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Un Dios radicalmente nuevo

Martes, 13 de julio de 2021
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“La muerte de Jesús, tal como es interpretada por los primeros cristianos, no escapa totalmente a las categorías sacrificiales del Antiguo Testamento, que han puesto a su disposición un lenguaje entre tantos otros. Pero hay que ser conscientes del desplazamiento que supone la reutilización neotestamentaria de esas categorías sacrificiales. Lo que está en juego realmente es el acceso al espacio divino, el acceso a Dios. Con su muerte, Cristo abre el acceso al Dios de la antigua alianza de una manera radicalmente nueva. Para mí, la novedad reside en el hecho de que este acceso se hará, de ahí en adelante, no de abajo hacia arriba (el sacrificio religioso como medio de reconciliación del hombre con Dios), sino de arriba hacia abajo: Dios, en Jesús, viene a encontrarse con el hombre hasta en la muerte. Si existe un sacrificio, es un «sacrificio» entendido como el fin de una comprensión de Dios y el nacimiento de otra nueva. Y esto Jesús lo hace, efectivamente, «por nosotros».

Aunque de maneras diferentes, los Evangelios, san Pablo y el autor de la Carta a los Hebreos no están diciendo otra cosa: se pasa, de la idea de un sacrificio orientado a permitir a los hombres acercarse a lo divino, a la confesión de un Dios que muere al mismo tiempo que mueren con él las representaciones que de él nos hacemos. Creo que no somos realmente conscientes de hasta qué punto el cristianismo ha acabado con la lógica sacrificial. La destrucción del templo obligó al judaísmo a dar ese paso; para el cristianismo, la causa fue la muerte de su Mesías: su resurrección subraya, en cierta manera, que se ha terminado la muerte sacrificial, puesto que la víctima se ha levantado de entre los muertos.

Queda preguntarse si una tradición demasiado larga de lectura eclesial clásicamente sacrificial de la muerte de Jesús, es decir, casi exclusivamente sustitutiva, no ha ocultado en cierta manera la novedad, sobre el trasfondo de una herencia asumida, que dejan entrever los textos del Nuevo Testamento. Para los autores del Nuevo Testamento que hemos leído, la muerte de Jesús no es tanto el fruto de un plan indispensable de Dios, sino más bien el resultado de la respuesta violenta que suscita la proclamación de un Dios radicalmente otro, radicalmente diferente y, por lo tanto, insoportable para los hombres.

Los autores del Nuevo Testamento afirman simplemente –aunque este «simplemente» es esencial– que en su muerte Jesús no se limita a soportar la violencia, sino que la combate y la subvierte: su muerte y su resurrección nos están diciendo, al fin y al cabo, que la violencia, incluso religiosa, es decir, sacrificial, no tiene la última palabra. Ni el hombre ni Dios salen indemnes de ello. En este sentido, la muerte de Jesús tiene verdaderamente una dimensión sacrificial: en la muerte libre y soberanamente aceptada de Jesús, lo que se sacrifica es el Dios de las religiones tradicionales.

*

Jean-Daniel Caussé, Élian Cuvillier
(Viaje a través del cristianismo)
Sal Terrae

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Todo igual y todo nuevo.

Martes, 29 de marzo de 2016
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Del blog de Henri Nouwen:

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“..Era un acontecimiento para los amigos de Jesús, para aquellos que lo habían conocido, escuchado y creído en Él. Era muy íntimo: una palabra aquí, un gesto allá, una toma de conciencia gradual de que algo nuevo estaba naciendo, pequeño, casi inadvertido, pero con la potencia de cambiar la faz de la tierra. María Magdalena escuchó su nombre. Juan y Pedro vieron la tumba vacía. Los amigos de Jesús sintieron que su corazón ardía en encuentros que tienen su expresión más acabada en las extraordinarias palabras: ¡HA RESUCITADO! Todo estaba igual, mientras todo había cambiado.

