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“¿Después de Dios?”, por José Ignacio González Faus

Lunes, 24 de septiembre de 2018
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nietzscheDe su blog Miradas Cristianas:

Que Dios está ausente de nuestra sociedad europea es un dato innegable, como profetizó Nietzsche. Pero Nietzsche no habló de inexistencia sino de muerte de Dios. Y, para dejar las cosas claras, añadió: “lo hemos matado nosotros”. La ausencia de Dios es, pues, una opción nuestra, no un dato previo a nuestro existir con el que nos encontramos. Las razones de esa opción serán diversas: para que el hombre pueda crecer y ser libre (Marx o Sartre), para liberarnos de ilusiones infantiles (Freud) o para explicar el escándalo del mal… Pero lo que parece claro es que, más que en la inexistencia, nuestra sociedad vive en “el exilio de Dios”, con expresión precisa de Lluis Duch.

Desde los orígenes lo divino parece haber sido percibido como un Poder Supremo al que debemos el ser y que actúa por encima de nosotros. En los grandes poemas homéricos, las acciones humanas (una batalla, una empresa o viaje) no tienen el resultado planeado por el hombre, sino el decidido por algún poder divino superior. Lo que sucede es que en el panteón homérico los dioses se pelean entre ellos y ayudan o hacen fracasar a los humanos sea para complacer a algún devoto (que le habrá hecho antes un buen regalo), o para fastidiar a otra divinidad que protegía a aquel devoto.

En el Antiguo Testamento bíblico pervive algo de ese modo primitivo de ver: no es el hombre el que triunfa o fracasa en su obrar, sino Dios el que produce ese resultado: “el hombre propone y Dios dispone”, dirá luego el refrán (bastante burdo en mi opinión). Pero el A. T. añade a ese modo de ver un matiz absolutamente nuevo: Dios da la victoria o la derrota, el éxito o el fracaso, no por simpatías o regalos recibidos, sino como recompensa o castigo por conductas éticas.

La gran aportación de Israel a la historia humana es esa vinculación profunda entre sentimiento ético y vivencia religiosa. Por eso, su gran batalla no es la lucha contra el ateísmo, sino contra la idolatría. Los ídolos se diferencian del Dios verdadero no en que sean dioses menores sino en que son, por así decir, “dioses sin ética”: no están para exigir bondad sino para darme la razón frente a los demás. Lenguajes como el de Trump o el Bush junior confirman esta observación por poco que se los analice.

Esa aportación del pueblo judío culmina en cómo revela a Dios Jesús de Nazaret. Aun siendo reconocido y confesado como la Manifestación plena de Dios, Jesús no enseña nada sobre Dios. Se limita a decir que podemos llamarle Abbá (Padre) y que eso nos exige un cambio de mentalidad que reclama la plena confianza en Él y la libertad-igualdad-fraternidad entre nosotros, como expresión y verificación de esa dignidad de hijos. A eso llamaba Jesús “reinado de Dios”.

Por eso (y en contraposición a otras teologías que ciñen la experiencia de Dios a la propia intimidad o a la naturaleza), la mística judeocristiana vivencia a Dios en la historia: allí donde parece más difícil encontrarle. Tan difícil que el mismo cristianismo relegó ese reinado de Dios al más allá de la historia, provocando así reacciones que prometían el reino de Dios para este mundo, aunque fuera con otros nombres (paraíso socialista, mayo 68 etc.), y que hoy, ante su fracaso, prefieren mirar resignadamente al propio ombligo o al Oriente.

En este contexto se comprende que el exilio de Dios antes evocado haya producido una sensación inconsciente de orfandad que el mismo Nietzsche describió como nadie (y quizá sólo él se atrevió a hacerlo): “¿dónde va ahora la tierra? ¿Caemos sin cesar? ¿Vamos hacia adelante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Nos persigue el vacío? ¿Tendremos que convertirnos en dioses?”… Este tipo de preguntas sólo podía nacer en la tradición judeocristiana: en una cosmovisión donde la historia es un ámbito de creatividad y de progreso. No allí donde la historia es pura apariencia o eterno retorno, y el ser humano una simple parte de esa naturaleza.

Así, el exilio de Dios fue dando lugar primero a una “época del anhelo”, luego a una época del sinsentido y hoy a lo que cabría llamar época de “los placebos de Dios” que funcionan como un recurso terapéutico para sentirnos mejor: apelan a Dios “por el consuelo que nos produce, pero no esperan ser desafiados con Dios”, en fórmula feliz de un teólogo norteamericano. Quizá pues el peligro de nuestra hora actual no es que la gente no crea en Dios, sino que vaya creyendo en ídolos y convierta la laicidad en superstición.

