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Pedro Miguel Lamet: El autor de ‘Amén y aleluya’ dice que “Arrupe ya es seguido y reconocido en todo el mundo sin ser oficialmente santo”

Sábado, 23 de marzo de 2024

IMG_3270“En Francisco se está cumpliendo la profecía de Arrupe”

“La ocasión más obvia es que parece que finalmente ha llegado la hora del reconocimiento eclesial de este gran hombre, vetado por la cúpula de la Iglesia durante décadas, con la apertura del proceso de canonización  el 5 de febrero de 2019”

“Era al mismo tiempo alegre y sobrio, delicado y cordial, magnético y cercano, sencillo y exquisito, asceta para sí mismo y cariñoso con los demás, provisto de un excelente sentido del humor”

“Fue en cierto modo un precursor del papa Francisco en su lucha a favor de los más pobres y olvidados de este mundo”

“Afortunadamente la causa de Arrupe no va meteórica, como otras que han causado recientemente ciertas perplejidades. No hay prisa. La hornacina no le viene mal, pero Arrupe ya es seguido y reconocido en todo el mundo sin ser oficialmente santo”

Se podría decir que Pedro Arrupe sedujo a Pedro Miguel Lamet desde aquel ya lejano mes de agosto de 1983, cuando el entonces periodista vivió una experiencia que le marcaría para siempre: “Entrevistarme durante quince días con un santo”. Desde entonces, Lamet ha publicado más de 50 libros y ha reeditado varias veces la biografía de Arrupe, que ahora, en ‘Amén y aleluya. Vida y mensaje de Pedro Arrupe’ (Editorial Mensajero) presenta por su lado ‘más espiritual’, de místico que “tenía conocimientos extrasensoriales de las personas y el don de la profecía”.

A juicio de Lamet, el padre Arrupeera al mismo tiempo alegre y sobrio, delicado y cordial, magnético y cercano, sencillo y exquisito, asceta para sí mismo y cariñoso con los demás, provisto de un excelente sentido del humor”. Y cree, además, que “fue precursor de Francisco” y que “en Francisco se está cumpliendo la profecía de Arrupe”.

 Por eso, el escritor está convencido de que “ha llegado la hora del reconocimiento eclesial de este gran hombre, vetado por la cúpula de la Iglesia durante décadas, con la apertura del proceso de canonización  el 5 de febrero de 2019. Y, aunque no haya todavía milagros reconocidos a su intercesión, Lamet cree que “no hay milagro mayor que el que un hombre de Dios siga convirtiendo, entusiasmando y provocando seguimiento de Cristo incluso heroico después de muerto, como si estuviera vivo“.

Eso sí, tampoco quiere que sea un santo exprés: “Afortunadamente la causa de Arrupe no va meteórica, como otras que han causado recientemente ciertas perplejidades. No hay prisa. La hornacina no le viene mal, pero Arrupe ya es seguido y reconocido en todo el mundo sin ser oficialmente santo”

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Arrupe y Lamet en los años 80

– ¿Por qué otro libro sobre Arrupe? ¿Tenías cosas nuevas que contar o querías centrarte especialmente en su alma y en su espiritualidad?

– Mi trayectoria con esta obra ha sido larga. Mi sueño hace más de cuarenta años era escribir esta biografía. Pero cuando Arrupe era el general mediático y en la cresta de la ola, los superiores me lo negaron. Hasta que cayó enfermo de trombosis y en desgracia del Vaticano, como todo el mundo sabe, en 1981. Entonces fue el provincial de España, a la sazón Ignacio Iglesias, quien, por iniciativa propia, en 1982 me llamó y me pidió que comenzara a trabajar en la proyectada obra, subrayando que era urgente ir a entrevistarle en la enfermería de la curia generalicia de Roma antes de que perdiera la facultad del habla ya bastante mermada por un ictus cerebral al regresar de Tailandia y Filipinas.

A partir de entonces me dediqué a investigar su vida durante cinco años en Roma, Japón y el País Vasco para preparar su biografía. De este modo, en octubre de 1989, el libro estaba en la calle en una editorial laica, “Temas de hoy”, y en la misma colección en que salían las biografías de Felipe González, los Albertos, Mario Conde…, y lentamente, aunque de forma implacable y sobre todo por el sistema de “boca a boca”, más allá de las expectativas de los editores ante la “vida de un cura”, ha venido reeditándose, con varias actualizaciones y títulos, hasta quince veces en diversas editoriales, formatos y lenguas. Recibí y sigo recibiendo numerosas cartas sobre su contenido, entre ellas las de algunos obispos, como la que me envió en su día el famoso cardenal Vicente Enrique y Tarancón, gran defensor y amigo de Arrupe, que alababa el libro y la capacidad de evocación del personaje con estas palabras: “Lo he leído con placer y entusiasmo. Se ve que eres poeta”. Lo que sí puedo decir es que intenté desde la emoción y frescura del momento presentar su vida y personalidad con la mayor autenticidad posible, y es a él, a mi biografiado, a la fuerza de su figura humana y espiritual, a lo que atribuyo el éxito del libro.

¿Que por qué ahora esta nueva obra? La ocasión más obvia es que parece que finalmente ha llegado la hora del reconocimiento eclesial de este gran hombre, vetado por la cúpula de la Iglesia durante décadas, con la apertura del proceso de canonización  el 5 de febrero de 2019. Era la ocasión para reescribir mi obra, aligerarla de aparato crítico con intención de acercarla más al pueblo, profundizar en su itinerario espiritual, centrarla en el proceso interior de este gran hombre de Dios. Con este fin he añadido después de cada capítulo sugerencias para la reflexión y oración, una especie de “repetición ignaciana” para interiorizar mejor su vida y mensaje.

IMG_3255Poema de Lamet a Arrupe

– ¿El haber conocido a Arrupe en una larga entrevista a fondo marcó tu vida?

– La primera vez que le vi fue cuando yo era novicio, en una conferencia que nos dio sobre su experiencia con la bomba de Hiroshima. No imaginaba que iba a ser llamado personalmente por él para hacerle “de negro” en la redacción de un programa radiofónico destinado a Latinoamérica que fue grabado bajo mi dirección por el propio  Arrupe en Radio Vaticana sobre “Las siete palabras de Cristo en la cruz”. También trabajé en la Oficina de Prensa de su viaje a España, le entrevisté para “Vida Nueva” y tuve el privilegio de que presentara en Verdú mi biografía de san Pedro Claver. La fascinación por Arrupe era entonces algo frecuente entre sus súbditos. Tanto que le pedíamos fotos dedicadas, cosa insólita en un superior.

Pero en agosto de 1983 viví una experiencia única, inolvidable, que me marcaría en mi vida de hombre, de jesuita y escritor: entrevistarme durante quince días con un santo. No fue un momento fácil. La Compañía estaba bajo vigilancia, en “estado de excepción”, gobernada por dos delegados de Juan Pablo II y con su proceso constitucional interrumpido.  Arrupe se hallaba desautorizado y enfermo del ictus cerebral. Sí, efectivamente, puedo confesar que aquel encuentro se convertiría una de las vivencias más cruciales e impresionantes de mi vida, en una enorme gracia, una certeza interior de estar junto a un hombre de Dios, un místico, como he narrado repetidas veces y vuelvo a hacer en este libro.

