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El arte de no necesitar

Viernes, 13 de octubre de 2017
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Del blog del Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa:

Necesitar, lo que se dice necesitar, necesitamos muy pocas cosas. Pero nos hemos inventado un estilo de vida tan consumista que resulta que necesitamos incluso ser necesitados. Vamos, un lío.

En nuestra vida diaria la palabra necesitar está bastante unida a las palabras capricho e “imposición.

Sí, así de raritos nos hemos vuelto.

Cuando eres una adolescente y te vas quince días de campamento te das cuenta de que has vivido muy feliz, necesitando pocas cosas.

Cuando eres adulto y dejas de mirarte el ombligo, cuando levantas la vista y observas con ánimo de discípulo cómo vive la mayor parte de la humanidad te das cuenta de que tus necesidades, o la inmensa mayoría de ellas, no son tales sino caprichos.

Y por ahí comienza eso de la desigualdad, la injusticia, la solidaridad, y palabras más fuertes que nos suenan a otros tiempos: austeridad, contención,…

¡Bah, paparruchas!, que diría Ebenezer Scrooge.

Quien intenta salirse del círculo caprichoso se encuentra entonces dentro del círculo de la imposición. Porque no, que no es verdad, no nos lo creamos, que no vestimos como queremos, que no nos alimentamos como preferimos,  o que… No, lo siento, seamos claros, nos compramos la ropa que encontramos en los comercios. En todos la misma. Y si alguna es diferente, o bien tiene un precio muy elevado, no porque sea de comercio justo, precisamente, o bien supone que la gente se gire al verte con ella puesta (¿o no me miran a mí si voy con el hábito por la calle?, ¿o si alguien usa prendas que, clarísimamente, no son hipster o vintage sino pasadas de moda y punto?, o bien ha optado por la inteligente opción de aprender a coser o a diseñar.

Tampoco es fácil comer lo que quieras, o, mejor dicho, de la manera que quieras. La ecología y el comercio justo no están al alcance de cualquiera, no por su precio (si es justo es justo, no es “excesivo o caro”) sino porque encontrarlo supone un triunfo. Ni tan siquiera puedes cultivar lo que deseas, las semillas que tienes, también eso está controlado.

Conclusión, no está de más, en este comienzo de curso, echar un vistazo a nuestras “necesidades” y “caprichos”, ver por dónde nos “imponen”, y, sinceramente, escuchar por dónde quiere Dios que caminemos.

Espiritualidad , , , ,

Guarda mis palabras en tu corazón.

Martes, 28 de abril de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

2014 con Dios llama y Vivir por el Espíritu +

En 1932, dos mujeres entregan su existencia a Dios y reciben en su oración, día día, palabras de Vida. Dos libros van a nacer de este compañerismo con Cristo, que te proponemos descubrir a lo largo de este año.

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“Guarda mis palabras en tu corazón.

Ellas responderán hoy a tus necesidades

con tanta seguridad como respondieron

a las necesidades de aquellos a los que me dirigía

en los días de mi carne. “

*

El 23 de abril, Vivir por el Espíritu.

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Ser un buen compañero para uno mismo.

Miércoles, 30 de julio de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Es a ti que estás en el corazón de todas tus relaciones, lo que no quiere decir en el centro. Tú eres el garante, también, de la posible mejora de la calidad de tus relaciones, lo que no quiere decir que seas el garante de toda la relación. Tú eres responsable de la estima, del respeto, del amor que llevas. Tú tienes la carga o el placer de tu desarrollo, de tu felicidad.

No cuentes más con otro para encargue de tí, para asegurar y llenar tus necesidades, para apaciguar tus deseos o proteger tus miedos. Esto vendrá también pero además, como ofrenda en lo inesperado de lo imprevisible.

No esperes del otro la respuesta, interroga más bien tus cuestiones, prolonga tus percepciones más allá de las apariencias, escucha tu sentido y confía así en todo lo desconocido y en el asombro que te habita.

