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La muerte está vencida

Jueves, 2 de noviembre de 2023
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Del blog ya desaparecido À Corps… À Coeur:

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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

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Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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“En las manos de Dios”. 2 de noviembre de 2023. Conmemoración de los difuntos. Marcos 5, 33-39; 16,1-6

Jueves, 2 de noviembre de 2023
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jesus-abrazo-2Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.

Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?

La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?

Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido”.

¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes?

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza.

A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:

“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nootros no te hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver“.

José Antonio Pagola

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“El duelo por los famosos”, por Isabel Gómez Acebo

Miércoles, 18 de octubre de 2023
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IMG_0724Leído en su blog:

Estuve leyendo que, a la muerte de Alexander Pushkin, fallecido en un duelo en 1837, miles de personas se movilizaron para su entierro. Fue tan grande la masa que las autoridades rusas tuvieron que cambiar el lugar de los funerales y estacionaron 60.000 militares para su custodia. Al llegar a la estación de Pskov, donde su cuerpo iba a ser sepultado, una entusiasta multitud intentó desenganchar los caballos hasta conseguir empujar el carruaje

            Años más tarde, en 1926 pasó algo parecido con la muerte de Rodolfo Valentino, un ídolo de la pantalla. Unos policías a caballo tuvieron que sujetar a la masa para que no invadieran el tanatorio neoyorquino donde su cuerpo estaba expuesto. Cuenta la historia o la leyenda que muchas personas se suicidaron. En 1975, aunque han pasado años, se dio el mismo fenómeno en El Cairo pues millones de egipcios querían pagar sus últimos respetos a Um Kaltoum, un famosísimo cantante.

En nuestros días, aunque vivimos en un mundo digital, y sólo conocemos a muchas personas por sus imágenes en las redes, vemos a una masa derramar lágrimas y hacer largas colas por ver el cadáver de un muerto famoso. Con suerte firmó un libro con su nombre o mantuvieron una mirada por unos segundos en la cola de un evento. Sus libros o canciones pueden ser emotivos, pero pensar que son biográficos es una falacia. No niego que puedan ser personas estupendas, pero también cabe la posibilidad de que no sintieran lo que escribieron y solo les moviera el dinero

            Aunque es verdad que cuando mueren los artistas no podrán escribir más libros ni canciones, la nostalgia que produce su muerte aumenta las ventas. Y si han muerto jóvenes, como Amadeo Modigliani a los 35 años por una meningitis tuberculosa, mucho más, ya que si hubiera tenido una vida más larga hubiera dejado más obras. Pero ¿Qué mueve a las personas a demostrar emoción por la muerte de personas que no han conocido personalmente?

            Una de las interpretaciones es que estos fallecimientos son solo el mensajero de la muerte que nos llega a todos, tarde o temprano. Como cantaba James Morrison “no one here gets out alive”, nadie sale vivo de este mundo. Otra posibilidad es que se mueran con ellos años felices de nuestra vida y acompañarlos en su último viaje es una forma de gratitud. Pero, sobre todo, en un mundo tan atomizado como el nuestro, estas señales externas en las que abandonamos nuestros ordenadores o teléfonos, son marcas de comunión pues demostramos sentimientos y emociones semejantes. Es el último beneficio que pueden hacer a sus ídolos

            Termino este post con las mismas dudas con la que empecé ya que no llego a entender a las masas que asaltaron el matrimonio de Lola Flores o las lágrimas que derraman la gente en los funerales de personas célebres que no han conocido. Aunque me gusta pensar que les reconocen momentos felices de sus vidas y que estos actos generan comunión. Me permito recordar, en estos momentos, nuestras maravillosas Semanas Santas que generan gratitud y comunión

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Silencio

Sábado, 22 de abril de 2023
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Del blog Nova Bella:

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Si va a morir, con él muere;

Si va a vivir, con él vive.

Entre muerte y vida, calla,

Porque testigos no admite.

*

Luis Cernuda

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“Pascua de Jesús y Pascua universal”, por José Arregi.

Sábado, 15 de abril de 2023
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autonomie_paysanneDe su blog Umbrales de luz:

De nuevo es Pascua. Es la Pascua de Jesús, el profeta crucificado, imagen singular para los cristianos de la esperanza de todos los crucificados. Es la Pascua de la primera luna llena de primavera que tantas culturas han celebrado desde milenios antes de nuestra era cristiana: chinos, indios, sumerios, babilonios y hebreos, y los pueblos mayas de la América central que, miles de años antes de que a su tierra la llamáramos así, en el reflejo de la luna ya veían de noche el irresistible poder de la vida.

Es la Pascua de la Tierra. La Pascua del trigo y de todos los cereales: el grano muere, germina y vuelve a brotar en los campos, para convertirse en pan fraterno, pan de la eucaristía o pan de la mesa doméstica, el mismo pan sagrado para quien sabe mirar y saborear, partir y compartir. Es la Pascua de los agricultores y pastores del Neolítico, que vivían al compás de novilunios y plenilunios, solsticios y equinoccios, al ritmo de la Madre Tierra y del cosmos sin medida.

