seguir estando nosotros, los de Occidente, tierra a la que entonces se llegaba por los puertos de Tiro y Sidón, abiertos a todas las naves de Grecia, de Roma y de Tarsis.

El texto que le traen a un hombre que es sordo (no es capaz de escuchar la palabra) y tartamudo (mogilalon: tiene la lengua impedida), de manera que apenas se expresa. Es un enfermo de comunicación: no puede hablar expresarse con soltura, ni puede escucha la voz de Dios, ni comunicarse de verdad con los demás.

Este hombre es es un esclavo de su propia sordera y tartamudez: no logra entender lo que dicen, no puede decir lo que quiere. Por eso vive encerrado en la doble distorsión de su lenguaje, como alguien que es incapaz de escuchar y hablar, sin poder conversar con los demás.

Así aparece como signo de aquellos que no entienden (¡no quieren entender!), prefieren mantenerse en sus esquemas viejos, escuchando sólo sus palabras y razones, que terminan siendo razones de violencia.

Parece condenado al aislamiento permanente, pero no está completamente sólo: tiene a su lado personas que le llevan (como los camilleros del paralítico en 2, 1-12) y que ruegan a Jesús, para que le imponga las manos, en gesto de autoridad (que se repite con los niños en 10,16) y de curación.

Está enfermo de sordera, pero lo reconoce, y se deja llevar. Está enfermo, pero vive en una comunidad humana que quiere ayudarle. Es un enfermo curable.

7, 33-35. ABRIR LOS OÍDOS, SOLTAR LA BOCA.

Para que este enfermo entienda y hable, es decir, para que pueda comunicarse con los demás, ha de haber alguien que le abra los oídos y le suelte la lengua. Y esto es lo hace con él Jesús, siguiendo probablemente un ritual de catequesis e iniciación humana, que se utilizaba en la Iglesia primitiva. Éste “milagro” es pues una terapia: Hacer que este hombre pueda escuchar, pueda hablar, comunicarse:

Y Jesús le llevó aparte y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha/Efeta (que significa: ábrete). Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

Éste es un “milagro” en el sentido clásico de término, es decir, una terapia, una sanación. El evangelio lo cuenta de una forma que parece “mágica”, conforme a los rituales simbólicos de aquel tiempo. Pero se trata de lo más hondo y sencillo:

‒ Abrir los oídos, hacer que unos hombres y mujeres puedan escuchar, entender lo que dicen otros, aprender un lenguaje de comunión, saliendo de su sordera violenta;

‒ Curar la lengua, lograr que este hombre (estos hombres, los de aquella zona, nosotros…) pueda hablar. Todo está aquí, en que podamos comunicarnos. Que aquellos hombres escuchen, y que escuchemos nosotros. Que aquellos hombres hablen, y que hablemos nosotros… Una vez que hablemos, sin mentira, podremos resolver nuestros problemas. Leer más…

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¿Es Jesús un mago o el Mesías? Domingo 23. Ciclo B

Domingo, 6 de septiembre de 2015
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porta23-12Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La dificultad de curar a un sordo

Cuando llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.

            Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.

«Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.  Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!». Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.»

            Conviene advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effatá (se discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.

            Desde el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede un poder curativo. Las otras acciones, el gemido, la palabra en lengua extraña, nos recuerdan al mundo de la magia.

            Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.

La dificultad de curar a un ciego

Si la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha (¡ojalá la Comisión de liturgia realice algún día su revisión!), dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.

            Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.

La sordera y ceguera de los discípulos

            ¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).

            Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.

Reflexión final

Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice de Jesús que «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.

Pero quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.

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