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“El tesoro se llama Jesús”, por Santiago Agrelo

Miércoles, 16 de agosto de 2023
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IMG_0133“Y si la palabra de Dios es el campo…”

“Jesús lo dijo así: ‘El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo’. Y el corazón entiende que ese tesoro, ese reino, se llama Jesús”

“Y si la palabra de Dios es el campo en el que he de buscar el tesoro escondido, palabra de Dios para mí son los pobres, mandato con el que Dios me obliga son los pobres, ley de Dios para mí es el hombre”

“Por él, por ti, he de darlo todo para adquirir el campo … Feliz búsqueda del tesoro escondido. Feliz encuentro con Cristo Jesús en su palabra, en su eucaristía, en sus pobres”

Jesús lo dijo así: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo”. Y el corazón entiende que ese tesoro, ese reino, se llama Jesús.

De él dice la fe: En Cristo Jesús, el Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. En Cristo Jesús, el Padre nos ha elegido antes de crear el mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. En Cristo Jesús, el Padre nos ha destinado a ser sus hijos. Por Cristo Jesús hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Recuerda lo que en la noche del nacimiento de Jesús los ángeles anunciaron a los pastores: “Os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”.

Recuerda la señal que el ángel dio a los pastores para llevarlos al encuentro de aquel evangelio, de aquella alegría: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Si aún nos has entendido que a aquellos pastores se les da la señal para que encuentren el tesoro escondido, fíjate en lo que acontece cuando lo encuentran: “Encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño”. Todos se admiran de lo que dicen los pastores: un tesoro siempre causa admiración, asombro; un tesoro siempre se guarda cuidadosamente; y “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.

Recuerda también las palabras de aquel hombre justo que se llamaba Simeón y que aguardaba el consuelo de Israel –ése, el consuelo de Israel, era el tesoro escondido que él esperaba encontrar-. Cuando los padres de Jesús entraban en el templo para cumplir lo acostumbrado según la ley, Simeón tomó en brazos al niño y bendijo a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto el hontanar de la salvación”. ¡Mis ojos han visto el tesoro que esperaba encontrar!

Ya sé que ese tesoro que es Cristo Jesús nosotros no lo encontramos como lo encontraron los pastores, ni lo tomamos en brazos como lo tomó el justo Simeón; perose nos muestra en la palabra de Dios, lo encontramos en el amor de su voluntad, y así lo vamos diciendo con el salmista: “Mi porción –mi tesoro- es el Señor… Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata… Yo amo tus mandatos más que el oro purísimo”.

Y si la palabra de Dios es el campo en el que he de buscar el tesoro escondido, palabra de Dios para mí son los pobres, mandato con el que Dios me obliga son los pobres, ley de Dios para mí es el hombre, voluntad de Dios para mí es el otro, es su vida, es su libertad, es su dignidad. Palabra de Dios para mí eres tú.

Tú eres el campo en el que se me ofrece Cristo Jesús.

Por él, por ti, he de darlo todo para adquirir el campo.

Si has encontrado a Cristo Jesús en las palabras del Señor y en la vida de los pobres, entonces lo reconocerás también en la eucaristía, y lo recibirás lleno de alegría, y lo guardarás en el corazón como la madre de Jesús guardaba en el suyo el misterio de su hijo.

Feliz búsqueda del tesoro escondido. Feliz encuentro con Cristo Jesús en su palabra, en su eucaristía, en sus pobres.

Fuente Religión Digital

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Hasta las raíces

Lunes, 5 de diciembre de 2022
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86AAB726-4F10-4ED9-9A28-D7B8167F5F28Este Adviento, Bondings 2.0 te invita a hacer un viaje espiritual a través de reflexiones guiadas sobre las lecturas de los cuatro domingos de la temporada. El ejercicio de reflexión a continuación se puede hacer individualmente, con un amigo cercano o en un grupo de intercambio de fe. Los reflejos están especialmente diseñados para personas LGBTQ y aliados.

Estos ejercicios de Adviento son parte de la serie Journeys de New Ways Ministry: una colección de selecciones bíblicas, preguntas de reflexión, oraciones y meditaciones en video.

Esperamos que estas ayudas espirituales los ayuden a todos en sus propios viajes. Para las lecturas de este domingo, haga clic aquí.

Si desea compartir algunas de sus reflexiones con otros lectores de Bondings 2.0, no dude en agregar las respuestas que tenga en la sección “Comentarios” de esta publicación.


En la Biblia, lo único que aprendemos sobre la persona de Jesé es que fue el padre de David, quien se convertiría en el rey más grande de Israel. Nada más se registra sobre él.

En 1 Samuel 16: 1-13, Dios le dice al profeta Samuel: “Llena tu cuerno con aceite, y sigue tu camino. Porque te envío a Jesé en Belén, porque he escogido como rey a uno de entre sus hijos… Tú me ungirás a mi elegido”.

Cuando Samuel llega a Belén, invita a Jesé y a su familia a una fiesta de sacrificio. Isaí trae consigo a sus siete hijos mayores. David, el más joven, se queda atrás para cuidar las ovejas. Cada uno de los siete hijos se presenta a Samuel, pero los siete son rechazados por Dios. “¿Estos son todos los hijos que tienes?” pregunta Samuel. Cuando David es llamado y anunciado, Dios dice: “Levántate y unge a éste”.

En la “raíz de Jesé” (Isaías 11:10), el profeta Isaías traza el linaje del Mesías que nacerá a través de la “simiente de David” (Romanos 1:3).

Utilizando el término “tocón de Jesé”, Isaías profetiza el futuro de la nación de Israel. Dios había escogido a Israel para que fuera el propio pueblo de Dios. Debido a que Israel rechazó los caminos de Dios y se negó a arrepentirse, Dios permitió que Asiria destruyera y esclavizara al pueblo escogido de Dios. En el exilio lejos de la tierra, Israel se convirtió en un pueblo quebrantado y devastado. Sin embargo, incluso en esta desesperación, Israel fue llamado a la esperanza, porque “del tronco de Jesé brotaría un retoño, y de sus raíces una rama daría fruto” (Isaías 11:1). Aunque el gran florecimiento de los reyes davídicos se había reducido a un mero tronco en el exilio, un retoño sobreviviría, y del linaje de Jesé y David, el Mesías elegido traería al Pueblo de Israel de vuelta a la gracia de Dios.


Isaías 11:1-10

En aquel día, un retoño brotará del tronco de Jesé; de las raíces de Jesse, florecerá un capullo.

Reposará sobre vosotros el Espíritu de YHWH, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor a YHWH.

Te deleitarás en obedecer a YHWH, y no juzgarás por las apariencias ni tomarás decisiones por rumores. Juzgarás a los pobres con justicia y defenderás los derechos de los afligidos de la tierra. Con una sola palabra, abatiréis a los tiranos; con tus decretos matarás a los impíos. La justicia será un cinturón alrededor de tu cintura; la fidelidad te ceñirá.

Entonces el lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el becerro y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca se alimentará con el oso, sus crías descansarán juntas; el león comerá heno como el buey, el bebé jugará junto a la guarida de la cobra, y el niño pequeño bailará sobre el nido de la víbora.

No habrá daño ni destrucción en todo mi santo monte; porque como las aguas llenan el mar, así la tierra se llenará del conocimiento de YHWH.

En ese día, la raíz de Jesé será un símbolo para los pueblos del mundo: las naciones se congregarán a ti y tu morada será gloriosa.


PARA LA REFLEXIÓN

01.- Mientras reflexionas sobre la historia de la unción de David y la metáfora del “tocón de Jesse“, ¿puedes recordar algún incidente en tu vida como persona o aliado LGBTQ en el que fuiste elegido contra todo pronóstico, o sobreviviste cuando las fuerzas intentaron eliminarte? ¿Cómo aseguró Dios tu prosperidad? Si no puede pensar en un ejemplo en su vida, ¿puede pensar en uno en la vida de otra persona o aliado LGBTQ?

02.- Dos títulos bíblicos que se le dan al Mesías son “Raíz de Jesé” y “Heredero de David”. A través de tu historia LGBTQ/aliado, ¿qué título describiría mejor tu relación con su familia de origen? ¿Cómo reflejaría este título no sólo tu genealogía, sino también tu historia y vocación?

03.- A través de la primera venida de Jesús, se han cumplido las siguientes promesas: adopción como hijos de Dios LGBTQ, perdón de los pecados y salvación. ¿Cómo refleja tu vida de fe y adoración estas bendiciones? ¿Qué te impide poseer estas gracias?

04.- Mientras te “deleitas en obedecer a YHWH”, ¿cómo te desafías no solo a ti mismo, sino también a tu familia, iglesia y comunidad LGBTQ a dar buenos frutos? ¿Dónde ves arrepentimiento y dónde encuentras desafío?

05.- La segunda mitad de la lectura de Isaías enumera la unión de parejas improbables: lobo/cordero, becerro/león, vaca/oso. ¿Con quién te ves a ti mismo, o a la comunidad LGBTQ, en un futuro libre de “daño o destrucción”? ¿Por qué?

06.- Dios juzgará a los pobres con justicia y defenderá los derechos de los afligidos de la tierra”. ¿Cómo definirías la justicia para ti (o para aquellos que son LGBTQ)? ¿A quién puedes nombrar de la comunidad LGBTQ/aliada que se beneficiaría de alguna forma de justicia, oración, una palabra de consuelo o sanación? ¿Cómo se extenderá o ayudará a que se haga justicia?


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Fuente: Unsplash

ORACIÓN

de David hijo de Jesé

Salmo 72: 1-2, 7-8, 12-14, 17

Oh Dios, da a tu ungido tu juicio y tu justicia.
Enseña a tu elegido a gobernar correctamente a tu pueblo y a hacer justicia a los oprimidos.

Florecerá la justicia a través de los días, y la paz profunda, hasta que no haya más luna.
Tu ungido gobernará de mar a mar, y desde el río Éufrates hasta los confines de la tierra.

Tu ungido rescatará a los pobres cuando clamen,
y los oprimidos cuando no hay quien los ayude.
Tu elegido se apiadará de los humildes y de los pobres, y les salvará la vida.
Tu elegido los rescatará de la violencia y la opresión,
y tratarán su sangre como preciosa.

Que el nombre de tu ungido perdure para siempre,
y continue mientras exista el sol.
En tu elegido serán benditas las naciones de la tierra,
y ellos bendecirán a los ungidos a cambio.


VÍDEO MEDITACIÓN

El siguiente video titulado “Lo que la genealogía de Jesús nos enseña sobre el Salvador”, nos guía a través de los primeros versículos del Evangelio de Mateo.

En esta genealogía se hace evidente que cada uno de nosotros juega un papel crucial en la construcción del Reino de Dios. Además, al incluir personas imperfectas con pasados cuestionables en el linaje de Jesús, el mensaje subyacente es que nadie está jamás excluido del amor de Dios y que nuestra contribución, por pequeña que sea, es aceptable para Dios.

-Dwayne Fernandes, New Ways Ministry, December 4, 2022

Fuente New Ways Ministry

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“Sin caminos hacia Dios”. 2 Adviento – A (Mateo 3,1-12)

Domingo, 4 de diciembre de 2022
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2324302B-E33A-4327-82FC-53F0B38EFD92 Son muchas las personas que no son ni creyentes ni increyentes. Sencillamente se han instalado en una forma de vida en la que no puede aparecer la pregunta por el sentido último de la existencia. Más que de increencia deberíamos hablar en estos casos de una falta de condiciones indispensables para que la persona pueda adoptar una postura creyente o increyente.

Son hombres y mujeres que carecen de una «infraestructura interior». Su estilo de vida les impide ponerse en contacto un poco profundo consigo mismos. No se acercan nunca al fondo de su ser. No son capaces de escuchar las preguntas que surgen desde su interior.

Sin embargo, para adoptar una postura responsable ante el misterio de la vida es indispensable llegar hasta el fondo de uno mismo, ser sincero y abrirse a la vida honestamente hasta el final.

Tras la crisis religiosa de muchas personas, ¿no se encierra con frecuencia una crisis anterior? Si tantos parecen alejarse hoy de Dios, ¿no es porque antes se han alejado de sí mismos y se han instalado en un nivel de existencia donde ya Dios no puede ser escuchado?

Cuando alguien se contenta con un bienestar hecho de cosas, y su corazón está atrapado solo por preocupaciones de orden material, ¿puede acaso plantearse lúcidamente la pregunta por Dios?

Cuando una persona anda buscando siempre la satisfacción inmediata y el placer a cualquier precio, ¿puede abrirse con hondura al misterio último de la existencia?

Cuando uno vive privado de interioridad, esforzándose por aparentar u ostentar una determinada imagen de sí mismo ante los demás, ¿puede pensar sinceramente en el sentido último de su vida?

Cuando una persona vive volcada siempre hacia lo exterior, perdiéndose en las mil formas de evasión y divertimiento que ofrece esta sociedad, ¿puede encontrarse realmente consigo misma y preguntarse por su último destino?

«Preparad el camino al Señor». Este grito de Juan Bautista no ha perdido actualidad. Seamos conscientes o no de ello, Dios está siempre viniendo a nosotros. Podemos de nuevo encontrarnos con él. La fe se puede despertar otra vez en nuestro corazón. Lo primero que necesitamos es encontrarnos con nosotros mismos con más hondura y sinceridad.

José Antonio Pagola 

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“Convertíos, porque está acerca el reino de los cielos”. Domingo 04 de diciembre de 2022. Domingo 2º de Adviento

Domingo, 4 de diciembre de 2022
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02-advientoa2-cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 11,1-10: Juzgará a los pobres con justicia.
Salmo responsorial: 71: Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.
Romanos 15,4-9: Cristo salva a todos los hombres.
Mateo 3,1-12: Convertíos, porque está acerca el reino de los cielos.

