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“El Yo y los sentimientos (II)”, por Enrique Martínez Lozano.

Viernes, 10 de noviembre de 2017
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sentimientos-el-lenguaje-del-almaEn forma de esquema, la gestión adecuada de los sentimientos podría expresarse de este modo: la actitud inteligente y constructiva se sitúa en el centro de dos extremos igualmente peligrosos: la represión y la reducción. La inteligencia emocional no reprime los sentimientos ni se reduce a ellos.

La represión es siempre peligrosa y dañina. Porque reprime los sentimientos –los oculta, los camufla, los niega o los disimula–, pero no los elimina. Dado que un sentimiento es una carga de energía, la represión acarrea estas consecuencias nefastas: desgasta a la persona, al consumir no poca energía para mantener reprimido el sentimiento; provoca que el sentimiento aparezca por otra vía, particularmente el cuerpo, en forma de somatizaciones (“el cuerpo dice lo que la mente calla”); el sentimiento reprimido se convierte en un volcán tan peligroso como oculto, que en cualquier momento puede estallar de forma inesperada y violenta, haciendo verdad el dicho de que “quien se empeña en vivir como un ángel, termina comportándose como una bestia“.

Ahora bien, en el extremo opuesto, la reducción no es mejor, ya que termina infantilizando y hundiendo a la persona. En efecto, al reducirme al sentimiento, no solo me convierto en una marioneta en sus manos, a merced de sus altibajos, sino que termino desconectado de mi verdadera identidad: esta es la mayor ignorancia, fuente de todo sufrimiento.

La actitud sabia, por tanto, consiste en reconocer, aceptar y nombrar todos nuestros sentimientos, acogiéndolos desde nuestra identidad profunda, sin negarlos ni reprimirlos y sin dejarnos conducir por ellos.

Todo sentimiento tiene “derecho” a vivir: es un “objeto” dentro de nuestro campo de consciencia; como tal, necesita ser reconocido y aceptado, sin demonizarlo: los sentimientos son moralmente neutros, ni “buenos” ni “malos”. Es una energía que siempre tiene una causa, aunque nos resulte desconocida. Al reconocerlos y aceptarlos, dejamos de resistirlos; solo entonces evitaremos fracturarnos.

Pero si bien todo sentimiento tiene “derecho” a vivir, no es menos cierto que ningún sentimiento constituye nuestra identidad. De ahí que identificarnos con cualquiera de ellos nos introduzca en la confusión y la impotencia. Nos identificamos con ellos cuando somos incapaces de tomar distancia o, peor aún, los alimentamos con nuestras cavilaciones mentales o rumiaciones. Y todos tenemos experiencia de que, al alimentar cualquier sentimiento o pensamiento, terminamos dramatizando la situación, enjaulados dentro de sus propios barrotes.

Enrique Martínez Lozano

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“El yo y los sentimientos (I)”, por Enrique Martínez Lozano.

Miércoles, 25 de octubre de 2017
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sentimientos-el-lenguaje-del-almaSabemos que el yo (o ego) no es otra cosa que la identificación que la mente hace con sus propios contenidos. No es, por tanto, sino la suma de pensamientos y sentimientos, más o menos armonizados o integrados.

Creer que eso constituye nuestra identidad nos sume en la ignorancia y, simultáneamente, en el sufrimiento.

Sin embargo, por otro lado, aunque no nos identifiquemos con ellos, necesitamos aprender a gestionar los sentimientos y las emociones de un modo adecuado. Es algo similar a lo que hacemos con el cuerpo: no se nos ocurre identificarnos con él, pero comprendemos que necesitamos atenderlo y responder adecuadamente a sus necesidades.

La gestión adecuada de pensamientos y de sentimientos nos permite la integración del psiquismo, con todo lo que se deriva de ello. Una integración armónica favorece el gusto de vivir, la serenidad, la apertura, el amor… Por el contrario, la carencia de integración se manifiesta como neurosis o psicosis y lleva a funcionamientos y mecanismos más o menos destructivos y siempre dolorosos.

En resumen, el yo es únicamente una ficción mental; pensamientos y sentimientos son algo que tenemos, no lo que somos. Sin embargo, es necesario cuidar nuestro psiquismo. Solo en este sentido podría hablarse del “yo”, no como identidad, sino como el centro operativo de la vida cognitiva y emocional de la persona.