La vida revive. En cada brote de viña, en cada flor de cerezo se hace presente la energía de todo el universo, se manifiesta el fuego del Ser, la fuerza de la Vida, el misterio que llamamos Dios y que recibe otros muchos nombres y que ningún nombre puede expresar. El gorrión lleva ya su brizna en el pico al hueco del tejado, para construir su nido y criar. Hasta la tortuga de agua que tenemos en la terraza despierta ya de su letargo invernal. Uno de los dos términos griegos que los textos bíblicos cristianos conocidos como ‘Nuevo Testamento’ emplean para decir que Jesús resucitó significa literalmente eso: ‘despertar’. El otro término utilizado significa ‘levantarse’. La vida despierta y vuelve a levantarse después de la noche en todas sus formas. Es lo que confesamos los cristianos, y así lo esperamos a pesar de todo; en nuestras pobres manos llevamos esa brizna de esperanza, como la tierra el grano.

Pero más de un cristiano que haya leído los párrafos que preceden se habrán preguntado: ¿y dónde queda, entre tanta pascua la Pascua cristiana, la de Jesús? Comprendo tu perplejidad, hermano, hermana, pero déjame que te diga con la convicción y humildad de que soy capaz: No opongas la Pascua cristiana a la Pascua de la Tierra y de las demás religiones y culturas. No pienses que la Pascua de Jesús sea la única, ni siquiera la suprema, la realización perfecta de todas las pascuas. Jesús nunca lo pensó. Él vivió hasta morir, y murió hasta resucitar, como el grano, como el profeta mártir, como todos los profetas y mártires, sin etiquetas. La muerte es pascua, que en hebreo significa ‘paso’.

He dicho “no pienses que…”, pero me corrijo: acerca de todas estas cuestiones que se llaman de fe, pero donde la fe no se juega, piensa o “cree” libremente lo que más convincente y razonable te parezca, pero no te apresures a denunciar lo que digo como disolución del evangelio de Jesús. Lo universal sin forma solo se realiza en formas particulares. Así lo hizo Jesús. Hazlo así también tú. La Pascua plena está aún sin hacerse del todo. Hagamos Pascua. Hagamos revivir la llama de la vida en nosotros en las muchas sombras que nos habitan, en las muchas formas en que la muerte nos hiere.

Así lo hizo Jesús, y así resucitó. Su resurrección, como la nuestra, no tiene nada que ver –subrayo: nada– con que su sepulcro hubiese quedado vacío, con que su cuerpo muerto hubiese desaparecido de pronto ‘milagrosamente’ y luego aparecido de nuevo ‘milagrosamente’ a sus discípulas y discípulos. Su resurrección no tiene nada que ver con ningún hecho ‘milagroso’ fuera del milagro de la vida: la bondad más fuerte que la muerte. Jesús resucitó en su vida de profeta bueno, rebelde y sanador, libre y liberador. Resucitó en su compasión, su comensalía, su solidaridad con los últimos. Y por eso murió y, por eso, en su muerte resucitó, pues, como se dice en la dura y hermosa película La forma del agua, “la vida es lo que queda del naufragio de nuestros planes”.

Esa es la verdadera Pascua de Jesús, pero solo será verdad también en nosotros en la medida en que vivamos como él lo hizo, hasta morir de pura vida, como todas las personas que pasan la vida haciendo el bien, simplemente, como la semilla y la flor, sin mirar al fruto.

(Texto publicado el 1 de abril de 2018)

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Pascua

Jueves, 13 de abril de 2023
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Del blog Nova Bella:

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Libre de la opresión, de la venganza…,
A otro mundo de luz, ya renacido,
Donde dolor ni muerte, ya no alcanza…

*

Emilio Salamanca

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Morimos solos.

Miércoles, 5 de abril de 2023
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Morimos solos. Mientras la vida, desde el seno materno, siempre es comunión, tanto que un yo humano aislado no puede ni nacer, ni subsistir, ni siquiera ser imaginado, la muerte deja en suspenso la ley de la comunión. Los hombres pueden acompańar hasta el extremo del umbral al moribundo, que puede sentirse acompañado, sobre todo, por la comunidad de los creyentes que le acompañan en la fe en Cristo; sin embargo, franqueará la estrecha puerta solo y aislado. La soledad explica lo que es actualmente la muerte: consecuencia del pecado (Rom 5,1 2); es inútil tratar de buscar otra razón.

Cristo ha asumido por los pecadores la muerte en su radicalidad extrema, con intensidad dramática. Y tanto es así que no sólo fue  manifiestamente abandonado por los hombres, no sólo fue rechazado por pocos partidarios suyos, sino que puso explícitamente en manos del Padre el vínculo de unión que le unía a él, el Espíritu Santo, para experimentar hasta sus últimas consecuencias el total abandono incluso por parte del Padre. Toda la riqueza del amor debe resumirse y simplificarse en este punto de unión, para que, manando de ahí, se pueda tener una fuente y una reserva eterna.

Por eso, no existe en la tierra una comunión en la fe que no se derive de la extrema soledad de la muerte en la cruz. El bautismo, que sumerge al cristiano en el agua, lo separa, en la fuente imagen de la amenaza de muerte de toda comunicación, para llevarlo a la verdadera fuente, origen de dicha comunicación. La misma fe, en su origen, está necesariamente de cara al abandono que el mundo y Dios han hecho al crucificado […]. El mismo amor cristiano al prójimo es el resultado del sacrificio del hombre, así como Dios Padre se sirve para la redención de la humanidad del sacrificio del Hijo abandonado.

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H. U. von Balthasar,
Cordula ovverosia il caso serio,
Brescia 1974, ce., passim.

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Todo

Sábado, 1 de abril de 2023
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Del blog Nova Bella:

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Al fin y al cabo siempre llevamos todo con nosotros… Dios, el cielo, el infierno, la tierra, la vida, la muerte, y muchos siglos.

