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Cómo nacer de nuevo

Viernes, 30 de julio de 2021
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nacer-nuevo_2359574032_15653329_660x371Del blog de Pedro Miguel Lamet:

¿Por qué la gente se siente infeliz?

Pese a los grandes logros de la era tecnológica y el desarrollo de los países del mundo occidental en el que nos encontramos, algo falla para que la media de nuestros habitantes arroje un índice tan elevado de infelicidad.

Los maestros espirituales siempre enseñaron la necesidad de nacer de nuevo, cambiar por dentro, alcanzar la luz, lo que redunda inmediatamente en el mundo de fuera.

La condición es saber morir cada noche y nacer al amanecer del día siguiente y tener capacidad de despertar con aires de estreno. Ello supone cambiar nuestra forma de mirar

Sumergirse en este instante, sin preocuparse por lo que ya se fue o lo que va a venir nos permitirá gozar a tope de lo que tenemos entre las manos que es en sí mismo una ventana a la luz total, la única realidad ajena a ese sueño, a esa proyección fugaz.

Y la gran pregunta de Nicodemo que es la pregunta clave de la vida: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo, ¿podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer?

Solo desde dentro, se puede dar el salto mortal a la vida verdadera. No hay que esperar a ver el otro lado. Saborear lo hondo del ser, sin conceptualizarlo: solo sentirlo desde el silencio

Una encuesta callejera sobre lo opinión que tiene la gente acerca de su vida nos daría un resultado mayoritariamente negativo. Casi nadie está contento con su suerte. O el trabajo no les satisface, su vida afectiva es una fuente de problemas o la economía, la salud física o mental no anda muy bien. Pese a los grandes logros de la era tecnológica y el desarrollo de los países del mundo occidental en el que nos encontramos, algo falla para que la media de nuestros habitantes arroje un índice tan elevado de infelicidad. Porque dependemos de los acontecimientos exteriores, no de nuestro auténtico yo.

Se puede decir que todos morimos y nacemos un poco cada día. Abandonamos algunas cosas y comenzamos otras nuevas. Vamos, casi sin darnos cuenta, cambiando de rostro, de experiencias, de objetos, de ropa, de amigos. Cuando muere una persona conocida, cuando nuestra ocupación evoluciona o visitamos un nuevo lugar, algo cambia en nosotros. Sin embargo es el cambio interior el más importante y del que dependen todos.

 A ese nacimiento me refiero, al que condiciona a todos los demás. Porque “no es fuera, sino dentro donde hace mal o buen tiempo. Si echamos una ojeada atrás percibimos que, aunque un substrato de nuestra personalidad siempre está ahí, ¿en qué nos reconocemos ahora de cuando teníamos ocho, quince, veinte o treinta años? Nuestras células cambiaron al ritmo de nuestras experiencias y etapas.

Pero no se trata de evolucionar sólo a golpe de desengaños, sino de ser autores de nuestra vida. Los maestros espirituales siempre enseñaron la necesidad de nacer de nuevo, cambiar por dentro, alcanzar la luz, lo que redunda inmediatamente en el mundo de fuera.

Cada día puede ser de este modo un descubrimiento y un paso más hacia la felicidad. La condición es saber morir cada noche y nacer al amanecer del día siguiente y tener capacidad de despertar con aires de estreno. Ello supone cambiar nuestra forma de mirar, tirar las viejas gafas llenas del polvo de los años y con ellas los esquemas heredados, los criterios preestablecidos, las normas aprendidas de memoria para redescubrir la vida, las personas, los paisajes y colores.

Que ¿cómo se hace? Sugiero una técnica sin técnica: Estar atentos, permanecer vigilantes, intentar ver la verdad que está detrás de cuanto la llamada la realidad nos ofrece. Así miraron los místicos, santos y algunos poetas. Eso es lo que pedía Juan Ramón Jiménez: “Inteligencia: dame el nombre exacto de las cosas”. Lo que mira el objetivo de un gran cineasta o un consumado pintor. Para él el recodo del árbol junto al río es distinto. Como para Teresa de Calcuta un pobre no era lo que parecía, un ser lleno de llagas y repugnante, o para Luther King un negro no era un miembro de una raza inferior en contra de los racistas de siempre.