La primera lectura es uno de esos varios preciosos textos de Isaías –y de los profetas bíblicos en general– que nos «describen» la «utopía» bíblica. Por definición, la utopía «no tiene lugar», no se la puede encontrar, todavía no se ha concretado en ningún sitio, no existe… y en ese sentido tampoco se puede describir cómo es. Pero si hablamos de la utopía -y si incluso soñamos con ella- es porque sí tiene alguna forma de existencia. No es que no exista, simplemente, sino que «no existe… todavía». Como decía Ernst Bloch, no sólo existe lo que es, sino lo-que-no-es-todavía (el “noch nicht Sein”). No es, pero puede llegar a ser, quiere ser y, como podemos comprobar de tantas maneras, lucha por llegar a ser. Y será. Como decía Ebeling, «lo más real de lo real, no es lo real mismo, sino sus posibilidades»…

El pensamiento utópico es un componente esencial del judeocristianismo. No lo es de otras religiones, incluidas las grandes religiones. No hay sólo un tipo de religiosidad. Podemos encontrar varias corrientes en las religiones «neolíticas», las de los últimos cinco mil años. Unas experimentan lo sagrado sobre todo en la conciencia (la interioridad, el pensamiento silencioso, la experiencia de la iluminación, de la no dualidad… una especie de «estado modificado» de conciencia); otras lo experimentan en la naturaleza, en la experiencia cósmica… (la experiencia de sintonía con la naturaleza, de unidad e interdependencia con ella, de su sacralidad imponente, de la Pachamama… lo que Mircea Elíade llamó la «experiencia uránica», ésa que todos los pueblos han sentido al contemplar la belleza del cosmos, del cielo estrellado…). Las religiones abrahámicas, un tercer grupo, por su parte, han experimentado lo sagrado «en la historia», por medio de la fe, la esperanza y el amor, a través del llamado de una Utopía de Amor-Justicia. Véanse los tres enfoques diferentes de las tres gamas o ramas del árbol de las religiones: la interioridad de la conciencia, la misteriosidad de la naturaleza, y el llamado utópico de la justicia en el decurso de la historia…

Este tercer foco es, concretamente, el ADN de nuestra religión. Todo lo demás (doctrina, moral, liturgia, institución eclesiástica…) añade, reviste, completa… pero la esencia de la religiosidad abrahámica es esa fuerza espiritual que experimentamos en el llamado de la Utopía del Amor-Justicia. Que, por ser “amor-justicia”, obviamente, siempre estará de parte de los pobres, de los “injusticiados”, en cualquier nivel o tipo de injusticia (económica, cultural, racial, de género…) en que se realice.

Los profetas, Isaías en el caso de la lectura de hoy, «describe» la Utopía, «cuenta el sueño» que le anima: un mundo amorizado, fraterno, sin injusticia, sin injusticiados, en armonía incluso con la naturaleza… La Utopía fue tomando en Israel el nombre de «reinado de Dios»: cuando Dios reina el mundo se transforma, la injusticia deja lugar a la justicia, el pecado al perdón, el odio al amor… las relaciones humanas descompuestas se recomponen en una red de amor y solidaridad. El conocido estribillo del canto del salmo 71 (el de la liturgia de este domingo) lo dice magistralmente: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor». Donde Dios está presente y «reina», es decir, donde se hacen las cosas «como Dios manda», allí hay Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gracia y Amor. Por eso hay que clamar con el estribillo cantado de ese salmo: «Venga a nosotros tu Reino, Señor». No hay sueño ni Utopía más grande, aunque esté tan lejana.

El adviento es, por antonomasia, el tiempo litúrgico de la esperanza. Y la esperanza es la «virtud» (la virtus, la fuerza) de la Utopía, la fuerza que la Utopía provoca, crea en nosotros para esperar contra toda esperanza. Adviento es por eso un tiempo adecuado para reflexionar sobre esta dimensión utópica esencial del cristianismo, y un tiempo para examinar si con el paso del tiempo nuestro cristianismo tal vez olvidó su esencia, tal vez arrincónó tanto la utopía como la esperanza.

El evangelio de Mateo nos presenta a Juan Bautista pidiendo a sus coetáneos la conversión, «porque el reinado de Dios [reinado “de los cielos” dirá Mateo, con el pudor reverencial judío que evita «tomar el nombre de Dios en vano»] está cerca». En aquellos tiempos de mentalidad precientífica y apocalíptica, la propensión a imaginar futuras irrupciones del cielo o del infierno servía para mover a las masas. Hoy, con una visión radicalmente distinta sobre la plausibilidad de tales expectativas apocalípticas, la argumentación de Juan Bautista ya no sirve, resulta increíble para la mayor parte de nuestros contemporáneos. No es que hayamos de cambiar (que hayamos de convertirnos) «porque el reino de Dios está cerca», sino exactamente al revés: el Reino de Dios puede estar cerca porque (y en la medida en que) decidimos cambiar nosotros (convertirnos), y es con ello como cambiamos este mundo… Ya no estamos en tiempos de apocalipsis (una irrupción venida de fuera y de arriba), sino de praxis histórica de transformación del mundo y de su historia (una transformación venida de abajo y desde dentro). El reinado de Dios -la Utopía, para decirlo con un lenguaje más amplio e interreligioso- no es ni puede ser objeto de «espera» (como ante algo que sucederá al margen de nosotros), sino de «esperanza» (la desinencia «anza» expresa ese matiz de actividad endógena). La esperanza es esa actitud que consiste en «desear provocando», desear ardientemente una realidad todavía «u-tópica», tratando de hacerla «tópica», presente en el «topos», en el lugar y en el tiempo, aquí y ahora, en la Tierra, no en el cielo futuro.

Insistimos: otras religiosidades discurren por otro tipo de experiencia de lo sagrado –y ello no es malo, es muy bueno, y es muestra de la pluriformidad de la religiosidad–, pero la vivencia espiritual específicamente judeocristiana es esta esperanza activa histórico-utópica comprometida. En este Adviento podríamos hacer de esto una materia de reflexión y examen.

Por cierto, la segunda lectura, de la carta a los romanos, coincide curiosamente con este mismo enfoque esencial: «Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza»… Mantener la «esperanza», mantener esa tensión de compromiso histórico-utópico es el objetivo de las Escrituras (por cierto, de «todas las Escrituras», no sólo de la Biblia…). Es decir: las Escrituras fueron escritas para eso. No para fines piadosos, para fines estrictamente transcendentes o sobrenaturales… sino «para mantenernos en la esperanza», por tanto, para comprometernos en la historia, para encontrar lo divino en lo humano, el Futuro absoluto en el futuro histórico y contingente. Cualquier utilización bíblica que nos encierre dentro de la Bíblia misma, nos separe de la vida o nos haga olvidar el compromiso histórico de construir apasionadamente la Utopía en esta tierra, será un uso malversado –o incluso perverso– de la Biblia. Leer más…

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Dom 4.12.22. Adviento 2: Galileo marginal y discípulo disidente de Juan Bautista

Domingo, 4 de diciembre de 2022
Comentarios desactivados en Dom 4.12.22. Adviento 2: Galileo marginal y discípulo disidente de Juan Bautista

madaba-iglesia-mosaico-jericóDel blog de Xabier Pikaza:

Antes que tiempo de preparación para la Navidad de Jesús, el Adviento ha sido preparación de Jesús para su misión al servicio del Reino de Dios.

Hay en Adviento otros motivos y personas; Isaías profeta, José padre justo, María madre…). Pero la más significativos este domingo es Juan Bautista, a quien ayer (30.11) presenté como maestro de de Jesús y de Andrés. En esa línea sigue esta postal, que consta de dos partes. (1) Jesús galileo marginal. (2) Discípulo disidente del Bautista

Texto. Mt 3, 1-12 (sección):

Juan Decía: Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo… Tiene el el bieldo en la mano: aventará su parva, limpiará la era y quemará la paja en una hoguera que no se apaga (etc.).

 1. GALILEO MARGINAL

Había en aquel tiempo líderes (celosos) militares, aunque ninguno pudo compararse con David, desde la restauración fallida de Zorobabel, del 539 al 515 a. C. (cf. Ag 1, 1.12-14; 2, 2-4; Zac 4, 6-10). Entre ellos había dos “judas”:

– Judas Macabeo, caudillo de la revuelta sacerdotal y militar contraria a los intentos de helenización de los seléucidas de Siria, que quisieron imponer un tipo de cultura y religión helsnista, partiendo de Jerusalén, con la ayuda de algunos sacerdotes de la alta nobleza. El héroe Macabeo murió en el campo de batalla (el año 160 a.C.), pero su memoria siguió y sigue siendo venerada de formas distintas por el pueblo.

Judas Galileo, al que Gamaliel presenta junto a Teudas, como dirigente de un movimiento paralelo al de Jesús, un “celoso” que fracaso “porque Dios no lo apoyaba” (Hech 5, 37). Se alzó (quizá en un plano doctrinal más que militar), hacia el 6 d. C., tras la deposición de Arquelao (cuando Jesús era un muchacho), contra del censo que Quirino, gobernador de Siria, había impuesto sobre Judea y Samaría. Cf. F. Josefo Ant 18.1. 1-8 y en Bell 2.8.1.

  No sabemos cómo murió Judas Galileo. Sabemos, en cambio, que Judas Macabeo murió como un héroe de la resistencia, en defensa de su pueblo, mientras Jesús Galileo morirá más tarde como traidor oficial, condenado por las autoridades de Israel y Roma. Conforme a la visión de Judas Galileo, el adviento Reino de Dios era más que un proceso de liberación política, pues implicaba aspectos más hondos de trasformación social y personal más hondos, aunque de algún modo debían avalarse con las armas.

El adviento de Jesús Galileo puede compararse a los de Judas Macabeo y Judas Galileo, pero su método y sus fines son distintos, no por simple rechazo de la guerra, sino por su exigencia de transformación de la comunidad (iglesia) del Reino, desde los pobres y excluidos, en perdón, curación, gratuidad. sin guerra.

Había también en el contexto de Jesús esenios y fariseos, vinculados de algún modo a los hasidim del entorno de los macabeos. Entre los esenios destaca el Maestro de Justicia, figura central de la renovación israelita de la segunda mitad del siglo II a. C. Fue sacerdote, pero contrario a los sadoquitas (de la dinastía de Sadoc: cf. 2 Sam 8, 17; 1 Rey 1, 8; Ez 40, 46; 1 Cron 6, 8) que habían sido dominantes en la primera mitad del siglo II, hasta la muerte de Alcimo (159 a.C.) y también contrario a la nueva dinastía asmonea, que triunfó con Jonatán (hermano de Judas Macabeo) y con sus sucesores, tras el (152 a. C), de forma que vivió en un tipo de “exilio”.

Este Maestro de justicia era rigorista en su visión de la ley, apocalíptico en su forma de entender la historia. Esperaba una intervención fuerte de Dios, que renovaría el orden religioso de Israel y la estructura política y social de su territorio. Su nombre y figura se encuentra asociada al establecimiento de los esenios en Qumrán, con su afán de pureza: sólo ellos, los elegidos de la alianza, habrían entendido bien el tiempo de Dios y así esperaban en el desierto su llegada.

            Pudieron haberse dado contacto entre Qumrán y Juan Bautista y, en esa línea, podríamos hablar de un primer momento en que Jesús (discípulo de Juan) estaba cercano a los esenios. Pero cuando empezó a promover su movimiento de Reino en Galilea, Jesús rechazó el modelo sacral del Maestro de Justicia [1].

El movimiento de Qumrán podría ayudarnos para situar el mensaje de algunos grupos cristianos primitivos, como el de Santiago, en Jerusalén, pero la forma de entender las promesas de Dios y la visión de fondo del Maestro de Justicia y de Jesús, aún brotando de un mismo sustrato israelita, eran muy diferentes y reflejaban dos maneras de entender la identidad israelita.

 (1) El Maestro de justicia se interesaba por la limpieza moral y sacral de su comunidad, que debía separarse de otros grupos “manchados”, para expresar de manera elitista y “limpia” los principios de la Ley. (2) En contra de eso, Jesús ofrece el Reino de Dios a los pobres y expulsados del sistema sacral (a quienes Qumrán rechazaba): no quiere un grupo de puros, sino un movimiento de Reino.

Entre los (proto-fariseos) que nacieron también de los hasidim, igual que los esenios, en tiempos de la crisis macabea, destaca Hilel, maestro del judaísmo nacional posterior (rabínico), representado por la Misná (codificada hacia 200 d. C.). Fue algo anterior a Jesús (vivió entre el 30 a. C. y el 10 d. C.) y había venido de Babilonia a Judea. No era partidario de la guerra (contra los celotas); no buscaba una separación radical (de grupo y vida), como muchos esenios, sino una separación legal, en la línea de un judaísmo de pureza familiar y social, que pudiera vivirse en los poblados y ciudades de la tierra de Israel o de la diáspora y cultivarse de un modo abierto en las sinagogas, profundizando en el estudio y cumplimiento de la Ley Nacional (Tora, Pentateuco) en grupos de fieles, separados de la masa de los gentiles. [2]

Qué era. Entorno social: Marginado galileo

220px-Lower_Galilee_map-es.svgNació en una familia de carácter “religioso” y erudito de Galilea, en conexión con el judaísmo proto-rabínico de Judea, pero con los rasgos propios de un cultura campesina, retomando los ideales y caminos de justicia social de la tradición primitiva (más campesina que letrada) del Israel antiguo. Así parece mostrarlo la forma de vida y doctrina de Santiago, su hermano (hermano del Señor: Gal 1, 15-20; 1 Cor 9, 5-6), primer “obispo” de Jerusalén, a quien se atribuye una carta-circular escrita en su nombre sobre la ley universal del amor. La tradición iglesia antigua (avalada por Pablo y Hech 15, y por el mismo F. Josefo: Ant 20, 197-203), supone que Santiago no era un “inculto mesiánico”, sino un erudito, estudioso de la ley. Eso nos llevaría a pensar que Jesús nació en una familia donde, al menos, alguno de sus hermanos valoraba el estudio y cumplimiento de la Ley, en un sentido piadoso [3].