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Etty Hillesum

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Jairo del Agua: ¿Qué haces con tus muertos? Lo importante es lo que «vive en ti» del que se fue y no el funeral o la tumba.

Miércoles, 29 de marzo de 2023
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0C7CC904-8841-4BA7-89F6-7F41A63FD16CLos muertos que te duelen son aquellos con los que tienes un vínculo de afecto, muy particular o generalizado por tu compasión humana.

La separación definitiva de ese “ser querido” es lo que duele. A la “aceptación y cura” de ese dolor lo llamamos duelo.

Es ancestral el “culto a los muertos” y la arqueología lo ha demostrado con creces. Es el intento de conservar los vínculos con el que se fue. La raíz de esa reacción humana ante la muerte está en el amor (esencia del hombre).

Por eso nos preocupa si sufrió o no, si estaba acompañado y asistido, dónde y cómo murió. Por eso queremos estar, ver, acompañar, tocar, despedir… Algo que a tantísimos miles de personas se les está negando en estos días.

En nuestro corazón el silencioso deseo de que todo sea o haya sido como lo hubiéramos querido para nosotros. Es la expresión más cristiana del amor: “amar al prójimo como a uno mismo”.

¿Y cómo es el “culto a los muertos” en nuestra práctica católica? Pues paradójicamente al revés, echando sal en la herida: Cargamos al muerto de cadenas, deudas y pecados para convertirnos en “salvadores”, que pagan por su rescate, y así sentirnos aliviados. Es decir, acudimos a “ritos funerarios externos” que, según la ideología que nos inculcaron, son remedio santo para aliviar al muerto. Y a los vivos sufrientes que los zurzan, que se conformen con el rito y paguen.

La fuerza real de un funeral (de cualquier religión) es el “acompañamiento” a los vivos y las “muestras de afecto”. Es el “acto social y fraterno” lo que vale, el rito no vale nada, solo es el motivo para coincidir con los que lloran.

Es decir, la respuesta religiosa ante la muerte no solo es insuficiente y desenfocada, además es incoherente. Se limita a “pedir a Dios” que sea bueno con el muerto y le proporcione la paz cuanto antes. Lo que es absurdo, porque Dios no puede ser más que Bondad y Paz infinitas. Es tanto como pedirle a la luz que ilumine.

Se perdió la ocasión de ocuparse de los vivos, de consolar su llanto, de reconocer la “presencia silenciosa del Abba de Jesús” abrazando a los sufrientes como ya ha abrazado al que pasó a la eternidad. Él sí estuvo presente en su lecho de muerte y en todo momento. Puedes relajar tu ansiedad y el dolor de tu ausencia en el último suspiro: Estuvo siempre acompañado y amado.

Se perdió la ocasión de recordarnos que ante el “misterio de la muerte” no cabe más que ACEPTAR nuestra limitación, nuestro “no saber”. No se nos ha revelado cómo es el desembarco. Solo sabemos -por revelación y certeza interior- el destino: Amor Infinito en el que “somos, nos movemos y existimos” (He 17,28), también tras la vida física.

Hay demasiada ficción novelada y siniestra imaginación sobre la muerte y los muertos. Todos los cuentos míticos sobre purgatorios e infiernos son incoherentes con el Abba revelado por Cristo. Lo único que sabemos es que no sabemos nada sobre el viaje al otro lado y los horizontes luminosos de la eternidad. Nadie volvió para contarlo. Y las llamadas apariciones y revelaciones particulares no son más que proyecciones de lo que esas personas ya tenían dentro por aprendizaje o imaginación.

El gran consuelo para los que sufren es la SEGURIDAD de la ESPERANZA que mana del Padre amante del que nos fiamos por fe y experiencia interior. Pero nuestros ritos funerarios discurren por la incoherencia de la “obsesión por los pecados y la necesidad de expiarlos”, herencia del judaísmo que no hemos conseguido superar. Por eso insisten en pedir y pedir perdón y un buen destino para el viajero, a quien ya abrazó el Padre en la “Estación Termini”.

Quienes hablan de los “méritos de Cristo”, aplicados en la Misa al rescate del muerto, no saben lo que es amor. Hablan teóricamente del amor divino, su misericordia, su ternura… Y olvidan su esencia: la GRATUIDAD, sin la cual NO hay verdadero amor.

Por eso sobran las indulgencias (qué pretensión tan necia de “ser como dioses”), los sufragios, responsos, sacrificios y expiaciones que nos hemos inventado para minorar el temor ante un justiciero “jefecillo tribal”, figura humanoide a la que hemos reducido al Abba.

Si crees que me equivoco, cógete el Evangelio y relee pasajes como los de la “adúltera”, el “hijo pródigo”, la “oveja perdida”, el “perdón a los enemigos”, etc. Y escucha a Pablo: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza…” (1Tes 4,13).

No, no hay que preocuparse por los muertos. Pasado el umbral de la eternidad ya están en brazos de la Misericordia y la Paz. No hay oraciones ni rescates que aplicar y muchísimo menos si son de pago (puro pecado de simonía).

Son los vivos, son las personas que sufren las que nos deben preocupar. ¿Y qué mejor remedio para el dolor que saber que tu ser querido ya llegó a la resurrección y la paz?

Los funerales deberían ser para los “vivos” que sufren el desgarro de la despedida, sobre todo si fue inesperada. El apoyo firme sería la ESPERANZA cierta que acabo de describir.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua, el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora. Los que mueren, mueren para vivir.