– ¡Te has convertido, sin duda, en el ‘arrupólogo‘ más experto del mundo!

– Eso, la verdad, me importa bien poco. Quizás sea cierto que soy la persona que más tiempo le ha dedicado y que ha conseguido que mejor se le conozca entre la gente. Pero solo me veo como un mediador entre Arrupe y los lectores. Es él quien sigue actuando de forma admirable, cambiando vidas. Al final de las conferencias que he dado sobre él o después de haber leído mi biografía, muchas personas se me acercan o me escriben cartas para contarme que Arrupe les ha transformado, les ha empujado a seguir una vocación o al compromiso cristiano con la fe y la justicia. Lo mismo ocurre con Amén y aleluya. Después de cuarenta años Arrupe parece seguir teniendo una gran acogida entre los nuevos lectores; según me llegan ecos, a la gente le llega dentro. Nuevas generaciones acceden a él, quizás por una razón, porque se adelantó a un tiempo que es el que precisamente ahora estamos viviendo

– ¿Cómo era Arrupe por dentro? ¿Lloraba, se quejaba, contaba chistes?

– Un ser humano muy completo, lo que en la vieja tipología de Hartman se denominaba “carácter apasionado” (emotivo, activo, secundario).  Era al mismo tiempo alegre y sobrio, delicado y cordial, magnético y cercano, sencillo y exquisito, asceta para sí mismo y cariñoso con los demás, provisto de un excelente sentido del humor. Tanto, que su talante vital puede describirse por anécdotas. Baste citar la del viajero, que sin saber que era Arrupe, se sentó a su lado en el avión y, al enterarse de que era jesuita, puso a caldo al nuevo general por “estar destruyendo la Compañía”. “¿Qué opina usted de él?”, preguntó. A lo que don Pedro respondió con una sonrisa: “Arrupe y yo estamos íntimamente identificados”.

IMG_3256 Con una trayectoria providencial, llevado de la mano de Dios desde niño, gracias a familia cristiana vasca tradicional, la orfandad temprana de madre y padre, el contacto con la pobreza del cinturón de Madrid cuando estudiaba Medicina, dos milagros en Lourdes, un noviciado ejemplar, la expulsión de España, su vocación al Japón, su inculturación, la bomba atómica, un provincialato internacional, el Concilio, su elección a general, un duro posconcilio e inspiraciones osadas y proféticas, su calvario, muerte y resurrección, Dios le preparó para ser un hito en la historia contemporánea de la Iglesia.

¿Por dentro? El hombre que entrevisté en Roma era transparente. Desde su piel fina emanaba presencia de Dios. Despojado de todo, – el que hablaba nueve lenguas solo podía hacerlo en español, y los nombres propios por señas-, era sin duda el hombre del amén y el aleluya. Sus últimas palabras: “Para el presente amén, para el futuro aleluya” dan título a mi libro. Con un “así sea al ahora”, aceptaba un calvario físico y espiritual, provocado por las medidas de san Juan Pablo II, y una alegría esperanzada para el futuro. Decía su enfermero, el hermano Rafael Bandera: “Cuando entraba en su cuarto, solo con mirarlo y estar unos minutos junto a él, todo mi interior entraba en paz. Dios le había dado ese carisma: dar paz, contagiarla por su gran fe y amor a Cristo y la Compañía”. No se quejaba. Lloraba sí, pero nunca se sabía si era de dolor o consolación

– ¿Qué hacía para salir de sus noches oscuras?

– En mis encuentros recorrí su vida con él: risas, miradas soñadoras, dolor. Recuerdo que un día lo encontré más alicaído. Se impresionaba mucho con el recuerdo de las personas concretas, afectadas por la bomba atómica. Y repetía una y otra vez: “¡Ha sido una cosa única! ¡Qué bonito, padre!”. Pero tenía mucho interés en hablar de los últimos años: “¡Aquí solo con Dios, solo, solo…, todo roto, todo inútil!”. Le dije cómo muchos lo consideraban un profeta de nuestro tiempo y le admiraban en todo el mundo. Entonces sonreía, entre desprendido y sufriente.

Sobre las ocasiones difíciles de su generalato me dijo de sí mismo: “Pobre hombre: Hay que sufrir y ofrecerlo. Es la vida. Dios está más allá de todo. Siempre alegría en el Señor. Mi vida es estar en Dios. Tenemos que ver a Dios en todo. Yo no entiendo esto. Pero debe ser de Dios, de su providencia… Es algo muy especial. Para mí muy bien. Pero ¿y para la Compañía? Tiene que ser cosa de Dios. De vez en cuando siento una fuerza muy especial”. Me confirmó la luz sentida en su enfermedad, cuando estaba en el hospital. Con los ojos cerrados, se dio la vuelta y cogió el rosario: “De esto: mucho, mucho, mucho. ¿Hasta cuándo? Yo no sé. Espero, espero. Para mí nada, nada, nada. (Lo decía muy expresivamente, con enorme sentido trágico). Arriba, Dios trino. Luego, el Corazón del Señor, y este pobre. El Señor me da su luz. Yo quiero darle todo al Señor. Todo es muy difícil. Es lo que Dios permite. Algo especial que nos ha enviado de una manera muy rápida. Bendito él, benditos sean los hombres”. (Utilizaba el término hombres para referirse a los jesuitas). “Pero es tremendo, tremendo”. Lo decía con fuerza, pronunciando mucho una erre muy vasca. “Más que nunca, en las manos de Dios”.

IMG_3257Tras el ictus cerebral Arrupe es trasladado del hospital a una habitación pobre y desnuda de la enfermería, no diferente de las de otros enfermos, de la Curia SJ. Comienza la larga noche oscura del padre General. Nombra vicario a Vicent O´Keefe. El 6 de octubre se presenta el Secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli. Pide entrevistarse a solas con el enfermo. Le entrega una carta del papa por la que interrumpía el curso institucional de la Compañía nombrando delegados suyos en la Orden a los padres Dezza y Pittau (el primero, octogenario confesor de dos papas; el segundo, conocido por sus atenciones al papa Wojtyla como provincial del Japón). El enfermero hermano Bandera no quiso dejarlo solo. Cuando O’Keefe entró, se lo encontró llorando. Según el enfermero, le pidió que le llevara al cuarto del anciano Dezza, pero el hermano le disuadió y le dijo que, siendo aún general, Dezza debía venir a verle a él. Según sus apuntes, Bandera oyó que Arrupe exclamó: “Dios así lo quiere, hágase su voluntad. Dios tiene sus caminos, es grande”. “Pasó treinta minutos (creo que sufrió mucho), cuando su rostro y sus ojos volvieron a ser los de siempre: sonrisa, serenidad, paz profunda”

– Dices, por ejemplo, que nunca se enfadaba. ¿Es posible algo así en un personaje con tanta responsabilidad?