Educado en el trabajo: escuela campesina de vida. Ni Mateo ni Marcos suponen, en contra de Lucas, que Jesús subió al templo a los 12 para discutir con los letrados. Mt 2 afirma, simbólicamente, que José tuvo que llevarle escondido de Belén a Egipto, donde vivió en el exilio. Algunos exegetas de tipo esotérico añaden que allí pudo haber aprendido las artes ocultas de la religión y la magia sanadora, antes de volver a Nazaret (cf. Mt 2, 13-23). Pero el relato de la “huida a Egipto” es más teológico que histórico, un intento de relacionar a Jesús con Moisés, liberado de las aguas, que debió salir de Egipto para realizar su obra en Galilea y, más concretamente, en Nazaret (cf. Mt 2, 23).

Un dato más firme e importante para entender la vida de Jesús lo ofrece Marcos cuando le presenta como tekton o artesano, obrero no especializado que se ocupa, sobre todo, de labores relacionadas con la construcción: cantero, carpintero, trabajador de la madera o la piedra. Sus antepasados vinieron probablemente de Judea a Nazaret, en el tiempo de la conquista de Alejandro Janeo (en torno al 100 a. C.), como agricultores, recibiendo en propiedad unas tierras, que les vinculaban a la promesa y bendición de Dios, en la línea que indican los libros antiguos (especialmente Levítico y Josué). Pero él (o José su padre), como otros muchos, había perdido la tierra, volviéndose así campesino sin campo (y quizá obrero sin obra. [4]

– Marcos le llama “el tekton” (Mc 6, 3). Ésa es su escuela, ése es su oficio y carné de identidad: es un hombre que debe “vender” su trabajo, de forma que, para vivir, no se encuentra a merced de la “providencia de Dios” (lluvia) y de su propio esfuerzo (trabajo personal en el campo), sino que depende de la oferta y demanda de otros, en un mundo lleno de carencia y dureza. No es simplemente “tekton” (un carpintero/obrero como otros), sino “ho tekton”, con artículo definido: éste es su apodo o sobrenombre: el artesano al servicio de las tareas pendientes de su aldea o entorno. Antes de llamarse “el Cristo” (y para serlo), Jesús Galileo ha sido “tekton”, un/el obrero a merced de los demás, un hombre al que todos pueden llamar, para encargarle tareas, de las que él ha de vivir. Esa situación implica una “disonancia” fáctica muy fuerte: su forma de vida no responde a lo que Dios había “prometido” a su pueblo

– Mateo parece suavizar esa afirmación y le presenta como “el hijo del tekton” (Mt 13, 5). Ese cambio puede responder a un intento de “atenuar” la dureza de su estado laboral, pues no se le llama directamente “el tekton” (sino el hijo del tektonJosé), pero en realidad no la atenúa, sino que la refuerza y endurece. Jesús no es simplemente un “nuevo tekton”, alguien que acaba de empobrecer, por situaciones inmediatas de familia, sino que aparece como “el hijo de”,”: alguien que ha nacido en una familia que carecía ya de la seguridad económica que ofrece la propiedad de un campo, cultivado directamente, como signo de bendición de Dios. Cuando más tarde prometa a sus seguidores “el ciento por uno” en campos (agrous: Mc 10, 30 par), Jesús querrá invertir esa situación donde muchos hombres y mujeres como él no han tenido ni tienen un campo para mantener una familia [5].

 Jesús no es un artesano de ocasión (hombre con tierras propias, aunque, en ocasiones, realice otras labores), sino como “el tekton” sin trabajo propio, sin tierra ni hacienda familiar, obrero a lance, sin otro medio de subsistencia que aquello que otros quieran ofrecerle, en un mundo sin contratos ni salarios permanentes.

Éste es un dato negativo, pero en otro sentido puede ofrecer un aspecto positivo: Jesús ha sido capaz de trabajar al servicio de los demás, dentro de un duro mercado de oferta y demanda, conociendo así la dura realidad social de su entorno, desde la perspectiva de precariedad y pobreza de los campesinos que han sido expulsados de su tierra (o la han perdido9. Ésta ha sido su escuela, de forma que ha podido aprender en ella cosas que no suelen aprenderse en la escuela de los rabinos profesionales, ni en el templo de los sacerdotes [6].

4DA59430-5C76-4F3E-A19F-6612FA99AA1DTodo nos lleva a pensar que sus antepasados habían sido propietarios de tierras “prometidas” en Galilea (a partir de la reconquista asmonea, el 104 a. C.), pero, a través de una serie de cambios sociales, introducidos por la cultura greco-romana, que actuaba a través de la política urbanista y centralizadora de Herodes el Grande y de su hijo Antipas, a pesar de las leyes del Jubileo (cada familia recuperaba su cada siete septenarios su tierra: Lev 25), habían sido incapaces de mantener sus propiedades, no teniendo más más salida que hacerse obreros o mendigos para así sobrevivir.

 Desde ese fondo se entiende la situación del Jesús tekton, campesino sin campo, agricultor sin agro. En contra de las bendiciones de Israel y de las promesas mesiánicas, era un hombre sin importancia social: no formaba parte de los propietarios de tierras (en las que se expresa la bendición de Dios), ni heredero de una estirpe sacerdotal acomodada, como pudo ser Juan Bautista (cf. Lc 1) y como fue F. Josefo (según su Autobiografía). En ese sentido se le puede llamar un “marginal”, aunque es quizá mejor llamarle “marginado” [7].

Así aparece como artesano/obrero de la construcción, que puede haber servido en el mercado laboral del rey Antipas, en sus nuevas ciudades (Séforis, junto a Nazaret; Tiberíades, junto al lago de su nombre) o de otros propietarios agrícolas. Ciertamente, ha podido tener más movilidad que un campesino con tierras y más conocimiento que un propietario, pero ha carecido del poder y, sobre todo, de la seguridad que ofrece un campo propio, una herencia israelita.

El artesano carecía de la identidad que viene por la tierra que se transmite y hereda de padres a hijos, le faltaba el arraigo de la familia que se alza y se asegura en torno a la propiedad, de manera que podemos presentarle como un hombre sin raíces permanentes. Pero, en compensación, ha podido tener la oportunidad de conocer otros pueblos y gentes, logrando así una visión más concreta de las condiciones de vida del conjunto de la población, especialmente de los pobres. En ese fondo se sitúa la autoridad de Jesús, a quien veremos como profeta, creador de una nueva familia de hijos de Dios.

No fue un marginal que se retira y marcha, saliendo de los círculos sociales, como alguien que no tiene nada que aportar, un “idiota” que no sabe oponerse y decir “no” (como supuso F. Nietzsche, en un libro escrito precisamente “contra Jesús”: El Anticristo), un hombre que no ofrece nada positivo a las instituciones sociales que son base del eterno Israel (cf. J. Klausner, Jesús), sino que él se ha opuesto al mundo dominante de una forma mucho más radical y creadora.

No critica desde arriba, ni pide u ofrece una simple limosna, ni se limita a mejorar lo que ya existe, con unos pequeños retoques, sino que inicia un camino de transformación social y humana, precisamente desde aquellos que, como él, carecen de tierra y estabilidad económica. Ésta es su forma de “oponerse” al mundo dominante, la más honda que conozco, ésta es su autoridad [8].

Tiene la autoridad que le ha ofrecido la escuela del trabajo asalariado, como artesano dependiente, un trabajo al que él responde de forma creadora. En esa línea habían respondido, en otro tiempo, los hebreos oprimidos en Egipto (condenados a realizar duros trabajos a la fuerza), cuando salieron de Egipto y buscaron formas nueva de existencia en pobreza y libertad compartida. Algo semejante ha sucedido con Jesús: desde una situación social y laboral muy parecida, en las nuevas circunstancias de Galilea, desde la periferia del gran Imperio Romano, retomando las raíces religiosas de Israel, desarrollando un proyecto radical de Reino.

 Era marginado, pero no resentido (no defiende violencia reactiva en contra de los ricos), un marginado con un potencial inmenso de creatividad positiva. Desde ese fondo se entiende su respuesta ante los retos de su tiempo, la manera en que ha venido a situarse ante la realidad israelita, formulando (iniciando y recorriendo) un proyecto de juicio de Dios ante el Jordán, con Juan Bautista e iniciando después un camino de Reino (por sí mismo y con otros, en Galilea)[9].

Su escuela de Adviento ha sido el trabajo y la pobreza, no un trabajo  libre, propio personas que son dueñas de sus campos (y que deben defender su propiedad, contratando quizá a unos artesanos), sino el trabajo dependiente de millones de personas, que no tienen campo propio y que dependen de la oferta y contrato de otros. Jesús no ha sido un trabajador autosuficiente (dueño de su empresa o campo), sino “hetero-dependiente”, como los artesanos, parados, mendigos, que dependen de aquello que otros quieran (o no quieran) ofrecerles. Sólo desde esa situación se entiende su oferta de Reino [10].

Abrir una comunidad de vida en un mundo de opresiones.

El imaginario simbólico de Jesús lo forma una federación de agricultores, pastores (y pescadores del lago), compartiendo bienes y trabajos. Unos y otros, agricultores, pastores/pescadores, han de ser componentes básicos de una sociedad igualitaria (no mercantil, no imperial), formada por familias y clanes y hombres libres, sin supremacía ni dependencia de unos respecto de otros. Por eso, estrictamente hablando, según Jesús, no debería haber campesinos (sometidos) porque su sociedad ideal (en la línea de Lev 25: ley del jubileo), debería estar formada por agricultores/pastores que mantienen un mismo nivel económico, de producción, intercambio y consumo de bienes.

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Paraíso, conversión, acogida. Domingo 2º de Adviento. Ciclo A

Domingo, 4 de diciembre de 2022
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brote2-960x350Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

  1. De las ruinas de Jarkov al paraíso (Isaías 11,1-10)

            El domingo pasado, la primera lectura nos situaba en un mundo utópico sin guerras ni carrera de armamentos. Este domingo, nos habla de la utopía de la paz universal, simbolizada por la vuelta al paraíso, gracias a la acción de un monarca que implantará la justicia en el país.

            Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago.

            Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor.

            No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados.

            Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios.

            La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

            Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea.

            La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.

            No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.

            La mejor forma de entender este poema es verlo como un tríptico. La primera tabla (mutilada casi por completo en la lectura) ofrece un paisaje desolador: un bosque arrasado y quemado. En medio de esa desolación, en primer plano, hay un tronco del que brota un vástago: el tronco es Jesé, el padre de David, y el vástago un rey semejante al gran rey judío.

            En la segunda tabla, como en un cuento maravilloso, el vástago vegetal adquiere forma humana y se convierte en rey. Pero lo más importante es que él vienen todos los dones del Espíritu de Dios: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, ciencia y respeto del Señor. Y todas ellas las pone al servicio de la administración de la justicia. El enemigo no es ahora una potencia invasora. Lo que disturba al pueblo de Dios es la presencia de malvados y violentos, opresores de los pobres y desamparados. El rey dedicará todo su esfuerzo a la superación de estas injusticias.

            La tercera tabla da por supuesto que tendrá éxito, consiguiendo reimplantar en la tierra una situación paradisíaca, que se describe uniendo parejas de animales fuertes y débiles (lobo-cordero, pantera-cabrito, novillo-león) en los que desaparece toda agresividad. Nos encontramos en el paraíso, y todos los animales aceptan una modesta dieta vegetariana («el león comerá paja con el buey»), como proponía el ideal de Gn 1,30. Como símbolo admirable de la unión y concordia entre todos, aparece un pastor infantil de lobos, panteras y leones, además de ese niño que introduce la mano en el escondite de la serpiente. El miedo, la violencia, desaparecen de la tierra. Y todo ello gracias a que «está lleno el país del conocimiento del Señor». Ya no habrá que anhelar, como en el antiguo paraíso, comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Hay una ciencia más profunda, el conocimiento de Dios, y ésa no queda recluida dentro de unos límites prohibidos, sino que inunda la tierra como las aguas inundan el mar.

            Esta esperanza del paraíso no se ha hecho todavía realidad. Pero el Adviento nos anima a mantener la esperanza y hacer lo posible por remediar la situación de injusticia.

Juan bautista bautizando

  1. Conversión (Mateo 3,1-12)

            El evangelio del primer domingo nos invitaba a la vigilancia. El del segundo domingo exhorta a la conversión, que implica el doble aspecto de vuelta a Dios y cambio de vida, basándose en la predicación de Juan Bautista. Pero el evangelio de Mateo introduce unos cambios muy significativos en el relato de Marcos.

            En Marcos, todo tiene un tono muy positivo. Juan Bautista predica un bautismo de conversión y la gente se bautiza. Juan no es un loco; su forma de vestir y de alimentarse recuerda al profeta Elías. Pero no anuncia un castigo, sino la venida de uno muy superior a él, que bautizará con espíritu santo.

            Mateo, que escribe décadas más tarde, cuando existe un claro enfrentamiento entre los cristianos y las autoridades judías, divide el relato en dos partes.

            En la primera, Juan predica la conversión, pero añade como motivo la cercanía del reinado de Dios, tema que será fundamental en la predicación de Jesús. Un mensaje exigente pero muy positivo, bien acogido por la gente.

            Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”».

            Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.

            En la segunda, los protagonistas son los fariseos y saduceos, representantes de las autoridades judías opuestas a los cristianos. A ellos Juan se dirige de forma insultante (“camada de víboras”) y con tono amenazador. Cuando habló al pueblo, Juan adujo como motivo para convertirse la inminencia del reinado de Dios. Aquí indica un motivo distinto: la inminencia del castigo, que se compara con un hacha dispuesta a talar los árboles. Y añade que la conversión debe ser práctica, acompañada de obras; como el árbol que da buen fruto o, de lo contrario, es cortado. En medio de esta amenaza, fariseos y saduceos pueden pensar en una escapatoria: «Somos israelitas, hijos de Abrahán, y no podrá ocurrirnos nada malo, Dios no nos castigará». Incluso cuando habla del personaje superior a él, no dice simplemente que bautizará con espíritu santo, sino con espíritu santo y fuego, porque separará el trigo de la paja y ésta la quemará en un fuego inextinguible.