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? La respuesta es un rotundo NO. La eternidad es inalcanzable para nosotros y ellos tampoco pueden alcanzarnos porque viven en el Amor Infinito que no necesita influencias ni intermediarios porque lo llena todo con su Plenitud.

Las “preces” por los difuntos y la mayoría de nuestras “oraciones de petición” no son más que un intento infantil de alumbrar con linternitas el sol o las estrellas.

La acción de los difuntos sobre nosotros se reduce a la “vida de ellos” que permanece en nosotros. El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida.

Te propongo estos tres avances como los tres efectos de un funeral cristiano:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste, muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concienciarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas.

Y recuerda: Perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender y desistir de vengarte (hay terribles venganzas sicológicas contra los muertos). Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron y se fueron sin aliviar tus heridas.

3. Imitar el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar a tus difuntos. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concienciar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.

Amar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.

La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos.

¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería, obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no los necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios clericales y el “dios negociador”, son pura idolatría.

Jairo del Agua

Fuente Fe Adulta

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“¿Qué seré después de mi muerte? “, por José Arregi

Sábado, 19 de noviembre de 2022
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Vida-digital-despues-de-la-muerteDe su blog Umbrales de Luz:

No nos gusta hablar de la muerte, siendo así que forma parte de la vida nuestra de cada día. No nos gusta hablar de la muerte, pero –o, mejor quizás, porque– la muerte nos sigue doliendo. Y es la muerte ajena la que más nos duele, con la soledad abatida y la tristeza del vacío que deja, los recuerdos dolorosos y los duelos irresueltos que quedan, los conflictos que surgen no pocas veces entre los más cercanos. La muerte sigue haciendo correr ríos de lágrimas: lágrimas de aflicción, lágrimas de desahogo, lágrimas también de consuelo.

Otros muchos animales, a su manera, lloran también a los muertos más próximos, e incluso, a su manera, acompañan su duelo con algún tipo de rito funerario. El duelo no es específico y exclusivo de los humanos. Nada nos es exclusivo. Pero es innegable que la sepultura ritual es una de las huellas culturales más antiguas de la humanidad, muchos miles de años antes de que se formaran las primeras religiones. En el año 2018 se descubrieron en Kenia los restos de un niño Sapiens de hace unos 78.000 años enterrado con mimo y ternura, como si lo hubieran puesto a dormir. En Israel se han identificado varias sepulturas, tanto Sapiens como Neanderthal, de hace entre 90.000 y 130.000 años. Y en pleno Paleolítico se encuentran casos en que la tierra sobre la que descansan los restos humanos contiene polen, ese polvillo maravilloso dotado de células capaces de fecundar la vida; esos restos humanos habían sido depositados sobre un lecho de flores, en la tácita esperanza de que fueran a germinar, florecer y dar fruto: vivir. Aquellos ritos funerarios les servían –como los nuestros, religioso o laicos, nos sirven hoy– para aliviar la pena, apaciguar los conflictos, fortalecer la confianza en la vida que sigue y que hay que cuidar. ¿Se equivocaban?

Mucho después, todas las religiones crearon mitos y elaboraron doctrinas que expresaban conceptualmente esa oscura esperanza de vida después de la muerte. Creo en esa esperanza, pero ya no puedo creer en los conceptos que la expresan. Sirvieron en otros tiempos para sostener el ánimo, la confianza, la vida. Hoy ya no nos sirven. Hoy no puedo creer que el atman, el “alma” o la conciencia o el Yo o la individualidad profunda, después de la muerte, se reencarne en otro cuerpo, según la inexorable ley del karma. Ni que el “alma” sea inmortal y sobreviva por separado después de la disgregacuión del cuerpo físico. Ni que vayamos a resucitar al final del mundo, como creían algunos judíos de la época de Jesús y siguen creyendo muchos judíos, cristianos y musulmanes. No puedo creer que haya un juicio ante un “Dios”, sea riguroso o sea bondadoso, ni en un infierno eterno para los malos, ni en un paraíso feliz para los justos… Es preciso deconstruir todos esos conceptos por una razón sencilla: porque están ligados a una visión del mundo que ya no es la nuestra.

¿Qué haremos, pues, con todos esos viejos conceptos? Cabe olvidarlos o abandonarlos definitivamente, o cabe reinterpretarlos. Personalmente, en la mayoría de los casos, yo me inclino a reinterpretarlos, porque no inventamos el lenguaje y porque hablar consiste siempre en reinterpretar, en sacar lo nuevo de lo viejo. No creo en lo que dicen los conceptos, pero creo en lo indecible al que se refieren y que aún pueden sugerir.

Creo que vivir es darse y que darse es la mejor forma de recibirse y de ser. Que morir es vaciarse o darse del todo y que vaciarse y darse del todo es el paso para ser plenamente. Que aprendemos a vivir aprendiendo a morir un poco cada día como mejor podamos, y que aprendemos a morir aprendiendo a vivir cada día lo mejor que podamos, en bondad desprendida y feliz. Que ahí se realiza en nosotros el Misterio de la Vida o de Dios, que es Pascua, incesante Pasar, inagotable Darse y Recibirse y eterno Renacer. Que no hay otro fin del mundo que la codicia y la opresión universal. Que no hay otro criterio de juicio que el amor de cada día. Que no hay otra condenación ni infierno que el que nos procuramos en esta vida a nosotros mismos y a los demás cuando nos encerramos en nuestro y nos hacemos la guerra. Que no hay otro cielo que la bienaventuranza compartida en la comunión de los vivientes, la Vida Buena común, y que ése es el cielo posible de esta nuestra Tierra común, el cielo al que aspiramos y del que somos responsables.