 – Hay un secreto para explicarlo: Después de su muerte se encontró en el reclinatorio de su cuarto una estampa del Corazón de Jesús. Detrás constaba algo insólito, que muy pocos santos han hecho en su vida: un voto de perfección realizado al parecer en Estados Unidos durante el año que hizo la Tercera Probación jesuítica y visitaba a presos en el Corredor de la Muerte. Consiste en, entre dos opciones de vida, elegir siempre la más perfecta. Y lo cumplía, incluso cuando sabía quién era su Judas: su secretario personal jesuita que le traicionaba revelando en la curia vaticana asuntos secretos de su cargo.  Sin embargo, nunca lo relevó de su cargo.

– ¿Llegó a tener experiencias místicas: éxtasis, levitaciones…?

Por su modestia creo que no comunicó a nadie sus dones místicos, aunque muchos de sus compañeros estaban convencidos de ello. A mí, cuando le pregunté si su oración era occidental u oriental, me confió que su modo de oración era “total”. Varios testigos lo confirman, especialmente en los últimos tiempos. El hermano Bandera  afirma que se transfiguraba en la oración y la misa como si no estuviera en este mundo.

IMG_3258Juan Pablo II y Arrupe. ¿Alguien se imagina un santo don esa mirada aviesa y cruel?

Pedro Arrupe, según me confesó él mismo, experimentó cuatro iluminaciones o ilustraciones en su vida, por las que vio todo claro:

De estudiante en Oña, cuando escuchó una voz que le dijo: “Tú serás el primero” (Profecía de su futuro generalato).

En Cleveland durante la “tercera probación”, posible fecha de su voto de perfección. “Comenzó para mí un mundo nuevo”.

En Hiroshima, cuando el reloj se paró tras la explosión de la bomba atómica y experimentó “el no tiempo“.

En la toma de decisiones de especial importancia: la opción por la justicia como una consecuencia de la fe. “Lo vi claro delante de Dios. Los jesuitas teníamos que dar ese paso. Fue algo precioso, bonitísimo” (Me lo comunicó con al rostro transportado).

Tenía conocimientos extrasensoriales de las personas. Casi todos los jesuitas se sentían percibidos y comprendidos antes de contarles nada. A mí, trabajando en Roma como periodista a la puerta del Sínodo, un día en que me sentía especialmente deprimido, me lo adivinó sin decirle yo nada, y en vez de darme la mano normalmente, me la cogió de lado y la apretó con cariño y firmemente.En la última entrevista en Roma me dijo: “Lo veo todo claro”. “Sí, todo claro. Veo un mundo nuevo. Servir a Dios. Todo por el Señor”. “¿Y antes, en las ocasiones difíciles, también?”-pregunté. “También”, me respondió. Leer más…

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Santos…

Viernes, 4 de febrero de 2022
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Como buen judío, Jesús asume la exhortación a la santidad e introduce en ella a sus discípulos: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). El término griego que utiliza Mateo para referirse a la perfección deriva del sustantivo télos, que significa «fin», tanto en el sentido de «conclusión o acabamiento» de algo como para designar el «horizonte o la finalidad» hacia donde tienden las cosas.

Desde esta perspectiva, la santidad considerada como perfección no implica necesariamente la consecución de un estado moral intachable y bien rematado sino, bien al contrario, la apertura sostenida de nuestra fragilidad hacia el horizonte de un amor siempre más grande que nosotros. El Padre celestial, a quien Jesús propone como imagen de perfección, no es un ser estático y cerrado en sí mismo; su amor fontal mana sin cesar hacia el Hijo y se desborda en el mundo con la infinita creatividad del Espíritu. (…)

(…) Estas páginas tratan de adentrarse en el perfil de ese hombre que aspiró a ser hermano universal, que orientó toda su existencia hacia el horizonte de la fraternidad y que al mismo tiempo experimentó ciertos límites y sombras que le impidieron ser y sentirse plenamente hermano de todos. Sin duda alguna, Carlos de Foucauld fue un auténtico hermano, un «hermano inacabado» que deseaba ser «hermano universal», un hermano cuya santidad alude menos al objetivo conquistado que a la humildad de un camino recomenzado muchas veces.

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Margarita Saldaña Mostajo.
El hermano inacabado. Carlos de Foucauld

Grupo de Comunicación Loyola, enero de 2021

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El gozo de Dios en todas partes

Sábado, 6 de febrero de 2021
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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Lo único por lo que vale la pena vivir es la santidad. Entonces estarás satisfecho de dejar que Dios te lleve a la santidad por caminos que no puedes comprender. Viajarás en oscuridad en la que ya no te preocupes por ti mismo y ya no te compares con otros hombres. Los que han pasado por ese camino finalmente han descubierto que la santidad está en todo y que Dios está a su alrededor. Habiendo renunciado a todo deseo de competir con otros hombres, de repente se despiertan y descubren que el gozo de Dios está en todas partes, y son capaces de regocijarse en las virtudes y la bondad de los demás más que en las suyas propias. Están tan deslumbrados por el reflejo de Dios en las almas de los hombres con los que viven, que ya no tienen poder para condenar lo que ven en otro. Incluso en los mayores pecadores pueden ver virtudes y bondad que nadie más puede encontrar. En cuanto a ellos mismos, si todavía se consideran a sí mismos, ya no se atreven a compararse con los demás. Esa idea ahora se ha vuelto impensable”.

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Thomas Merton, New Seeds of Contemplation

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Ramón Hernández Martín: El lado oscuro de la vida. Martirio y santidad.

Miércoles, 26 de agosto de 2020
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Etica-cuidado_2229687080_14589939_667x375La mañana nos obliga hoy a asomarnos al lado quizá más oscuro de la vida humana, al abismo infernal que, por mor de intereses y pasiones, los humanos se arrojan unos a otros. Dios no ha creado infiernos sencillamente porque no tiene poder para hacerlo, siendo como es él un Dios de ser, de positividad y de amor. Pero el hombre sí que lo tiene debido al error de perspectiva que puede cometer por su cortedad de miras al perseguir intereses a flor de piel y buscar el disfrute precipitado de cosas que le dañan.

Un infierno es, desde luego, el alcoholismo que anega en toxicidad las neuronas hasta hacerles creer que no hay vida fuera del encharcamiento en que se encuentran. Y también lo es la drogadicción por el paraíso alucinógeno que lleva aparejado, paraíso que suplanta todas las dimensiones y expectativas de la vida humana. Pero si estos infiernos, podría decirse, son individuales, incluso cuando uno ha sido arrastrado a ellos por otros, el horror que crean las armas es el más atroz de todos los infiernos porque su objetivo no es ya crear sucedáneos de vida individual, sino arrebatarla de forma indiscriminada, cruel y despiadada, por intereses tan mezquinos y parciales como el poder o la riqueza de unos pocos.

Esta prolija introducción se debe a que, un día como hoy de 1945, la humanidad, concentrada esencialmente toda ella en Hiroshima, recibió el pavoroso impacto de una bomba atómica, la primer arma de destrucción masiva que descargó toda su fuerza sobre la piel de ciudadanos normales, completamente ajenos a los intereses que se estaban jugando a otro nivel. La intensa radiactividad desplegada por esa bomba mató en pocos segundos a más de setenta mil personas y a decenas de miles más en los días y semanas siguientes. Creyendo que el castigo no había sido lo suficientemente duro, tres días después se lanzó otra bomba atómica sobre Nagasaki, con similar devastación. Cierto que se detuvo así una guerra que, de haberse continuado, habría producido quizá el doble o triple de víctimas, pero, además de que nunca se podrá justificar el sacrificio de una víctima inocente, hemos de reconocer que el lanzamiento de esas bombas causó un gran horror dentro de otro mayor, el de la guerra, de cualquier guerra, aunque sus únicos muertos fueran soldados obligados a combatir con quienes, de conocerse, probablemente podrían ser sus amigos.

