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Madeleine Delbrel: El Evangelio en los barrios obreros de París

Lunes, 25 de julio de 2016
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MadeleineDelbrel_AuAhora que estoy leyendo su libro “Nosotros gente común y corriente“, quiero compartir la biografía y espiritualidad de una gran mística moderna metida en el corazón de los barrios obreros de París, laica, asistente social, Sierva de Dios desde 1996 y que pronto podría ser beatificada: Madeleine Delbrêl

Madeleine Delbrêl nació el 24 de octubre de 1904 en Mussidan, pequeña ciudad de Francia. Fue hija única de una familia de la pequeña burguesía. Heredó de su padre el dinamismo, el sentido de la organización y el don de la comunicación; y de su madre, la sensibilidad, la firmeza y el encanto cautivador.

Su padre fue ferroviario. Por eso, la familia hubo de trasladarse de un lugar a otro; la educación de Madeleine iba siendo confiada a profesores particulares. Fue iniciada en el cristianismo en la adolescencia e influenciada por los ambientes literarios y filosóficos en los que su padre la introdujo. Se dejó seducir por el ateismo y el positivismo.

Las consecuencias desastrosas de la primera guerra mundial la llevaron a dudar de la existencia de Dios. A sus 17 años reflexionaba sobre cuestiones existenciales; escribió entonces: “Alguien dijo, Dios ha muerto. Y, si es una verdad, hemos de tener la honestidad de no vivir en adelane como si Dios estuviera vivo… Dios era eterno. Hoy lo único eterno es la muerte… Es más convincente agotar la propia inquietud en la secuencia de los placeres inmediatos….”.

Madeleine, por ello, danzaba, saltaba, vivía con un intenso amor por la vida. Se sentía libre, apasionadamente libre. Asistió a cursos de Historia y Filosofía en la Sorbona, donde sobresalió por su profunda capacidad de análisis. A los 18 años conoció a un impetuoso, alegre y pensativo universitario, Jean Maydieu. Se enamoraron y proyectaron casarse. Pero, de impriviso él la abandonó para entrar en el noviciado de los Dominico. Este encuentro y ruptura con Maydieu le hicieron a Madeleine confrontar su ateismo con las certezas de fe de este hombre. En este tiempo su padre enfermó y se quedó ciego. Su madre trabajaba en exceso. Madeleine se preguntó: ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Cómo es que alguien puede preferir a Dios sobre cualquier otra cosa? Decidió entonces cambiar de perspectiva en su búsqueda de Dios.

“¿Y si Dios existiese?. Decidí rezar… Después, reflexionando , encontré a Dios; rezando sentí que Dios se encuentra conmigo y que Él es real y vivo, que puede ser amado como se ama a una persona”.

Emprendió entonces Madeleine su camino de conversión:

“… El mundo entero me parecía pequeño e irracional y el destino de los hombres, estúpido y malo. Cuando supe que existías, te agradecí que me hubieras hecho vivir”

Madeleine descubrió su vocación de cristiana en la ciudad, de misionera sin barcos. El desierto urbano se convirtió en un espacio de contemplación, las calles de la ciudad en su campo de misión.

Con un grupo de amigas, Susana y elena, Madeleine inicia un proyecto innovador y profético: laicas consagradas, inserta en el mundo y libres de estructuras rígidas. Iniciaron un proyecto de vida comunitaria el 15 de octubre de 1933 en Ivry, polígono industrial al sur de París,ciudad declaradamente comunsta, llena de problemas como la tuberculosis, el alcoholismo, el desempleo. Ellas quería “testimoniar que la caridad de Jesús no tiene laintención de parar a nadie en el camino”. Quiere la libertad de vivir junto a la gente, participando de las actividades pasorales de l parroquia, quieren estar junto a quienes sufren y están desesperados.

Ivry-sur-Seine es una barriada obrera en la periferia sur de París que en aquel tiempo pasaba por ser la “capital” del comunismo francés. Allí vivía Maurice Thoréz, el famoso jefe del comunismo francés. Allí se queda Madeleine Delbrel a lo largo de 30 años, hasta su muerte. Es una cristiana convertida a los veinte años, que llevada por su pasión misionera opta por salir a mar abierto; quiere evangelizar el mundo obrero. Madeleine, sin abandonar el estado laical, se consagra a Dios con el voto de castidad y va a vivir a Ivry con unas compañeras que también son asistentes sociales y viven de su trabajo. El alcalde comunista la pone al frente de los servicios sociales de la comuna. Durante la Segunda Guerra Mundial tiene a su cargo la dirección de todos los servicios sociales del departamento; una vez finalizada la guerra, el alcalde le pide que siga.