Lograr esa mirada limpia, no contaminada, no es patrimonio de unos pocos. Cualquiera que esté atento puede lograrlo, con tal de que no le laven el cerebro los manipuladores de turno. Puede experimentarse mirando los distintos matices de verdes de un árbol o cerrando los ojos para comprender mejor esta película de la vida.

En definitiva nacer de nuevo es la única manera de acercarse a la felicidad y no depender del pasado. Sumergirse en este instante, sin preocuparse por lo que ya se fue o lo que va a venir nos permitirá gozar a tope de lo que tenemos entre las manos que es en sí mismo una ventana a la luz total, la única realidad ajena a ese sueño, a esa proyección fugaz.

Quizás tendría para nosotros una nueva interpretación aquella frase de Jesús. “¡Qué estrecha es la puerta y que angosto el camino que lleva a la vida!” Tan estrecho y angosto como es el sendero del instante presente que nos comunica con lo real, lo que no pueden llevarse los años y está limpio de la culpa del pasado que ya no existe y del miedo al futuro que aún no es. Hay dos vidas, la exterior, el papel que representamos, y la interior, “una fuente que salta a la vida eterna(Jn 4:10-15)

Ese es “el ojo que suministra luz a todo el cuerpo”, ya que cuando miramos con estos ojos nuevos el resto del mundo se ilumina. “Por eso os recomiendo que no andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo… Fijaos en las aves del cielo”. “No os preocupéis del mañana que el mañana se ocupará de sí. A cada día le basta su problema”.

Y la gran pregunta de Nicodemo que es la pregunta clave de la vida: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo, ¿podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer?”. La respuesta de Jesús y de cualquier persona realizada seguirá siempre siendo la misma: “De la carne nace carne; del espíritu nace espíritu”.

Solo desde dentro, se puede dar el salto mortal a la vida verdadera. No hay que esperar a ver el otro lado. Saborear lo hondo del ser, sin conceptualizarlo: solo sentirlo desde el silencio.

Espiritualidad ,

“Navidad, nacer de nuevo”, por Enrique Martínez Lozano

Viernes, 30 de diciembre de 2016
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nacerLeído en su blog Vivir lo que somos. Psicología y espiritualidad:

El autor del cuarto evangelio pone en boca de Jesús estas palabras: “El que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3,3). En un lenguaje más comprensible para nosotros –universal, no religioso- podría traducirse de este modo: “Si no desaprendes todo lo aprendido no podrás conocer quién eres”.

         “Desaprender” significa soltar lo aprendido: ideas, creencias o hábitos. Porque mientras permanezcamos aferrados a todo ello, seguiremos anclados en el pasado y reducidos a la mente. Dicho con otras palabras: la adhesión a las creencias nos mantiene enjaulados en la mente –a la que hemos absolutizado- y reducidos a ella. Y dado que la mente es pasado, porque pensar es volver al pasado –guardado en la memoria- para, desde ahí, leer el presente, si nos quedamos en ella, estaremos cerrados a la vida, ignorantes de quienes realmente somos.

         En síntesis, no es posible reducirse a la mente y abrirse a la verdad. Porque la mente –preciosa herramienta para manejarnos en el mundo de los objetos e incluso para desarrollar la razón crítica- es incapaz de acceder a la verdad, así como a todo aquello que no es objeto. La mente no nos dice cómo es la realidad; lo que nos ofrece es únicamente la interpretación que ella hace de lo real. No solo eso: lo único que la mente percibe es el nivel aparente o manifiesto. Por todo ello, reducirse a la mente –a las creencias, de cualquier tipo que sean- es el modo más eficaz de quedarse encerrados en el error. No hay duda: desde la mente es imposible “nacer de nuevo”.

         Por su parte, la polisémica expresión “Reino de Dios” apunta a aquello que constituye nuestra verdadera identidad. De ahí que el propio Jesús afirmara que “el reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21). En contra de lo que la mente percibe, lo que somos no es nada que podamos nombrar ni pensar. Somos Eso que observa y no puede ser observado, el Fondo único de todo lo real, la consciencia (el ser, la vida) que se despliega en variadísimas formas. Por el contrario, lo que llamamos “yo” es solo una forma en que se expresa lo que realmente somos.