Pero ¿qué quedará de mí después de mi muerte? Quedará la vida que hemos vivido y nos transciende en todas las direcciones. Quedará la vida que inventó la muerte para seguir viviendo. Quedará la muerte que es condición y umbral de la vida y de su secuencia, al menos en la forma en que la conocemos en esta Tierra. Mientras la vida viva no morirá la muerte, y mientras no muera la muerte vivirá la vida, como dijeron los sabios Vedas de la India hace 4.000 años. Quedará la Vida Eterna en todo lo que es. Quedará el Aliento que fugazmente tomó cuerpo en mí y se hizo mi yo en permanente cambio. Quedará la materia madre de todas las formas, la materia eterna que me ha formado en su eterna transformación, la energía transformadora de la que provengo y en la que me sumergiré. Quedará la luz de cada mañana y la paz de cada atardecer. Quedará el Aliento eterno que animó pasajeramente mi forma, mi yo. Nada se pierde sino la apariencia. Todo se transforma, como la luz del alba y de la tarde.

Después de mi muerte, no quedará esta apariencia psicológica, emocional individual e inestable. Quedará mi recuerdo en el corazón o en la memoria de quienes me recordarán haciéndome renacer cada vez. Quedará el Vacío de esta forma cambiante que soy. ¿Quedará también la huella de esta forma única y cambiante que llamo “yo”? Mas allá de todo espacio y tiempo, en el presente sin comienzo ni fin, ¿la Memoria o el Corazón del Cosmos infinito guardará la memoria viva, vivificadora, de esta forma, la información o conciencia que hemos sido en esta fugaz existencia? Tal vez, pero no lo sé ni me importa.

Para decir lo que seré después de mi muerte, solo quedan metáforas que me abren al infinito que late en nuestras mejores palabras y anhelos. Después de la muerte de esta chispa vacilante y efímera, seré el Fuego que danza, transforma y recrea, seré el Fondo inaprehensible e inasible de cuanto es, el Aliento universal y verdadero del que vine y vuelvo. Seré en Todo, y de alguna forma seré Todo. SERÉ EL QUE SOY, LA QUE SOY, LO QUE SOY, el Infinito en todo. Y es lo que quiero vivir y cuidar en este preludio de la Vida que es esta forma de vida-muerte que vivo.

Si abriéramos más los ojos, si nuestra conciencia se expandiera, muchas lágrimas de aflicción podrían convertirse en lágrimas de consuelo.

Aizarna, 5 de noviembre de 2022

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Para Dios todos están vivos

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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PRESENCIAS

con amigos ausentes.
Me encuentro siempre
entre el instante y la muerte.
Me encuentro siempre
con un libro enfrente,
con un hombre doliente,
y un paisaje y la corriente,
y el sol rusiente,
y el sueño, por fin, clemente.
Y un pájaro, un niño, y un árbol, vivientes.
Y Dios persistentemente presente…

*

Pedro Casaldáliga
Clamor elemental,
Editorial Sígueme, Salamanca 1971

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En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

“Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.”

Jesús les contestó:

“En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.

Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.”

 

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Lucas 20, 27-38

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Entre las diferentes formas de la corporeidad existe un abismo imposible de colmar a veces: una piedra no se convierte en pájaro. Otras formas corpóreas, sin embargo, aunque presentan diferencias, están en una relación vital, constituyen las fases de un único desarrollo, como por ejemplo la semilla y la planta que de ella nace. En este caso, el abismo queda superado por el misterio del grano que germina. Sin embargo, para superarlo es necesario lo que Pablo llama «el morir». La semilla debe entrar en la tierra y morir en ella, es decir, perder su forma, a fin de que pueda nacer la nueva planta. Y he aquí el paso: lo mismo sucede en el hombre. También en el hombre está presente la corporeidad en dos formas: la terrena y la celestial; de ellas, la primera es semilla de la segunda. También ellas están separadas por la muerte. El cuerpo deberá ser depositado en la tierra y descomponerse; sólo entonces se convertirá en el cuerpo nuevo, celestial. Pero he aquí la diferencia: la planta «nace» verdaderamente «de la semilla», de sus virtualidades y funciones; no así, en cambio, el cuerpo celestial del terrestre. A través de su descomposición, la semilla vive de una manera directa en la nueva planta. El cuerpo humano será resucitado después de la muerte. Aquí domina otro poder, que no brota del interior de la estructura humana, sino de la libertad de Dios.

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Romano Guardini,
Le cose ultime,
Milán 1997, pp. 69ss.

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La hoja y el árbol.

Jueves, 3 de noviembre de 2022
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Del blog de José Arregi Umbrales de luz:

Parábola en memoria de todas aquellas/os cuya presencia aparente perdimos

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Una tarde de otoño me encontraba en un parque, absorto en la contemplación de una hoja muy pequeña y bonita en forma de corazón. Su color era rojizo y casi colgaba de una rama, de la cual parecía que estuviese a punto de caer. Estuve mucho tiempo con ella y le hice muchas preguntas. Supe que la hoja había sido la madre del árbol. Normalmente, pensamos que el árbol es la madre y que las hojas son los hijos, pero al mirar la hoja vi que también era madre del árbol. La savia que toman las raíces no es más que agua y minerales, que son insuficientes para nutrir al árbol, de manera que éste distribuye la savia a las hojas. Estas se encargan de transformar esta savia rudimentaria en savia elaborada y, con ayuda del sol y del gas, enviarla de vuelta para nutrir al árbol. Además, como la hoja se une al árbol por un tallo, es fácil ver la comunicación entre ambos.