En el cinturón obrero de Ivry Madeleine queda impactada frente a la miseria de las clases sumergidas, a la injusticia social, a la desocupación, a las condiciones inhumanas de trabajo (12 horas por día en la fábrica y toda la semana, con excepción del domingo), a la falta total de previsión social.. Esto la obliga a orar de otra manera, partiendo de la realidad; a leer el Evangelio “desnudo, crudo, orado”, como ella decía (“no sé cuantas veces he leído los evangelios de arriba a abajo; al Evangelio hay que leerlo todos los días como se come el pan…“). Al comienzo encuentra hostilidad y pedradas. Pero poco a poco descubre en los comunistas “generosidad, desinterés, sacrificio”. Ella afirma: “El marxismo es una doctrina sin corazón”. Pero a la vez sabe que los comunistas son personas y tienen un corazón; por lo tanto hay que amarlos. Ella jamás “excomulgó” a los comunistas, sin por ello dejar de denunciar sus errores.

A Madeleine le preocupaba la ausencia y el silencio de la Iglesia; que los empresarios católicos dueños de las fábricas de Ivry y bienhechores de la parroquia, fueran los que peor trataban a los obreros; que las comunidades parroquiales vivieran encerradas en sí mismas. Ella observaba como en los ambientes cristianos tradicionales se había llegado a cambiar la Fe por una simple “creencia en Dios” y los valores cristianos por las que son las virtudes de las “personas honradas”. Madeleine deseaba que los cristianos fueran “personas para las que Dios es suficiente, en un mundo en el que Dios parece no servir para nada”; personas capaces realmente de amar.

En la Iglesia de aquel tiempo había un enorme muro que separaba a la Iglesia del pueblo, a los creyentes de los ateos, a los católicos de los comunistas. Madeleine quiere derribar ese muro y por eso cruza la frontera pasando al otro lado. No lo hace con el afán de convertir a nadie; ella quiere dar testimonio del amor de Dios, hasta llegar a levantar las montañas de la desconfianza y voltear los muros del odio. “Lo que yo quería era poder vivir codo a codo con la gente del pueblo, con el mismo almanaque, con las mismas preocupaciones, los mismos relojes”. Su gran preocupación era que la Iglesia “se presentara amable y cordial a los ojos de los que no la conocen. Y no con una supuesta caridad indescifrable”. Fue pionera de ese fenómeno profético que en América Latina hoy se ha llamado “inserción en los medios populares” de parte de los religiosos y de la Iglesia en general.

Pero Madeleine no se conforma con un simple testimonio y le repite a sus compañeras una consigna de san Pablo: “No hay que avergonzarse del Evangelio”. Ella se presenta como cristiana que colabora con los marxistas en objetivos comunes pero sin vínculos orgánicos y manifestando claramente sus convicciones; justamente esto hace que se gane mayormente el aprecio y la amistad de muchos militantes comunistas. El libro: “Ciudad marxista, tierra de misión”, Madeleine lo dedicó al alcalde marxista de Ivry, Venise Gosnat, con el cual había hecho por muchos años un enorme trabajo social, sobre todo en los terribles días de la guerra bajo los bombardeos. “A Venise Gosnat, del cual soy una mala alumna en marxismo, pero también una amiga fiel, respetuosa de su bondad y de su generosidad concreta, ofrezco de corazón este libro, segura de que, aunque no lo apruebe, lo comprenderá”. El amigo leyó y releyó el libro y le contestó agradecido: “A pesar de las diferencias ideológicas , como amigo le aseguro que la comprendo. La he visto luchar en situaciones dramáticas. Conozco su sinceridad y bondad y lo que más la caracteriza: un amor sin límites para con su prójimo. Somos entonces amigos y enemigos al mismo tiempo; realmente me ha puesto en un lío. El ‘profesor’ no olvidará de todas maneras la calidad de corazón y la delicadeza de su ‘mala alumna en marxismo’”.

A quienes la acusaban de dialogar con los comunistas ella respondía:

Jesús nunca dijo: amarás a tu prójimo como a tí mismo, excepto a los comunistas…. mi prójimo inmediato son los comunistas”

“Jesus no nos dejó la obligación de convertir, de transmitir la fe. Ésta es una misión que Él se reserva para sí mismo. El único testimonio que Él exige de nuestra vida es que nos amemos entre nosotros. Sin este aor, los hombres no nos reconocerán como sus mensajeros. El apostolado que Jesús nos dejó fue el de anunciar la fe, repetir y proclamar aquello en lo que creemos y que Él nos enseñó. No somos responsables de la incredulidad de nuestro prójimo; pero sí somos responsablers de su ignorancia” (Madeleine Delbrêl, Conferencia a los Estudiantes, UNESCO, 1961)

Esta coexistencia, hasta fraternal, con los marxistas, tenía límites infranqueables: “Me he rehusado trabajar con ellos cuando había que ir en contra de mi conciencia; cuando ha habido necesidad, siempre he recurrido a las palabras de Cristo que rechaza el odio y la violencia“. Madeleine se había anticipado a las palabras famosas de Juan XXIII que invitaba a no confundir el error con el que erra y a “subrayar lo que une a los hombres para hacer junto a ellos, todo el camino posible“( de un discurso de 1961).