Y es que la idea de Dios molesta siempre: porque lo primero que sugiere es una experiencia de alteridad (dicho teológicamente: “a través del otro llegamos al Otro” en un resumen mínimo de lo cristiano). Pero la alteridad nos molesta y a veces mucho: por algo decía el Zaratrusta de Nietzsche: “todos somos iguales ¡ante Dios! Pero ahora ese Dios ha muerto”. Quizá por eso añadió Nietzsche que, muerto Dios, o nos convertimos en superhombres o seremos “los últimos hombres”. Iría bien no olvidar eso cuando le citamos: porque no parece que estemos consiguiendo la primera alternativa…

Por eso si los cristianos se dedicaran a denunciar y ridiculizar (como la Biblia) esos falsos dioses “obra de manos humanas” (el Dinero y la Nación entre los primeros), quizás harían un buen servicio a la laicidad. Porque desde un Dios auténtico se relativizan todos nuestros absolutos como se relativiza la diferencia entre el nivel del mar y el Everest, si la miramos desde un extremo del universo. Pero, para no olvidar la historia, eso hay que hacerlo siendo también aquello que Gloria Fuertes, con expresión genial, calificó como: “poetas de guardia”.

Quizá pues la muerte que anunció Nietzsche no sea la de Dios sino la de la llamada “civilización judeocristiana”. Eso puede traer más bien que mal: porque, por otro lado, Dios va reapareciendo hoy renovado, en algunas trayectorias personales difíciles y desconocidas, aunque dignas de ser mejor conocidas.

De momento, puede que la tarea del creyente de hoy no sea tanto anunciar a Dios, sino proclamar lo que K. Barth llamó el significado “del hecho absolutamente transformador de que Dios existe”. Otro día seguiremos por ahí.

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Rebajas.

Jueves, 30 de agosto de 2018
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rebajas-de-verano-asi-seran-en-espana-2-960x480No me gusta comprar en una tienda que ponga sus productos en rebajas. Me está indicando que lo que ahora vale, luego valdrá menos. Si valen, valen ahora y más tarde. Las rebajas indican que se sienten agobiados y es preciso rebajar las ganancias para poder sobrevivir.

Encuentro que es una invitación al consumo, porque ya que está tan barato, voy a comprar… Y ¿si estuviesen prohibidas? Significaría que los productos están ofrecidos a su auténtico valor. Así jugamos, todos, un poco al engaño. Y lógicamente, debo esperar a que se rebajen los precios de aquello que antes costaba más.

Las rebajas me recuerdan a los partidos políticos que prometen unas cosas y luego rebajan aquello y “se hace lo que se puede”. Veo que este sistema no educa, pues ya sé que lo que me dicen y me prometen, luego se va a quedar reducido a la mitad. Se da carta de normalidad a no pensar bien lo que ofrezco antes de ponerlo en el escaparate del programa político.

Cierto que es precisa la comprensión y atender a las circunstancias, pero sin dejar nunca de pensar y valorar las cosas por lo que son y valen realmente.

¿Educa este sistema económico? Porque actualmente lo que interesa es que funcione el negocio… La educación es de otro ministerio.

También hay rebajas en nuestro cristianismo. Por ejemplo, la pobreza o las bienaventuranzas que Jesús plantea a todo seguidor suyo, las hemos reducido y aplicado solamente a los miembros de vida consagrada. Y Jesús lo que dice es para todo seguidor suyo: “Si quieres seguirme, deja lo que tienes, dáselo a los pobres y luego, ven y sígueme”. Y detrás de las rebajas religiosas, hemos reducido el evangelio a religiosidad.

Detrás de las rebajas religiosas está el ansia de número, de multitudes, de búsqueda de un Dios protector y tapagujeros.

Con las rebajas del evangelio, nos quedamos en fórmulas, en ritos, pero no llegamos a construir el reinado de Dios. Y eso es lo que quiere y nos plantea Jesús. Aunque seamos pocos, que tengamos la vitalidad de la mostaza.

En época de rebajas, busquemos los productos auténticos, aunque cueste, como el seguimiento de Jesús. No queremos sucedáneos, aunque eso traiga multitudes.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta.

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“Y ahora… ¿qué creo que creo? (III)”, por Gonzalo Haya.