         Cada tradición se ha referido a Eso que somos con expresiones diferentes: para el taoísmo, es el Tao; el hinduismo lo nombra Atman, que es uno con Brahman; el budismo habla de la “naturaleza búdica” que constituye el núcleo de todos los seres; para la filosofía griega es el Logos y, más en concreto, los estoicos se referirán a Eso como el “principio rector” (hegemonikón) (Epicteto) o como la “divinidad interior” (Marco Aurelio)… En esa misma línea, la expresión “Reino de Dios” a veces se ha traducido como “realidad crística” o, simplemente, el “Cristo” que vive en todo ser humano. Esta expresión, como todas las anteriores, son términos inadecuados que buscan apuntar a Eso –inefable- que constituye nuestra verdadera identidad.

         Ahora bien, Eso que somos no puede ser alcanzado por la mente, porque no es un objeto. Por lo tanto, si queremos captarlo –“nacer de nuevo”-, tendremos que ir “más allá” de la mente, atreviéndonos a salir de la “jaula” en la que nuestros pensamientos nos habían encerrados. A esto es a lo que se refiere otro de los términos centrales del evangelio: la “conversión” o “metanoia”.

         La conversión no tiene que ver, en primer lugar, con el comportamiento moral, sino con la comprensión auténtica, aquella que nos permite “ver” más allá de la razón. Ese es precisamente el significado etimológico del término metanoia: meta-noia (de nous: mente) significa, en su sentido literal, “más allá de la mente”. “Convertirse”, por tanto, equivale a ver “de otro modo”, y esto requiere soltar todas las creencias –desaprender lo aprendido- si queremos conocer y vivir lo que realmente somos –“nacer de nuevo” o nacer a nuestra verdad-.

        Con todo este trasfondo es fácil comprender el rico contenido simbólico que encierra la celebración de la Navidad. Tanto si se vive solo como un “recuerdo” del pasado, como si se centra exclusivamente en la figura de Jesús, no se ha salido de la consciencia mítica. La Navidad –como, por otra parte, todo lo que sucede a cualquier persona, puesto que no hay nada separado de nada- habla de todos nosotros. Y en este caso, en concreto, de nuestro anhelo por “nacer” a lo que somos.

         Y ahí descubrimos admirados y agradecidos que todo encaja, como un puzle armonioso: lo que es Jesús lo somos todos; en la tradición cristiana, lo reconocemos como un “espejo” nítido en el que todos nos vemos reflejados. No somos seres separados –el propio Maestro de Nazaret recordaba que “el Padre y yo somos uno” y que “lo que hicisteis a cada uno de estos me lo hacéis a mí”-, sino la misma Vida que, temporalmente, adopta “formas” o “disfraces” diferentes.

         “Navidad” es celebrar lo que ya somos, quitando los “velos” que nos despistan o incluso hipnotizan. De ahí que podamos verla también como una invitación que conecta con nuestro Anhelo más profundo a “nacer de nuevo” o nacer conscientemente a lo que, paradójicamente, siempre hemos sido.

Biblia, Espiritualidad , ,

“Hay que nacer de nuevo, hermanos Nicodemos”: Casaldáliga felicita las Navidades

Sábado, 27 de diciembre de 2014
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“De esperanza en esperanza, de pesebre en pesebre, todavía hay Navidad”

“Con los pobres de la tierra, confesamos que Él nos ha amado hasta el extremo de entregarnos su propio Hijo”

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Sube a nacer conmigo,
dice el poeta Neruda.
Baja a nacer conmigo,
dice el Dios de Jesús.
Hay que nacer de nuevo,
hermanos Nicodemos
y hay que nacer subiendo desde abajo.

De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
todavía hay Navidad.
Desconcertados por el viento del desierto
que no sabemos de donde viene
ni adonde va.
Encharcados en sangre y en codicia,
prohibidos de vivir
con dignidad,
sólo este Niño puede salvarnos.

De esperanza en esperanza,
de pesebre en pesebre,
de Navidad en Navidad.
Siempre de noche
naciendo de nuevo,
Nicodemos.

“Desde las periferias existenciales;”
con la fe de Maria
y los silencios de José
y todo el Misterio del Niño,
hay Navidad.

Con los pobres de la tierra,
confesamos
que Él nos ha amado hasta el extremo
de entregarnos su propio Hijo,
hecho Dios venido a menos,
en una Kenosis total.
Y es Navidad.
Y es Tiempo Nuevo.

Y la consigna es
que todo es Gracia,
todo es Pascua,
todo es Reino.

*

Pedro Casaldàliga

***

General, Iglesia Católica, Poesía , , ,

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