El drama de los Curas Obreros

En Ivry, Madeleine ayuda a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, vengan de donde vengan. Se la encuentra respaldando a los exiliados antifranquistas españoles; es ella quien se presenta al presidente de la República, Vicent Auriol, liderando un comité popular de Ivry para pedir la excarcelación injusta de Juan Grant y la obtiene, y la que va con una delegación a ver al cardenal de París para defender a los exiliados. Eran los años de la “Misión de France“. Ésta había nacido en el corazón del cardenal Emmanuel Suhard de París que también había lanzado el mismo grito de Madeleine: “Hay un muro que separa a la Iglesia del pueblo” (cada vez más descristianizado). Suhard convence a los obispos de Francia para que envíen sacerdotes a un Seminario Nacional en Lisieux para la reevangelización del pueblo; la “Misión de France” nace en 1942. Al año siguiente, el abbé Godin lanza su famoso libro: “Francia:¿tierra de misión?“. A fines de ese mismo año (1943) empieza la experiencia de los “curas obreros”. Madeleine acompaña con entusiasmo esta experiencia que ella vive desde hace tiempo. Es invitada a dar charlas y cursos. Tenía 40 años y un joven sacerdote recuerda el impacto de sus palabras, sobre todo porque salían de una mujer laica.

Es sabido cómo terminó la experiencia de los curas obreros. El 6 de setiembre de 1953 el Seminario Nacional de la “Misión de France” (con 244 seminaristas) debe cerrar sus puertas por orden del Vaticano y los curas obreros dejar su trabajo en las fábricas. Sólo la mitad de los curas obreros obedece. Madeleine invita a la obediencia, aun si “comprender esta lluvia de disposiciones negativas, resulta difícil”. E invita a la autocrítica; para ella “no se supo tener en cuenta los peligros de esta experiencia” y finalmente llega a la conclusión de que “a los curas obreros les ha faltado la base fundamental de la oración. Han querido ser como un obrero más sin anunciar el Evangelio; y a la fe no hay que ostentarla, pero tampoco ocultarla”. Aun así ella trata de hablar, salvar lo que es posible, relanzar la experiencia sobre nuevas bases; por eso recibe críticas y calumnias, hasta se le llega a negar la comunión. Ella no se desanima y , gracias a una donación, hace una peregrinación de oración a Roma en tren. Llega a la estación de Roma por la mañana y en seguida va a la basílica de San Pedro donde reza durante nueve horas “a corazón perdido”; la misma noche retoma el tren para París. Ella quiere ser fiel a la Iglesia y reza por ella desde el corazón de la misma, apoyada a una columna frente a la tumba de San Pedro y al altar del Papa.

Fue como una tormenta en la vida de Madeleine. Pero pasó. Y al poco tiempo tuvo la felicidad de tener una entrevista con el papa Pío XII y recibir un amplio y fraterno apoyo por parte del card. Veuillot y del card. Montini. Un gran amigo de Madeleine fue el p. Jacques Loew, un cura obrero que trabajaba de descargador en el puerto de Marsella y que había obedecido con prontitud al Papa. El p. Loew, que se transformó después en un gran maestro de espiritualidad, dijo de Madeleine que era una “mujer teologal” y la incluyó en su famoso libro: “En la escuela de los grandes orantes”. Madeleine quería vivir “con las manos agarradas a la persona de Nuestro Señor y los pies bien plantados en medio de la muchedumbre de los que no creen“. Para ella “la oración es el bien más grande que se puede hacer al mundo; en nuestra sociedad se precisan hombres de adoración, que arranquen todos los días un tiempo para la oración”. En su comunidad, además de la misa en la parroquia, había tres horas de meditación diaria y oración, desde las primeras luces del alba. En 30 años Madeleine no se tomó un día de vacaciones, pero encontraba todos los días un largo tiempo para orar.