El hecho nos lleva a la espantosa contemplación de la industria de la muerte que ha desarrollado la tecnología humana. Cierto que la autodefensa ha acelerado el desarrollo de tecnologías válidas para otros muchos usos que no sean el de matar, aunque, armándose de sentido común, valga el oxímoron, uno no entiende por qué la autodefensa agudiza más el ingenio que el hecho de no pasar hambre, hecho que, de suyo, mata a tantos diariamente de otra forma. Los cristianos deberíamos tener claro en este contexto que el “no matarás” incluye la fabricación de instrumentos de muerte. Se puede matar a un ser humano con una piedra o con un cuchillo de cocina, pero esos no son de suyo herramientas de muerte. Los fusiles, las granadas, los tanques y las bombas de toda clase, desde las caseras a las nucleares y bacteriológicas, son fabricados para matar, son instrumentos de muerte. ¡Qué ciega ha estado durante siglos nuestra Iglesia, esa que, habiendo sido creada como instrumento de vida, ha jugado descaradamente con la muerte por intereses que nada tenían que ver con la paz, cuando ella estaba obligada a predicar en todo tiempo y lugar la concordia y el amor!

Cierto que es muy encomiable y que nunca será reconocida del todo la inmensa labor de los cristianos en favor de la vida de los hombres en tantos lugares y tiempos como, por ejemplo, hace patente la actual pandemia, cuando un simple virus está llevando la delantera a una humanidad tan tecnificada y avanzada. Pero se trata de una encomiable labor de voluntariado que también se da en ámbitos muy alejados de la Iglesia, labor que brota del corazón compasivo de tantos seres humanos, aunque ni siquiera sean creyentes. Falta, pues, ver la alineación clara y precisa de nuestra Iglesia en favor de la vida no solo de los no nacidos, sino también de todos los nacidos. La Iglesia, como institución y agrupación humana, debería pasarse los días gritando la sinrazón de los hombres que hacen posible el hambre y, buscando la muerte violenta de muchos, cometen el horrendo pecado de fabricar armas mortíferas en vez de arados, azadones y mangueras de riego, pongamos por caso. Será mejor perder el tiempo debatiendo si las mujeres son “dignas de lo santo”, es decir, de ejercer los ministerios sagrados, o hilando fino sobre cómo, cuándo y con quién el ser humano puede desfogarse sexualmente. ¡Qué empecinamiento y qué cobardía!

El día nos pone en la mesa la presencia de un hombre en cuyo hieratismo parecían reflejarse todas las tristezas humanas. Eso fue lo que me pareció cuando un Miércoles de Ceniza, en Santa Sabina de Roma, tuve la ocasión de saludarlo y desearle “buena será”. Me refiero al santo varón, también santo canónico, que fue y sigue siendo en su magisterio, al papa Pablo VI, que murió un día como hoy de 1978. Mérito suyo sin ninguna duda fue la culminación de la magna obra emprendida por su predecesor, Juan XXIII, el Concilio Vaticano II, un concilio de siembra retardada cuyos principales frutos, es de desear, se verán en los años venideros. Un hombre inteligente y perspicaz, pero lastrado, a mi modesto entender, por una formación espiritual que le obligaba a mirar más a las alturas del cielo que a las cloacas de la tierra y que por ello, seguramente, nunca pudo entender la legítima y auténtica función de la sexualidad en la vida humana. Siendo yo todavía un recién nacido al pensamiento crítico, el mismo día en que fue publicada su “Humanae vitae” la leí de un atracón y me llevé un cabreo teológico monumental. ¡Bendito amigo san Pablo VI, ahora que vives en la claridad total, libra a la Iglesia que te honraste en presidir de la oscuridad que la sigue dominando!

Ahondando en la historia, hoy nos encontramos, además, con otro terrible episodio de muerte en España, en el que tiene mucho que ver la fe de los creyentes, de unos como justicieros diábolos y de otros como mártires devotos. En efecto, un día como hoy del año 953, doscientos monjes benedictinos del monasterio de san Pedro de Cardeña fueron ajusticiados por tropas musulmanas omeyas de Al-Ándalus en plena Reconquista española. Cuenta la leyenda que, en el aniversario de su muerte, el claustro del monasterio en el que fueron enterrados se empapaba de sangre. Parece ser que tan gran prodigio cesó de repente a finales del s. XV, cuando los árabes fueron definitivamente expulsados de la península ibérica. Sea o no cierto, lo terrible es la constatación de que han sido muchas las víctimas humanas cuya ejecución se ha atribuido a mandatos divinos en unos contextos en los que lo divino no era más que un instrumento mortífero en manos de los hombres.

Urge, pues, que los cristianos de nuestro tiempo llamemos al pan, pan, y que pongamos cada cosa en su sitio, discerniendo claramente lo que son sublimes mandatos divinos de los rastreros intereses humanos. No podemos de ningún modo jugar con mandatos tan claros como dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, consolar al triste, albergar al peregrino y hacer, en suma, cuanto favorezca la vida de quienes viven a nuestro alrededor o en cualquier otra parte del mundo. La cosa es tan clara como que los cristianos estamos obligados a propugnar todo lo que favorece la vida humana y a luchar a brazo partido (aquí sí que deberíamos usar todas las armas disponibles) contra todo lo que la deteriora. ¡A buen entendedor, pocas palabras, pues no otra cosa significa que Jesús pasó por la vida haciendo el bien!

Ramón Hernández Martín

Fuente Fe Adulta

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El camino de la santidad es lucha, constancia y confianza.

Viernes, 8 de noviembre de 2019
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Es verdad que la santidad cristiana es la santidad de Cristo en nosotros, pero ello no significa que el Espíritu Santo vaya a hacer su obra en nosotros si nosotros nos mantenemos absolutamente pasivos e inertes. No hay vida espiritual sin lucha constante y sin conflicto interior. Un conflicto que es tanto más difícil de afrontar cuanto que es oculto, misterioso y a veces casi imposible de comprender”.

“No nos convertimos una única vez en nuestra vida, sino muchas veces, y esta interminable serie de grandes y pequeñas conversiones, de revoluciones interiores, desemboca finalmente en nuestra transformación en Cristo”.

“Paradójicamente, aunque el propio Cristo lleva a término la obra de nuestra santificación, cuanto más lo hace, tanto más costosa tiende a resultarnos. Cuanto más avanzamos, tanto más tiende Él a privarnos de nuestras fuerzas y a desposeernos de nuestros recursos humanos y naturales, de modo que al final nos vemos en la más absoluta pobreza y oscuridad”.

“El tramo final en el camino hacia la santidad de Cristo consiste, pues, en abandonarse por entero, confiada y gozosamente, a la aparente locura de la cruz

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Thomas Merton
Vida y santidad

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La santidad de Etty Hillesum.