Viendo a muchos fariseos y saduceos que acudían a su bautismo les dijo: «¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Abraham es nuestro padre”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».

            Este pasaje nos obliga a examinar si producimos buenos frutos o si nos refugiamos en la cómoda confesión de que somos cristianos, católicos, y no necesitamos convertirnos. Por otra parte, plantea la duda de si Jesús actuará de esa forma terrible que anuncia Juan Bautista. La respuesta a esta pregunta la ofrecerá el evangelista más adelante.

  1. Acogida (Romanos 15,4-9)

            Las primeras comunidades cristianas estaban formadas por dos grupos de origen muy distinto: judíos y paganos. El judío tendía a considerarse superior. El pagano, como reacción, a rechazar al cristiano de origen judío. En este contexto escribe Pablo:

            Hermanos:

            Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, según Jesucristo, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

            En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas; y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así, dice la Escritura: «Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre». 

            Hoy día no existe este problema, pero pueden darse otros parecidos, que dividen a los cristianos por motivos raciales, políticos o culturales.

Reflexión final

            Las lectura de Adviento nos dan un nuevo baño de utopía y realismo. Ante los numerosos problemas de todo tipo que se dan en el mundo, hay que mantener la esperanza del paraíso, sabiendo que eso se logrará mediante gobernantes justos. Pero también debe darse un compromiso personal de conversión, buenas obras, vuelta a Dios y acogida de los demás, incluso los que pueden resultarnos más ajenos y contrarios.

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04 Diciembre. Segundo Domingo de Adviento

Domingo, 4 de diciembre de 2022
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Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.”

(Mt 3, 1-12)

Acudid vosotras y vosotros también…

En este segundo domingo de adviento el evangelista Mateo nos presenta a un Juan Bautista enfadado, o por lo menos, indignado y muy poco preocupado por la imagen, el márquetin o porque se le vaya la gente.

Ahí le tenemos con su curioso atuendo: vestido de piel de camello y correa de cuero, con una dieta también extraña a base de saltamontes y miel silvestre.

Que cuando se ha concentrado a su alrededor mucha gente (toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán) se pone a insultar a voz en grito a los fariseos y saduceos, les llama “raza de víboras” y manda al cuerno sus privilegios diciéndoles que Dios puede sacar hijos de Abrahán de las piedras. Y a partir de ahí ya son todo amenazas: el hacha, el fuego y el bieldo.

La verdad es que todo junto da un poco de miedo. Si lo pienso despacio no sé si iría corriendo a bautizarme o correría en sentido contrario…

Realmente el anunciante y el anunciado se parecen poco. Aunque es verdad que Jesús tampoco se quedará corto a la hora de dedicarles algunos insultos a los fariseos y escribas, incluso a Herodes.

Pero en lo que no se parecen nada de nada es en la experiencia de Dios. Juan nos habla de un Dios justiciero, que tiene ya el hacha en la mano… Jesús nos dirá que Dios tiene una paciencia y una misericordia infinitas y que no pretende ni siquiera quebrar la caña cascada, ni apagar en pábilo vacilante.

Sin embargo, también Jesús nos invitará a la conversión, pero no por temor, ni principalmente para quitarnos los pecados, no. Jesús nos invita a volver a nuestro Dios porque sabe que mientras le falte uno solo de sus hijos, una sola de sus ovejas o una sola de sus monedas, Dios no está tranquilo, no puede estarlo.

Oración

Dios nos está esperando con un abrazo inmenso y Jesús nos dice: ¡Acudid! a los brazos del Padre.

¡Acudid! Porque lo que tiene en la mano no es un hacha, es un anillo. (Cfr. Lc15, 22)

Porque solo es capaz de “amenazarnos” con cargarnos a sus hombros para llevarnos a casa. (Cfr. Lc15,5)

¡Acudid! Porque está deseando encontraros y celebrar una fiesta con sus amigas y vecinas. (Cfr. Lc 15, 9).

Gracias, Trinidad Santa, por esta segunda semana llena de abrazos.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Juan y Jesús nos piden que cambiemos la manera de pensar.

Domingo, 4 de diciembre de 2022
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AlexandreCabanel-1849-Saint-Jean-Baptiste-scaledADVIENTO 2º (A)

Mt 3, 1-12

Hoy, los profetas Isaías y Juan tienen la palabra. La palabra de un profeta no es fácil de aceptar porque obliga a cambiar. El profeta es el hombre que ve un poco más allá que el resto de los mortales. Desde su postura escudriñadora, no le gusta lo que ve y busca algo nuevo. Esa novedad la encuentra dentro de sí, viendo las exigencias de su ser verdadero. El profeta no es un portavoz enviado desde fuera; es siempre un explorador del espíritu humano que tiene la valentía de advertir a los demás de lo que ha visto.

Hoy Isaías anuncia lo que debía ser cada hombre personalmente y lo que podía ser la comunidad. Pero extiende los beneficios de una comunidad auténticamente humana a toda la creación. El causante de ese maravilloso cambio será el Espíritu. Los tiempos mesiánicos llegarán cuando las ciencias humanas no tengan la última palabra, sino que la norma última sea “la ciencia del Señor”. Sencillamente genial. Hoy sabemos que esa sabiduría de Dios está en lo hondo de nuestro ser y allí debemos descubrirla.

Lo primero que nos anuncian es que nacerá algo nuevo de lo viejo. En lo antiguo, aunque parezca decrépito y reseco, siempre permanece un germen de Vida. La Vida es más resistente de lo que normalmente imaginamos. En lo más hondo de todo ser humano siempre queda un rescoldo que puede ser avivado en cualquier instante. Ese rescoldo es el punto de partida para lo nuevo, para un verdadero cambio y conversión.

El evangelio de hoy, leído con las nuevas perspectivas que nos da la exégesis, nos puede abrir increíbles cauces de reflexión. Es un alimento tan condensado, que necesitaría horas de explicación (diluirle para convertirlo en digerible). El problema que tenemos es que lo hemos escuchado tantas veces, que es casi imposible que nos mueva a ningún examen serio sobre el rumbo de nuestra vida. Y sin embargo, ahí está el revulsivo. Pablo ya nos lo advierte: “La Escritura está ahí para enseñanza nuestra”.

En aquellos días… Este comienzo es un intento de situar de manera realista los acontecimientos y dejarlos insertados en un tiempo y en un lugar. Jesús ya tenía unos treinta de años y estaba preparado para empezar una andadura única. Sin embargo, los cristianos descubren que los primeros pasos los quiere dar de la mano del primer profeta que aparecía en Israel después de trescientos años de sequía absoluta.

En el desierto. La realidad nueva que se anuncia aparece fuera de las instituciones y del templo, que sería el lugar más lógico, sobre todo sabiendo que Juan era hijo de un sacerdote. Esto se dice con toda intención. Antes incluso de hablar del contenido de la predicación de Juan, nos está diciendo que su predicación tiene muy poco que ver con la religiosidad oficial, que había desfigurado la imagen del verdadero Dios.

Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios. Está claro que se trata de una idea cristiana, aunque se ponga en boca del Bautista. Es exactamente la frase con que, en el capítulo siguiente, comienza su predicación el mismo Jesús. Sin duda quiere resaltar la coincidencia de la predicación de ambos, aunque más adelante deja claro las diferencias. Convertirse no es renunciar a nada ni hacer penitencia por nuestros pecados. Conversión (metanoia), en lenguaje bíblico, es cambiar de mentalidad.

Éste es el que anunció el profeta Isaías. Esta manera de referirse al Bautista es muy interesante, porque resume muy bien lo que pensaban los primeros cristianos de Juan. Para ellos, la figura de Juan responde a las expectativas de Isaías. Juan es Elías (correa de cuero) que vuelve para preparar los tiempos mesiánicos.

Llevaba un vestido de piel de camello. La descripción del personaje es escueta pero impresionante. Su figura es ya un reflejo de lo que será su mensaje, desnudo y sin adornos, puro espíritu, pura esencia. ¡Qué bien nos vendría hoy un poco más de coherencia entre lo que vivimos y lo que predicamos! Esa falta de coherencia es lo que denuncia a continuación en los fariseos y saduceos. Juan es un inconformista que no se amolda en nada a la manera religiosa de vivir que tenían los judíos de su tiempo.

Acudía a él toda la gente. La respuesta parece que fue masiva. Se proponen dos ofertas de salvación: la oficial, Jerusalén (templo) y la protestante en el desierto. La gente se aparta del templo y busca la salvación en el desierto junto a un profeta. La religión oficial se había vuelto inútil, en vez de salvar esclavizaba. Más tarde, Mateo   llevará a toda esa gente a Jesús, en quien encontrará la salvación definitiva.

Dad el fruto que pide la conversión. A los fariseos y saduceos, Juan les pide autenticidad. De nada sirve engañarse o engañar a los demás. Los fariseos y los saduceos eran los dos grupos más influyentes en tiempo de Jesús. También van a bautizarse, pero sin cambiar. Las instituciones opresoras tratan por todos los medios de domesticar ese movimiento inesperado, pero son desenmascarados por Juan.

Los fariseos, conocedores de todas las normas, cumplían más de lo que estaba mandado, por si acaso. Los saduceos eran el alto clero y los aristócratas, los que estaban más cerca del templo y de Dios. Éstos son los que tienen que convertirse. ¿De qué? Aquí está la clave. Un cumplimiento escrupuloso de la Ley compatible con una indiferencia e incluso desprecio por los demás, es contrario a lo que Dios espera. Estar todo el día trajinando en el templo no garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios.

La conclusión es demoledora. Ninguna religiosidad que no valore al hombre tendrá sentido. Somos propensos a dilucidar nuestra existencia relacionándonos directamente con Dios, pero se nos hace muy cuesta arriba el tener que salir del egoísmo y abrirnos a los demás. Nos cuesta aceptar que lo que me exige Dios (mi verdadero ser) es que cuide del otro. Sin pudiéramos escamotear esta exigencia, todos seríamos buenísimos.

El Dios, con el que nos relacionamos prescindiendo del otro, es un ídolo. Convertirse no es arrepentirse de los pecados y empezar a cumplir mejor los mandamientos. No se trata de dejar de hacer esto y empezar a hacer aquello. No podemos conformarnos con ningún gesto externo. Se trata de hacerlo todo desde la nueva perspectiva del Ser profundo. Se trata de estar en todo momento dispuesto a darme a los demás.

Él os bautizará con Espíritu Santo. Se trata de otra idea cristiana. Está hablando de un bautismo superior al suyo. Toda plenitud es siempre realizada por el Espíritu. No está hablando del “Espíritu Santo”, sino de la fuerza de Dios que capacita a Jesús y a todo el que “se bautice en él”, para desplegar todas las posibilidades de ser humano.

 

Meditación

La presencia de Dios Espíritu en nosotros es la clave.
Meditar es emprender un camino hacia el hondón de mi ser.
Si de verdad quiero ser auténtico, tengo que descubrir mi ser.
El camino puede ser largo y difícil, pero no hay alternativa.
Si no lo descubro, mi vida se centrará al “ego” (falso yo).

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Convertíos.

Domingo, 4 de diciembre de 2022
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gargallo4Mt 3, 1-12

«Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos»

Convertirse es volver los ojos a Dios y creer en el Espíritu que habita en nosotros.

En mayor o menor medida, y por distintos motivos, todos hemos hecho propósito firme de conversión en diversos momentos de nuestra vida; nos hemos propuesto cambiar, sacudirnos la pereza, renunciar a nuestras pasiones, enfocarnos a Dios y vivir como cristianos; compartiendo, perdonando…

Pero no lo hemos logrado, porque lo hemos fiado todo a nuestra voluntad, y la voluntad no da para tanto. Es como quien intenta dejar de fumar: “A partir de mañana lo dejo”, pero una semana después el propósito se desvanece y todo queda en un mero intento fallido. Con la conversión pasa lo mismo. Cuántas veces, tras superar algún episodio difícil de la vida, hemos visto naufragar nuestro propósito de enmienda porque lo habíamos fiado todo a la voluntad.

Sería estupendo que pudiésemos elegir libremente la opción por Dios como quien elige cambiar el canal de televisión, pero no podemos, porque nuestras pasiones son mucho más fuertes que nosotros. Por eso, quizá sea bueno entender la conversión, no como un acto puntual de voluntad, sino como un proceso que nunca acaba y que nada tiene que ver con ella…

Lo entenderemos mejor con un ejemplo.

Imaginemos un día frío y desapacible. Está nevando y la temperatura permanece bajo cero. Hemos estado caminando toda la mañana por el monte y, al fin, hemos llegado a un refugio caldeado por el fuego que arde en un fogón al fondo de la estancia. Estamos ateridos y queremos entrar en calor lo antes posible, pero, por mucho que nos acerquemos al fuego, tardaremos un rato en conseguirlo. Al menos, dentro, nos iremos calentando, pues quedándonos fuera seguiremos cada vez más congelados.

Y en esto puede consistir la conversión; en acercarse al fuego. Como decía Ruiz de Galarreta: «Convertirse es que la cercanía de Jesús nos va cambiando. Convertirse es que la presencia del Fuego nos va calentado, la presencia del Agua nos va lavando, nos va fertilizando…».

No podemos convertirnos por un acto de voluntad, pero sí podemos acercarnos a la Palabra; sí podemos tratar de conocer mejor a Jesús y dejarnos fascinar por él. Y para ello, podemos orar, contemplar, leer, celebrar bien la eucaristía, practicar el silencio… en definitiva, podemos dejar que el Espíritu crezca en nosotros, desde dentro, como una semilla que va germinando hasta convertirse en un árbol capaz de dar fruto.

Y es que, afortunadamente, quien se acerca al fuego se va calentando…

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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El presente del Reino.