Atrévete definirte y marca sin cesar la diferencia cuando el otro intenta definirte a partir de su visión, a partir de sus creencias o a partir de sus miedos.

Experimenta creando la realidad, más allá de tus certezas y más allá de tus costumbres. No vivas nada que no puedas afrontar, No produces nada que no pudieras resolver.

Ocúpate de ti realmente, diariamente.

Eres extraordinariamente único y excepcional, aunque lo hayas olvidado.

Vive como si fueras el único, y acepta relacionarte con los demás, siempre que esto sea posible, para ellos, para ti. Mira a los demás como regalos y mejor todavía, como presentes que enriquecen tu vida

La peor de las soledades no es estar solo, es ser un compañero espantoso para ti mismo. La soledad más violenta es aburrirse en tu propia compañía, entonces, no dudes más, sé un buen compañero para usted. Tu vida te lo devolverá bien.

*

Jacques Salomé

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“Necesidades, miedo y ambición.” Domingo 1 de Cuaresma. Ciclo A.

Domingo, 9 de marzo de 2014
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b22a3fce51f505a5a401188868d40d8272a45212ee87d5e9b9286b3f7d4fbe95Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.
Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»
Pero él le contestó, diciendo:
«Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”» 
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: 
«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.”» 
Jesús le dijo:
También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios.”»
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:
«Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
Entonces le dijo Jesús:
«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.”»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.

En el episodio del bautismo de Jesús se oye la voz del cielo que proclama: «Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco». Inmediatamente después Jesús marcha al desierto, y allí va a quedar claro cómo entiende su filiación divina.

Partiendo del hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno, la primera tentación es la de utilizar el poder en benefi­cio propio. Es la tentación de las necesidades imperiosas, la que sufrió el pueblo de Israel repetidas veces durante los cuarenta años por el desierto. Al final, cuando Moisés recuerda al pueblo todas las penalidades sufridas, le explica por qué tomó el Señor esa actitud: «(Dios) te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3).

En la experiencia del pueblo se han dado situacio­nes contrarias de necesidad (hambre) y superación de la necesidad (maná). De ello debería haber aprendido dos cosas. La primera, a confiar en la providencia. La segunda, que vivir es algo mucho más amplio y profundo que el simple hecho de satisfacer las necesidades primarias. En este concepto más rico de la vida es donde cumple un papel la palabra de Dios como alimento vivifica­dor. En realidad, el pueblo no aprendió la lección. Su concepto de la vida siguió siendo estrecho y limitado. Mientras no estu­viesen satisfechas las necesidades primarias, carecía de sentido la palabra de Dios.

En el caso de Jesús, el tentador se deja de sutilezas y va a lo concreto: «Si eres Hijo de Dios, di que las piedras éstas se conviertan en panes». Jesús no necesita quejar­se de pasar hambre, ni murmurar como el pueblo, ni acudir a Moisés. Es el Hijo de Dios. Puede resolver el problema fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús tiene aprendida desde el comienzo esa lección que el pueblo no asimiló durante años: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios por su boca».

La enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica que resulta imposible reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en beneficio propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más importante, expresada de forma casi subliminar, es la visión amplia y profunda de la vida como algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y se alimenta de la palabra de Dios.

La segunda tentación (tirarse desde el alero del templo) también se presta a interpretaciones muy distintas. Podríamos considerar­la la tentación del sensacionalismo, de recurrir a procedi­mientos extravagantes para tener éxito en la actividad apostóli­ca. La multitud congregada en el templo contempla el milagro y acepta a Jesús como Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle importante. El tentador nunca hace referencia a esa hipotética muchedumbre. Lo que propone ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios. Por eso parece más exacto decir que la tentación consiste en pedir a Dios pruebas que corroboren la misión encomendada. Nosotros no estamos acostumbrado a esto, pero es algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex 4,1-7), Gedeón (Jue 6,36-40), Saúl (1 Sam 10,2-5) y Acaz (Is 7,10-14). Como respuesta al miedo y a la incertidumbre espontá­neos ante una tarea difícil, Dios concede al elegido un signo milagroso que corrobore su misión. Da lo mismo que se trate de un bastón mágico (Moisés), de dos portentos con el rocío nocturno (Gedeón), de una serie de señales diversas (Saúl), o de un gran milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de la tierra (Acaz). Lo importante es el derecho a pedir una señal que tran­quilice y anime a cumplir la tarea.