¿Qué hacer, pues, con los sentimientos? La primera dificultad que encontramos consiste en el no fácil diálogo entre la “razón” y el “corazón”; dificultad que tiene una base neurológica en el “contraste” entre el cerebro límbico (emocional) y el cerebro cognitivo (neocórtex).

Debido a ello, se puede caer en una doble trampa. En un caso, las emociones pueden desbordarnos, hasta el punto de bloquear el discernimiento lúcido e incluso la libertad ante ellas: es lo que conocemos como “cortocircuito emocional” o “secuestro cerebral”, y es lo que ocurre, por ejemplo –aunque no solo-, en los diferentes casos de estrés postraumático. En el otro, la mente bloquea y reprime los sentimientos, a causa de miedos, prohibiciones o sufrimiento: se produce entonces una especie de “asfixia cognitiva”, con dos consecuencias nocivas: la persona queda “cortada” de su mundo interior y crece la probabilidad de cualquier tipo de somatización, como único medio que les queda a los sentimientos para expresarse.

Frente a esa doble trampa, es necesario el cuidado de la inteligencia emocional, por la que entendemos la capacidad para identificar, comprender, razonar y gestionar las emociones, pasando de la lejanía e ignorancia a una consciencia cada vez más lúcida de los propios estados emocionales, sus causas y su gestión adecuada.

Enrique Martínez Lozano

Boletín Semanal

Fuente Fe Adulta

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“Sentimientos y crecimiento personal”, por Enrique Martínez lozano

Lunes, 20 de marzo de 2017
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Me parece muy positivo el interés creciente por el mundo de los sentimientos porque, sólo favoreciendo una relación consciente y ajustada con ellos, es posible la integración de la persona. Por el contrario, lejos de ellos, nos encontramos a distancia de nosotros mismos y de la vida, y confundidos con ellos, caemos en la inconsciencia, el autoengaño y el sufrimiento crónico e inútil.

Con el objetivo de favorecer la integración personal, en el proceso que lleva al sujeto a buscar la unificación, intentaré plantear un “marco” de referencias que permitan clarificar el lugar de los sentimientos en el conjunto de nuestra persona, y orientarnos en nuestro hacer con ellos.

Sensación, sentimiento, emoción

Para empezar, una constatación elemental: estamos sintiendo constantemente…, aunque no nos enteremos, no seamos capaces de nombrar lo que sentimos, o nos hallemos “encerrados” en los vericuetos de nuestra mente. Incluso totalmente alejados de ellas, lo cierto es que somos seres habitados de sensaciones incesantes; y no puede ser de otro modo, porque vivir es sentir.

Entendemos por sensación todo mensaje corporal: desde el contacto de los pies con el suelo hasta la percepción de la temperatura que hace en este momento en nuestra habitación; desde el calor de las manos que se entrecruzan hasta el dolor de muelas que no logramos calmar. Somos, permanentemente, un mar de sensaciones inagotables. Pero solemos vivirnos tan distantes de ellas, sobre todo de las más tenues y profundas, que no es extraño que, ante la pregunta: ¿qué estás sintiendo?, muchas personas no sepan qué responder.

Algunas de esas sensaciones corporales conllevan una alteración anímica, afectan a nuestro estado de ánimo, es decir, tienen un contenido psicológico: son los sentimientos. Por lo que, aunque todo sentimiento es una sensación, no toda sensación es sentimiento.

Cuando, finalmente, algunos sentimientos aparecen “cargados” con una intensidad especial, hablamos de emociones. La emoción denota un “plus” añadido, que toma a toda la persona, y que sólo puede evacuarse a través del propio cuerpo –no olvidemos que la emoción es también una sensación corporal-, en forma de llanto, grito, golpe, movimiento… Por eso, una vez evacuada, lo que queda es el sentimiento de base.

Sensibilidad como capacidad de vibrar

Si tuviéramos que resumir en una sola palabra lo que es común a la sensación, el sentimiento y la emoción, esa palabra sería “vibración”. Es nuestro cuerpo que vibra a diferente intensidad según lo que se halla en juego. Un cuerpo vivo es un cuerpo vibrante; una persona “viva” es la que se halla en contacto consciente con lo que bulle en su interior.