Su pensamiento sobre el tema de la espiritualidad laical se refleja en cantidad de escritos que han tenido una enorme difusión en estos años, sobre todo en sus tres libros póstumos: “Nosotros, gente de la calle”, “El gozo de creer”, “Comunidades según el Evangelio”. Para ella Dios se revela en la vida cotidiana, en donde Él nos ha puesto, en la calle. Ella es una maestra de la oración para la gente trabajadora, para los que no tienen tiempo para rezar. “Hay que aprender a estar solos con Dios cada vez que la vida o la jornada nos reserva una pausa, y no malgastarla: en el metro, en un café, en un comercio, esperando el bus, en la cocina…”. Maravillosa es su oración: “Liturgia de los sin oficio”, donde resalta el poder de la oración de intercesión del cristiano común. En el mismo sentido, toda ocasión también es buena para amar. Para ella “cada mañana Dios nos ofrece una jornada entera preparada por Él mismo; no hay nada de más ni nada de menos, nada inútil. Esta jornada es una obra maestra que Dios nos pide que vivamos. Cada minuto de la jornada permite a Cristo vivir a través de nosotros en medio de los hombres”. Según ella, son “las paciencias” de todos los días, las que construyen la santidad; es haciendo nuestros “minúsculos deberes” que encontramos “las chispas de la voluntad de Dios”. Ella invita al cristiano laico a “quitarse las sandalias porque la tierra que pisa todos los días es tierra santa y allí está Dios escondido detrás de la zarza“.

Madeleine muere el 13 de octubre de 1964 durante el Concilio. Aquel día en el aula conciliar, un laico, presidente de la JOC internacional, toma la palabra por primera vez frente a toda la Iglesia y lo hace en nombre de los trabajadores cristianos que viven y luchan en las fábricas y en los barrios obreros de las grandes ciudades.

Primo Corbelli

Para saber más puede visitarse la página de la Association des Amis de Madeleine Delbrêl

Madeleine

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“¿Contemplación?”, por José Arregi

Jueves, 1 de octubre de 2015
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201301081331169d2d6cLeído en su blog:

Estos nuestros tiempos convulsos ¿son tiempos para invitar a la contemplación? Sostengo que sí. Pero “contemplar” tiene muy poco que ver con estarse mirando algo ociosamente con la mirada vaga, y no tiene que ver más con un tranquilo monasterio que con el trajín de la ciudad, ni con la vida retirada más que con la vida en la brecha.

Las palabras tienen su historia, nuestra historia, con sus tribulaciones y búsquedas. El término latino contemplare significaba originariamente la observación del vuelo de las aves en el cielo por parte de los augures o adivinos de oficio; lo hacían desde el templum, un espacio delimitado pero abierto en el campo o en el bosque. Creían que el futuro estaba decidido por los dioses o por el Destino (Fatum, Moira) y se podía descifrar mirando, entre otras cosas, el vuelo de las aves. Luego cerraron los templos, espacios abiertos a la intemperie, con piedras, leyes y miedos. El templo se convirtió en morada de “Dios” o de los dioses, en edificio sagrado separado del mundo profano. La contemplación se separó de las tareas de la vida, se contrapuso a la acción y se convirtió en cosa de especialistas: augures, sacerdotes o monjes.

Dejemos a un lado esas derivas y devolvamos al término su plenitud de sentido. Reinventemos la contemplación. Aprendamos a mirar el cielo y la tierra, lo invisible en lo visible, lo posible en lo real. Advirtamos las amenazas y las oportunidades del mundo en que vivimos. Miremos en el presente las señales de otro futuro mejor, para hacerlo real. Abramos los ojos, no sea que merezcamos el reproche del profeta Isaías, que el profeta Jesús hizo suyo: “Por mucho que miran, no ven; por más que oyen, no comprenden”. Abramos los ojos de fuera y de dentro, hasta que veamos que no hay ni fuera ni dentro, hasta que descubramos con claridad meridiana que todos los seres compartimos la misma luz y la misma noche, hasta que el dolor de los demás transforme nuestra mirada, hasta que nuestra mirada se vuelva transformadora.

Contemplar es ver lo invisible. Desde hace pocos años sabemos que la materia-energía física observada en el universo con los aparatos más sofisticados solo constituye aproximadamente un 4% de la materia-energía existentes: el resto está compuesto por materia oscura (22 %) y energía oscura (74 %), desconocida. Si no hubiera más materia que la observada –que me perdonen los físicos este torpe lenguaje–, las estrellas y las galaxias no se atraerían como se atraen; y si, por el contrario, no hubiera más energía que la observada, las galaxias no se expandirían como se expanden. Por lo demás, la materia es en el fondo energía, que nadie sabe lo que es, ni de dónde ni por qué. Pero es. Y es como una metáfora del misterio de cuanto es. Lo esencial es invisible. Lo invisible es lo esencial. Contempla el Misterio invisible en todo lo que ves, con ojos nuevos. “Dichosos vuestros ojos porque ven”, dijo Jesús a sus discípulas y discípulos.