Domingo, 4 de diciembre de 2022
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rosto-de-jesus-na-multidaoMt 3, 1-12

¿Qué entendería Juan el bautista por “reino de los cielos (Mt 3,1-12)? ¿Cuáles eran sus expectativas? ¿Qué significa que el reino se avecina, que está cerca? Por varios textos que vienen más adelante en la narración mateana, queda claro que Juan no sabía exactamente a qué se refería y que incluso pondrá en duda si Jesús es el mesías o si hay que esperar a otro (Mt 11,3-8). A pesar de esta poca claridad respecto a ello, su misión es preparar el camino para aquello que espera pero que no conoce exactamente cuál será la forma de su realización.

Como otros ascetas de su tiempo, Juan llama a la conversión. Juan bautiza con agua; recibe la confesión de los pecados; acoge a muchos fariseos y saduceos; advierte con rigor a quienes se confían en ser exteriormente practicantes porque viven de falsas ilusiones. Y anuncia varias novedades.

· La primera es la cercanía y proximidad del reino. El futuro anhelado se vuelve presente. El tiempo cobra nuevos significados y el presente se llena de contenido, de esperanza y de urgencia. No hay que esperar más.

· La segunda es que este reino no es solo para los “hijos de Abraham” porque “Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras”. De hecho, todo el cosmos, en la representación de las piedras, puede entrar en la categoría de “hijos de Abraham”, porque Dios puede hacer de toda la creación hijos suyos, miembros de la larga tradición de un Israel que abre sus barreas y sus límites.

· La tercera es que el reino viene con una persona, y que esta persona, de gran importancia, irá acompañada del Espíritu Santo. En boca del bautista no se nombra directamente a Jesús, sino que lo deja como incógnita, e insiste en el protagonismo del Espíritu y su obra.

· La cuarta, planteada desde la metáfora del trigo, es que hará justicia y reunirá a todos los dispersos.

El anuncio de Juan se centra entonces en el reino, que pertenece al presente, a la actualidad. Un reino que incluye a cada uno y al cosmos entero y un reino decisivo y radical, sin medias tintas y exigente.

En nuestro hoy, el anuncio resuena otra vez con la misma urgencia, con la misma comprensión de un presente dilatado que acoge la venida poderosa de este hombre-dios lleno del Espíritu. La religiosidad sin conversión no es una opción. Esperar para más adelante tampoco. Posiblemente, como Juan, no conozcamos la forma concreta que adquiere este reino, pero tenemos la certeza de que se dilata en medio nuestro de manera inexorable.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

 

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Cuando la religión amenaza

Domingo, 4 de diciembre de 2022
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E0AE1298-0BF8-42CB-80D9-9878AE5C0B19Domingo II de Adviento

4 diciembre 2022

Mt 3, 1-12

El pasado 16 de septiembre, Mahsa Amini, una joven iraní de 22 años, moría en circunstancias no aclaradas tras ser detenida por la “policía de la moral” (¡¡!!), por “llevar mal colocado su hiyab”.

Es obvio que la “moral” que da nombre a ese cuerpo policial no es una moral genuina que buscara, por encima de cualquier otra cosa, el bien de todos los seres; se trata de una “moral” dictada por el poder teocrático de Irán -la perversión de la moral, por tanto-, con el objetivo prioritario de mantener el control sobre la población.

Todo régimen teocrático es autoritario y la religión, de manera especial cuando ha llegado al poder, utiliza la amenaza -y amenaza en nombre de Dios- como recurso de control y de sometimiento: “El hacha toca ya la base de los árboles… y el árbol que no da fruto será talado y echado al fuego”.

A partir de ahí, se inocula el miedo y la culpa, con tal eficacia que llegan a formar parte del imaginario de la propia población que, casi sin advertirlo, interioriza, no solo las normas morales impuestas, sino las amenazas y castigos, así como los sentimientos de miedo y de culpa que conllevan. Hasta el punto de que ven la amenaza como algo necesario. En este sentido, recuerdo una ocasión en la que -ejerciendo aún el ministerio, en un funeral- hablé del “perdón gratuito e incondicional” de Dios. A la salida, me esperaba una mujer joven que, “desde la fe”, sentía que debía recriminarme por este motivo: si no hay amenaza de castigo, la gente no se comportaría bien. Me di cuenta de que sus “buenas intenciones” no podían disimular un infantilismo proyectado, que lleva a ver a las personas como niños pequeños que necesitan de la amenaza y del castigo para no desviarse del “buen camino”.

La religión -como el poder- recurre a la amenaza y al castigo porque, más allá de todas las justificaciones con que se quieran ocultar sus intenciones, lo que está buscando es imponer su “verdad” y proteger su situación de dominio.

Pero el miedo y la culpa terminan envenenando a la persona por lo que, antes o después, esta se verá conducida a la rebeldía activa, la desafección o el resentimiento reprimido. Jesús retrató magistralmente estas actitudes en la parábola del “hijo pródigo” -o “los dos hijos”- (Lc 15,11-32): el menor se rebela y escapa; el mayor cumple todas las normas, pero alimenta un resentimiento hostil. En contraste con estas actitudes, el padre muestra el único camino de salida posible: el respeto a la libertad de cada hijo y la oferta de una visión que trasciende absolutamente cualquier miedo, cuando afirma: “Todo lo mío es tuyo”.

¿Sé liberarme del miedo y de la culpa?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Sólo tiene derecho a esperar lo imposible aquel que se ha comprometido a fondo en la realización de lo posible

Domingo, 4 de diciembre de 2022
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F5D42648-604C-44FF-815A-37D1753266D4Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01.- Isaías: llegarán los tiempos mesiánicos.

    Isaías es el profeta del destierro del pueblo de Israel en Babilonia.

En el siglo VI a.C. gran parte de los líderes y del pueblo de Israel fueron deportados a Babilonia. El Templo de Jerusalén fue destruido por Nabucodonosor y la deportación la llevó a cabo el rey persa Ciro. Este destierro supuso el hundimiento de Israel.

Recordando esta deportación cantarán los israelitas el salmo 136:

Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; 3Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión».

¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!

Isaías es el profeta que en esa situación de abatimiento anuncia, anima al pueblo: vendrán tiempos mejores, los tiempos mesiánicos en los que habrá justicia y lealtad, el lobo habitará con el cordero, viviremos en paz.

    También nosotros personal y socialmente podemos atravesar situaciones y tiempos de destierro: de hundimientos personales por problemas, enfermedades, marginaciones, etc. Socialmente también vivimos o conocemos situaciones de exilios y destierros de pueblos en guerra, odios raciales, gentes pobres y hambrientas, encarceladas, etc.

Isaías y el cristianismo denuncian esas situaciones de destierro y nos anuncian que en los tiempos mesiánicos todos los pueblos tendrán pan, cultura, habrá paz y justicia, las guerras cesarán, podremos convivir.

02.- San Pablo: Mantengamos la esperanza.

    De momento y por lo que podemos observar y vivir no han llegado los tiempos mesiánicos. Putin sigue siendo “el señor de la guerra”. 7000 obreros muertos construyendo los campos de fútbol de lujo en Qatar y en otros países, mientras  el hambre de millones de personas; corrupción política, etc.

    Mantengamos la esperanza, nos recuerda y exhorta San Pablo.

    Porque no pensemos que nosotros los seres humanos tenemos la solución de todo. Pensar que el ser humano es capaz de construir la sociedad y de alcanzar un tiempo en el que no habrá mal moral ni alienación, no deja lugar al Dios liberador del Éxodo y del destierro ni dejamos lugar a Cristo para concluir la historia.

    Tampoco caigamos en la superstición religiosa que sustituye la esperanza con la creencia en promesas sin base en la fe: tal rezo o tal devoción soluciona “automáticamente” los problemas; tal medalla religiosa trae buena suerte, y si la colocamos a la puerta de la casa la protege de cualquier daño material; hay que rezar no sé cuántas avemarías seguidas para que termine la guerra y si mandamos el aviso por wasap, mejor,  etc. La superstición religiosa es el abuso y la corrupción de la esperanza.

Esperemos y trabajemos contra toda desesperanza. “Sólo tiene derecho a esperar lo imposible aquel que se ha comprometido a fondo en la realización de lo posible” (M. Unamuno), pero sobre todo esperemos en Dios.

03.- Juan Bautista en el desierto: convertíos

    Juan Bautista es un hombre recio, poco convencional y nada dado a trapicheos y cambalaches. Hombre que iba de frente en la vida. Juan Bautista habría hecho una mala carrera diplomática y eclesiástica. ¡Raza de víboras…!

Juan B se presenta en el desierto. El desierto es el lugar entre Egipto y la tierra de promisión. Para Israel es el tiempo del “ya – pero todavía no”: ya hemos salido de Egipto, de la esclavitud, pero no hemos llegado a la tierra de promisión, que mana leche y miel.

    El desierto es lugar de camino, de austeridad, donde se vive con lo imprescindible. El desierto es el lugar de la conversión. En el desierto el pueblo se encontró con Dios: el maná, la ética (las tablas de la ley) la roca-el agua, la nube que protegía al pueblo, la Palabra de Dios se dirige al pueblo en desierto. El desierto es lugar donde -caminando- uno se encuentra condigo mismo y con Dios.

    En este adviento cabe que nos preguntemos por nuestro estilo de vida, por nuestra austeridad, por nuestra caminar y acontecer, por nuestro esperar. ¿Soy hombre / mujer austero, serio, con criterio dispuesto a acoger la Palabra, la verdad en mi vida?

    ¿Sabemos escuchar y acoger el horizonte liberador en el desierto de la vida, de la oración, del sufrimiento? ¿Anuncio la utopía de los tiempos mesiánicos especialmente en esta época de desilusiones y desesperanzas?

    Convertirse es volver el corazón y el pensamiento a Dios para mirar a las humanidad y a los tiempos mesiánicos que estén llegando.

El reino de los cielos está cerca, convertíos

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“Recorrer caminos nuevos”. 2 Adviento – A (Mateo 3,1-12)

Domingo, 8 de diciembre de 2019
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02-adv-a-600x825Por los años 27 o 28 apareció en el desierto en torno al Jordán un profeta original e independiente que provocó un fuerte impacto en el pueblo judío: las primeras generaciones cristianas lo vieron siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús.

Todo su mensaje se puede concentrar en un grito: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos». Después de veinte siglos, el papa Francisco nos está gritando el mismo mensaje a los cristianos: abrid caminos a Dios, volved a Jesús, acoged el Evangelio.

Su propósito es claro: «Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos». No será fácil. Hemos vivido estos últimos años paralizados por el miedo. El papa no se sorprende: «La novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida». Y nos hace una pregunta a la que hemos de responder: «¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas que han perdido capacidad de respuesta?».

Algunos sectores de la Iglesia piden al papa que acometa cuanto antes diferentes reformas que consideran urgentes. Sin embargo, Francisco ha manifestado su postura de manera clara: «Algunos esperan y me piden reformas en la Iglesia, y debe haberlas. Pero antes es necesario un cambio de actitudes».

Me parece admirable la clarividencia evangélica del papa. Lo primero no es firmar decretos reformistas. Antes es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas. Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia.

El mismo Francisco nos está indicando todos los días los cambios de actitudes que necesitamos. Señalaré algunos de gran importancia.

Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: «Una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta».

No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: «Una Iglesia que se encierra en el pasado traiciona su propia identidad».

Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: no cultivar «un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no halla nada».

Buscar una Iglesia pobre y de los pobres. Anclar nuestra vida en la esperanza, no «en nuestras reglas, nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos».

José Antonio Pagola

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“Convertíos, porque está acerca el reino de los cielos”. Domingo 8 de diciembre de 2019. Domingo 2º de Adviento

Domingo, 8 de diciembre de 2019
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02-advientoa2-cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 11,1-10: Juzgará a los pobres con justicia.
Salmo responsorial: 71: Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.
Romanos 15,4-9: Cristo salva a todos los hombres.
Mateo 3,1-12: Convertíos, porque está acerca el reino de los cielos.

La primera lectura es uno de esos varios preciosos textos de Isaías –y de los profetas bíblicos en general– que nos «describen» la «utopía» bíblica. Por definición, la utopía «no tiene lugar», no se la puede encontrar, todavía no se ha concretado en ningún sitio, no existe… y en ese sentido tampoco se puede describir cómo es. Pero si hablamos de la utopía -y si incluso soñamos con ella- es porque sí tiene alguna forma de existencia. No es que no exista, simplemente, sino que «no existe… todavía». Como decía Ernst Bloch, no sólo existe lo que es, sino lo-que-no-es-todavía (el “noch nicht Sein”). No es, pero puede llegar a ser, quiere ser y, como podemos comprobar de tantas maneras, lucha por llegar a ser. Y será. Como decía Ebeling, «lo más real de lo real, no es lo real mismo, sino sus posibilidades»…

El pensamiento utópico es un componente esencial del judeocristianismo. No lo es de otras religiones, incluidas las grandes religiones. No hay sólo un tipo de religiosidad. Podemos encontrar varias corrientes en las religiones «neolíticas», las de los últimos cinco mil años. Unas experimentan lo sagrado sobre todo en la conciencia (la interioridad, el pensamiento silencioso, la experiencia de la iluminación, de la no dualidad… una especie de «estado modificado» de conciencia); otras lo experimentan en la naturaleza, en la experiencia cósmica… (la experiencia de sintonía con la naturaleza, de unidad e interdependencia con ella, de su sacralidad imponente, de la Pachamama… lo que Mircea Elíade llamó la «experiencia uránica», ésa que todos los pueblos han sentido al contemplar la belleza del cosmos, del cielo estrellado…). Las religiones abrahámicas, un tercer grupo, por su parte, han experimentado lo sagrado «en la historia», por medio de la fe, la esperanza y el amor, a través del llamado de una Utopía de Amor-Justicia. Véanse los tres enfoques diferentes de las tres gamas o ramas del árbol de las religiones: la interioridad de la conciencia, la misteriosidad de la naturaleza, y el llamado utópico de la justicia en el decurso de la historia…

Este tercer foco es, concretamente, el ADN de nuestra religión. Todo lo demás (doctrina, moral, liturgia, institución eclesiástica…) añade, reviste, completa… pero la esencia de la religiosidad abrahámica es esa fuerza espiritual que experimentamos en el llamado de la Utopía del Amor-Justicia. Que, por ser “amor-justicia”, obviamente, siempre estará de parte de los pobres, de los “injusticiados”, en cualquier nivel o tipo de injusticia (económica, cultural, racial, de género…) en que se realice.