Jueves, 23 de agosto de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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Abundan los santos que, pese a su canonización por la Iglesia y a la extraordinaria veneración que les dispensa la religiosidad popular, fueron personajes excéntricos y nada convencionales. Junto a figuras de santos edificantes, que llevaron vidas ejemplares, siempre ha habido santos anómalos, rompedores de moldes”.

Etty Hillesum, joven judía holandesa, muerta en Auschwitz en 1943, a la edad de 29 años, tuvo desde el punto de vista de la moral convencional, una vida inquieta y escandalosa. A partir de la edad de 27 años mantuvo una relación con dos hombres a la vez. Ella sabe que la moral común puede juzgar escandaloso su comportamiento, pero eso no la incomoda: siente que es fiel a los dos hombres a los que ama, pero sobre todo esta irregularidad afectiva no le impide emprender un camino extraordinario que la lleva a descubrir a Dios dentro de sí y a cultivar una religiosidad muy particular, ajena a iglesias, sinagogas y dogmas.

Ni siquiera representa para ella un obstáculo en su camino místico-espiritual el aborto voluntario al que recurre para interrumpir un embarazo no deseado; no se siente capaz de traer al mundo un niño en las circunstancias históricas en las que vive: persecución, deportación, exterminio de judíos. También la empuja al aborto el temor a los varios casos de locura que hay en su familia y que ella considera con mucha probabilidad hereditarios.

Tras el aborto, se confía a Dios pidiéndole que la acepte tal como ella es, con sus limitaciones y sus contradicciones, y prosigue conversando con él en su oración. Ni su libertad ni el aborto son obstáculos para su relación con Dios, la cual continua y se intensifica a pesar de todo.

El suyo puede definirse, por tanto, como un camino nuevo de santidad. Del descubrimiento de Dios dentro de sí, Etty llega a la extraordinaria intuición de que es ella la que tiene que ayudar a Dios a no ausentarse del todo en un mundo envenenado por la violencia, el odio y el resentimiento: “Se me hace cada vez más evidente que tú no puedes ayudarnos a nosotros, sino que somos nosotros los que debemos ayudarte a Ti, y de ese modo ayudarnos a nosotros mismos. Lo único que podemos salvar de estos tiempos, y también lo único que cuenta verdaderamente, es un pedacito de ti en nosotros, Dios mío”.

Este propósito de ayudar a Dios para hacer que sobreviva al holocausto, como un niño inerme custodiado en su seno, se traduce luego en su empeño por ayudar al prójimo, los muchos judíos desesperados que llenaban el campo, a que desenterraran a Dios dentro de ellos, liberándolos del odio y el comprensible deseo de venganza.

Esta extraordinaria intuición, nace de la terrible experiencia de la Shoa: que, en ese mundo dominado por la violencia y el odio, necesitamos “ayudar a Dios” para que no desaparezca del todo del corazón de los hombres. Frente a esa tarea, poca cosa representan su desorden sentimental y su aborto; no se dejó turbar en exceso y se mostró capaz de ayudar a Dios y al prójimo en un tiempo histórico que estaba tan necesitado de ello.

La “santidad” de Etty tiene además la peculiaridad de no estar encerrada en un recinto confesional determinado: ella no pertenece del todo al judaísmo, ni al cristianismo, a pesar de que judíos y cristianos se hayan disputado su herencia. Ella también toma elementos, para su espiritualidad, de la tradición islámica, dado que sus lecturas, además del Antiguo Testamento y el Evangelio, incluyen el Corán y la sabiduría oriental. La suya es una santidad libre, interreligiosa, que supera los límites que separan las diversas confesiones religiosas. Etty utiliza con frecuencia la imagen de Dios como la parte más recóndita de si, como el soplo divino que alienta en cada uno de nosotros.

Otro aspecto de su singular “santidad” es su rechazo al odio; en una época de ánimos envenenados por la violencia, el resentimiento y el deseo de venganza, ella practica el amor al prójimo y rechaza el odio indiscriminado, dirigido a una categoría de personas, fueran alemanes o nazis. “Aunque no quedase más que un solo alemán decente, este único merecería ser defendido contra esa banda de bárbaros, y gracias a él no se tendría el derecho a derramar el propio odio sobre un pueblo entero”. Esta posición suya, de amor al prójimo, incluso al enemigo, y de rechazo del odio indiferenciado se inscribe en una práctica de no-violencia radical pero extremadamente eficaz por su capacidad de sustraerse a la humillación que les es infringida a los judíos.

De hecho, lejos de dejarse doblegar por las innumerables y crecientes restricciones y discriminaciones de los nazis contra los judíos en la Holanda ocupada, Etty Hillesum mantiene siempre firme su sentido de la dignidad, aunque sin reaccionar agresivamente a las provocaciones: “Para humillar a alguien tiene que haber dos: el que humilla y el que es humillado y, sobre todo, que se deja humillar”. Si este último es inmune a la humillación, tendrá que soportar disposiciones desagradables, pero su dignidad no queda menoscabada. Lo anterior refleja un orgullo indómito.

Algunos le reprochan no haber huido cuando pudo hacerlo, o que se entregase voluntariamente a los nazis, pero ello no implica, como han dicho algunos, resignación o pasividad, sino responsabilidad moral, la conciencia de que, si ella se iba, otra persona ocuparía su lugar. Etty sintió una profunda responsabilidad con respecto a otros judíos, y no quiso salvar su vida al precio de otra. En el campo de concentración Etty encontró a Dios en sus hermanos de cautiverio, y supo testimoniar su fe, comunicándola a otros, comprensiblemente desesperados, e incluso a los que no eran creyentes o habían perdido la fe.

Por todo lo anterior, esta mujer habla hoy a quienes pertenecen a otras confesiones religiosas, y también al que no cree, al que duda, enseñándonos que, en cualquier tiempo y lugar, por desesperada que pueda ser la situación que estemos atravesando, aun podemos estar alegres y alabar a Dios por una comida compartida y por el hecho de tener dos manos que poder unir en oración. Nos enseña que nos pueden quitar muchas cosas, pero nunca el trozo de cielo sobre nuestra cabeza, ni la belleza de la creación.

Así fue la santidad de Etty Hillesum: excéntrica, anómala, despreocupada de la moral convencional; con una gran libertad religiosa y espiritual. Y ella fue fiel a la vocación descubierta hasta el final. Conocer su historia, su testimonio vital en una hora oscura de la humanidad, nos recuerda que nuestra época necesita un tipo nuevo de santidad, una santidad distinta, encarnada en personas que comparten el mundo con otros, que sufren y se alegran en medio de la vida, y que no se quiebran ni en las pruebas más extremas, porque es allí donde encentran la belleza y la luz de Dios.

*

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Lo anterior es un resumen del artículo: “La libertad de Espíritu: Etty Hillesum, una santidad nueva”, de Wanda Tommasi, publicado en CONCILIUM 351 (junio 2013).

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Tu santidad

Sábado, 14 de julio de 2018
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Del blog Nova Bella:

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“Tu santidad, tu gloria, tu inmenso amor en torno a mi. El aire, la luz, la lluvia, mi cuerpo, mis músculos, todo es santo, todo es creación, amor para mi. En Ti soy, de Ti vivo, tengo la vida recibida, aceptada, salvada por Ti. Todo es santo: vivir, comer, dormir, pensar, existir. Me penetras, me sujetas, me quieres, me rodeas, me salvas, me llevas como la madre lleva a su hijo en su seno, llena de ilusión y ternura.”