Sensibilidad es, pues, capacidad de vibrar, pero esa capacidad es deudora de la historia psicológica del sujeto, del “color” y de la intensidad de los fenómenos que han quedado registrados. Como consecuencia de esa historia, la sensibilidad ha podido quedar congelada/endurecida, hipersensible o armoniosamente vibrante.

Ante el sufrimiento emocional reiterado, en el niño se activa un automático mecanismo de defensa, por el que endurece su cuerpo, entrecorta la respiración –que pasa de ser diafragmática a torácica- y se sitúa en la cabeza, poniendo en marcha un funcionamiento cerebral caracterizado por la “rumiación”. En ese proceso, su sensibilidad queda congelada o endurecida; se ha reducido, minimizado o incluso prácticamente anulado la capacidad de sentir.

El sufrimiento emocional reiterado provoca también heridas que dejan huella en el psiquismo, convirtiéndose en “focos” de perturbación, que sitúan a la persona en una hipersensibilidad exagerada o, en el otro extremo, en una sensibilidad congelada o bloqueada. En ambos casos, el sujeto tenderá a reaccionar de una manera habitualmente desproporcionada ante diferentes estímulos de la vida cotidiana.

Cuando la historia afectiva del niño ha sido “sana”, la sensibilidad se halla en condiciones favorables para poder vibrar de un modo ajustado, reflejando adecuadamente la vivencia de la persona que, siempre en contacto con sus sentimientos, se percibe vibrante y armoniosa.

En el estado de rigidez (o congelación), el cuerpo se encuentra igualmente rígido y es la mente la que asume un papel protagónico. En el de hipersensibilidad, el cuerpo participa de la misma inquietud y la persona se vive “a flor de piel”. En ambos casos, se halla lejos de lo mejor de sí. Se requiere una sensibilidad mínimamente sana y vibrante para que la persona pueda acceder a su dimensión más profunda, donde encontrarse con su propio centro integrador. Al anclarse en él, tanto la mente como la sensibilidad dejan de monopolizar el funcionamiento de la persona, situándose ambos en el lugar que les corresponde dentro del conjunto unificado del ser humano.

Desde la necesidad a la capa de protección

Para entender estos funcionamientos, es necesario partir desde el comienzo. Y, en el inicio, el ser humano es pura necesidad; fundamentalmente, necesidad de ser reconocido.

Ese hecho hace que el niño sea absolutamente vulnerable, si bien la vulnerabilidad sólo le resultará problemática cuando empiece a sufrir, es decir cuando su necesidad no sea adecuadamente respondida. Será entonces cuando el sufrimiento psíquico, que percibe en la zona abdominal, le lleve a emprender la huida, hasta instalarse en una “zona de protección”, lejos del sufrimiento. Lo que ocurre, sin embargo, es ambivalente: si bien, por un lado, así se protege de la intensidad del sufrimiento, por otro, al alejarse del dolor, se distancia inadvertidamente de sus sentimientos y de la vida misma. Leer más…

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El amor, fuego u hoguera

Sábado, 11 de junio de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

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La búsqueda del amor ocupa un gran espacio en mi vida. Tal vez es que le concedo demasiada importancia, pero ¿qué quieres? Amar está en mi naturaleza de hombre, y sinceramente creo que lo más grande que podemos aprender es amar y ser amados. El ser humano está hecho para esto, en primer lugar. Incluso la Palabra de Dios pone el Amor en el centro de su mensaje. Por supuesto, hay mil formas de amar, pero esta no es mi intención de hoy.

Cuando amo, tengo que decirlo, escribirlo, y mostrarlo, tal vez, a riesgo de hacerlo demasiado. El entusiasmo, la corazonada   y el flechazo están reflejados en el mismo letrero: Albergue de la Pasión. A veces el fuego sólo es interiorizado: no hay sentimientos recíprocos, o no quiere ir demasiado rápido en la relación para no asustar a la otra, son las principales razones. Pero el fuego está allí, y muy allí. Al igual que el fuego griego, la llama arde continuamente dentro de mí  esperando un soplo (de amor) para transformarse en hoguera.

*

Loquito
(Anotherdaylight, 4 mars 2011)

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Sagrado

Sábado, 3 de octubre de 2015
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Del blog Nova Bella:

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“No le tengas miedo a lo sagrado y a los sentimientos, de los cuales el laicismo consumista ha privado a los hombres transformándoles en brutos y estúpidos autómatas adoradores de fetiches”

*

Pier Paolo Pasolini

07

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