Los profetas, Isaías en el caso de la lectura de hoy, «describe» la Utopía, «cuenta el sueño» que le anima: un mundo amorizado, fraterno, sin injusticia, sin injusticiados, en armonía incluso con la naturaleza… La Utopía fue tomando en Israel el nombre de «reinado de Dios»: cuando Dios reina el mundo se transforma, la injusticia deja lugar a la justicia, el pecado al perdón, el odio al amor… las relaciones humanas descompuestas se recomponen en una red de amor y solidaridad. El conocido estribillo del canto del salmo 71 (el de la liturgia de este domingo) lo dice magistralmente: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor». Donde Dios está presente y «reina», es decir, donde se hacen las cosas «como Dios manda», allí hay Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gracia y Amor. Por eso hay que clamar con el estribillo cantado de ese salmo: «Venga a nosotros tu Reino, Señor». No hay sueño ni Utopía más grande, aunque esté tan lejana.

El adviento es, por antonomasia, el tiempo litúrgico de la esperanza. Y la esperanza es la «virtud» (la virtus, la fuerza) de la Utopía, la fuerza que la Utopía provoca, crea en nosotros para esperar contra toda esperanza. Adviento es por eso un tiempo adecuado para reflexionar sobre esta dimensión utópica esencial del cristianismo, y un tiempo para examinar si con el paso del tiempo nuestro cristianismo tal vez olvidó su esencia, tal vez arrincónó tanto la utopía como la esperanza.

El evangelio de Mateo nos presenta a Juan Bautista pidiendo a sus coetáneos la conversión, «porque el reinado de Dios [reinado “de los cielos” dirá Mateo, con el pudor reverencial judío que evita «tomar el nombre de Dios en vano»] está cerca». En aquellos tiempos de mentalidad precientífica y apocalíptica, la propensión a imaginar futuras irrupciones del cielo o del infierno servía para mover a las masas. Hoy, con una visión radicalmente distinta sobre la plausibilidad de tales expectativas apocalípticas, la argumentación de Juan Bautista ya no sirve, resulta increíble para la mayor parte de nuestros contemporáneos. No es que hayamos de cambiar (que hayamos de convertirnos) «porque el reino de Dios está cerca», sino exactamente al revés: el Reino de Dios puede estar cerca porque (y en la medida en que) decidimos cambiar nosotros (convertirnos), y es con ello como cambiamos este mundo… Ya no estamos en tiempos de apocalipsis (una irrupción venida de fuera y de arriba), sino de praxis histórica de transformación del mundo y de su historia (una transformación venida de abajo y desde dentro). El reinado de Dios -la Utopía, para decirlo con un lenguaje más amplio e interreligioso- no es ni puede ser objeto de «espera» (como ante algo que sucederá al margen de nosotros), sino de «esperanza» (la desinencia «anza» expresa ese matiz de actividad endógena). La esperanza es esa actitud que consiste en «desear provocando», desear ardientemente una realidad todavía «u-tópica», tratando de hacerla «tópica», presente en el «topos», en el lugar y en el tiempo, aquí y ahora, en la Tierra, no en el cielo futuro.

Insistimos: otras religiosidades discurren por otro tipo de experiencia de lo sagrado –y ello no es malo, es muy bueno, y es muestra de la pluriformidad de la religiosidad–, pero la vivencia espiritual específicamente judeocristiana es esta esperanza activa histórico-utópica comprometida. En este Adviento podríamos hacer de esto una materia de reflexión y examen.

Por cierto, la segunda lectura, de la carta a los romanos, coincide curiosamente con este mismo enfoque esencial: «Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza»… Mantener la «esperanza», mantener esa tensión de compromiso histórico-utópico es el objetivo de las Escrituras (por cierto, de «todas las Escrituras», no sólo de la Biblia…). Es decir: las Escrituras fueron escritas para eso. No para fines piadosos, para fines estrictamente transcendentes o sobrenaturales… sino «para mantenernos en la esperanza», por tanto, para comprometernos en la historia, para encontrar lo divino en lo humano, el Futuro absoluto en el futuro histórico y contingente. Cualquier utilización bíblica que nos encierre dentro de la Bíblia misma, nos separe de la vida o nos haga olvidar el compromiso histórico de construir apasionadamente la Utopía en esta tierra, será un uso malversado –o incluso perverso– de la Biblia. Leer más…

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8.12. Dom 2º Adviento. María Inmaculada y Juan Bautista

Domingo, 8 de diciembre de 2019
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74155316_1367110946799427_27766357978251264_nDel blog de Xabier Pikaza:

Puerta de Adviento: Juan Bautista y María, promesa de libertad

Juicio de Dios y esperanza humana

Este año 2019, el 8 de Diciembre es Fiesta de la Inmaculada y  Domingo 2º de Adviento, dedicado a la figura y mensaje de Juan Bautista. La fiesta de la Inmaculada, como dogma de la Iglesia Católica es reciente (del año 1854), aunque la veneración de María como Llena de Gracia (Inmaculada) es muy antigua y más antigua todavía su relación con Juan Bautista, como testigos del Adviento de Jesús y portavoces más significativos de su juicio.

              Pienso que, en esa línea, sería conveniente que la fiesta de la Inmaculada se trasladara al Dom. 2º de Adviento, y se vinculara la con la fiesta y mensaje de Juan Bautista, reinterpretando así un elemento clave del dogma de la Inmaculada, en la línea del Adviento de Jesús, en unión con Juan Bautista. Desde ese fondo expondré los dos “textos” principales de esta fiesta del Adviento de Juan y de María, evocando después algunos rasgos importantes de la iconografía sobre el tema.

  1. El Adviento de Juan. Evangelio del Domingo:

7 Juan, pues, decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: –¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Producid, pues, frutos digno de arrepentimiento y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: “A Abraham tenemos por padre.” Porque os digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abraham (Lc 3, 7‒17)

9 El hacha ya está cayendo sobre la raíz de los árboles. Por lo tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.16. Ése bautizará con Espíritu Santo y fuego.17 Tiene el bieldo está en su mano para limpiar su era y juntar el trigo en su granero, pero quemará la paja en el fuego que nunca se apagará (Mt 3,7‒12).

  1. Hijos de ira, portadores de veneno. Juan aparece aquí como testigo y portador de la Ira Venidera, vinculada al juicio de Dios (Mt 3, 7; Lc 3, 7). Conforme a una extensa experiencia israelita, la humanidad se hallaba envuelta en pecado; por eso, muchos sacrificios expiatorios del templo tenían como fin el aplacar a Dios. Para Juan, eso es inútil: va a estallar la Ira de Dios, pues la humanidad (el pueblo de Israel) está envenenado, es portador de muerte, como hijos de víbora, portadores de veneno[1].
  2. Frutos dignos de arrepentimiento. (Mt 3, 8; Lc 3, 8). De la imagen de la víbora, que no puede cambiar, pasamos a la imagen del árbol, que debe fruto. La tradición del Antiguo Testamento y del judaísmo ha comparado a Israel con un árbol o planta (higuera, viña, olivo…). El árbol de Israel debe dar frutos, a través del arrepentimiento.
  3. Hijos de Abraham las piedras… (Mt 3, 9; Lc 3, 8) Hay una confianza genealógica d Israel que se funda en la pura descendencia (hijos de Abraham). Juan, profeta escatológico tiene que ir en contra de esa confianza… La filiación de Abraham no es un seguro inmediato, sino que ella está vinculada a las buenas obras…
  4. Trae en su mano el Hacha, para cortar los árboles que no produzcan fruto (Mt 3, 10; Lc 3, 9). No es Sembrador, sino recolector y Leñador, vigilante que mira y distingue, árbol tras árbol, para separar a los buenos de los malos. No es mensajero del amor de Dios, ni de su Paternidad, sino de su justicia destructora.
  5. Bautizará a los suyos en Espíritu Santo… y fuego (3, 11: evn pneu,mati a`gi,w|,), realizando así el juicio divino. Espíritu significa aquí viento: es huracán que sopla con fuerza aterradora, desgajando y destruyendo aquello que se encuentra poco cimentado sobre el mundo; es santo (a`gi,w), en línea de separación, para destruir aquello que se opone a la pureza de Dios. Les bautizará con Fuego (3, 11: evn,… puri). Al Viento de Dios sigue su Incendio. Ambos unidos, huracán y fuego, expresan la fuerza judicial y destructora (escatológica) de Dios y se vinculan mutuamente, como indica la tradición del AT (falta el terremoto de 1 Rey 19, 11-13).
  6. Tiene en su mano el Bieldo y limpiará su era… (3, 12; Lc 17). Así culminan las imágenes anteriores: el Espíritu/Viento sirve para separar la paja del trigo, el Fuego para quemarla.  El Venidero, antes Leñador (tenía en su mano el hacha para cortar y quemar los árboles sin fruto), se vuelve así Trillador o Aventador (con la horquilla o bieldo separador en su mano).

Con su gesto profético (bautismo) y su mensaje, Juan eleva su amenaza final, anunciando el juicio de Dios, que viene como Hacha que corta (derriba los árboles sin fruto), con su gran promesa mesiánica.

Bartolomé_Esteban_Perez_Murillo_021La amenaza se centra en el huracán que barre (limpia la era), el Hacha que corta y el y Fuego que destruye (la madera corta, la paja). Ciertamente, llegará el tiempo nuevo de la salvación (con la tierra prometida), pero ella implica juicio y destrucción para todo lo perverso.

Pero con la amenaza viene la promesa de Adviento: El mismo anuncio del juicio y la espera del nuevo bautismo abre un tiempo de conversión para aquellos que se arrepienten y quieren superar la ira que se acerca, cruzando el umbral de la muerte (simbolizada por el fuego y huracán) para entrar en la Tierra Prometida, como Josué en otro tiempo (cf. Jos 1-3).

Juan descorre así un resquicio de adviento, rescatando a los hombres de la muerte que se acerca para así ofrecerles la promesa del Cristo. En ese resquicio se sitúa la llegada del Más Fuerte que bautiza en Espíritu Santo, realizando la purificación definitiva, que implica destrucción de todo lo perverso. Juan se encuentra todavía al otro lado del río, en la zona del desierto. Pero ese espacio reducido debe abrirse con la llegada del Más Fuerte, que “recoge el trigo en la era”, abriendo así un tipo de vida distinta, de pan, de justicia y banquete. Eso significa que el del mundo camina a la ruina, con su templo y sus sacerdotes, con sus reyes y sus gobiernos, pero, sobre esa ruina, se revela la gracia de la vida en Cristo.

  1. El Adviento de María, la palabra de juicio y promesa de la Inmaculada

            Hemos tendido a vincular la Inmaculada de Adviento con una imagen etérea de belleza extra‒mundana… Pues bien, el mensaje de María es el mismo de Juan Bautista. En el Adviento, la palabra de la madre de Jesús, profetisa de juicio y salvación es el mismo de María, según el evangelio de Lucas. En este contexto de Adviento nos limitamos a citar y comentar el centro de Magnificat (Lc 1, 51‒53), como profecía del gran cambio de los tiempos, en la línea en la línea del anuncio de Juan Bautista, con quien ella concuerda.

  «Ha desplegado el poder de su brazo: dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos» (1,51-53).

Nivel teológico, revelación de Dios. «Dispersó a los soberbios de corazón». En la línea de los versos siguientes se podría añadir: «y acoge a los mansos». El verso anterior del Magniticat, María ha situado frente a los soberbios a los hombres que temen al Señor y aceptan su presencia (1,50). Soberbios son, en cambio, los que buscan el orgullo de su propia gloria, divinizan su poder (saber) y miran a todos los restantes hombres como seres de segundo plano, servidores.

 Pues bien, allí donde se viene a desplegar la fuerza y gloria verdadera del brazo del Señor esa grandeza soberbia de los hombres se disipa y se dispersa como el humo de la paja que arrebata el viento. Ninguna ideología humana puede llamarse salvadora. Sólo aquellos que confían en Dios y que dialogan de manera gratuita con los otros pueden encontrar su plenitud dentro del misterio.

Nivel político. «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los oprimidos». Poderoso es quien pretende apoyarse en su poder, el que se eleva por encima de los otros y al hacerlo les oprime, les aplasta. Esta parece ser la condición de nuestra tierra: suscitamos una forma de existencia donde todo tiende a resolverse por la fuerza, interpretada como imposición; construimos un mundo donde todo es competencia, sin lugar para que vivan y desplieguen su verdad los más pequeños, los enfermos, marginados, fracasados.

Pues bien, María ha descubierto que la mano de Dios actúa de manera diferente, como gratuidad y amor abierto a los que están perdidos en el fondo de la tierra. Por eso invierte la antigua perspectiva: mira la historia desde abajo, desde los pobres, derrotados y aplastados; pero mira bien y sabe que la historia cambia, porque Dios «destrona a los que están sentados sobre el trono» y salva, en unidad de diálogo fraterno y en amor universal, a todos los humildes de la tierra.

Nivel económico. «A los hambrientos los colma de bienes, a los ricos los despide vacíos». También aquí María ha comprendido que sólo existe verdad y realidad si es que a los hombres se les mira desde abajo. Ricos son los que se asientan en los bienes de la tierra: los que buscan su seguridad en el tener, esclavizando y oprimiendo para ello a los que no pueden (no quieren) triunfar de esa manera y pasan hambre.

