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Identificado por la policía brasileña el presunto asesino de tres homosexuales contactados por Grindr

Miércoles, 26 de mayo de 2021
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28DECF8A-94C8-4E3D-9A8A-F3DFE99436AALas víctimas:Marco Vinício Bozzana da Fonseca(Izda) ,  David Junior Alves Levisio (centro) Robson Olivino Paim (Dcha)

Las autoridades investigan los asesinatos como crímenes de odio, un delito que ha crecido en los últimos años

Hombres jóvenes, homosexuales y con buenas condiciones económicas que vivían solos: este es el perfil de las víctimas que la Policía Civil de Paraná atribuye a José Tiago Correia Soroka, de 32 años, sospechoso de haber asaltado y matado al enfermero David Júnior Alves Levisio, de 30 años, el pasado 27 de abril, y al estudiante de Medicina Marco Vinício Bozzana da Fonseca, de 25 años, el pasado 4 de mayo. Ambos vivían en Curitiba. Soroka también está relacionado con la muerte del profesor universitario Robson Olivino Paim, de 36 años, en la ciudad de Abelardo Luz, el 16 de abril.

Aunque los casos se están investigando como muertes por robo (a las tres víctimas les quitaron sus teléfonos móviles y ordenadores), la policía también sigue la hipótesis de que los casos correspondan a crímenes de odio, un delito que ha crecido en Brasil en los últimos años.

El delegado Thiago Nobrega, responsable del caso en Curitiba, explica que la hipótesis del crimen de odio se estudian por las características de las víctimas y la forma de actuar del sospechoso. En ambos casos, tanto en Curitiba como en Santa Catarina, los cuerpos fueron encontrados tumbados en la cama, boca abajo, vestidos, con las manos en la espalda y una manta sobre la cabeza, signos de que podrían haber sido asfixiados.

Según la policía, el sospechoso buscaba a las víctimas por medio de la aplicación Grindr, orientada a los encuentros entre personas LGBTI. Soroka -dicen las autoridades- utilizaba un perfil falso, identificándose con otros nombres y sin utilizar una foto de su cara. “Todos los correos electrónicos y las direcciones que utilizó para registrarse en la aplicación eran falsos, y solo hacía uso de internet en establecimientos públicos para no ser rastreado”.

También según Nóbrega, el sospechoso atacaba a las víctimas rápidamente, con un mata-leão, un golpe de estrangulamiento realizado por detrás, por la espalda, que deja a la persona inconsciente en pocos minutos. “Estamos a la espera de los informes forenses, pero todo hace pensar que tomaba a las víctimas de forma indefensa al comienzo [del encuentro] y luego las mataba por asfixia”. Nóbrega también dice que Soroka dejaba el lugar ordenado, sin evidencias de una lucha corporal.

La muerte del enfermero y del estudiante de Medicina causó una conmoción en Curitiba: Levisio llevaba poco más de un año trabajando en la primera línea de la covid-19 y soñaba con ser médico. Su hermana, Pablicia Levisio Costa, divulgó el domingo en su página de Facebook las publicaciones de la Policía Civil sobre la búsqueda de Soroka. “¡Difundan, queremos justicia!”, escribió.

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Una denuncia presentada el pasado 11 de mayo, por una persona que declaró haber sobrevivido a las agresiones supuestamente cometidas por Soroka, fue decisiva para la identificación por parte de la Policía Civil: un arquitecto de 20 años, que vive en un barrio de Curitiba. “Lo que nos contó la víctima es que él [Soroka] llegó al apartamento muy educado y le pidió a la víctima que se quitara la ropa. Cuando estaba de espaldas, intentó asfixiarlo, pero como era un hombre fuerte y alto, pudo luchar y esquivarlo. Solo sobrevivió porque era fuerte”, explica el delegado.

La policía cree que hay otras víctimas. “En algunos casos el informe no es concluyente y no se está seguro de la asfixia. En otros intentos, tenemos información de que, por vergüenza, la gente no hace la denuncia”, aclara el delegado.

Un informe del Observatorio de Muertes Violentas de LGBTI+ en Brasil – 2020, elaborado por Acontece Arte e Política LGBTI+ y el Grupo Gay da Bahía, publicado la semana pasada, señala que, desde la década del noventa hasta ahora, el aumento del número de muertes motivadas por odio hacia la población LGTBI fue de aproximadamente un 60%. 2017 fue el año con mayor número de víctimas: 455.

En 2020, el total de muerte fue de 237, un 28% menos que en 2019. La reducción, según el informe, se produjo “por una imponderable oscilación numérica y el enorme subregistro identificado durante las búsquedas, investigaciones y registros”. También, dice, por la falta de inversiones en políticas públicas, campañas para incentivar la denuncia y la protección de las víctimas desde 2018.

Fuente Agencias/El País

General, Homofobia/ Transfobia. , , , , , , , , ,

“Los santos de Teresa”, por Gema Juan OCD

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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todoslossantos

De su blog Juntos Andemos:

Teresa de Jesús tenía, entre los santos, algunas predilecciones. No es que tuviera una idea original sobre lo santo, ella bebía de las fuentes de la fe y entendía que la santidad es la vida en Cristo. De ahí que siempre recordara que había que poner los ojos en Él.