*

Kiko Argüello

anotaciones

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Merton: Sántos como el árbol

Jueves, 3 de mayo de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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En estos días, un documento del Papa Francisco, la exhortación apostólica “Gaudete et Exsultate” resalta un tema fundamental para nosotros en este blog: la santidad. Fue también primordial para Merton y lo abordó mucho en su obra con intuiciones cada vez más precisas, más humanizadoras, siempre en desarrollo creciente. Hoy traemos algunas ideas que aparecen en uno de sus primeros libros (1949) Semillas de Contemplación.

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“Un árbol da gloria a Dios, ante todo, siendo un árbol. Porque al ser lo que Dios quiere que sea, está imitando una idea que está en Dios y que no es distinta de la esencia de Dios, y por lo tanto un árbol imita a Dios siendo un árbol. Cuanto más un árbol es
como un árbol, tanto más es como Dios”.

“Para mí, ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que solo Dios posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente él puede hacerse quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser”.

“Por muchas absurdas razones, (algunos) están convencidos de que están obligados a convertirse en alguien que murió doscientos años antes y vivió en circunstancias completamente ajenas a las suyas”

“El santo es distinto de todos los demás hombres precisamente porque es humilde”

“Uno de los primeros signos del santo es el hecho de que los otros no saben que pensar de él”

“Conténtate de no ser todavía santo, aunque te percates de que la única cosa por la cual vale la pena vivir es la santidad. Así estarás satisfecho dejando que Dios te guíe hacia la santidad por caminos que no puedes comprender. Pasarás por una oscuridad en que ya no te preocuparás por ti mismo ni te compararás con los demás. Los que han seguido este camino hallaron finalmente que la santidad está en todo y que Dios los rodea por todas partes. Después de abandonar todo deseo de competir con los demás, se despiertan de pronto y descubren que el gozo de Dios está en todas partes y pueden regocijarse por las virtudes y bondad de su prójimo más que como habrían podido hacerlo por las suyas propias. Están tan deslumbrados por el reflejo de Dios en las almas de los hombres con quienes viven, que ya son incapaces de condenar lo que ven en el otro. Aun en los mayores pecados pueden ellos ver bondad y virtudes que nadie más puede ver. En cuanto a sí mismos, si todavía se consideran, ya no se atreven a compararse con otros. Esa idea se hizo ya impensable. Pero ya no es fuente de gran sufrimiento y lamentación: han alcanzado finalmente un punto en que dan su propia insignificancia por supuesta y ya no se interesan
en sí mismos”.

*

Thomas Merton

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Gente como uno.

Miércoles, 11 de abril de 2018
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Del blog de Henri Nouwen:

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No son extraterrestres, ni son “perfectos”. Los santos son personas como nosotros, con todas las complejidades que la vida humana conlleva. La santidad es don de Dios para todos y búsqueda y tarea a la que Dios nos invita a todos. Dice Nouwen sobre ésto:

“…Aunque tendamos a pensar en los santos como seres sagrados y piadosos y nos los representamos con un nimbo en torno a su cabeza y mirada extática, los verdaderos santos son mucho más accesibles. Son hombres y mujeres igual que nosotros, que llevan una vida común y corriente y se enfrentan a problemas comunes y corrientes. Lo que los hace santos en su clara e inquebrantable concentración en Dios y en el pueblo de Dios.

Algunas de sus vidas podrán parecernos muy distintas, pero en la mayoría de los casos, llevan una vida muy parecida a las nuestras.

Los santos son nuestros hermanos, que nos llaman a ser como ellos.”

*

Henri Nouwen

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Merton se mira y nos mira

Miércoles, 29 de noviembre de 2017
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“El hombre que vive dividido, vive en la muerte. No puede encontrarse a sí mismo porque está perdido; ha dejado de ser real. La persona que él cree ser, no es mas que un sueño defectuoso. Y cuando muera descubrirá que ya desde hace tiempo había dejado de existir...”

NUEVAS SEMILLAS DE CONTEMPLACIÓN.

“Finalmente estoy llegando a la conclusión de que mi mayor ambición es ser lo que ya soy. Que nunca cumpliré mi obligación de superarme a mí mismo a no ser que primero me acepte, y si me acepto plenamente del modo debido, ya me habré superado a mí mismo. Porque es el yo inaceptado el que se interpone en mi camino, y seguirá haciéndolo mientras no sea aceptado. Cuando lo es, es mi escalón a lo que está por encima de mí. Porque así es como el hombre ha sido hecho por Dios, y el pecado original fue el intento de superarse a uno mismo siendo como Dios, es decir, distinto de uno mismo. Pero nuestra semejanza con Dios empieza en nuestra persona. Debemos hacernos como nosotros mismos, y dejar de vivir a nuestro lado”.

DIARIOS.

*

“Para mí, ser santo es ser uno mismo”.

Thomas Merton.

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Uno como yo

Lunes, 27 de noviembre de 2017
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Mediante el Bautismo entramos a ser parte de una familia mucho más grande que la nuestra biológica. Es una familia de personas “puestas aparte” por Dios para ser luz en las tinieblas. Estas “personas aparte” se conocen como santos.

Aunque tendemos a pensar en los santos como seres sagrados y piadosos y nos los representamos con un nimbo en torno a su cabeza y mirada extática, los verdaderos santos son mucho más accesibles. Son hombres y mujeres igual que nosotros que llevan una vida común y corriente y se enfrentan a problemas comunes y corrientes. Lo que los hace santos es su clara e inquebrantable concentración en Dios y en el pueblo de Dios. Algunas de sus vidas podrán parecernos muy distintas, pero en la mayoría de los casos llevan unas vidas muy parecidas a las nuestras.

Los santos son nuestros hermanos, que nos llaman a ser como ellos.”

*

Henri Nouwen

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Todo lo santo

Jueves, 16 de noviembre de 2017
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Las formas y caracteres individuales de los seres que viven y crecen,
de los seres inanimados, de los animales,
de las flores y de toda la naturaleza,
constituyen su santidad a los ojos de Dios.

Su esencia es su santidad.
Es la huella de la sabiduría
y la realidad de Dios en ellas.
La especial y torpe belleza de ese potro
en este día, en este campo, bajo estas nubes,
es una santidad consagrada a Dios
por su sabiduría creadora,
y proclama la gloria de Dios.

Las pálidas flores del cornejo
que crece fuera de esa ventana son santas.
Las florecillas amarillas que nadie percibe
al borde de aquel camino
son santas que contemplan el rostro de Dios.

Esta hoja tiene su propia textura,
su trama de fibras y su forma santa propia,
y lo que hace santas a la perca y a la trucha
que se ocultan en los profundos remansos del río
son su belleza y su fuerza.

Los lagos ocultos entre las colinas son santos
y el mar también es un santo que alaba a Dios
sin interrupción
con su majestuosa danza.