Pues bien, María se coloca entre esos pobres: con ellos siente, con sus ojos mira, descubriendo la presencia de un Dios transformador y justiciero que los colma de bienes. Surge desde abajo, desde el mismo fondo de la tierra, un hombre nuevo que no oprime a los demás, que no se monta ya en el trono, que no toma la riqueza como forma de dominio sino como expresión de amor y signo de encuentro, mesa compartida. Así terminan los ricos opresores y se ofrece un banquete de amor universal sobre la tierra de los viejos pobres.

Tales son, en síntesis, los rasgos primordiales de esta acción liberadora de Dios que María ha descubierto y proclamado, en apertura al conjunto de la humanidad como “inmaculada”, es decir, como signo y profeta de la salvación de Dios

 Sus palabras son profunda teología. Ellas desvelan el misterio de Dios como poder de libertad gratuita. Son palabras de humanismo creador donde comienza a realizarse la utopía (¡ahora verdad localizada!) de la tierra nueva en que no existen más imposiciones ni injusticias. Son palabras jubilosas de una mujer elevada por el gozo del misterio canta al Dios de su nueva humanidad ya liberada, por fin reconciliada. ¿Cuándo será esto? ¿Cómo lo podemos conseguir? Estas son las preguntas que nos deja María, la mujer que ha preguntado en el momento decisivo de la historia (cf. Lc 1,34)[2].

De esta forma se explicita la protesta y esperanza de María. Sigue viva entre los hombres su voz de manifiesto salvador y su llamada al cambio de la historia. Ella ha transmitido a todos el deseo de una tierra liberada donde al fin podamos realizarnos como humanos, en fraternidad universal. Por eso, el himno de María es canto de liberación revolucionaria que se funda en la vivencia de la gratuidad de Dios y en la exigencia de la entrega creadora entre los hombres.

JUAN Y MARÍA COMO TESTIGOS DE ADVIENTO

41_00373094~ikonenmalerei_deesis---icon-by-angelos---c15th            74155316_1367110946799427_27766357978251264_n   Desde tiempos antiguos la Iglesia ha vinculado a Juan Bautista y María figuras de Adviento, abriendo el camino de Jesús, anunciando su llegada, preparando y acompañando su juicio. Voy a presentar tres “imágenes”

1. Icono tradicional de las iglesias de Oriente y Occidente (desde el siglo IV.V de.C.) Representan la “deisis” o glorificación de Cristo. La Madre María y el Bautista le dan su testimonio. De un modo o de otro preside todas las iglesias antiguas de oriente y occidente. Izquierda, un icono antiguo… Derecha: puerta de “adviento”, con María y Juan a los lados de Jesús, con ángeles en la bóveda… Entrada en un monasterio del Monte Athos.

El_Juicio_Final,_Catedral_Vieja_de_SalamancaEJaLfK2WsAAUpiH2. Imagen medieval, de tipo icónico. Izquierda: Ábside de la Catedral de Salamanca. Se concentra en el “juicio final”. Se mantiene a lo largo de toda la Edad Media, hasta el siglo XV (como esta obra de N. Fiorentino, de la segunda mitad del siglo XV.  Cristo aparece juzgando, y en especial condenando a los de su izquierda. El juicio final de condena se impone sobre el anuncio mesiánico de salvación. Riesgo de un cristianismo que justifica un tipo de violencia de Dios sobre el pecado de los hombres. Derecha: cuadro flamenco del siglo XV

 3. Pintura no icónica de Miguel Ángel. Capilla Sixtina, Vaticano (siglo XVI)

capilla-desnudos-cDeja de ser un icono, pierde su sentido cristiano… Cristo juzga y condena, en una línea no evangélica, más pagana que mesiánica… Sigue estando la Virgen a su lado (vestida por mandato de un Papa), admirada, casi “espantada” del juicio de condena de su Hijo. Juan Bautista desaparece entre los santos del entorno. Posiblemente sea el segundo, a la derecha de San Andrés, que está con su cruz en aspa, tras Maria vestida… Es una figura de gigante desnudo… pero sin rasgo distintivo ni misión específica.

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Paraíso, conversión, acogida. Domingo 2º de Adviento. Ciclo A

Domingo, 8 de diciembre de 2019
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brote2-960x350Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

  1. Injusticia ‒ paraíso (Isaías 11,1-10)

            La lectura de Isaías del primer domingo de Adviento hablaba de la experiencia de la guerra y la esperanza de un mundo sin conflictos militares ni carrera de armamentos. Este segundo domingo se dedica a la experiencia de la injusticia y su contrapartida de un mundo feliz, una vuelta al paraíso. Los profetas fueron quienes denunciaron la situación de injusticia con más energía. Aunque no veían fácil solución al problema, estaban convencidos de que el remedio dependía de unos jueces y monarcas justos, que implantaran la justicia en el país. El texto más claro y utópico en esta línea es el que se lee en el segundo domingo de Adviento.

            Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago.

            Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor.

            No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados.

            Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios.

            La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

            Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea.

            La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.

            No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.

            La mejor forma de entender este poema es verlo como un tríptico. La primera tabla ofrece un paisaje desolador: un bosque arrasado y quemado. Pero en medio de esa desolación, en primer plano, hay un tronco del que brota un vástago: el tronco es Jesé, el padre de David, y el vástago un rey semejante al gran rey judío.

            En la segunda tabla, como en un cuento maravilloso, el vástago vegetal adquiere forma humana y se convierte en rey. Pero lo más importante es que él vienen todos los dones del Espíritu de Dios: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, ciencia y respeto del Señor. Y todas ellas las pone al servicio de la administración de la justicia. El enemigo no es ahora una potencia invasora. Lo que disturba al pueblo de Dios es la presencia de malvados y violentos, opresores de los pobres y desamparados. El rey dedicará todo su esfuerzo a la superación de estas injusticias.

            La tercera tabla del tríptico da por supuesto que tendrá éxito, consiguiendo reimplantar en la tierra una situación paradisíaca. Y esto se describe uniendo parejas de animales fuertes y débiles (lobo-cordero, pantera-cabrito, novillo-león) en los que desaparece toda agresividad. Nos encontramos en el paraíso, y todos los animales aceptan una modesta dieta vegetariana («el león comerá paja con el buey»), como proponía el ideal de Gn 1,30. Y como ejemplo admirable de la unión y concordia entre todos, aparece un pastor infantil de lobos, panteras y leones, además de ese niño que introduce la mano en el escondite de la serpiente. El miedo, la violencia, desaparecen de la tierra. Y todo ello gracias a que «está lleno el país del conocimiento del Señor». Ya no habrá que anhelar, como en el antiguo paraíso, comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Hay una ciencia más profunda, el conocimiento de Dios, y ésa no queda recluida dentro de unos límites prohibidos, sino que inunda la tierra como las aguas inundan el mar.

            Esta esperanza del paraíso no se ha hecho todavía realidad. Pero el Adviento nos anima a mantener la esperanza y hacer lo posible por remediar la situación de injusticia.

  1. Conversión (Mateo 3,1-12)

            El evangelio del primer domingo nos invitaba a la vigilancia. El del segundo domingo exhorta a la conversión, basándose en la predicación de Juan Bautista.

            Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”».

            Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.

           

            El evangelio de Mt es muy impreciso con respecto al momento histórico en que comienza la actuación de Juan («por aquel tiempo»), y también con respecto a lugar de su predicación: «en el desierto de Judea».

            El mensaje se resume en pocas palabras: «Arrepentíos, porque el Reinado de Dios está cerca». La llamada a la conversión es típicamente profética. Al comienzo del libro de Zacarías, se dice: «Volved a mí y yo volveré a vosotros. No seáis como vuestros antepasados, a quienes predicaban los antiguos profetas: “Así dice el Señor de los ejércitos: Convertíos de vuestra mala conducta y de vuestras malas acciones”; y no me escucharon ni me hicieron caso» (Zac 1,4). Según este texto, toda la predicación profética se resume en la llamada a la conversión, que me implica dos aspectos distintos y complementarios: volver a Dios y cambiar de conducta.

            Juan aduce un motivo típicamente apocalíptico: «el reinado de Dios está cerca». A nosotros esta frase puede resultarnos exagerada y ridícula. Aunque rezamos continuamente «venga a nosotros tu reino», tendemos a reaccionar de manera escéptica cuando oímos hablar de la cercanía de ese reinado. La reacción de los judíos del siglo I, sobre todo de los que sintonizaban con la mentalidad apocalíptica, era muy distinta. A gente pobre, sencilla, oprimida por los romanos y sus colaboradores, Juan le anuncia un mundo nuevo, de justicia, paz, tranquilidad, amor, en el que Dios será el verdadero rey. Así se comprende el éxito que encuentra entre sus contemporáneos: acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán. La gente busca y encuentra en él hago algo que no encuentra entre los dirigentes religiosos.

            El evangelio del segundo domingo de Adviento no termina ahí. Continúa con un duro enfrentamiento de Juan con los fariseos y saduceos.         Las palabras que Juan dirige a este grupo constan de saludo y dos partes. El saludo no habría ganado un premio en un concurso de retórica: ¡Camada de víboras! Juan no quiere ganarse a sus oyentes sino provocarlos para que se conviertan.       La primera parte dice así:

¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Abraham es nuestro padre”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego.

            Cuando habló al pueblo, Juan adujo como motivo para convertirse la inminencia del reinado de Dios. Aquí indica un motivo distinto: la inminencia del castigo, que se compara con un hacha dispuesta a talar los árboles. Y añade que la conversión debe ser práctica, acompañada de obras; como el árbol que da buen fruto, o de lo contrario es cortado. En medio de esta amenaza, fariseos y saduceos pueden pensar en una escapatoria: «Somos israelitas, hijos de Abrahán, y no podrá ocurrirnos nada malo, Dios no nos castigará». Lo mismo que afirmaron siglos antes los contemporáneos de los profetas Amós y Jeremías. Pero Juan, igual que los antiguos profetas, les advierte que esta falsa confianza no les servirá de nada.

            La segunda parte del discurso acentúa el tono amenazador:

Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.

            Juan cumple ahora otro aspecto de su misión de precursor del Mesías: habla de este personaje, acentuando su dignidad («no merezco ni llevarle las sandalias») y su poder («yo bautizo con agua, él con fuego»). El verbo bautizar significa «lavar» (en el evangelio se dice que los fariseos «bautizan» los platos y vasos). Juan considera que su lavado es suave, con agua; el del Mesías será una purificación con fuego. Basándose en el Salmo 2, algunos textos concebían al Mesías con un cetro en la mano para triturar a los pueblos rebeldes y desmenuzarlos como cacharros de loza. Juan no lo presenta con un cetro, utiliza una imagen más campesina: lleva un bieldo, con el que separará el trigo de la paja, para quemar ésta en una hoguera inextinguible.

            Sumando los datos anteriores, tenemos dos imágenes terribles para exhortar a la conversión: la del hacha dispuesta a talar los árboles inútiles y la del bieldo echando a la hoguera a quienes son como la paja.

            ¿Está justificado este carácter tan duro del mensaje de Juan? El texto más parecido, incluso por la imagen, se encuentra al final del libro de Amós:

                        Mirad, daré órdenes de zarandear a Israel entre las naciones,

como se zarandea una criba sin que caiga un grano a tierra.

                        Pero morirán a espada todos los pecadores de mi pueblo;

los que dicen: No llega, no nos alcanza la desgracia (Am 9,9-10).

            Otro ejemplo, tomado del final del libro de Isaías:

11Pero a vosotros, que abandonasteis al Señor olvidando mi Monte Santo,

(…)

12yo os destino a la espada, y todos os encorvaréis para el degüello:

porque llamé y no respondisteis, hablé y no escuchasteis,

hicisteis lo que no me agrada,           escogisteis lo que no quiero. (Is 65,11-12)

            Esta mentalidad influirá en que algunos israelitas piadosos consideren plenamente justificado el recurso a la violencia cuando advierten un comportamiento indigno. En la conferencia cito los ejemplos de Fineés, Elías y Matatías. Conviene recordar la dureza de estos textos para valorar justamente el evangelio del próximo domingo.

  1. Acogida (Romanos 15,4-9)

            Las primeras comunidades cristianas estaban formadas por dos grupos de origen muy distinto: judíos y paganos. El judío tendía a considerarse superior. El pagano, como reacción, a rechazar al cristiano de origen judío. En este contexto escribe Pablo:

            Hermanos:

            Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, según Jesucristo, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

            En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas; y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así, dice la Escritura: «Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre». 

            Hoy día no existe este problema, pero pueden darse otros parecidos, que dividen a los cristianos por motivos raciales, políticos o culturales.

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08 Diciembre. Segundo Domingo de Adviento

Domingo, 8 de diciembre de 2019
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Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.”

(Mt 3, 1-12)

Acudid vosotras y vosotros también…

En este segundo domingo de adviento el evangelista Mateo nos presenta a un Juan Bautista enfadado, o por lo menos, indignado y muy poco preocupado por la imagen, el márquetin o porque se le vaya la gente.

Ahí le tenemos con su curioso atuendo: vestido de piel de camello y correa de cuero, con una dieta también extraña a base de saltamontes y miel silvestre.

Que cuando se ha concentrado a su alrededor mucha gente (toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán) se pone a insultar a voz en grito a los fariseos y saduceos, les llama “raza de víboras” y manda al cuerno sus privilegios diciéndoles que Dios puede sacar hijos de Abrahán de las piedras. Y a partir de ahí ya son todo amenazas: el hacha, el fuego y el bieldo.

La verdad es que todo junto da un poco de miedo. Si lo pienso despacio no sé si iría corriendo a bautizarme o correría en sentido contrario…

Realmente el anunciante y el anunciado se parecen poco. Aunque es verdad que Jesús tampoco se quedará corto a la hora de dedicarles algunos insultos a los fariseos y escribas, incluso a Herodes.

Pero en lo que no se parecen nada de nada es en la experiencia de Dios. Juan nos habla de un Dios justiciero, que tiene ya el hacha en la mano… Jesús nos dirá que Dios tiene una paciencia y una misericordia infinitas y que no pretende ni siquiera quebrar la caña cascada, ni apagar en pábilo vacilante.