Sábado, 28 de abril de 2018
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rosto-de-jesus-na-multidao(Ya he reflexionado sobre Dios y nuestras limitaciones, y sobre Jesús. Ahora trato un aspecto más concreto, su mensaje, el Reinado de Dios y, al concretar, las posibilidades de interpretación son más amplias y más circunstanciales; por lo tanto más versátiles y provisionales).

El término griego basileia significa reino o reinado, en el sentido que hoy diríamos gobernanza; un régimen social, un modo de relacionarse, establecido en un pueblo. El proyecto de Jesús era convocar a su pueblo para establecer voluntariamente unas relaciones de compartir en fraternidad como hijos de Dios. La opresión ejercida por los invasores romanos y por los epulones y el alto clero judío le urgía a liberar –redimir– a los marginados y anunciar la buena noticia a los pobres.

Jesús inició este proyecto “para las ovejas descarriadas de Israel” pero, al entrar en contacto con los pueblos vecinos, comprendió que el amor del Padre era universal, y su proyecto era anterior a cualquier religión porque procedía desde la misma creación. Marcos y Mateo escenifican esta universalización de Jesús -esta conversión- en el episodio de la mujer cananea (Mt 15,21-28); pero más ampliamente se muestra este universalismo, como ya he indicado, con los samaritanos, el publicano, el geraseno, y el centurión romano.

Este proyecto fue asumido por sus discípulos como cumplimiento de la promesa mesiánica, y fue denominado cristianismo por el término griego Khristós, ungido, Mesías. Sin embargo este término vuelve a ser reduccionista porque reduce la universalidad de Jesús -y del Dios de la creación- a una determinada religión.

No dudo que todos sus discípulos estuvieron impulsados por el Espíritu, pero este impulso se concreta de manera distinta en Isaías, en Jesús, en Pablo o en Santiago. También la electricidad que entra en mi casa produce efectos diferentes en las bombillas, en el radiador o en el televisor; y este escrito provocará diversas reacciones en cada uno de los que lo lean.

Para comprender ahora su proyecto universal conviene relacionarlo con algunos conceptos de nuestra cultura.

Religiones

Las religiones son elaboraciones humanas para socializar las tendencias espirituales inherentes a nuestra naturaleza. El desarrollo de nuestro cerebro ha roto de alguna manera el cerco espacio-tiempo, trasciende las sensaciones de placer-dolor, y se aventura por sentimientos irrenunciables de belleza, justicia, amor desinteresado, y ansias de infinito (vía intuitiva). Estos sentimientos -promovidos por nuestra naturaleza y fundamentados en Dios inmanente y trascendente- serían inútiles y crueles si no pudieran ser satisfechos de alguna manera. La noosfera nos ha abierto una ventana -”ya sí pero todavía no”– a una esfera espiritual; nuestra conciencia es como una interfaz que conecta con el “fundamento divino”.

Las religiones concretan esos sentimientos con las realidades diarias de una sociedad y establecen unas explicaciones comunes (creencias), unos preceptos, y unas expresiones simbólicas (mitos, ritos, bailes), dirigidos por una jerarquía (más o menos rígida).

Jesús partió de su religión judía, abrazó su creencia fundamental en un Dios amor que desea una convivencia feliz para todos sus hijos y ofrece un futuro trascendente; pero se desligó de “esas tradiciones vuestras” (Mc 7,5-13) porque se habían ido endureciendo en beneficio de la jerarquía dirigente. Él no fundó una nueva religión, solamente impulsó un movimiento para volver al fundamento espiritual -dignidad, justicia, amor- de toda religión. Ese movimiento espiritual y social era, y es, común con otras religiones. Jesús no trató de convertir a los “paganos” que acudieron a él, y hoy acogería lo que denominamos un pluralismo religioso o una laicidad éticamente responsable.

El Reinado de Dios no es exclusivamente para los cristianos, es un proyecto para toda la humanidad. Todas las religiones lo han descubierto en su fondo humano espiritual y lo han socializado -con más o menos acierto- mediante creencias, preceptos y ritos de su propia cultura.

Cristianismo

Las Iglesias cristianas tienen su origen en los seguidores de Jesús. Ellos tuvieron el mérito de creer en su mensaje divino a pesar de su fracaso humano, y trataron de concretar y socializar su movimiento en unas circunstancias desconcertantes.

Los pequeños grupos que acogieron el proyecto de Jesús eran fundamentalmente judíos y esperaban una inminente escatología; a medida que pasaba el tiempo se fueron estableciendo comunidades cristianas de orign pagano y de cultura greco-romana. Las creencias se formularon en conceptos griegos y las normas en términos del derecho romano.