Le pregunté a la hoja si tenía miedo porque el otoño había llegado y las otras hojas empezaban a caer. La hoja me dijo: «No, no tengo miedo. Durante toda la primavera y el verano estuve muy viva. Trabajé y ayudé a nutrir al árbol y gran parte de mí misma se encuentra en este árbol. Por favor, no digas que sólo soy esta pequeña forma, porque la forma de hoja es sólo una pequeña parte de mí. Soy todo el árbol. Sé que estoy en el árbol y que, cuando vuelva a la tierra, continuaré nutriendo al árbol. Es por eso por lo que no me preocupa. Cuando deje esta rama y surque el aire hasta la tierra, saludaré al árbol y le diré ‘hasta pronto’».

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Tich Nhat Hanh,
maestro zen vietnamita,
Ser paz, 1999

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La muerte está vencida

Miércoles, 2 de noviembre de 2022
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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

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Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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02 de Noviembre de 2022. Fieles Difuntos

Miércoles, 2 de noviembre de 2022
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Job 19,1.23-27a

Yo sé que está vivo mi Redentor

Respondió Job a sus amigos:

“¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.”

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Salmo responsorial: 24

A ti, Señor, levanto mi alma.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.

Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados. R.

Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti. R.

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Filipenses 3,20-21

Transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso

Hermanos:

Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

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Marcos 15,33-39;16,1-6

Jesús, dando un fuerte grito, expiró

Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:

-“Eloí, Eloí, lamá sabaktaní“. (Que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)

Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

-“Mira, está llamando a Elías.

Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

-“Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.”

Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

-“Realmente este hombre era Hijo de Dios.”

[Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:

“¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?

Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:

-“No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.”]

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“En las manos de Dios”. 2 de noviembre de 2022. Conmemoración de los difuntos. Marcos 5, 33-39; 16,1-6

Miércoles, 2 de noviembre de 2022
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jesus-abrazo-2Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.

Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?

La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?

Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido”

¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes?

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza.

A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:

“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nosotros no te hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver“.

José Antonio Pagola

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Honrar, siempre honrar…

Miércoles, 21 de septiembre de 2022
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También meteremos monedas en el bolsillo de su postrero barquero, también desearemos el mejor de los tránsitos a Isabel II. Supremo respeto a tan popular figura. Toda persona es sagrada, digna de honra, máxime si concita tanto encomio y admiración, si a lo largo de toda la geografía mundial se redactan apresurados infinidad de elogios, se la extraña ya tanto. Supremo respeto desde el momento en que crecen imparables las montañas de flores en su memoria y los peluches escalan a la carrera las rejas de su Palacio. Suprema honra por más que tantas cuestiones, en particular tanta opulencia, no terminemos de comprender. Trajo larga estabilidad y prosperidad a su nación, por más que su balanza, al igual que la nuestra y de todo congénere, tiene su ineludible contrapeso.

Feliz estancia al otro lado de la orilla a la reina de Inglaterra. Grato tránsito a la monarca recién fallecida, buen viaje a todo hijo o hija de Dios que, tras intenso pulso evolutivo, abandona su vestidura terrestre para retornar al hogar verdadero. Al otro lado del velo, por supuesto también para ella tiernos brazos, seres celestiales y trompetas de otros vientos, lujo y brillos que no caducan, palacios de genuino cristal.

Honrar, siempre honrar, por más que no comprendiéramos el Brexit, ni lo de las Malvinas, ni el bombardeo del Belgrano, ni el vasto imperio, ni la riqueza desmesurada… Honrar siempre honrar por más que huelgue ya el cuello de armiño y el cetro del medioevo, por más que creamos que hemos de progresar hacia estructuras e instituciones más horizontales, democráticas y compartidas; honrar siempre honrar porque nosotros también erramos e igualmente querremos ser recibidos con los brazos abiertos al culminar nuestra, tantas veces fallida, experiencia en la carne.

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Koldo Aldai

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“Otro adiós”, por Koldo Aldai.

Viernes, 2 de septiembre de 2022
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6B0F746A-6DF4-4713-8A6F-8A951C0EF6AAHe estado recientemente en ceremonias civiles de despedida física de seres cercanos que me han tocado el corazón, me han permitido vivir el momento con sentimiento y profundidad. Cuando trascendemos el guión manido, el ritual millones y millones de veces repetido, de repente nos sentimos cocreadores de un ritual nuevo, nos vivimos como protagonistas de un momento esencial, de repente hacedores de una ceremonia clave, alentadores de un futuro más compartido.

El último adiós tenía diferentes atalayas, se expresaba desde diferentes gargantas y registros. Resulta que tras el último aliento, las flores destilaban variados perfumes, los poemas brotaban de distintos firmes y sentires, el más allá se divisaba con particulares brillos, el periscopio interior avistaba desde dispares honduras…, la despedida por lo tanto no debía seguir siendo una y única. Los monopolios de todo orden tienen sus días contados, por más que el alejamiento habrá de ser sin ápice de rencor. Jamás podremos edificar lo nuevo con la fuerza de la ira.

El adiós ya no es necesariamente un coto más de la Iglesia. Es hora de desprenderse de posesiones físicas, también de territorios menos tangibles. Se imponía trasladar el acto a espacios más de todos y todas, menos significados, en la medida de lo posible también más circulares, menos controlados. El parque, la cima de la montaña, el tanatorio, la sala del cementerio…, se ofrecieron para ese imprescindible salto al “vacío”.