Se sentía unida a la gran nube de testigos pero, entre ellos, algunos le resultaban más próximos. Por eso, le hubiera gustado conocer lo que decía san Serafín de Sarov: que uno de los oficios del Espíritu Santo es trenzar, unir todo lo que es para Dios en el mundo, para darle un gracias inmenso, con las voces de todos los que ponen sus pequeños hilos para la trenza.

Le hubiera gustado, porque vivía consciente de esa comunión que liga a todos los seres humanos, los presentes y los que viven otra vida en Dios. Teresa experimentó algo que Elizabeth A. Johnson formula muy bien: que «existe una comunidad de compañeros íntimamente relacionados en la gracia, que se extiende a lo largo de todo el mundo y que va más allá de la muerte». Esa comunión –dice ella– crea un «parentesco de esperanza».

Con algunos «compañeros de gracia» experimentó ese vínculo en la tierra. Con su «santico», Juan de la Cruz. Con «aquella mi amiga santa», Maridíaz o con fray Pedro de Alcántara del que, aunque alababa su ascetismo, más le conmovía que «con todas esa santidad, era muy afable… y tenía muy lindo entendimiento».

Teresa aborrecía cualquier tipo de pantomima y amaba la autenticidad. Estando en Sevilla, no precisamente pasándolo bien, escribía que estaba contenta porque allí no había «memoria de esa farsa de santidad que había por allá [Castilla], que me deja vivir y andar sin miedo que esa torre de viento había de caer sobre mí».

De ahí que esos compañeros fueran tan valiosos por su veracidad, porque medían su vida con la de Jesús e iban por el camino que Él fue. Pero también porque veía cumplida su intuición: que la santidad y la amabilidad debían ir de la mano. Y esa intuición nacía de una profunda creencia: que la humanidad de Jesús revelaba la santidad del Padre.

Teresa –como Jesús– sabía que nada era despreciable. Entendía que lo que para unos es leve, para otros es muy costoso, y que vivir ligados, trenzando con el Espíritu, es mucho más constructivo. La teóloga Barbara Brown escribía que «por causa de todos los santos, por causa de unos y de otros, y por causa del Dios que nos une a todos podemos hacer mucho más de lo que cualquiera de nosotros ha podido soñar hacer en solitario».

Por eso, vivía fuertemente la unión con otros seguidores de Jesús que habían recorrido antes que ella el camino. Los recuerda por el «gran provecho y aliento [que] nos da su memoria».

Dejando aparte a san José –el hombre que vivió el amor en el anonimato, en pura fe, a la sombra del misterio y rodeado de silencio– que era «el» santo de Teresa, sus predilectos fueron los santos que habían sido grandes pecadores antes de conocer a Jesús, antes de convertirse; le alentaban mucho. Se veía entre ellos, aunque no como ellos.

Al mismo tiempo, admiraba y sentía muy cerca a los santos «que convirtieron muchas almas», porque decía que esa era la inclinación que había en ella: la de servir, la de mostrar lo bueno que es Dios y acompañar, a cuantos pudieran, a los ríos de vida y alegría que manan siempre de Él, que es la fuente de todo.

Teresa veía en los santos vidas imitables, es decir, descubría a través de ellos diferentes caminos para seguir a Jesús; los sentía como aliados en la fe y como una inspiración para vivir las Bienaventuranzas.

Por eso, decía que era contrario al Espíritu creer que es «soberbia tener grandes deseos y querer imitar a los santos». Es posible esa comunión de vida que da alas para todo lo bueno. Y le preocupaba esa dejadez humana que, a veces, es capaz de borrar el bien y perder el norte, porque apreciaba mucho «la labor que el espíritu de los santos pasados dejaron».

Descubría huellas imborrables en los apóstoles, en Agustín, en muchos fundadores y, sobre todo, en María Magdalena, que encabeza la lista de sus queridas «grandes amadoras», como había llamado a Catalina mártir.

Lo que cautivaba de todos ellos a Teresa era el profundo amor a Jesús. Un amor que había cambiado sus vidas, que había reflotado lo mejor de ellos y los había lanzado a una aventura apasionante. Y sentía que era posible apoyarse en esas huellas para crear otras nuevas y seguir iluminando la senda hacia un mundo mejor.

«Amigos fuertes de Dios», eso son los santos. Una comunidad viva donde Dios sigue realizando su obra de amor, a través de todas las épocas y en medio de todos los acontecimientos. Con ellos, Teresa sigue diciendo:

«Dejemos estas cosas que en sí no son, si no es las que nos allegan a este fin que no tiene fin, para más amarle y servirle, pues ha de vivir para siempre jamás, amén, amén. A Dios sean dadas gracias».