Contemplar es atender. Atender es mirar y vivir con atención. Atender es dejar que el Misterio de la realidad se revele plenamente en todo cuanto es: en la hoja que cae, en el vuelo del pájaro, en el clamor de los refugiados en nuestras fronteras. Atender es hacer silencio, calmar emociones, liberarse de apegos, de saberes, creencias y esquemas mentales. Atender es ver a Dios en cada ser, el Todo en cada parte, y sentirse uno con todos los seres. Atender es dejarse acoger en el Corazón bueno de todo, y acogerlo todo con buen corazón. Atender es sintonizar, simpatizar, compadecerse y cuidar al herido. Atender es mirar la realidad con lucidez y con entrañas, y así recrearla. Somos lo que vemos, y somos igualmente lo que la mirada de los otros hace que seamos. Nuestros ojos, cuando miran, son capaces de hacer que todo sea bueno, o un poco mejor. Como Dios en el Génesis: “Miró Dios y vio que todo era bueno”. Atender es crear. Atender es vivir o ser en plenitud, simplemente SER uno con Todo, con Dios, ser pura relación de consideración, miramiento, respeto de la inagotable diversidad de lo que es, más allá de toda palabra e imagen que define, limita, divide, que nos encierra, estrecha, angustia.

Y eso es contemplar. A esa contemplación se han referido todas las tradiciones místicas como culminación de todas las formas de oración y de todos los caminos de realización humana, espiritual y física inseparablemente. En la tradición monástica cristiana, a la lectio (lectura) sigue la oratio (oración vocal), a la oratio sigue la meditatio (reflexión mental y cordial), y a la meditatio sigue la contemplatio, “engolfarse en Dios”, que diría Santa Teresa, lo mismo en el coro que entre pucheros.

Una contemplación que no se traduzca en compasión y compromiso, que no sea creadora, no es verdadera contemplación. Un compromiso militante que no se inspira en la mirada contemplativa (no digo religiosa), no es libre ni liberador, no crea. Donde se da lo uno se da lo otro, y donde falta lo uno falta lo otro. Nuestra sociedad necesita contemplativos por la misma razón por la que necesita militantes, y necesita militantes por la misma razón por la que necesita contemplativos. ¿Cuál es la razón? Que un mundo todavía invisible ha de hacerse realidad.

(Publicado en DEIA y en los diarios del Grupo Noticias el 20 de Septiembre de 2015)

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“Víctimas, verdugos y agresiones homófobas”, por Ramón Martínez

Martes, 5 de mayo de 2015
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ataques-homofobos-madridExcelente artículo que Ramón Martínez publica en Cascara Amarga

Para vosotros cuatro

“Es insultante para un buen español, ver a una panda de homosexuales en la calle presumiendo de su condición sexual”

“Los homosexuales que estaban en la calle San Miguel son gente intolerante, no respetan la condición sexual de la gran mayoría de la gente”

“Los homosexuales, como demuestran con su bandera multicolor, no tienen patria, son gente apátrida y moralmente enferma”

“¿Por qué tengo que aguantar que una banda de homosexuales se apodere de una zona de Palma con total impunidad?”

“Lo que tienen que hacer los homosexuales es respetar a los heterosexuales que somos la gran mayoría”

Todas estas perlas las escupía esta semana un energúmeno de esos que ensucian Twitter, un tal José Luis, @espectro17, que aunque bien pudiera ser una cuenta paródica, pues tanta estupidez en tan pocas líneas parece humanamente imposible, sirve de ejemplo ilustrativo de uno de los tópicos recurrentes de la posthomofobia, la nueva forma de la discriminación que se disfraza de tolerancia condicionada a un modelo de comportamiento preciso. El objetivo fundamental de esta homofobia que entiende que su discurso debe ser actualizado no es otro que la visibilidad. Ya no pueden decir públicamente que quieren quemarnos en hogueras ni recluirnos en campos de extermino: ahora su principal alegato es que “respetemos” su sexualidad, “respeto” que se consigue cuando las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales desaparecemos de la vista de la población “mayoritaria” y “bienpensante” heterosexual. Interpretan nuestra visibilidad como un atentado contra su “derecho” a ser hegemonía, a ser los únicos depositarios de un privilegio tan simple y a la vez fundamental como ir con sus parejas heterosexuales agarrados del brazo por una calle cualquiera.

Si no nos doblegamos, si tratamos de ser tan visibles como ellos lo son siempre, en sus 364 días de orgullo heterosexual, les estamos atacando, somos “heterófobos”, igual que son “odiahombres” las feministas. Nos llamarán “mariconazis” como a ellas llaman “feminazis”, sin lograr comprender que lo que malentienden como un ataque no es otra cosa que comportarnos del mismo modo en que ellos lo hacen, visiblemente. Quizá estos argumentos de supina ignorancia son los que llevan a Jorge Fernández Díaz, ministro del interior de España, a incluir la heterosexualidad como una orientación sexual susceptible de discriminación en el Informe de Delitos de Odio de 2014; pero en todo caso, del mismo modo en que me he apresurado a denunciar la intolerancia del tuitero extravagante antes mencionado, lo que hay que hacer no es ceder a este discurso y denunciarlo también.