Teníamos una larga historia religiosa monocolor, tuvimos como reacción un tiempo más laico. Ahora comenzamos a disfrutar una era más consciente y sagrada, al tiempo que universal e integradora. En medio de todo ello teníamos que descubrir cómo nos acercábamos al vehículo deshabitado, a la urna corporal vacía e inanimada, qué hacíamos con nuestros seres queridos que físicamente nos abandonan. Nuestra forma de permanecer ante el ataúd, nuestra manera de entender y gestionar la llamada muerte marcará en importante medida nuestro futuro colectivo.

Nuestras despedidas dicen todo de nuestra forma de estar en el mundo. La ceremonia ha estado hasta el presente gobernado por el credo único. Tras el control es natural la desbandada; tras el sacerdocio monocolor es normal el relevo, la palabra abierta, el atril sin dueño. Toca acercarnos recogidos, respetuosos, cargados de confianza y aurora al micrófono a ras de tierra, que no al púlpito en las alturas dominadoras. No importa el balbuceo inicial, quizás cobre más importancia el afirmar un futuro sin dirigentes, ni dirigidos en todos los ámbitos de la vida, por supuesto también en lo que compete a la trascendencia.

Cuando los valores humanos, cuando los principios superiores han acompañado nuestros días es natural que también presidan el adiós. Cuando la belleza, el arte y la armonía han estado presentes en nuestras vidas, querremos que lo estén también en su omega físico. Éste es un fenómeno novedoso que está aconteciendo en nuestros días. El templo católico ya no es el único lugar para la ceremonia de despedida de nuestros seres amados. El cuestionamiento del funeral clásico es un signo cargado de futuro, en la medida en que democratiza la ceremonia, en la medida en que concita a ciudadanía de todo signo. La proliferación de la despedida civil es un hecho esperanzador en la medida en que devuelve al humano un poder durante milenios delegado. La despedida civil puede restar luto al acto, puede reunir otros cantos, otras reflexiones, otras formas de estar en el mundo y salir de él.

No mi adiós, ni tu adiós, no ya el del credo imperante o el de la falta de él, sino un adiós en que unos y otros nos encontremos, en el que podamos desplegar todos nuestros variados pañuelos al Viento, concitar nuestras eventuales lágrimas, nuestras fes, sobre todo nuestras esperanzas, cobren éstas el color que sean.

Koldo Aldai

Fuente Fe Adulta

 

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Resurrección: El amor es más fuerte que la muerte

Viernes, 22 de abril de 2022
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resucitado-damos-testimonio_2328677139_15456643_660x371Del blog de Jesús Espeja La Iglesia se hace diálogo:

“Si la vivimos de verdad podemos ser signos de esperanza también para los que ya no esperan”

“El amor brota en nosotros sin saber cómo, gratuita y espontáneamente. Y en su entraña puja un reclamo de eternidad. El que ama de verdad está diciendo a la persona amada: quiero que vivas siempre, que nunca mueras”

“En los sentimientos y acciones de personas compasivas. En los empeños por lograr una mejora de vida para todos. En los que siguen mirando confiadamente al porvenir cuando aparentemente no hay razones para esperar”

Hay en el interior del ser humano cierto desajuste: su anhelo de vida sin sombras no cede mientras sufre que sus días se acaban. Ya en el atardecer de la existencia humana, el desajuste se hace más palpable y fácilmente entra en crisis la esperanza: ¿nuestro destino último será la muerte? No hay argumentos racionales apodícticos para decir lo contrario.

Nos cuesta resignarnos a la muerte y quizás esta inconformidad sea un indicio de que no todo acaba en el sepulcro. Tal ver por eso antiguas religiones iraníes prometían la supervivencia o continuidad en la existencia después de la muerte. Ya en el pensamiento griego se propuso la inmortalidad del alma: prisionera y limitada en el cuerpo, la muerte supone  quedar libre de su prisión.

Gracias a la ciencia y a los cuidados estamos viendo la posibilidad de alargar el tiempo de nuestra existencia. Pero hay formas de vida que ya no merecen la pena y una pervivencia o continuidad después de la muerte sin cambio cualitativo, tampoco satisface nuestro anhelo insaciable de felicidad. Por otro lado, la teoría platónica sobre la inmortalidad del alma es totalmente gratuita y tampoco saciaría dicho anhelo.

El amor brota en nosotros sin saber cómo, gratuita y espontáneamente. Y en su entraña puja un reclamo de eternidad. El que ama de verdad está diciendo a la persona amada: quiero que vivas siempre, que nunca mueras. Es posible concluir  que el verdadero amor al otro es participación de esa Presencia inagotable de amor que llamamos Dios. En esa Presencia se fundamenta mi confianza en la victoria sobre la muerte. Si nos ha sostenido y animado a lo largo de nuestra vida ¿cómo nos abandonará en ese trance?

Esta confianza no es imaginación más o menos calenturienta. Se apoya en el encuentro con Jesucristo a quien experimentamos vencedor de la muerte mientras pasó por este mundo siendo totalmente para los demás. Cuando entregó finalmente por amor su propia vida en la muerte injusta, tuvo lugar esa victoria definitiva que llamamos resurrección. No es pervivencia o continuidad en el tiempo. Tampoco inmortalidad del alma. Es la humanidad que ha madurado desde el amor; a este Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien y curando heridas, Dios, Presencia de amor, no me podía abandonarlo en el sepulcro.  La victoria de Jesús sobre la muerte es una puerta abierta que nunca se cerrará. Una luz que inspira confianza y nos libera del miedo a no ser.