Nuestras luchas no han terminado. En la mañana de Pascua, todavía podemos sentir el dolor del mundo, de nuestras familias y amigos, de nuestros propios corazones. Todavía está allí, y estará allí por largo tiempo. Sin embargo, todo es diferente porque hemos encontrado a Jesús y hemos hablado con Él. “

*

Henri Nouwen

Jesus resucitado

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“Recordar lo nuevo I”, por Gema Juan OCD

Domingo, 22 de febrero de 2015
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15938516700_f02db6080c_mPara comenzar la Cuaresma. Hacia ello vamos… Leído en su blog Juntos Andemos:

Hace más de cuatrocientos años, un hombre hizo un retrato de su intimidad y escribió un poema sobrecogedor –unas canciones, decía él–, escribió Llama de amor viva. Una noble señora le pidió que lo comentase, para poder entenderlo mejor. Y así, un viejo poema íntimo y un comentario algo arrebatado, –un «admirable fracaso» para unos y una «obra de arte» para otros– han cobrado carácter universal y se han convertido en una novedad continua, de siglo en siglo.

¿Por qué?

Porque el retrato hablaba de un ser humano en búsqueda y el poeta comentaba que cuando una persona permanece en esa búsqueda, sincera y profundamente, es «innovada y movida por Dios… y se le descubre con tanta novedad aquella divina vida y el ser y armonía de toda criatura», que «todo se le vuelve en amor». Es una novedad muy deseable.

Y porque la pluma del poeta pintaba un Dios «profundo e infinito», un Dios «movedor», que infunde amor. Que también es misterio insondable, «inaccesible… y no tiene forma ni figura». Un Dios «obrero», incansable amante que lleva en brazos a quienes le buscan y que, finalmente, se revela como «el centro del alma». Y esta es una novedad que enamora.

Un ser humano que continuamente puede descubrirse más profundamente, no agota su novedad. Y un Dios que es «lámpara de sabiduría… y lámpara de bondad… de misericordia… innumerables lámparas», es una luz siempre nueva e inagotable.

Cuando se descubre lo que dice Juan de la Cruz –que es el poeta y comentarista–, se entrevé una perenne novedad. Porque explica que para unirse a Dios una persona, «basta que tenga un grado de amor, porque por uno solo se une con Él por gracia». Pero no se detiene ahí.

Dirá, para que se entienda mejor, que la novedad con Dios no tiene fin, que puede crecer y crecer «y si llegare hasta el último grado, llegará a herir el amor de Dios hasta el último centro y más profundo del alma, que será transformarla y esclarecerla según todo el ser y potencia y virtud de ella, según es capaz de recibir, hasta ponerla que parezca Dios».

Dejarse esclarecer, recibir, aceptar la profunda transformación significa un morir a todo lo que mata la propia vida –dice Juan–, morir a lo «que era muerte para ella» y renacer «viva a lo que es Dios en sí». Cambian «los movimientos y operaciones e inclinaciones», y ahora «son movidos por el espíritu de Dios» y llevan al amor, que «no pretende para sí sus cosas».

Nada de todo esto queda escondido, un ser nuevo se va alumbrando. La vida se transforma y se puede sentir la alegría de Dios: «Trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor».

Además de Llama, Juan de la Cruz escribió otros poemas y largos comentarios. Siempre buscaba hablar «con entrañable espíritu», consciente de que de Dios y del ser humano, de esos dos misterios y de la relación única que pueden mantener, solo se puede hablar como de puntillas, acariciando intuiciones y desnudando silenciosas experiencias.

Y cuando ya terminaba de comentar este poema, en lo más alto, soltó de golpe la pluma, diciendo: «Veo claro que no lo tengo de saber decir, y parecería que ello es menos si lo dijese». Sabía bien que la novedad que es Dios y lo que Él hace tiene tal inmensidad, que solo podía hablar acercándose, como se acerca «lo pintado [a] lo vivo».

Antes, en Cántico, había escrito que Dios «solo para sí no es extraño, ni tampoco para sí es nuevo». Es decir, que para todos los demás, Dios siempre es novedad. Por eso, llega un momento en que solo el silencio puede revelar la verdad.

Juan hablaba de un «cantar nuevo» y ese cantar es «que ya vive vida de amor», una nueva vida como Hijo de Dios, cada vez más verdadera, cada vez más cerca del «más profundo centro suyo», que es Dios. Y esa vida solo puede ser de amor porque –dirá– «cuando uno ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale, según su condición y propiedades» y, concluía: así hace Dios, ama «como quien Él es».

Toda la novedad de la que habla Juan nace de las «lámparas de fuego» de su poema y es como una luz que se desprende y da calor y luz:

¡Oh, lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!

Cuando comente esta estrofa, pondrá en boca de Dios estas palabras: «Yo soy tuyo y para ti y gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti». Eso dice Dios, así es Él. Esa es la eterna novedad que siempre hay que recordar.

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Recordatorio

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