El discurso de odio, aun con las argumentaciones peregrinas con que se construye actualmente relevando la cuestión de la intolerancia a diferentes posicionamientos ideológicos, éticos o culturales, de respeto recíproco que no encierra sino una velada defensa del privilegio heterosexual, supone una amenaza global. Del mismo modo que denunciamos al tuitero absurdo será preciso denunciar al absurdo Ministro del Interior.

El pasado fin de semana cuatro jóvenes gais fueron agredidos física y verbalmente hasta en tres ocasiones por las mismas personas en una sola hora en las inmediaciones de la madrileña Gran Vía. Primero un fuerte golpe en el cuello al grito de “¡maricones!” de dos jóvenes que salieron corriendo. Por segunda vez los mismos agresores los encontraron cerca de la comisaría de la policía municipal, que tomó sus datos al observar el nuevo ataque y los dejó marchar. Si bien los cuatro chicos agredidos advirtió de que la escasa diligencia de los agentes municipales los ponía en riesgo, la única respuesta de uno de los policías fue que dejaran de montar escándalo. Así poco tiempo después se produjo la tercera agresión, más grave, tras de la cual fueron asistidos por la Policía Nacional y por Arcópoli. Los cuatro fueron al hospital y denunciaron en la comisaría que los agentes les indicaron al atenderles en el lugar de los hechos.

Hemos de esperar ahora para comprobar si el protocolo específico para tratar Delitos de Odio con el que se llenaban la boca en su momento el Ministro del Interior y la anterior Delegada del Gobierno, ya sólo candidata a presidir la Comunidad de Madrid, se ha puesto en funcionamiento. La intuición me dice que no o que se trata de un protocolo con infinitas carencias: las agresiones siguen aumentando –en Madrid se han duplicado y según los cálculos en España se produce un ataque por orientación sexual o identidad de género cara hora y tres cuartos–, aunque en los momentos previos a unas elecciones hasta el Partido Popular pretenda congraciarse con una parte del electorado al que ha venido humillando de manera recurrente. Ante su incapacidad política para impedir que una de cada diez personas viva amenazada es necesario preguntarnos qué hemos de hacer con los agresores y cómo es adecuado tratar a las víctimas.

Las respuestas, como siempre, las encontraremos en el Feminismo. Del mismo modo en que una vez conseguido el voto femenino se logró entender que el siguiente gran objetivo era erradicar la violencia que de diferentes formas padecen las mujeres, nuestro activismo debe ahora comprender que, una vez alcanzado el Matrimonio Igualitario, es la lucha contra las agresiones continuas contra lesbianas, gais, bisexuales y transexuales el que debe ser nuestro objetivo fundamental. Es preciso denunciar toda una Cultura de la homofobia –y bifobia y transfobia– que silencia e invisibiliza los atentados contra la vida, integridad y dignidad de las personas que no somos heterosexuales. Hemos de realizar un inmenso trabajo de análisis de nuestro contexto cultural, para descubrir todos los elementos que posibilitan que con total impunidad se produzcan a diario agresiones, del mismo modo en que hemos de precisar bajo cuántas máscaras puede esconderse el ataque contra nuestros derechos y aprender a percibir que no sólo es la violencia física la que debe ser objeto de nuestra atención, sino también y fundamentalmente la violencia simbólica y lingüística que hemos incorporado como parte de un sistema cultural del que hoy hay que denunciar su intolerancia hacia la diversidad.

Es preciso acompañar adecuadamente a las víctimas, ayudando a que comprendan que bajo ningún concepto son responsables de la agresión que han sufrido, desarrollando protocolos de atencion correctos que vayan más allá de las clásicas propuestas electoralistas. Hay que empoderar a todas las personas a las que nos han enseñado a vivir como ciudadanía de segunda para convencernos de que lo natural no es tener que resguardarnos en la privacidad y mantener silencio en lo público, de que nuestra seguridad no sólo es responsabilidad nuestra y por tanto no debemos andar vigilantes siempre para esquivar las amenazas. Es necesario que aprendamos a no vivir con miedo para poder vivir con dignidad.