Nada tiene que ver esta fe o experiencia cristiana con la minusvaloración o menosprecio de este mundo que pasa. El crecimiento en humanidad, la resurrección o victoria sobre la muerte tiene lugar a lo largo de la existencia siempre que amamos de verdad saliendo de nuestro egocentrismo. El que se verdad cree en Jesús, trata de re-crear su conducta en la propia historia: dar vida donde hay muerte. Por eso el que de verdad cree y práctica el evangelio del amor, aunque muera y cuando muera, entra en la plenitud de vida. Queda sumergido en esa Presencia de amor donde habitó mientras estuvo en el tiempo. Si de verdad caminamos en la vida sostenidos e impulsados por esa Presencia, no quedaremos aniquilados en la muerte.

Esta visión cristiana permite atisbar esta victoria sobre la muerte en muchos brotes de trascendencia que pujan en nuestro tiempo. En los sentimientos y acciones de personas compasivas. En los empeños por lograr una mejora de vida para todos. En los que siguen mirando confiadamente al porvenir cuando aparentemente no hay razones para esperar. En quienes siguen trabajando por la fraternidad entre todos y gastan su tiempo apasionados por esa causa. Es la experiencia que los cristianos celebramos en la resurrección de Jesús. Si la vivimos de verdad podemos ser signos de esperanza también para los que ya no esperan.

Fuente Religión Digital

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Reflexión del Sábado Santo

Sábado, 16 de abril de 2022
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SÁBADO SANTO

Jesús murió para posibilitar nuestra divinización. La tierra está embarazada de resurrección.

Todo esto es un proceso, como el proceso de nuestras vidas, donde nuestras muertes posibilitan nueva vida. Nuestra vaciedad hoy es posibilidad, como este día es espacio de parar, silenciarnos, vivir en soledad en una espera gozosa que es esperanza de Vida Nueva.

En este día de Sábado estamos llamadas a dejar que Cristo se geste en nuestro interior, no el Jesús histórico que murió, sino el Cristo vivo que todos y cada uno llevamos en semilla en nuestro interior.

Es el día de transformación de la semilla en fruto, de la crisálida en mariposa, es el día de albergar al Cristo naciente en nosotros en nuestro interior, cuna de un tercer nacimiento en un mundo que necesita la comunión y la solidaridad.

Es el Cristo cósmico que es semilla de resurrección para toda la humanidad.

Para leer la reflexión completa, con las pautas de trabajo pincha aquí.

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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Thich Nhat Hanh – “No estoy aquí”

Miércoles, 9 de febrero de 2022
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Del Blog de José Arregi umbrales de Luz:

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El día 22 de enero murió, a los 95 años, Thich Nhat Hanh, escritor y poeta vietnamita, monje budista Zen, maestro de vida en atención plena (mindfulness).

Fue activista de la paz. Combatió contra la guerra del Vietnam, siendo perseguido tanto por el Norte comunista como por el Sur respaldado por EEUU. En 1972 se convirtió en refugiado político en Francia, donde vivió hasta el 2014 en el monasterio de Plum Village (Dordogne, sur de Francia).

El Dr. Martín Luther King nominó a Thich Nhat Hanh para el Premio Nobel de la Paz de 1967. En su nominación el Dr. King dijo: “No conozco personalmente a nadie que merezca más (este premio) que este amable monje vietnamita. Sus ideas para la paz, si se aplicasen, levantarían un monumento al ecumenismo, a la fraternidad universal, a la humanidad”.  El comité no hizo entrega del premio ese año.

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¿Qué significa morir? Un poema suyo dice al respecto:


No estoy aquí

Tengo un discípulo en Vietnam que quiere construir una estupa para mis cenizas cuando muera.
Él y otros quieren incluir una placa con las palabras
Aquí yace mi amado maestro”.
Les dije que no desperdiciaran la tierra del templo.
¡No me pongas en una urna pequeña
y me coloques allí! –dije–.
No quiero continuar así.
Sería mejor esparcir las cenizas afuera
para ayudar a que los árboles crezcan”.
Sugerí que, si todavía insisten en construir una estupa,
hagan que la placa diga: “No estoy aquí”.
Pero en caso de que la gente no lo entienda,
podrían agregar una segunda placa:
Tampoco estoy ahí afuera”.
Si la gente todavía no entiende, entonces
pueden escribir en la tercera y última placa:
Podéis encontrarme
en tu forma de respirar y caminar”.
Este cuerpo mío se desintegrará,
pero mis acciones me continuarán.
En mi vida diaria, siempre practico ver mi continuación a mi alrededor.
No necesitamos esperar hasta la disolución total de este cuerpo para continuar,
continuamos en cada momento.
Si piensas que solo soy este cuerpo,
entonces no me has visto realmente.
Cuando miras a mis amigos, ves mi continuación.
Cuando ves a alguien caminando con atención plena y compasión,
sabes que él es mi continuación.
No veo por qué tenemos que decir “moriré”,
porque ya puedo verme en ti, en otras personas y en las generaciones futuras.
Incluso cuando la nube no está allí,
continúa como nieve o lluvia.
Es imposible que una nube muera.
Puede convertirse en lluvia o hielo,
pero no puede convertirse en nada.
La nube no necesita tener alma para continuar.
No hay principio ni fin. Nunca moriré.
Habrá una disolución de este cuerpo,
pero eso no significa mi muerte.
Continuaré, siempre.

*

Thich Nhat Hanh,
Mi casa es el mundo

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