El movimiento de Jesús fue perdiendo flexibilidad y se fueron acumulando tradiciones de creencias, preceptos y ritos, más preocupados por mantener la identidad del grupo que por alentar el compartir en fraternidad. Sería desmesurado el pretender analizar aquí, con los necesarios matices, esas creencias pero no puedo eludir referirme brevemente a lo que creo sobre las más significativas (reconociendo expresamente mis limitaciones culturales y personales).

De una manera general puedo adelantar que la formulación de las creencias, normas y ritos, en una sociedad adulta, deberían ser orientaciones para ayudar a discernir y mantener alguna cohesión entre las distintas comunidades, pero dejando la última palabra a la propia conciencia (y la coacción a las leyes civiles que deben garantizar la convivencia social).

Creo que lo importante no es ser cristiano, sino tratar de seguir el mensaje que recuperó y promovió Jesús; sin embargo me considero cristiano como todos los que reconocemos a Jesús como mensajero de Dios y nos sentimos en el ámbito de creencias expresadas en el Nuevo Testamento.

La iglesia no es la jerarquía sino el pueblo de Dios. La formulación de las creencias y preceptos no compete solamente a la jerarquía, sino también al sensus fidelium que debe recibir esas formulaciones y normas (y debería participar en su elaboración). Tanto las creencias como las normas son interpretaciones culturales -y por tanto evolutivas- de una percepción del amor y la justicia. La fe consiste en una adhesión confiada más que en unas explicaciones conceptuales.

Las creencias sobre el más allá rebasan nuestras limitaciones espacio-temporales, por tanto son un postulado, igual que la idea de Dios, y creo que pueden basarse en dos pilares. Por una parte somos seres abiertos a la trascendencia: justicia, amor, ansias de infinitud; por otra, las experiencias místicas han percibido -con más o menos intensidad en cada época y cultura- un atisbo de ese estado trascendente; en palabras de Raimon Panikkar, han tenido conciencia “de un contacto tangencial con la eternidad”.

La resurrección no se planteó en la religión judía hasta el siglo II a.C, ante la muerte heroica de los hermanos Macabeos, porque pensaban que Dios no podía abandonar definitivamente a los que habían muerto por defender su nombre. El principal argumento para muchos de nosotros se basa igualmente en que la justicia y el amor de Dios no abandona definitivamente a los que han sufrido la marginación y la crueldad de nuestra sociedad. Jesús, por su experiencia de Dios, sabía que Dios no es un Dios de muertos sino un Dios de vivos. En qué consista la resurrección, no lo sabemos; Jesús lo comparaba a lo que entonces se entendía como los ángeles de Dios; Pablo como un cuerpo espiritual. Si creemos en la existencia de Dios y en realidades como la justicia y el amor, podemos pensar que la resurrección puede ser un estado de plenitud en una esfera o ámbito espiritual.

Los ritos religiosos son expresiones simbólicas de nuestros sentimientos, y la mejor pedagogía para interiorizar las creencias; por eso se formularon según las creencias y la cultura de una determinada época, pero al cambiar las costumbres van perdiendo su poder de evocación, o incluso llegan a ser incomprensibles. Y los símbolos que no sugieren nada son como la sal que pierde su sabor; se los mantiene para asegurar la permanencia de esas creencias a pesar de los cambios culturales. Actualmente urge la renovación de nuestros símbolos religiosos,

A lo largo de la Historia se han producido brotes de vuelta al movimiento impulsado por Jesús -semejante al de los profetas de Israel- y felizmente rebrota también en estos momentos. Pero se está produciendo en un radical cambio cultural, que algunos consideran una nueva era axial. Quizás en la cultura occidental estemos pasando a una era posreligional. Estos cambios exigen una nueva socialización del mensaje de Jesús; espero que se desarrollen en una atmósfera de libertad y compromiso fraternal.

Conclusiones

Propongo unos mantras para mantener unos recuerdos útiles en el día a día.

· “Hay un asunto en la tierra / Más importante que Dios / Y es que nadie escupa sangre / Pa’ que otro viva mejor “ (Atahualpa yupanqui)

· “Hechos son amores, que no buenas razones”

· Dios es amor, y el verdadero amor nos identifica con él

· Tres parábolas de Jesús: el buen samaritano, la oración del publicano, y la del hijo pródigo

Y quiero terminar asumiendo lo que repetía mi estimado maestro Díez Alegría

Aunque sabemos que Dios no tiene manos,
me pongo en manos de Dios”

Gonzalo Haya

Fuente Fe Adulta

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