Y hemos de ser implacables con los agresores. La mayor parte de los trabajos de investigación sobre las causas de la homofobia, bifobia y transfobia explican esta intolerancia en el miedo de quienes atacan a personas no heterosexuales a no ser ellos mismo tan heterosexuales como se creen. Se han llevado a cabo incluso estudios que han conseguido relacionar homofobia con homosexualidad y nos llegan en ocasiones noticias de que dos hombres presuntamente heterosexuales, condenados por ataques contra personas homosexuales, han contraído matrimonio estando en la cárcel. Es necesario entender que con el discurso de que los intolerantes son en realidad lesbianas, gais, bisexuales o transexuales que no asumen quienes son no hacemos sino conseguir únicamente dos cosas: justificar la violencia que los agresores nos infligen empatizando con ellos, porque “son como nosotros y no lo aceptan”; y plantear que de algún modo esa violencia nos la producimos unos a otros, los invisibles a los visibles, los no aceptados a los aceptados, sin responsabilizar de ella a los fundamentos de violencia con que se ha construido la heterosexualidad, principalmente en los varones. Hay que denunciar la violencia que se exige para corroborar la heterosexualidad, y la masculinidad prácticamente siempre, y no permitir que ni por un momento pueda responsabilizarse de la violencia a la propia cualidad de las víctimas, como individuo en sí o como rasgo constitutivo de su cualidad sexual o de género.

Empieza a conseguirse que la violencia de los maltratadores de mujeres no se justifique nunca por los efectos del alcohol, las drogas o la enfermedad mental –salvo en algunos discursos, incluso entre la nueva izquierda–, y hemos de dejar claro que la violencia contra quienes no somos heterosexuales no es posible justificarla tampoco en modo alguno. Nos da igual que acepten o no su sexualidad, que beban o se droguen: del mismo modo en que gritamos contra la violencia de género “no están locos, son asesinos”.

Y así, para terminar, tampoco debe ser un objetivo preguntarnos por qué se incrementan las agresiones, pues la cuestión es erradicarlas sin detenernos en analizar su origen más que para entender mejor cómo hacerlas desaparecer. Y porque además no es difícil saber cuáles son los motivos: dirigentes políticos que fingen empatizar con nuestras necesidades mientras es evidente su incapacidad y despreocupación cuando bajo sus mandatos se incrementa nuestra vulnerabilidad, como el caso de Cristina Cifuentes; y nuestra visibilidad, nuestra cada vez mayor visibilidad, que los energúmenos injustificables entienden –no nos importa por qué– como un atentado a sus derechos, que son privilegios, y creen que nuestro comportamiento justifica sus ataques. Seguiremos siendo visibles, cada vez más. Seguiremos caminando agarrados del brazo por la Gran Vía y por todas la calles, que también son nuestras. Para recordarlo, te espero esta tarde de sábado 2 de mayo a las 19.30 en la Plaza de Chueca. Basta ya de LGTBfobia.

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“La infinita marea de la diversidad”, por Ramón Martínez

Jueves, 12 de marzo de 2015
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diversidadUn post muy recomendable y clarificador acerca del compromiso y la militancia, que publica Cáscara amarga… 

Para Boti García Rodrigo

Defender los derechos de personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales se ha convertido últimamente en un trabajo muy duro. Más sencillo lo tenían Hössli, Ulrichs, y toda aquella maravillosa generación de alemanes que lucharon en el siglo XIX contra el artículo 175 del código penal que penalizaba la homosexualidad. Y no porque fuera fácil, que no lo era, sino porque tenían simplemente un objetivo claro, como lo tuvimos en España cuando perseguíamos la aprobación de los cambios legales que permitieron el matrimonio igualitario y la adopción homoparental. Pero ahora el trabajo activista es más complicado: además de la confusión en cuanto a los objetivos –pues hay quienes pensamos que lo urgente es acabar con las constantes agresiones mientras algunos creen que resulta primordial la regulación de cuestiones tan particulares como el vientre de alquiler–; además de esto hoy casi por cada persona no heterosexual existe un planteamiento individual(ista) de cómo debería llevarse a cabo la defensa de nuestros derechos. Conseguir así encaminarnos hacia un mismo punto es al menos difícil, si no decididamente imposible.

Esta misma semana hemos conocido un nuevo caso de agresión motivada por la homofobia, contra dos hombres, en la madrileña plaza de Las Ventas, y del mismo modo ha corrido la noticia de una circular de seguridad del Metro de Madrid en que se insta a los vigilantes a poner especial atención a los movimientos de personas que piden limosna, músicos y gays. Si bien Metro, después de una lenta investigación de casi veinticuatro horas, ha condenado fuertemente el suceso y ha apartado de su trabajo al responsable de esa recomendación bárbara, no deja de ser preocupante que parezca que ya se ha solucionado el problema, cuando lo necesario es que se ponga en funcionamiento una batería de medidas para, al menos, informar adecuadamente al personal del suburbano de que la antigua Ley de Peligrosidad Social ya no está en vigor y no es lícito, ni moral ni jurídicamente, perseguir bajo la excusa de la vigilancia a una persona que al empleado de turno se le antoja más o menos lesbiana, gay, bisexual o transexual.