La gran montaña, hendida y medio desnuda,
es otro de los santos de Dios.
No hay otro como ella.
Es única en su especie;
no hay nada en el mundo que haya imitado
ni pueda imitar jamás a Dios
de la misma manera.
Esa es su santidad.

Pero ¿y tú? ¿Y yo? “

*

Thomas Merton

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Todos santos, aquí y ahora.

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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Del ya tristemente desaparecido y recordado  blog À Corps… À Coeur:

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La vida futura es el opio del pueblo, es una mistificación que hace esperar del futuro un cambio que no no se habría producido o por lo menos no se ha preparado en el presente.

La verdadera fe cristiana no es la fe en una vida futura, sino en la vida eterna, y si es eterna, sólo se necesita un momento de reflexión para comprender que ya se ha iniciado. Vivimos ahora, o no viviremos nunca.

*

Luis Evely, “Ese hombre eres tú” (1957), p. 58

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Amor de todo amor

Martes, 24 de enero de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

El hermano Roger es una profeta de nuestro tiempo. Centró toda su vida en Cristo, en cuyo nombre dio la bienvenida a cualquier persona, cualquiera que sea su ori gen, su pasado, su edad, su religión. Hombre de oración, el fundador de la comunidad ecuménica de Taizé no ha dejado de animar a los hombres a reconciliarse. Su testamento espiritual continúa sosteniendo a aquellos que deseen desarrollar un monaquismo interior. Os proponemos oraciones y palabras del hermano Roger para alimentar cada semana la vida interior en el seguimiento del Dios uno y trino. (Citas sacadas del libro “Vivir para amar” Ed. Les Presses de Taizé, 2010).

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“Amor de todo amor, Cristo es ardor en ti.

Y cuando el amor es perdón, tu corazón probado vuelve a vivir.

La contemplación de su perdón se hace resplandor de misericordia en un corazón sencillo.

Y la santidad de Cristo ya no es  inalcanzable.

*

Frère Roger de Taizé,

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Nosotros los santos

Sábado, 19 de noviembre de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

“Así pues, ya no son extranjeros, ni huéspedes, sino ciudadanos de la ciudad de los santos;  ustedes son de la casa de Dios. Están cimentados en el edificio cuyas bases son los apóstoles y profetas y cuya piedra angular es Cristo Jesús. En Él se ajustan los diversos elementos y la construcción se eleva hasta formar un templo santo en el Señor. En Él, ustedes se van unificando hasta ser un santuario espiritual de Dios. “

(San Pablo, Efesios 2, 19-22)

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 La llamada a la santidad fue un tema permanente, creciente y en evolución, en la búsqueda personal de Merton.  Buscó en su persona, en el mundo, en los signos de su tiempo.  Traemos hoy algunas de sus ideas:

Diferentes pero iguales.

“No hay dos santos iguales,

pero todos son como Dios,

como Él,

de un modo diferente y especial.”

(Vida y Santidad).

*

Ser yo, sé tú.

“Para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí, ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto, el problema de la santidad y de la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero….Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca…Pero el problema es éste: puesto que sólo Dios posee el secreto de mi identidad, únicamente Él puede hacerme quién soy, o mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad.” (Semillas de Contemplación.)

*

Santidad que no se enajena.

“No podemos hacernos santos solamente tratando de huír de las cosas materiales. Poseer vida espiritual consiste en poseer una vida que sea espiritual en toda su plenitud; una vida en la que los actos del cuerpo sean santos por el alma, y en la que el alma sea santa por Dios que mora y actúa en ella.  Cuando vivimos una vida semejante, los actos del cuerpo van dirigidos a Dios por Dios mismo y le dan gloria, y al mismo tiempo ayudan a santificar el alma. El santo no es, pues, santificado sólo por el ayuno cuando debe ayunar, sino por la comida cuando debe comer.  No es santificado sólo por las oraciones en la oscuridad de la noche, sino por el sueño tomado en obediencia a Dios, que nos hizo lo que somos. No sólo la soledad contribuye a la unión con Dios, sino también el amor sobrenatural a los amigos y familiares, y a los que viven y obran junto a él.” ( Los hombres no son islas.)

*

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Santidad humanista y  social.

“Un cristianismo que menosprecie las necesidades fundamentales del ser humano, no es realmente digno de ese nombre. Y sin duda, nadie pretenderá que la Iglesia no se preocupe por tales cosas. …Es muy importante caer en la cuenta de que el humanismo cristiano no es un lujo que la Iglesia conceda de mala gana a unos cuantos estetas y reformistas sociales, sino una necesidad en la vida de todo cristiano.

No existe auténtica santidad sin esta preocupación humana y social. No basta con entregar donativos deducibles de los impuestos a distintas “entidades caritativas”. Estamos obligados a tomar parte activa en la solución de problemas urgentes que afectan globalmente a nuestra sociedad y a nuestro mundo.” (Vida y Santidad.)

*

Thomas Merton

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La gente corriente

Miércoles, 25 de mayo de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

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Nosotros, gente de la calle.

Hay gente a la que Dios toma y pone aparte.
Pero hay otros a los que deja
en medio de la multitud,
“sin retirarlos del mundo”.

Hay gente que realiza un trabajo ordinario,
que tiene una familia ordinaria,
que vive una vida ordinaria de solteros.
Gente que tiene enfermedades ordinarias
y lutos ordinarios.

Es gente de la vida ordinaria.
Gente con la que nos encontramos en cualquier calle.
Esos aman la puerta que da a la calle,
lo mismo que sus hermanos invisibles al mundo
aman la puerta que se ha cerrado defintivamente sobre ellos.

Nosotros, gente de la calle,
creemos con todas nuestras fuerzas que esta calle,
este mundo en donde Dios nos ha puesto,
es para nosotros el lugar de nuestra santidad.

*

Madeleine Delbrêl
Nosotros gente Corriente

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Creadores

Viernes, 26 de febrero de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Toda vida cristiana está destinada a ser al mismo tiempo profundamente contemplativa y rica en trabajo activo. Es cierto que somos llamados a crear un mundo mejor. Pero ante todo somos llamados a  una tarea más inmediata y ensalzada: la de crear nuestras propias vidas. Al hacerlo actuamos como colaboradores de Dios.  Ocupamos nuestro lugar en la gran obra de la humanidad ya que, en efecto, la creación de nuestro propio destino en Dios es imposible en un  completo aislamiento.  Cada uno de nosotros labra su propio destino inseparablemente unido a todas las demás personas con quienes Dios ha querido que vivamos.  Compartimos unos con otros la obra creadora de vivir en el mundo.  Y por medio de nuestra lucha con la realidad material, con la naturaleza, nos ayudamos unos a otros a crear al mismo tiempo nuestro destino y un mundo nuevo para nuestros descendientes.”

“La santidad cristiana ya no puede ser considerada como una mera cuestión de actos de virtud individuales y aislados, sino que ha de ser vista también como  parte de un enorme esfuerzo de colaboración para la renovación espiritual y cultural de la sociedad, que produzca unas condiciones en las que todos los hombres puedan trabajar y disfrutar en paz del justo fruto de su trabajo”.