Sin embargo, también Jesús nos invitará a la conversión, pero no por temor, ni principalmente para quitarnos los pecados, no. Jesús nos invita a volver a nuestro Dios porque sabe que mientras le falte uno solo de sus hijos, una sola de sus ovejas o una sola de sus monedas, Dios no está tranquilo, no puede estarlo.

Oración

Dios nos está esperando con un abrazo inmenso y Jesús nos dice: ¡Acudid! a los brazos del Padre.

¡Acudid! Porque lo que tiene en la mano no es un hacha, es un anillo. (Cfr. Lc15, 22)

Porque solo es capaz de “amenazarnos” con cargarnos a sus hombros para llevarnos a casa. (Cfr. Lc15,5)

¡Acudid! Porque está deseando encontraros y celebrar una fiesta con sus amigas y vecinas. (Cfr. Lc 15, 9).

Gracias, Trinidad Santa, por esta segunda semana llena de abrazos.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Segundo Domingo de Adviento. María Inmaculada. 8 diciembre, 2019

Domingo, 8 de diciembre de 2019
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“Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús.”

(Lc 1, 26-38)

En mitad de nuestro tiempo de adviento irrumpe esta fiesta importante de María. Hoy celebramos la Inmaculada Concepción de María, un dogma de fe. Algo muy importante para la teología pero difícil de explicar y de entender, como sucede con la mayoría de las cosas importantes.

Pero como en este espacio no tratamos de hacer teología sino de acercarnos, de una manera orante, a la Palabra de Dios, podemos dejar el dogma y quedarnos con María.

María, una mujer sencilla de Nazaret que recibe la visita de un ángel que le pone la vida del revés. “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo…” Y nos podemos quedar con la capacidad que tuvo María de pasar de la turbación (“Ella se turbó ante estas palabras…”) a la decisión (“…hágase…”).

María, con toda su libertad (y eso significa con miedos, con dudas y vacilaciones) acepta la misión que Dios le propone. Acoge su invitación y lo hace con todas las consecuencias.

Las representaciones artísticas del momento de la anunciación suelen ser todas ellas en lugares idílicos y nos presentan una bella escena que transmite alegría y serenidad. De hecho “La anunciación” es uno de los misterios de gozo del rosario. Y está bien que sea así, Pero no olvidemos que María con su “hágase” a los planes de Dios está dando un salto al vacío.

Eso de que una joven soltera se quedase embarazada no era en el tiempo ni en la cultura de María (ni ahora en muchas culturas) algo trivial, podía llegar a significar, en el peor de los casos, la pena de muerte de esa mujer.

Por eso, el “hágase” de María está lleno de compromiso y de confianza, de abandono en las manos de Dios.

Oración

Acompáñanos, María de Nazaret, en este itinerario de adviento. Se nuestro modelo de compromiso y fidelidad, de audacia y de coraje.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El Profeta ve más allá de las apariencias.

Domingo, 8 de diciembre de 2019
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gargallo4Mt 3, 1-12

Hoy, los profetas Isaías y Juan tienen la palabra. La palabra de un profeta no es fácil de aceptar porque obliga a cambiar, y eso no nos gusta. El profeta es el hombre que ve un poco más allá, o más hondo, que el resto de los mortales. Esa ventaja nace de su postura escudriñadora. No le gusta lo que ve a su alrededor y busca algo nuevo. Esa novedad la encuentra entrando dentro de sí y viendo las exigencias de su verdadero ser. El profeta no es un portavoz enviado desde fuera; es siempre un explorador del espíritu humano que tiene la valentía de advertir a los demás de lo que ve.

Hoy Isaías anuncia lo que debía ser cada hombre personalmente y lo que podía ser la comunidad. Pero extiende los beneficios de una comunidad auténticamente humana a toda la creación. El causante de ese maravilloso cambio será el Espíritu. Los tiempos mesiánicos llegarán cuando las ciencias humanas no tengan la última palabra, sino que la norma última sea “la ciencia del Señor”. Sencillamente genial. Hoy sabemos que esa sabiduría de Dios está en lo hondo de nuestro ser y allí debemos descubrirla.

Lo primero que nos anuncian es que nacerá algo nuevo de lo viejo. En lo antiguo, aunque parezca decrépito y reseco, siempre permanece un germen de Vida. La Vida es más resistente de lo que normalmente imaginamos. En lo más hondo de todo ser humano siempre queda un rescoldo que puede ser avivado en cualquier instante. Ese rescoldo es el punto de partida para lo nuevo, para un verdadero cambio y conversión.

El evangelio del hoy, leído con las nuevas perspectivas que nos da la exégesis, nos puede abrir increíbles cauces de reflexión. Es un alimento tan condensado, que necesitaría horas de explicación (diluirle para convertirlo en digerible). El problema que tenemos es que lo hemos escuchado tantas veces, que es casi imposible que nos mueva a ningún examen serio sobre el rumbo de nuestra vida. Y sin embargo, ahí está el revulsivo. Pablo ya nos lo advierte: “La Escritura está ahí para enseñanza nuestra”

En aquellos días. Este comienzo es un intento de situar de manera realista los acontecimientos y dejarlos insertados en un tiempo y en un determinado lugar. Jesús ya tenía unos treinta años y estaba preparado para empezar una andadura única. Sin embargo, los cristianos descubren que los primeros pasos los quieren dar de la mano del único profeta que aparecía en Israel después de trescientos años de sequía absoluta.

En el desierto. La realidad nueva que se anuncia, aparece fuera de las instituciones y del templo, que sería el lugar más lógico, sobre todo sabiendo que Juan era hijo de un sacerdote. Esto se dice con toda intención. Antes incluso de hablar del contenido de la predicación de Juan, nos está diciendo que su predicación tiene muy poco que ver con la religiosidad oficial, que había desfigurado la imagen del verdadero Dios.

Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios. Está claro que se trata de una idea cristiana, aunque se ponga en boca del Bautista. Es exactamente la frase con que, en el capítulo siguiente, comienza su predicación el mismo Jesús. Sin duda quiere resaltar la coincidencia de la predicación de ambos, aunque más adelante deja claro las diferencias. Convertirse no es renunciar a nada ni hacer penitencia por nuestros pecados. Conversión (metanoia), en lenguaje bíblico, es cambiar de rumbo en la vida.

Éste es el que anunció el profeta Isaías. Esta manera de referirse al Bautista es muy interesante, porque resume muy bien lo que pensaban los primeros cristianos de Juan. Para ellos, la figura de Juan responde a las expectativas de Isaías. Juan es Elías (correa de cuero) que vuelve a preparar los tiempos mesiánicos.

Llevaba un vestido de piel de camello. La descripción del personaje es escueta pero impresionante. Su figura es ya un reflejo de lo que será su mensaje, desnudo y sin adornos, puro espíritu, pura esencia. ¡Qué bien nos vendría hoy un poco más de coherencia entre lo que vivimos y lo que predicamos! Esa falta de coherencia es lo que denuncia a continuación en los fariseos y saduceos. Juan es un inconformista que no se amolda en nada a la manera religiosa de vivir de la gente normal.

Acudía a él toda la gente. La respuesta parece que fue masiva. Se proponen dos ofertas de salvación: la oficial, Jerusalén (templo) y la protestante en el desierto. La gente se aparta del templo y busca la salvación en el desierto junto al profeta. La religión oficial se había vuelto inútil, en vez de salvar esclavizaba. Más tarde, Mt llevará a toda esa gente a Jesús, en quien encontrará la salvación definitiva.

Dad el fruto que pide la conversión. A los fariseos y saduceos, Juan les pide autenticidad, de nada sirve engañarse o engañar a los demás. Los fariseos y los saduceos eran los dos grupos más influyentes en tiempo de Jesús. También van a bautizarse. Las instituciones opresoras tratan por todos los medios de domesticar ese movimiento inesperado, pero son desenmascarados por Juan.

Los fariseos conocedores de todas las normas, cumplían más de lo que estaba mandado, por si acaso. Los saduceos eran el alto clero y los aristócratas, los que estaban más cerca del templo y de Dios. Éstos son los que tienen que convertirse. ¿De qué? Aquí está la clave. Un cumplimiento escrupuloso de la Ley compatible con una indiferencia e incluso desprecio por los demás, es contrario a lo que Dios espera. Estar todo el día trajinando en el templo no garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios.

La conclusión es demoledora. Ninguna religiosidad que no valore en su justa medida al hombre puede tener sentido, ni entonces ni ahora. Los seres humanos somos muy propensos a dilucidar nuestra existencia relacionándonos directamente con Dios, pero se nos hace muy cuesta arriba el tener que abrirnos a los demás. Nos cuesta aceptar que lo que me exige Dios (mi verdadero ser) es que cuide del otro. Sin pudiéramos escamotear esta exigencia, todos seríamos buenísimos.

El Dios, con el que nos relacionamos prescindiendo del otro, es un ídolo. Convertirse no es arrepentirse de los pecados y empezar a cumplir mejor los mandamientos. No se trata de dejar de hacer esto y empezar a hacer aquello. No podemos conformarnos con ningún gesto externo. Se trata de hacerlo todo desde la nueva perspectiva del Ser profundo. Se trata de estar en todo momento dispuesto a darme a los demás.

Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Se trata de otra idea absolutamente cristiana. Juan está hablando de un bautismo distinto y superior al suyo. Toda plenitud es siempre realizada gracias al Espíritu. No está hablando propiamente del “Espíritu Santo”, sino de la fuerza de Dios que capacita a Jesús y a todo el que “se bautice en él”, para desplegar todas las posibilidades de ser humano.

Meditación

La presencia de Dios Espíritu en nosotros es la clave.
Meditar es emprender un camino hacia el hondón de mi ser.
Si de verdad quiero ser auténtico, tengo que descubrir mi ser.
El camino puede ser largo y difícil, pero no hay alternativa.
Si no lo descubro, mi vida se centrará al “ego” (falso yo).

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Actos frente a palabras

Domingo, 8 de diciembre de 2019
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1Cuando escuché sonar la campana desaparecieron el “yo” y la “campana” y sólo había tañidos” (Maestro zen)

4 de diciembre, II domingo de Adviento

Mt 3, 1-12

Dad frutos válidos de arrepentimiento y no os imaginéis que os basta decir: Nuestro padre es Abrahán; pues yo os digo que de estas piedras puede sacar Dios hijos de Abrahán

En la película Encadenados de Hitchcock, Cary Grant e Ingrid Bergman en los  papeles protagonistas de Frank y Alicia, oscilan continuamente entre el arrojarse sin trabas a los brazos de su impulso o el constreñirse en aras de intereses superiores a los que deben servir: conflicto entre el amor y el sentido del deber.

“Obras, señor, son amores, / que buenas razones no” dice Laura, en la comedia de Lope de Vega que lleva por título Obras son amores, y no buenas razones. Felisardo, rey de Ungria, le replica: “Laura, tú me has advertido: / tú me dices, Laura bella, / que las obras son amores, / hoy quiero yo que se vea / que esa sentencia es verdad”. Y posteriormente añade: “Pues, Laura, hoy quiero que veas / que las obras son amores, / y si el dar grandes riquezas, / es digna demostración, / las mayores que deseas / te traigo en aquesta caxa”Un refrán castellano lo refrenda: Obras son amores, que no buenas razones.

Ser hombre de palabra es importante, pero sería vano si no fuera acompañado de los hechos. En su Poema Noche del hombre y su demonio, Luis Cernuda hace que el hombre le replique al diablo en estos engañosos términos: “Hoy me reprochas el culto a la palabra. / ¿Quién sino tú puso en mí esa locura? / El amargo placer de transformar el gesto / en son, sustituyendo el verbo al acto. / Ha sido afán constante de mi vida / y mi voz no escuchada, o apenas escuchada”.

“Cuando escuché sonar la campana desaparecieron el “yo” y la “campana” y sólo había tañidos”, como dijo un famoso maestro zen cuando alcanzó la iluminación. No basta que las campanas tañan en sonidos que luego lleva el viento, pues una cosa es predicar y otra dar trigo: es sencillo emplear la palabrería ante una necesidad, pero lo realmente importante son los hechos.

Dad frutos válidos de arrepentimiento y no os imaginéis que os basta decir: Nuestro padre es AbrahánMateo pone el dedo en la llaga de los vendedores de viento, con sus estanterías vacías de productos. En la anteriormente citada película Encadenados de Hitchcock, Cary Grant le dice a Ingrid Bergman: “Los actos importan más que las palabras”, cuando ella le pregunta insistentemente si la quiere. Se lo está demostrando con los hechos.

Con objeto de que Juan Bautista le reconociera, Jesús le envía a sus discípulos para que le informen, no de lo que predica sino de lo que hace: “ciegos recobran vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la Buena Noticia” (Lc 11, 5).

Los gansos salvajes de nuestro Poema también son emigrantes que en otoño hacen sus travesías en punta de lanza por el cielo. Se sienten altamente solidarios y, en su vuelo hacia el sur, ayudan a los necesitados que flaquean, se cansan o caen enfermos. En el viaje común no sólo hay graznidos.

EL GANSO SALVAJE

Os he visto hacer la travesía
en punta de lanza
por el cielo.
Permanecíais unidos cogidos de la mano
y en equipo.

Remeros de los mares siderales
donde el espacio es siempre infinito
¿Quién ha sido el Gran Sabio de la vida
que os dijo: “así volando en sintonía
alcanzaréis mejor  vuestro destino?”

Todos son
capitanes del barco y son remeros.

Todos tienen su turno
en el Puente de Mando y en el remo.
Todos graznan
y dan al Capitán coraje.

Todos se sienten solidarios;
y cuando alguno flaquea, se cansa o cae enfermo,
dos aguerridos dejan la formación y le acompañan
hasta facilitarle retomar el vuelo.

Gran Sabio de la vida:
¿por qué nos amasaste hombres y no Gansos?

(Naturalia. Los sueños de las criaturas.
Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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