Pero parece que con poner un tuit, comentar el suceso por el WhatsApp o jurar mil veces por todos los infiernos frente a la barra de un bar, una de esas barras castizas que transmiten la ciencia del bien y del mal a través del codo mucho mejor que lo hiciera la manzana original, parece con esto que ya es suficiente. Y parece también que si alguien quiere hacer algo más habrá que condenar su equivocación, aunque sea un claro acierto. ¿Cómo pararemos entonces las agresiones, directas o indirectas, sólo con las redes sociales, las aplicaciones de mensajeria breve, con las tertulias de los bares, con los cientos de blogs de opinión que, como éste, no son más que letras que con mayor o menor acierto –a veces marcadamente menor– denuncian mucho pero actúan poco?

Esta semana se ha producido también una importante reunión. Algunas de las asociaciones en defensa de la Diversidad Sexual y de Género de la Comunidad de Madrid se han reunido con la madrileña Delegada del Gobierno, la habilísima Cristina Cifuentes, que ha sabido construir tan bien su personaje de defensora de los derechos de las personas no heterosexuales –aunque hasta la fecha no haya realizado ninguna acción concreta sobre la materia, que obras son amores y no buenas intenciones, señora mía–. La intención de la reunión no era otra que proponer de manera urgente un plan de actuación frente a las continuas agresiones motivadas por la homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia. Pero, por lo que he venido viendo en mis redes sociales, a cierta parte de la ciudadanía no heterosexual le ha parecido inapropiadísima esa reunión, del mismo modo que hubo tantas y tantas quejas, en su práctica totalidad provenientes de las mismas personas, cuando los máximos dirigentes del Movimiento LGTB acudieron a una recepción invitados por su Excelencia el Jefe del Estado –nótese el tratamiento no monárquico–. La crítica que antes fuera “no hay que apoyar la monarquía” se ha convertido esta semana en un “no hay que reunirse con el Partido Popular, que es muy homófobo”. Y yo me pregunto con quién van a reunirse estos críticos de la legua si, en tanto que nuestra intención es que la policía atienda debidamente nuestras denuncias, es una mujer que milita en el Partido Popular, muy hábil en su campaña para ser candidata a vaya usted a saber qué, la que ostenta el mando sobre esa policía. Y también me pregunto cómo pueden realizarse lecturas tan poco profundas cuando, frente a un excesivamente obvio “el nuevo Jefe del Estado quiere congraciarse con la plebe reuniéndose con representantes de nuestro movimiento“, existe la interpretación posible de que “nuestro movimiento, con tanto trabajo, ha conseguido que nadie, ni siquiera el mismísimo Jefe del Estado, considere su puesto debidamente ratificado si no nos convoca a una reunión y escucha nuestras demandas”.

Cualquiera diría que hay quienes no tienen en demasiada estima su propio trabajo activista, que les da relativa pereza salir de las redes sociales, el WhatsApp y los blogs mientras se regodean adocenados en sus cátedras de teoría estéril, o que prefieren hacer política de partidos antes que Política de Estado. Porque el mundo no irá a mejor para lesbianas, gais, transexuales y bisexuales si yo, como militante que soy, sólo pienso en los intereses del PSOE, o aquella sólo piensa en los intereses del Partido Popular, o esa que lo hizo bien y esa que tan mal lo hizo buscan el beneficio exclusivo para sus respectivas formaciones –o secciones particulares– de izquierda más o menos radical, más o menos comprometida con el feminismo y la diversidad sexual y de género. Ni tampoco cambiaremos el mundo si colocamos los intereses de nuestros respectivos partidos políticos por encima de la defensa de los Derechos Humanos por los que luchamos. Sólo es posible el cambio cuando aunamos fuerzas todos los actores posibles de esta cada vez más variopinta sociedad nuestra; cuando los unos y las otras, las derechas y las izquierdas, los de arriba y las de abajo, encontramos un objetivo en común.

Dice Juan de la Cruz, poeta transgénero que hablaba de sí en femenino cuando confiesa su acaloramiento y gemido al entrar en relación con su dios, que la unión con lo divino tras la muerte es semejante a la pequeña gota de agua que, terminado su curso en el río, llega por fin al mar y se confunde con otras miles. Sigue siendo gota, pero ahora también es mar. Y aunque la vida fragmentaria e individual sea tan cómoda, porque nunca nadie nos podrá quitar la razón, sólo el océano es capaz de erosionar la tierra. Este fin de semana, mientras tengo el inmenso placer de que leas estas líneas, se celebra el Congreso de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales, y despedimos a Boti García Rodrigo, hasta ahora nuestra presidenta. Sirvan estas líneas para agradecerte, amiga mía, tanto trabajo realizado por el bien de todos y todas, tanto trabajo tan bien entendido, llevado a cabo como una gota más de este océano que compartimos, que gracias a ti ha cambiado mucho y para mejor nuestra geografía. Gracias, Boti, presidenta, por dejarme ser una ola mientras tú vigilas nuestra marea.

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