*

Thomas Merton

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Sencillez, Naturalidad

Jueves, 26 de noviembre de 2015
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Algunos, al parecer, piensan que un santo no puede en modo alguno sentir un interés natural por ninguna de las cosas creadas. Se imaginan que toda forma de espontaneidad o disfrute es el gozo pecaminoso de una “naturaleza caída”. Que ser “sobrenatural” significa ahogar toda espontaneidad con tópicos y referencias arbitrarias a Dios. El propósito de tales tópicos es, por decirlo así, mantener todo a distancia, impedir las reacciones espontáneas, exorcizar los sentimientos de culpa o, quizá, ¡cultivar tales sentimientos! A veces nos preguntamos si esta moralidad no es, después de todo, amor a la culpa. Algunos suponen que la vida de un santo solo puede ser un perpetuo duelo con la culpa y que un santo no puede ni siquiera beber un vaso de agua fresca sin hacer un acto de contrición por apagar su sed, como si esto fuera un pecado mortal. Como si los santos ofendieran a Dios cada vez que estiman la belleza, la bondad, las cosas agradables. Como si los santos no pudieran sentir más agrado que el que les procuran sus oraciones y sus actos de piedad interiores.

Un santo es capaz de amar las cosas creadas y gozar usándolas y tratando con ellas de una manera perfectamente sencilla y natural, sin hacer referencias formales a Dios, sin atraer la atención sobre su piedad y actuando sin ninguna forma de rigidez artificial. Su amabilidad y su dulzura no les son impuestas por la presión abrumadora de una camisa de fuerza espiritual, sino que proceden de su docilidad directa a la luz de la verdad y a la voluntad de Dios. Por eso el santo es capaz de hablar sobre el mundo sin hacer ninguna referencia explícita a Dios, de tal manera que lo que dice da mas gloria a Dios y despierta un amor mayor a El que las observaciones de una persona menos santa, que tiene que forzarse para establecer una conexión arbitraria entre las criaturas y Dios por medio de metáforas y analogías gastadas, tan débiles que nos hacen pensar que la religión es problemática.”

*

Thomas Merton.
Nuevas semillas de contemplación.

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“Otra santidad”, por Gema Juan, OCD

Martes, 6 de octubre de 2015
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21844101155_3370f35840_m«El mérito no consiste en hacer mucho ni en dar mucho, sino más bien en recibir, en amar mucho». Así escribía Teresa de Lisieux –Teresita– a su hermana Celina, animándola a dejarse llevar por Jesús y a descubrir otra santidad.

Escribía al hilo de su querido maestro Juan de la Cruz que, cuando hablaba de la ciencia del amor que es la contemplación, decía que «la contemplación pura consiste en recibir». Discípula y Maestro coincidirán en el tenaz ejercicio que lleva a esa pureza y en el largo camino que hay que recorrer para aprender a recibir. Tal vez, el verbo más activo que exista.

Hablar así de la contemplación y del significado del mérito es hablar de otra santidad. Es mantener una «atención creativa» que permite ver con profundidad lo que rodea, para poder dar una respuesta personal, auténtica y valiosa. Eso hicieron Juan y Teresita, ambos preocupados por la desorientación que veían a su alrededor y conscientes de haber descubierto un camino personal que podían compartir.

Más adelante, en la misma carta, Teresita recordará un poema de Juan que vuelve a poner las cosas en el único orden que pueden funcionar, cuando se trata de andar con Dios. El poema decía: «Hace tal obra el amor, después que le conocí, que si hay bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor y alma transforma en sí».

El amor es el que transforma, el que es meritorio, el que hace la santidad; y solo desde el amor es posible recibir al Amor. Teresita seguirá escribiendo en la misma carta: «Mi director, que es Jesús, no me enseña a llevar la cuenta de mis actos, Él me enseña a hacerlo todo por amor… pero esto se hace en la paz, en el abandono, es Jesús quien lo hace todo». La misma experiencia: es el amor el que obra.

Simone Weil hablaba de que, en cada tiempo, es necesaria una santidad, es decir, una santidad nueva y que no tiene precedente. Por eso, los santos son creadores y la contemplación que viven supone una revolución, un cambio profundo en el orden de las cosas. La contemplación auténtica jamás es neutra, como tampoco lo son los santos. Esta es la otra santidad. La que inspira, pero no puede repetirse atemporalmente.

Quienes realizan la experiencia de ser encontrados y enseñados por Dios –explicaba M. Clara Bingemer– alcanzan un nivel diferente de conocimiento que los lleva a una vida transformada, que responde a las necesidades de cada tiempo y lugar.

Antes, León Felipe lo había dicho, preciosamente y a su manera: «Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy». Porque, más allá de todas las explicaciones que se pueden dar, la santidad es un camino único hacia la luz.

Teresita, una mujer que inició su vida en un monasterio carmelita a los quince años y que no volvió a salir de él, rompe –como hacen los místicos de todos los tiempos– la tópica dicotomía entre acción y contemplación. Para ella no existe, todo es movimiento y permanencia, todo es presencia y silencio. Todo es, sencillamente, amor. Como diría Teresa de Jesús: «Todo es amor con amor».

Y cuando Teresa, la Madre, escribe sobre esta unión de amor, habla de esa otra santidad que se realiza en la comunión más radical y efectiva. Y dirá que, para andar con un poco de seguridad, es bueno «andar con particular cuidado y aviso, mirando cómo vamos en las virtudes: si vamos mejorando o disminuyendo en algo, en especial en el amor unas con otras y en el deseo de ser tenida por la menor y en cosas ordinarias».

Teresita hablaba de «soportar los defectos de los demás, no extrañarse de sus debilidades, edificarse de los más pequeños actos de virtud». Y Juan, de un enamorado que «no anda buscando su propia ganancia, ni se anda tras sus gustos», que procura el bien de todos porque «ya no tiene otro estilo ni manera de trato sino ejercicio de amor».

Se juntan los tres maestros –padres e hija– en ese amor concreto que nunca está ocioso, que no pierde la atención, que siente que nunca acaba el camino porque es en el camino donde descubre lo vivo del amor, la comunión más íntima.

Igualmente juntos, en la experiencia de que solo el amor obra todo en todos. Es la otra santidad, la que no realiza por sí mismo el ser humano sino solo en ese dejarse llevar, que también Teresa explica: «Dejad hacer al Señor de la casa; sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a Él también».

Lo resume, «la pequeña», cuando dice que lo único que le atrae es el amor y escribe: «Lo sé: cuando soy caritativa es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a Él, más amo a todas mis hermanas».

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Un Himno a la Santidad

Lunes, 3 de noviembre de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Señor,
en el silencio de este día naciente,
vengo a pedirte la Paz,
la Sabiduría y la Fuerza.

Quiero mirar, hoy, el mundo
con ojos muy llenos de amor.
Ser paciente, comprensivo y dulce.
Ver más allá de las apariencias a tus hijos,
como los ves tú mismo
y así, no ver nada más que el bien de cada uno.

Cierra mis oídos a toda calumnia.
Guarda mi lengua de toda maledicencia.
Que solo los pensamientos que bendigan
permanezcan en mi espíritu.

Que sea
tan acogedor y tan alegre
que todos los que se acerquen
sientan tu presencia.

Revísteme, Señor, de Tu belleza
y que a lo largo de este día, te revele.

*

Autor desconocido

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Recordatorio

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