Espiritualidad , , , , , , , , , , , , , , , ,

“Los santos de Teresa”, por Gema Juan OCD

Sábado, 1 de noviembre de 2014
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todoslossantosDe su blog Juntos Andemos:

Teresa de Jesús tenía, entre los santos, algunas predilecciones. No es que tuviera una idea original sobre lo santo, ella bebía de las fuentes de la fe y entendía que la santidad es la vida en Cristo. De ahí que siempre recordara que había que poner los ojos en Él.

Se sentía unida a la gran nube de testigos pero, entre ellos, algunos le resultaban más próximos. Por eso, le hubiera gustado conocer lo que decía san Serafín de Sarov: que uno de los oficios del Espíritu Santo es trenzar, unir todo lo que es para Dios en el mundo, para darle un gracias inmenso, con las voces de todos los que ponen sus pequeños hilos para la trenza.

Le hubiera gustado, porque vivía consciente de esa comunión que liga a todos los seres humanos, los presentes y los que viven otra vida en Dios. Teresa experimentó algo que Elizabeth A. Johnson formula muy bien: que «existe una comunidad de compañeros íntimamente relacionados en la gracia, que se extiende a lo largo de todo el mundo y que va más allá de la muerte». Esa comunión –dice ella– crea un «parentesco de esperanza».

Con algunos «compañeros de gracia» experimentó ese vínculo en la tierra. Con su «santico», Juan de la Cruz. Con «aquella mi amiga santa», Maridíaz o con fray Pedro de Alcántara del que, aunque alababa su ascetismo, más le conmovía que «con todas esa santidad, era muy afable… y tenía muy lindo entendimiento».

Teresa aborrecía cualquier tipo de pantomima y amaba la autenticidad. Estando en Sevilla, no precisamente pasándolo bien, escribía que estaba contenta porque allí no había «memoria de esa farsa de santidad que había por allá [Castilla], que me deja vivir y andar sin miedo que esa torre de viento había de caer sobre mí».

De ahí que esos compañeros fueran tan valiosos por su veracidad, porque medían su vida con la de Jesús e iban por el camino que Él fue. Pero también porque veía cumplida su intuición: que la santidad y la amabilidad debían ir de la mano. Y esa intuición nacía de una profunda creencia: que la humanidad de Jesús revelaba la santidad del Padre.

Teresa –como Jesús– sabía que nada era despreciable. Entendía que lo que para unos es leve, para otros es muy costoso, y que vivir ligados, trenzando con el Espíritu, es mucho más constructivo. La teóloga Barbara Brown escribía que «por causa de todos los santos, por causa de unos y de otros, y por causa del Dios que nos une a todos podemos hacer mucho más de lo que cualquiera de nosotros ha podido soñar hacer en solitario».

Por eso, vivía fuertemente la unión con otros seguidores de Jesús que habían recorrido antes que ella el camino. Los recuerda por el «gran provecho y aliento [que] nos da su memoria».

Dejando aparte a san José –el hombre que vivió el amor en el anonimato, en pura fe, a la sombra del misterio y rodeado de silencio– que era «el» santo de Teresa, sus predilectos fueron los santos que habían sido grandes pecadores antes de conocer a Jesús, antes de convertirse; le alentaban mucho. Se veía entre ellos, aunque no como ellos.

Al mismo tiempo, admiraba y sentía muy cerca a los santos «que convirtieron muchas almas», porque decía que esa era la inclinación que había en ella: la de servir, la de mostrar lo bueno que es Dios y acompañar, a cuantos pudieran, a los ríos de vida y alegría que manan siempre de Él, que es la fuente de todo.

Teresa veía en los santos vidas imitables, es decir, descubría a través de ellos diferentes caminos para seguir a Jesús; los sentía como aliados en la fe y como una inspiración para vivir las Bienaventuranzas.

Por eso, decía que era contrario al Espíritu creer que es «soberbia tener grandes deseos y querer imitar a los santos». Es posible esa comunión de vida que da alas para todo lo bueno. Y le preocupaba esa dejadez humana que, a veces, es capaz de borrar el bien y perder el norte, porque apreciaba mucho «la labor que el espíritu de los santos pasados dejaron».

Descubría huellas imborrables en los apóstoles, en Agustín, en muchos fundadores y, sobre todo, en María Magdalena, que encabeza la lista de sus queridas «grandes amadoras», como había llamado a Catalina mártir.

Lo que cautivaba de todos ellos a Teresa era el profundo amor a Jesús. Un amor que había cambiado sus vidas, que había reflotado lo mejor de ellos y los había lanzado a una aventura apasionante. Y sentía que era posible apoyarse en esas huellas para crear otras nuevas y seguir iluminando la senda hacia un mundo mejor.

«Amigos fuertes de Dios», eso son los santos. Una comunidad viva donde Dios sigue realizando su obra de amor, a través de todas las épocas y en medio de todos los acontecimientos. Con ellos, Teresa sigue diciendo:

«Dejemos estas cosas que en sí no son, si no es las que nos allegan a este fin que no tiene fin, para más amarle y servirle, pues ha de vivir para siempre jamás, amén, amén. A Dios sean dadas gracias».

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