Jesús, a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido. Basándose en la promesa del Salmo 91,11-12 («a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en la piedra»), el tentador le propone una prueba espectacular y concreta: tirarse del alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios. Sin embargo, Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto del Deuteronomio: «No tentarás al Señor tu Dios» (Dt 6,16). La frase del Dt es más explícita: «No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis en Masá (Tentación)». Contiene una referencia al episodio de Números 17,1-7. Aparentemente, el problema que allí se debate es el de la sed; pero al final queda claro que la auténtica tentación consiste en dudar de la presencia y la protección de Dios: «¿Está o no está con nosotros el Señor?» (v.7). En el fondo, cualquier petición de signos y prodigios encubre una duda en la protección divina. Jesús no es así. Su postura supera con mucho incluso a la de Moisés.

La tercera tentación, a tumba abierta por parte del tentador, consiste en la búsqueda del poder y la gloria, aunque suponga un acto de idolatría. No es la tentación provocada por la necesidad urgente o el miedo, sino por el deseo de triunfar. Jesús rechaza la condición que le impone Satanás citando Dt 6,13.

Para Mt, Jesús en el desierto es lo contrario de Israel en el desierto. En la época del desierto, el pueblo sucumbió fácilmente a las pruebas inevitables de la marcha: hambre, sed, ataques enemigos. Dudaba de la ayuda de Dios, se quejaba de las dificultades. Jesús, nuevo Israel, sometido a tentaciones más fuertes, las supera. Y las supera, no remontándo­se a teorías nuevas ni experiencias personales, sino a las afirmaciones básica de la fe de Israel, tal como fueron propues­tas por Moisés en el Deuteronomio. Los judíos contemporáneos de Mateo y de su comunidad no tienen derecho a acusar a su fundador de no atenerse al espíritu más auténtico. Jesús es el verdadero hijo de Dios, el único que se mantiene fiel a Él en todo momento.

Pero el relato de Mt nos obliga a plantearnos el proble­ma de si trata hechos históricos o es ficticio. Porque el diálogo con el tentador, el viaje a la ciudad santa y el otro a una montaña altísima no parecen tener nada de histórico. El hecho de que las tentaciones en Lc sean iguales, sólo que cambiando el orden, no significa nada.

Es interesante recordar que el cuarto evangelio no contiene un episodio de las tentaciones, pero habla de ellas a lo largo de la vida de Jesús. La más fuerte es la del poder, en el momento en que los galileos quieren nombrar a Jesús rey. Y tentaciones muy parecidas en su contenido, no en la forma, se repiten al final de la vida de Jesús, en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz» (Mt 27,40). Estas tentaciones reflejan otro dato de gran interés: los tentadores son los hombres, no Satanás.

En resumen, podemos decir:

La tentación es un hecho real en la vida de Jesús, a la que se vio sometida por ser verdadero hombre.

Mt ha recogido este tema para dejarnos claro desde el princi­pio cómo entiende Jesús su filiación divina: no como un privile­gio, sino como un servicio.

En el fondo, las tres tentaciones se reducen a una sola: colocarse por delante de Dios, poner las propias necesidades, temores y gustos por encima del servicio incondicional al Señor, desconfiando de su ayuda o queriendo suplantarlo.

Las tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y para toda la comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las necesidades, miedos y apetencias y nuestro grado de interés por Dios.

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